Charlas sobre Federico Ozanam: encuentro de la Familia Vicenciana de Albacete
La Familia Vicenciana de Albacete (España) goza de bastante buena salud, viviendo en empatía y buena relación los acontecimientos familiares. Este año de la celebración del 400 aniversario de la fundación del Carisma vicenciano se nota, nos estimula a todos…
Hace meses decidimos honrar la memoria de Federico Ozanam por todo lo alto, como se merece; escogimos una fecha en torno a su cumpleaños (23 de abril), para adentrarnos en su vida y en su gesta vicenciana. Y pocos podían presentarnos su figura, en toda su amplia trayectoria, como Francisco Javier Fernández Chento, editor de sus obras en español y profundo conocedor de la vida y obra de Ozanam, además de ser un laico vicenciano de nuestra casa, conocedor como pocos laicos vicencianos de hoy de toda la variada gama de actividades y entidades vicencianas de toda la Familia, a lo largo y ancho de la geografía de nuestro entorno.
Los días 24 y 25 de Abril, en la parroquia de San Vicente de Paúl de Albacete, a las 7.30 de la tarde, tuvieron lugar estas charlas. Previamente se habían publicitado a través de todos los medios a nuestro alcance: whatsapps a todos nuestros contactos de familia, carteles por las parroquias cercanas, por radio Cope de Albacete, etc. Por eso, la asistencia fue más que satisfactoria: salón parroquial, con capacidad para unas 80 personas, prácticamente lleno.
Estos fueron los dos temas presentados: “Federico, su vida y su mensaje…” y “Sus aportaciones al carisma vicenciano y a la misión de los laicos…” Desde el principio nos dejó claro el conferenciante que era tarea imposible abarcar, en dos sencillas charlas, la complejidad de su vida y de su obra. Pero dejó abierto el camino a una más amplia información a través de los medios sociales vicencianos. No cesaremos de recordárselo hasta que lo cumpla…
Algunos rasgos de la vida de Ozanam
De su vida destacó que Federico fue uno de los cuatro hijos que sobrevivieron hasta la edad adulta, del matrimonio Juan Antonio Ozanam y María Nantas; aunque la pareja tuvo 14 hijos, diez de ellos murieron a temprana edad.
Federico fue un hijo cariñoso, muy apegado a su familia y respetuoso con su padre, que era médico, quien le obligó a estudiar derecho contra su voluntad. Pero también influyó su padre en el afán por la lectura y el amor a los pobres. De su madre recibió el ejemplo de su vida religiosa. Federico fue, también, un esposo y un padre de familia ejemplar. Se casó con Amelia en 1841, de cuyo matrimonio nació una hija, María. Había perfecta sintonía de valores cristianos entre el matrimonio. Fue Amelia, después de la temprana muerte de Federico (en 1853, con tan sólo 40 años de edad) la que conservó la memoria de su marido, y guardó sus documentos y cartas.
Federico nació en Milán el 23 de abril de 1813, que, en aquel tiempo, era parte del imperio francés. De 1820 a 1831 estudia en Lyon a donde su familia se había trasladado. De inteligencia precoz, llegó a manejarse, a lo largo de su vida, en varios idiomas, aparte del italiano y el francés: latín, griego, alemán, hebreo, sanscrito, y algo de inglés y de español. A la edad de 16 años empieza a escribir en algunos periódicos.
En sus años de adolescencia sufre una crisis de fe, que supera con paciencia y búsqueda firme de la verdad, con la ayuda del abate Noirot, su profesor de filosofía y una influencia fundamental a lo largo de toda su vida. Esta crisis no dejó huella alguna en el devenir de su vida, afincada en el servicio a los pobres, al más puro sentido evangélico, según su modelo de referencia, San Vicente de Paúl.
En 1831 empieza sus estudios en la Sorbona, en París, emprendiendo dos carreras simultáneamente: Derecho, para satisfacer a su padre, y Letras, que era su opción personal. Llegó a a doctorarse en ambas especialidades. El ambiente hostil a la religión, imperante en la universidad, no le arredra: pronto se destaca, como alumno brillante, en la defensa de su fe, y lo hace con tal lucidez que algunos profesores se ven obligados a reconsiderar sus posturas antireligiosas. En uno de los debates en los que participaba hay una circunstancia nuclear en sy trayectoria: uno de los detractores de los religión, agnóstico él, le cuestiona, más o menos, en estos términos: “Cierto, la iglesia católica ha hecho cosas grandes en el pasado, pero ahora, ¿que hacéis, como probáis la verdad de vuestra fe? ¿Qué hace vuestra iglesia…?”
Esa pregunta le laceró el alma y le llevó a cambiar el rumbo de su vida. El mismo Federico se siente avergonzado, porque reconoce que, en la iglesia de su tiempo, brillaban poco los valores auténticamente evangélicos de atención a los pobres, rostro visible de Cristo. La Providencia le llevó, en aquel momento, a crear la primera conferencia de caridad (gérmen de la Sociedad de San Vicente de Paúl), junto con otros amigos universitarios, e ir al encuentro con una auténtica Hija de la Caridad, Sor Rosalía Rendu: ella les pone en el camino y les acompaña en su búsqueda incansable de servicio a los pobres.
