Comentario a las Constituciones de 1982 de la Congregación de la Misión (II)

Medios

1º. Tienden con todas sus fuerzas a revestirse del espíritu de Cristo (RC. I, 3), para adquirir la perfección corres­pondiente a su vocación (RC. XII, 13).

 Revestirse del espíritu de Cristo con todas las fuerzas.

«¡Qué asunto tan importante es éste de revestirse del espíritu de Cristo!».

1. — Formulación del texto.

Revestirse del espíritu de Cristo ha sido siempre un elemento esencial de la espiritualidad vicenciana, sin embargo, formular el primer medio para lograr el fin de la CM. recogiendo esta frase de S. Pablo, supone una novedad. Basta comparar el texto de las R.C. con el de las Const. Allí se dice: buscar la per­fección, practicando las virtudes que Jesucristo, maestro supremo, nos enseñó de palabra y con el ejemplo. Aquí se habla de revestirse del espíritu de Cristo. El resultado será el mismo, pero la redacción de las Const. es más sugestiva y más densa teológicamente. Alude directamente a la fuente de donde di­manan las virtudes que los misioneros deben practicar, siguiendo e imitando a Cristo.

La elaboración del texto no ofreció dificultad. La idea venía de lejos. En el texto B que presentó la CPAG80 se habla de «conformidad con Cristo en todo ». Por otra parte, la frase escogida para el actual texto procede literalmente de las R.C., en un contexto idéntico: «Para que esta Congregación consiga el fin que ha elegido es menester que trate con todas sus fuerzas de revestirse del espíritu de Cristo ». Todos los escritos de S. Vicente abundan en este pensamiento. No había lugar para discusión alguna. En una de las conferencias del Santo leemos: «… es necesario revestirse del espíritu de Cristo, imitar su perfección, procurar llegar a ella, vivir y actuar como nuestro Señor, para hacer que su espíritu se muestre en toda la Compañía, en cada uno de sus miembros, en todas sus obras en general y en cada una en particular».

2. Revestirse de Cristo en San Pablo y en San Vicente.

La idea de revestirse de Cristo procede de San Pablo (36). En la carta a los romanos es como un mensaje de urgencia: «La noche está avanzada, el día se echa encima. Dejad las riñas, los desenfrenos, las orgías. En vez de éso, vestíos del Señor Jesucristo ». El tono es distinto cuando escribe a los gálatas: «Porque todos al ser bautizados, para vincularos a Cristo, os vestisteis de Cristo ». La conclusión es que los gálatas ya no están bajo las pequeñeces de la ley. Son ya de Cristo y por tanto, hijos de la promesa. A los de Éfeso y Golosas les exhorta a que se despojen del hombre viejo, de la vieja condición hu­mana y se revistan del hombre nuevo, creado por Dios, a su imagen con la rectitud y santidad propias de la verdad. En todos los textos paulinos subyace la idea central: vestirse, reves­tirse de Cristo y que no es otra cosa que superar la condición de pecado, dejar el hombre viejo y alcanzar la nueva condición del hombre nuevo, creado a imagen de Dios.

San Vicente no hace propiamente hablando exégesis de los textos paulinos. Se inspira en la idea de S. Pablo, pero la amplía a su gusto, teniendo en cuenta el mensaje que quiere comunicar a los misioneros que le escuchan o a los destinatarios de sus cartas. En el fondo, parece que S. Vicente tiene en cuenta la teología del bautismo por lo que leemos en una de sus conferencias: «Todos los bautizados están revestidos de su espíritu, pero no todos realizan las obras debidas… » Nacidos del espíritu nos convertimos en hijos de Dios. Al ser natural se añade el espíritu que no destruye la naturaleza. Por ello es posible que exista todavía el hombre viejo, el hombre carnal, según la concepción paulina, cuyas obras serán obras de la carne y el hombre es­piritual cuyas obras serán obras del espíritu. A S. Vicente le interesa inculcar la presencia del espíritu que habita en nosotros y que nos da capacidad para superar el mal y actuar como Cristo. El medio para trabajar en busca de la propia perfección, para ejercer bien los ministerios es «revestirse del espíritu de Cristo, imitar su perfección, procurar llegar a ella. Hay que vaciarse de sí mismo para revestirse de Cristo».

