Abrir puertas al futuro
Con el trascurrir de los días (y noches) uno va alcanzando (o debe hacerlo) algún grado de sindéresis que le ayude a enjuiciar los acontecimientos con un mínimo de perspectiva. Con motivo de mi participación en las Jornadas de Formación de nuestros estudiantes (Barcelona) he tenido algún tiempo para el recuerdo de algunos hitos de la Historia de la C.M. Entre otros varios datos (básicos para evaluar cualquier realidad) me he encontrado con el número de miembros de la Institución que en su cifra más alta (1964) llegó a 6.314. En el Catálogo General de 2010 se indica que somos 3.829. Ni me detengo en la significación que estos datos, funciones o ministerios han podido tener o tienen.
Cerrar los ojos a esta realidad (que será todo lo que se quiera “de Dios” pero que nos afecta profundamente) sólo puede llevarnos a la inacción y, por ella, a la muerte. Bien es verdad que el “ande yo caliente y ríase la gente” es una forma como otra cualquiera de afrontar esta realidad. Postura más que frecuente, desde mi punto de vista, aunque la edulcoremos con Asambleas Provinciales distendidas, Proyectos Comunitarios inútiles y servilismos normativos anestesiantes. Para pescar (en sentido amplio) se precisan no sólo peces e instrumentos sino también pescadores. Tenemos abandonados los mejores “caladeros” (Colegios), racaneamos en los instrumentos y nos importan una higa los pescadores (número, formación y destino).
Desde hace unos años vive la Congregación inmersa en su “reconfiguración” entendida como “unión de Provincias”. Es una pena que el significado del término no haya quedado suficientemente aclarado. Entiendo que no es lo mismo “dar de nuevo figura” que “dar una nueva figura”. Por desgracia nos ceñimos a la primera de las acepciones que, inevitablemente, nos lleva a “volver a situaciones de partida”. Un grave error que reverdece los intereses, maquinaciones, celebraciones o frustraciones de un pasado no muy lejano. La división provincial de 1902 obedeció (además de al designio divino y al afán por cumplir con su santa voluntad) a los intereses mostrados por los no catalanes que, comenzando a ser mayoría, no tenían el poder suficiente en la gestión provincial. La división de 1969 (además de al designio divino y al afán por cumplir con su santa voluntad) estuvo impulsada, sucesivamente, por navarros y, posteriormente, gallegos (aplaudidos por algunos andaluces). Todos ellos “oprimidos” por el centralismo burgalés. Navarros y gallegos lograron saciar sus aspiraciones. Los andaluces se quedaron a dos velas (sin Provincia y el territorio dividido). Nada digamos de “canarios” (sobre todo) y “vascos”. Los “burgaleses” se quedaron con la parte del león y con unas no silenciadas ganas de esperar “tiempos mejores”. Cuestión de paciencia, transmisión de intereses a las jóvenes generaciones y cercanía a la Curia General.
El momento (legítimo, sin duda) parece haber llegado. Desde Roma se impulsa a nivel congregacional la unión de las Provincias. Nada original por cuanto así lo vienen haciendo otras varias organizaciones y así se ha realizado en otros momentos de la Historia. Las cartas del Superior General están sobre la mesa. Las conclusiones de las Provincias y de sus Asambleas están en Roma. El futuro cercano impredecible. Mucho me temo, sin embargo, que (al igual que en 1969) tenga Roma que decidir y, por ello, vivir unos años de silencios, renuncias y malestares.
Debo suponer que en Roma no desconocen lo anteriormente dicho. Por ello, me extraña enormemente su aprobación (activa y pasiva) de las estrategias seguidas por las Provincias de Barcelona, Madrid y Salamanca. Tampoco hay que ser muy listo para determinar quién está en medio del meollo. Una torpeza que en nada favorece el libre discurrir del análisis de la realidad. “Tréboles incompletos”, “deseos de que los separatistas vuelvan al redil”, “brindis al sol por los éxitos conseguidos”, “no nos moverán”, “antes desaparición que unión”, “el que no quiera que se marche”… son expresiones o actuaciones que se están dando.
Los datos ahí están. Somos los que somos (pocos y envejecidos), tenemos unas obras heredadas (escasamente significativas) y nuestra formación es mínima. Ser candidato es una heroicidad. Sin duda: es urgente dar una “nueva figura” a la externalización de nuestra vocación. El camino lo trazó, con gran acierto, el Superior General con su propuesta de las “misiones internacionales”. Desgraciadamente muy poco caso se ha hecho, no tanto de las realizaciones, cuanto de la “filosofía” subyacente: un proyecto, unas personas, unas estructuras (materiales y organizativas). Los siglos XVII-XVIII vivieron, influidos por san Vicente, de la autoridad del superior y fidelidad a los reglas. Los siglos XIX y XX, influidos por el P. Etienne, centralizaron la Congregación en el Superior General y las Provincias. Por los datos y la experiencia de otras organizaciones parece evidente que en nuestros días se precisa de un tercer impulso. Propulsarlo desde plataformas caducas y obsoletas (obediencia ciega al Superior y Provincias) es un muy grave error que, por otra parte, no lleva a ninguna parte. La “responsabilidad personal” y los “proyectos” deben ser, a mi modo de ver, el marco en el que debiéramos caminar. En tanto, paciencia y a esperar un “tercer fundador”.
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