Así pues, el 23 de Abril de 1833, a los 20 años de edad, junto con otros cinco compañeros de la universidad y el impresor Emanuel Bailly, fundan la Primera Conferencia de la Sociedad de San Vicente de Paúl, para respaldar con obras su fe y dar cumplida respuesta a la pregunta del agnóstico. Desde el principio, las Conferencias se colocan bajo el patrocinio de San Vicente de Paúl. La caridad era el eje fundamental de la sociedad, aunque las Conferencias mantuvieron siempre una especial atención a la formación y el enriquecimiento de la fe de los socios. Por ello, Federico afirma: “Queremos que esta sociedad de Caridad no sea ni un partido, ni una escuela, ni una cofradía, sino que sea profundamente laica, sin dejar de ser totalmente católica”.
El legado vicenciano de Federico Ozanam
Ozanam es un adelantado de su tiempo y de la evangelización por parte del laicado. Es el precursor de la democracia cristiana, hasta podríamos decir que es el creador de este concepto, que utiliza ya en 1830, cuando afirma textualmente: “He creído y creo aún, en la posibilidad de la Democracia Cristiana; más aún, no creo en otra cosa, tratándose de política”. Es, igualmente, un adelantado de la doctrina social de la iglesia, que florece, esplendorosa, por primera vez, en la Rerum Novarum, que vio la luz en 1891. Aparece en la escena de su tiempo como un innovador nato, desde la vivencia más auténtica del evangelio, hasta tal punto que avanza ideas y conceptos que nos parecen hoy de vibrante actualidad, en un tiempo en el que resultaban chocantes, más bien evangélicamente revolucionarias. Basta un pequeño muestreo de sus proclamas para probarlo:
“Creemos en dos tipos de asistencia, afirma: una, la que humilla a los asistidos; otra, la que honra… La asistencia honra cuando une al pan que alimenta la visita que consuela, el consejo que ilumina, el estrechamiento de manos que levanta el ánimo… Cuando se trata al pobre con respeto y no sólo de igual a igual, sino como a un superior, como a un enviado de Dios para probar nuestra justicia y nuestra caridad”.
El contacto personal con los pobres, la visita incesante a sus casas y barrios; el encuentro con rostros que sufren, con familias humilladas, con niños que no pueden ir a la escuela porque no tienen con que vestirse…, hacen que Federico Ozanam no tenga otra opción que comprometerse y buscar los remedios inmediatos y de más largo alcance. En su compromiso personal al servicio de los pobres llega hasta a dedicar sistemáticamente el 10% de su sueldo anual a esta causa.
Desde la más estricta fidelidad y ortodoxia, con relación al evangelio y a la Iglesia, es un luchador incansable por los derechos sociales, desconocidos, ignorados o conculcados en aquella naciente sociedad industrial. Denuncia con valentía el abuso del poder de esa sociedad, los salarios de miseria, las condiciones de vida ignominiosa de los trabajadores, la ignorancia maliciosamente mantenida de los asalariados… Clama por el salario justo, suficiente para el mantenimiento de una familia normal… Defiende el derecho de reunión y de asociación de los trabajadores, la lucha por la justicia, siempre por medios pacíficos, de diálogo, mediación y de reconciliación, dentro del más puro concepto de respeto a la libertad… En su concepción de las relaciones sociales, la justicia y la caridad se hermanan perfectamente: la caridad llega donde no llega la justicia. Dios no crea al pobre, es el abuso de la libertad y la falta de respeto a la dignidad de la persona humana la que hace emerger la pobreza y la miseria… Es el amor, entendido en sentido evangélico, el que puede construir lazos de mediación y de auténtica democracia…
Sorprende que tenga ideas tan claras sobre los fundamentos de las relaciones sociales en una época obscurantista y de abuso manifiesto de la naciente sociedad industrial. Por todo esto, Federico Ozanam aparece, aún en nuestro tiempo, como un referente acabado del vicenciano que quiere vivir el evangelio desde el compromiso irrenunciable por la justicia social, clamor en el tiempo que nos ha tocado vivir, tan parecido, en muchos aspectos, a la sociedad despiadada contra la que le toco luchar incansablemente.
Ningún vicenciano de hoy ni de nunca puede preciarse de ser tal, si no combina, en perfecta armonía, oración con formación, y ambas con una dedicación, aquí y ahora, a la atención y servicio de los más pobres, rostro visible de Cristo. Esa es la conclusión obvia de las magistrales charlas impartidas por nuestro amigo y hermano Francisco Javier Fernández Chento…
No puedo menos que recomendar a toda la Familia Vicenciana que profundicemos en la figura de este gran laico, Federico Ozanam, cuya vida, obra y mensaje son de vibrante actualidad hoy en día. Gracias, nuevamente, a Francisco Javier Fernández Chento por su dedicación a mostrarnos el ejemplo del beato, y promover el conocimiento de su mensaje, que tengo la sensación que es demasiado poco conocido aún en nuestra Familia Vicenciana.
P. Félix Villafranca CM
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