3. El espíritu de Cristo.

Toda formulación de lo que es el espíritu de Cristo es necesariamente limitativa. San Vicente nos describe de varias maneras lo que él entiende por espíritu de Cristo. A la pre­gunta: ¿Qué es el espíritu de Cristo?, responderá: «Es el Espíritu Santo derramado en los corazones de los justos y habita en ellos, y les da las mismas disposiciones e inclinaciones que Jesucristo tenía en la tierra y les hace actuar, no con la perfección, pero sí según la medida de los dones recibidos».

La descripción anterior se completa con esta otra: «es un espíritu de perfecta caridad y estima por la divinidad, un deseo ardiente para honrarla, conocimiento de sus grandezas para admirarlas y ensalzarlas incesantemente » y añadirá: «es amor a las humillaciones, amor al trabajo, amor a la oración, amor a las acciones externas e internas. He aquí una descripción del espíritu de Cristo».

Los vicencianistas elaborarán más ampliamente estas ideas y las sistematizarán. Lo que a San Vicente interesa es que sus misioneros se entusiasmen en el amor a Cristo, tomen conciencia de su unión con él y de la necesidad de vivir el espíritu de Cristo, de imitar sus virtudes, de hacer propias las mismas dis­posiciones del corazón de Cristo para con el Padre, los pobres, los sacerdotes, para consigo mismos, porque todos hemos sido llamados a ser «conformes con Cristo».

Adquirir la propia perfección correspondiente a su vocación.

 «La perfección no consiste en los éxtasis, sino en cumplir la voluntad de Dios».

 1. Los misioneros están llamados a la perfección.

Todos los cristianos están llamados a la perfección: «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto».

Una de las ideas centrales de la renovación conciliar es la santidad como vocación de todos los cristianos: «Todos los fieles, de cualquier estado y condición, están llamados a la plenitud de la caridad, santidad en la cual, aún en la sociedad terrena, se promueve un modo nuevo de vivir más humano». Los caminos para llegar a la santidad son distintos. Más aún, el cristiano desde su libertad, podrá dar una respuesta positiva o negativa. Dios, en cambio, dice S. Vicente, saldrá al encuentro de esta falta de responsabilidad de algunos cristianos «susci­tando a otros para que se entreguen a su divina Majestad y procuren, con su gracia, perfeccionarse ellos mismos y perfec­cionar a los demás ». Los miembros de la C.M. han sido suscita­dos por Dios para que se dediquen a la propia perfección y a la perfección de los demás. «¡Qué felices somos, exclama, por encontrarnos en el camino de la perfección!». No dudará en afirmar que los misioneros, aunque no sean religiosos, están en estado de perfección como los mismos religiosos.

El imperativo de tender a la perfección se manifiesta en todo el pensamiento de S. Vicente. Está explícito en todos los textos normativos a partir de la Bula Salvatoris nostri.

Si en el manuscrito de Sarzana el primer medio es hacer la voluntad de Dios, es porque para S. Vicente la perfección consiste en hacer la voluntad de Dios o es el medio infalible para alcanzarla.

La omisión o silencio que en algunos trabajos preparatorios de las asambleas se nota acerca de la perfección y el compro­miso con ella, incluso la petición explícita de alguna que otra provincia para que no se mencionara en el nuevo texto de las Const. nunca llegó a ser realidad en los textos definitivos.

2. En qué consiste la perfección, según S. Vicente.

San Vicente no escribió tratado alguno sobre la perfección. Lo que ha aprendido y experimentado lo comunica a su modo.

Según la definición clásica, es perfecto aquello que no le falta nada de lo que debe tener. En este sentido sólo nuestro Señor y la Santísima Virgen son perfectos, dirá S. Vicente. A San Vicente no le interesa eso que se llama perfección adquirida. Le interesa mucho más el dinamismo continuamente ascendente del «Sed perfectos como vuestro Padre es perfecto». Por eso escribirá al P. Blatirón: «La perfección consiste en la práctica invariable para adquirir las virtudes y progresar en ellas, ya que en el camino del Señor el no avanzar es retroceder ». Entre los hombres será más perfecto «aquel cuya voluntad sea más conforme con la de Dios hasta tal punto que la suya y la nues­tra no sean propiamente hablando, más que un mismo no querer y querer». El misionero, si quiere ser perfecto, tiene que cumplir todo lo que se le pide como «hombre, cristiano y misionero». «Si como hombre racional debe ser justo y como cristiano debe practicar las virtudes que Nuestro Señor nos enseñó, como misionero debe realizar bien la obras que el Señor hizo y con su espíritu, en la medida que lo permita nuestra debilidad».

El sentido dinámico en el que S. Vicente insiste, no le aparta de la doctrina tradicional que hace consistir la perfección en la caridad, virtud eminentemente dinámica. De hecho S. Vicente afirma que la perfección consiste en la caridad: «la caridad y la unión con la voluntad divina » son la esencia de la perfec­ción. El planteamiento vicenciano no es especulativo, es práctico. Lo importante es hacer bien las cosas cotidianas cumpliendo la voluntad de Dios en todo.

San Vicente ha hecho de la voluntad de Dios la clave de su vida espiritual. De ella arranca la devoción a la Providencia y sus manifestaciones y formulará con esmero los criterios para discernirla. Por ser el punto clave comprende todas las demás virtudes: La humildad, la indiferencia, y está por encima de la práctica de la presencia de Dios y de la pureza de inten­ción. Hacer la voluntad de Dios da unidad a toda la vida es­piritual y valoriza las acciones más insignificantes y cotidianas desde el punto de vista humano. Evita, además, el peligro de localizar la perfección en ciertos actos, por muy buenos que éstos sean. El peligro de engaño no es infrecuente.

Es necesario un punto de partida que abarque toda acti­vidad, porque todo es fuente de santidad si se hace siendo dóciles al Espíritu de Cristo.

3. Motivos y medios.

Las motivaciones son muy variadas. Hay una en la que S. Vicente insiste. Se trata de conseguir que la mediación deten­tada por el misionero sea eficaz. Somos mediadores de la «re­conciliación entre Dios y los hombres. Es necesario que el me­diador sea agradable a aquel que va a conceder la gracia. Así se hace en los negocios humanos. Cumplir la voluntad de Dios es hacerse agradable a él, es asegurar la eficacia de nuestra mediación ».

La Madre Chantal ha deducido que en la CM. se quiere unir la perfección religiosa con la perfección eclesiástica. San Vicente la escribe y la dice: «No, mi querida madre, somos demasiados malos para eso. La verdad es que nos cuesta encon­trar un medio para proseguir en nuestra vocación ». Sin em­bargo, más tarde, en las R.C. expondrá con toda claridad que «el medio infalible para conseguir pronto la perfección es hacer la voluntad de Dios». En la conferencia del 7 de marzo de 1659 explica lo que es la conformidad activa, la que el misionero debe prestar. San Vicente no divaga y concreta al máximo los criterios operativos: Hacer lo mandado; no hacer lo prohibido; entre diversos proyectos optar por el que más mortifica; seguir prudentemente las buenas inspiraciones y ejecutar lo que es razonable». En conjunto, el pensamiento de S. Vicente es nítido y nada enturbia el hecho de que alguna vez diga que la perfección consiste en hacer la voluntad de Dios y otras que la voluntad de Dios es el medio infalible para llegar a la per­fección.

2º. Se dedicarán a evangelizar a los pobres, sobre todo a los más abandonados.

Se dedicarán a evangelizar a los pobres.

«¡Qué! Hacernos… no me atrevo a decirlo… sí, evan­gelizar a los pobres es un oficio tan alto que es, por excelencia, el oficio del Hijo de Dios. Y a nosotros se nos dedica a ello como instrumentos por los que el Hijo de Dios sigue haciendo desde el cielo lo que hizo en la tierra».

La dedicación a la evangelización de los pobres ha sido una constante jamás ininterrumpida en todos los textos normativos de la CM. y en su actividad apostólica. Lo que sí puede haber cambiado es la comprensión del contenido teológico-pastoral de la evangelización.

1. Lo que San Vicente entiende por evangelización.

La acción evangelizadora de S. Vicente entre los pobres del campo tiene como meta la renovación de la vida cristiana. Para ello el primer paso es la instrucción: «Una alma que no conoce a Dios, que no sabe lo que Dios ha hecho por su amor, ¿cómo podrá creer, esperar y amar? ¿Y cómo se salvará sin fe, sin esperanza y sin caridad?». Para S. Vicente la ignorancia de la pobre gente del campo era una pesadilla porque, según las ideas teológicas y morales de entonces, la ignorancia era causa de condenación eterna. Esta preocupación aflora con frecuencia cuando habla a los misioneros. La CM. está para instruir a los pobres: «Sí, nuestro Señor exige que evangelicemos a los pobres. Esto es lo que él hizo y quiere continuarlo por medio de noso­tros». Hacia 1631 escribe al P. Du Coudray, a la sazón en Roma, y le dice: «Es preciso que haga entender (a la curia romana) quel el pobre pueblo se condena por no saber las cosas necesarias para la salvación y no confesarse. Si S. Santidad supiese esta necesidad, no tendría descanso hasta hacer todo lo posible para poner orden en ello».

Si la instrucción es el primer paso, el segundo es la recep­ción de los sacramentos. A pesar de los muchos defectos de la vida cristiana de aquellos campesinos, ellos tenían fe, eran cris­tianos. La instrucción les movería a poner en regla toda su vida cristiana. De ahí la importancia de la confesión, sobre todo de la confesión general, dada la experiencia fuertemente sentida por S. Vicente en sus primeros trabajos misioneros.

Insiste sobre la confesión general hasta tal punto que se ha considerado como un elemento distintivo de la misión vicenciana. Pero no falta la mención a la eucaristía que al fin, era el co­lofón de la misión. Conocemos las polémicas que sobre la co­munión frecuente existían en aquella época. Quizás por ésto, San Vicente no insiste tanto. Sin embargo, su actitud hacia la eucaristía la deja bien expresada cuando en las R.C. manda a los misioneros que enseñen con celo cómo se debe venerar este gran sacramento y qué es lo que de él se debe creer.

El tercer elemento es la caridad. «Si entre vosotros hay alguno que creyese pertenecer a la misión para evangelizar a los pobres y no socorrerlos, para ayudarles en sus necesidades espirituales y no materiales, respondo que nosotros debemos asistirles y hacerles asistir de todas las maneras, por nosotros o por otros. Hacer ésto es evangelizar con palabras y con hechos. Esto es lo más perfecto y también lo que nuestro Señor ha prac­ticado».

Para llevar a cabo la misión evangelizadora, S. Vicente pone en marcha las misiones populares. Él no las ha inventado, pero las da un nuevo vigor. La misión sugiere a S. Vicente nuevas ideas sobre el catecismo, la predicación: nacerá el «pequeño método», «el más excelente, el que produce más honor, convencimiento al espíritu sin todos esos gritos que no hacen más que molestar a los oyentes». Abrirá las casas de los misioneros para los ejercicios espirituales y así el cristiano pueda ser más perfecto en su vocación y llegar a conocerla. Se refor­zará la idea de atender espiritual y científicamente a los sacer­dotes: sin un buen sacerdote el fruto de la misión durará poco. Dará mayor extensión a la obra de las Caridades.

Podemos afirmar que la evangelización, según la entiende S. Vicente, es una «misión » en la cual él, poco a poco, va descubriendo otros elementos, hasta constituir un completo pro­grama de acción pastoral.

Nos preguntamos si el concepto que S. Vicente tiene sobre la evangelización no está expresado de manera más significativa. Creo que sí. Basta recordar lo que él nos dice cuando habla sobre la formación a los sacerdotes: «Evangelizar a los pobres no se entiende solamente enseñar los misterios necesarios para la salvación, sino hacer todas las cosas predichas y figuradas por los profetas, hacer efectivo el evangelio ». El contexto, como ya hemos insinuado, es el de la formación de los sacerdotes, pero nos permite intuir una idea más profunda, es decir, para S. Vicente, evangelizar abarca todo lo necesario para que Dios sea honrado y amado y los pobres se salven plenamente, ad­quieran su dignidad de hijos de Dios. Según Dodin, «el conte­nido de la función de evangelizar a los pobres » se ha enriquecido desde 1625 a 1659. Evangelizar es, por tanto, más que conte­nidos precisos y cauces concretos de pastoral, una «misión y un principio inspirador».

2. Significado de evangelización en la «Evangelii Nuntiandi».

La exhortación de Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, ha su­puesto un hito en la reflexión teológica y pastoral sobre el que­hacer evangelizador.

Ante todo, el Papa dice que hay que evitar reduccionismos. Los elementos que entran en juego, por muy importantes que sean, no deben identificarse con el significado proprio de evan­gelizar. Anunciar a Cristo a quien lo ignora, predicar, catequizar, recibir los sacramentos, no pueden acaparar todo lo que se quiere expresar cuando hablamos de evangelización.

La evangelización busca la renovación del hombre y de la humanidad, llegar a las raíces de las culturas, sin identificarse con ellas. Es realizar aquello de «hago nuevo todas las cosas ». Convertir, desde el interior, la conciencia personal y colectiva de los hombres. Cambiar los criterios de juicio, la escala de valores, los puntos de interés, las líneas del pensamiento, las fuentes de inspiración, los modelos de vida que están en con­traste con la Palabra de Dios y con el designio de la salvación.

Cuando Pablo VI expone los contenidos de la evangeli­zación, nos percatamos de que se acerca más a los contenidos de la misión vicenciana. Efectivamente, el testimonio de vida, predicar a Cristo revelador del Padre en el Espíritu Santo, proclamar la vida, muerte y resurrección del Señor, ofrecer la salvación como gracia y don de la misericordia divinas, exhortar al amor, infundir esperanza, aconsejar la oración y la vida sacramental, respetar los derechos del hombre, de la familia, liberándolos de toda opresión y marginación y promoviéndolos según lo exige la dignidad del hombre y la institución familiar son temas nada extraños a la misión y caridad de S. Vicente.

Proximidad, casi completa, la encontramos cuando la E.N. nos habla de los medios para la evangelización: el ejemplo de vida, la predicación, la catequesis, la liturgia, los medios de comunicación social, los sacramentos, la piedad popular.

En resumen: El Papa Pablo VI se eleva a un plano de reflexión teológica y pastoral, teniendo ante sus ojos los múlti­ples problemas del mundo y de la Iglesia. San Vicente, en cambio, todavía vive en el s. XVII, no se aparta de su plano práctico, el que mejor le va, y tiene delante al grupo de misio­neros evangelizadores que van a ir de parroquia en parroquia, sin olvidarse de aquellos parroquianos campesinos reunidos en la iglesia del lugar en el acto misional.

La CM. está llamada a la evangelización y debe, por tanto, profundizar en la riqueza de la teología de la evangelización y adaptar sus contenidos y métodos.

Quiénes son los pobres a los que la CM. debe evangelizar.

1º. Necesidad de criterios.

San Vicente se planteó de alguna manera la cuestión. Opta por los pobres del campo y deja, por lo que a la misión se refiere, los pobres de la ciudad. Las citas que se pueden aducir son muchas. Me contento con una de 1660. Escribe al P.E. Jolly, superior de la casa de Roma y le dice: «nuestra herencia son los pobres del campo ». Es interesante el contexto de la carta. Habla de las misiones que están predicando el P. Eudes (S. Juan Eudes) y los sacerdotes de las Conferencias de los martes en París y en otras ciudades y con «las bendiciones de Dios ». San Vicente se alegra, pero manifiesta sin ambages que «nuestra herencia son los pobres del campo».

Es cierto que, en cuanto a la caridad, S. Vicente no hace distinciones: No hay miseria que detecte y no acuda a reme­diarla pudiéndolo hacer, pero no así en cuanto a la misión.

La CM. se encuentra ante una normativa concreta. Debe evangelizar a los pobres, pero ¿qué pobres?, porque pobres hay muchos: Pobres en la fe y ricos en bienes de fortuna  ricos de bienes materiales y pobres de espíritu. La misma sociología admite varios criterios: hay pobres porque carecen de los bienes materiales indispensables para el normal desarrollo de la persona o porque carecen de bienes culturales requeridos por la dig­nidad humana. Pero también se admite el criterio de la desi­gualdad, es decir, son pobres porque ante la ley no son iguales. Esta desigualdad puede darse dentro de un contexto de bienes­tar material.

El aspecto subjctivo también cuenta. Hay pobrezas hacia las cuales existe una sensibilidad muy aguda, mientras otras pobrezas están poco menos que olvidadas y no pocas veces el olvido es cultivado por intereses económicos o políticos.

Ya dentro del ámbito de la C.M., nadie ignora que existen obras de cuya identidad vicenciana se puede dudar. Sería un error seguir en la ambigüedad. Las mismas Const. han querido dar una respuesta cara el futuro en el art. 12,1.

20. Algunos criterios.

En el LN se intentó dar algunos criterios. Se decía que por pobres se entendían los que «viven en condiciones menos humanas por motivos económicos, culturales o sociales, teniendo en cuenta las circunstancias del tiempo y lugar ». La idea contrinúa, de alguna manera, en todos los trabajos preparatorios de las asambleas y en los textos aprobados, pero sin que se precise. Muchas provincias, al proponer cómo desean que se formule el fin de la CM., suelen añadir criterios para saber a qué pobre se debe evangelizar. Unas dirán que son los que carecen de asistencia pastoral o social. Otras aluden al abandono espiritual. La CPAG80 no los recoge en los textos que propone.

La Const. actuales abordan el problema y en el art. 12 establecen las características de la obra vicenciana : «Atención a la realidad de la sociedad humana, sobre todo a las causas de la desigualdad en la distribución de la riqueza en el mundo ». No me parece suficiente. Creemos que el pobre al que debe evangelizar la C.M. es el pobre sociológico en el sentido mate­rial, cultural y espiritual.

Otra cuestión es si S. Vicente y la CM. solamente parten de la visión sociológica. Ciertamente no. San Vicente ve al pobre desde la fe, desde la predilección de Dios, desde Cristo encarnado, hecho pobre para redimir a la humanidad y que fue enviado para evangelizar a los pobres. Los ve desde la Iglesia que no es creíble si no evangeliza a los pobres. Las ex­presiones famosas: «Dejar a Dios por Dios » o «hay que volver la medalla » son suficientemente significativas.

La motivación teológica para evangelizar a los pobres ha estado siempre viva en la Compañía, pero éste es otro aspecto distinto del planteado aquí.

Sobre todo los más abandonados.

Los pobres del campo son los preferidos en las R.C. La intención de abandonar esta preferencia y sustituirla por otra: «los más abandonados » aparece ya en el LN. No llega a cuajar en ningún texto normativo hasta las Const. actuales.

La razón de la opción vicenciana por los pobres del campo obedece al hecho del mayor abandono en el que éstos se en­cuentran. Hay una especie de «bloqueo social y apostólico » que les margina del resto social.

Literalmente, el texto de las R.C. no limita de manera exclusiva la evangelización a los pobres del campo, como se establecía en el contrato de fundación de la Compañía y en otros documentos posteriores. En la práctica, la preferencia fue tan grande en favor de la evangelización de los campesinos que las posibilidades dadas por el texto literal apenas si se tenían en cuenta. Sin duda influyó en ello el pensamiento de S. Vi­cente que aún en 1660, como ya hemos dicho, todavía repetía: «Nuestra herencia son los pobres del campo».

La historia de las misiones populares da un balance alta­mente positivo en favor de la evangelización del pueblo cam­pesino. Pero ésto no quiere decir que no se haya misionado en las ciudades.

Las Const. actuales siguen la misma orientación que la que ofrecen las R.C.: establecen un principio general y una prefe­rencia : se puede evangelizar a todos los pobres, «sobre todo a los más abandonados »… La cláusula parece buena porque amplía el campo de trabajo apostólico y responde a un hecho social de gran relieve: el fenómeno del urbanismo y la despo­blación del campo. Grandes masas de campesinos se asientan en las grandes ciudades. Creo que tiene un aspecto negativo: la ampliación del campo de trabajo comporta la dificultad de dar una imagen de la C.M. más clara y precisa en el servicio que puede prestar a la Iglesia. Este peligro puede ser conjurado si las provincias, conscientes de sus limitaciones, reducen sus planes a tenor de sus capacidades, como se insinúa en el art. 15. Con todo, la amplitud del texto constitucional puede ser óbice cuando se trata de juzgar obras y marcar caminos nuevos y más concretos.

Por otra parte, la cláusula: «sobre todo los más pobres » adolece de cierta vaguedad. Sólo se puede interpretarla muy relativamente. Pienso que, más que un criterio objetivo, es un dinamismo que nos empuja hacia los más abandonados en los momentos decisivos de las opciones. San Vicente pronuncia la frase cuando en una conferencia habla del amor a los pobres: «Esta pequeña Compañía procura dedicarse con afecto a servir a los pobres, que son los preferidos de Dios; por eso tenemos motivos para esperar que, por amor hacia ellos, también nos amará a nosotros. Así, pues, hermanos míos, busquemos, incluso, a los más pobres y más abandonados y reconozcamos delante de Dios que son ellos nuestros señores y nuestros amos, y que no somos dignos de rendirles nuestros pequeños servicios ».

¿Qué queda, pues, de la idea de no misionar en las ciuda­des? Legalmente nada. Sin embargo, la razón por la que S. Vicente optó por los pobres del campo sigue en vigor. Si los pobres de la ciudad tenían entonces, objetivamente hablando, medios para salir de su pobreza material y espiritual y los del campo no, la CM. debe estar atenta para ir a aquellos pobres que carecen de los medios necesarios para salir de su pobreza material y espiritual.

3°. Ayudan a la formación de los clérigos y laicos y los llevan a una participación más plena en la evangeli­zación de los pobres.

Es el tercer medio para lograr el fin de la Compañía.

Ayudan a la formación de los clérigos.

«Puede decirse que evangelizar a las pobres no se entiende sólamente enseñar los misterios necesarios pa­ra la salvación, sino hacer todas las cosas predichas por los profetas, hacer efectivo el evangelio. Ya sabéis que antiguamente Dios rechazó a los sacerdotes mancha­dos… y dijo que suscitaría otros… ¿ Por medio de quien cumplió esta promesa?. Por su Hijo nuestro Señor, que ordenó sacerdotes, los instruyó y les dio poder para ordenar a otros. Y ésto para hacer por medio de ellos lo que él hizo durante su vida, para salvar a todas las naciones por medio de las instrucciones y de la admi­nistración de los sacramento».

Desde el momento en el que S. Vicente se decide por ayudar a los eclesiásticos mantiene firme su propósito. La CM., por su parte, ha sido constante en este quehacer a través de su historia, no obstante las crisis habidas por motivos políticos y religiosos. Los textos normativos tampoco han sufrido cambios especiales.

San Vicente habló con frecuencia y con interés a sus misioneros sobre la formación a los clérigos: «Los ordenandos son el mejor y más precioso don que la Iglesia puede poner en nuestras manos ». Como siempre está convencido que la obra viene de Dios y Dios nos ha llamado a ella para que la ejer­zamos «seriamente, con humildad, devoción y constancia como corresponde a la excelencia de la obra».

Los cauces que han servido para prestar la ayuda han sido los retiros espirituales, las conferencias de los martes y los seminarios. La CM. sigue el mismo camino, sin excluir otros medios a tenor de las circunstancias.

La formación vicenciana abarcaba dos aspectos principal­mente: la ciencia y la virtud. No sólo la ciencia, decía S. Vi­cente, sino también la virtud, porque aquella sin ésta no ser­viría para nada o casi nada, sería inútil y hasta peligrosa.

Sea lo que fuere sobre la originalidad de la obra vicenciana en lo que a la formación de los clérigos se refiere, lo cierto es que S. Vicente intenta a llevar a la práctica y lo consigue, las disposiciones del Concilio de Trento y los deseos de los obispos. Es, por lo menos, un buen ejecutor de las disposiciones eclesiales.

El historiador Darricau cree que la formación vicenciana se caracteriza por dos rasgos: el realismo, es decir, da a la Iglesia sacerdotes que saben responder a las necesidades del pueblo cristiano. Para ello, procura dar una formación pastoral adecua­da. La segunda característica es el sentido sobrenatural del sacerdocio. No podemos olvidar que la obra vicenciana se lleva a cabo en un tiempo que urge dar soluciones. Quizás, por no haberse tenido en cuenta esta circunstancia, se ha criticado negativamente la formación dada por S. Vicente a los clérigos: apresurada y antiintelectual.

Es posible que la C.M. haya caído en los mismos defectos y la razón puede estar en haber establecido como fijos, métodos y contenidos de urgencia.

Las Const. no señalan ámbitos en la formación como lo hacen las R.C. Hablan de la formación en general. Lógicamente se debe pensar en una formación completa, propia del sacerdote, según la exige la dignidad sacerdotal y los compromisos pasto- tales que el sacerdote debe aceptar hoy.

La crisis actual sobre la identidad sacerdotal, las diferencias en el modo de ver la formación de los futuros sacerdotes, obligan a la CM., empeñada en esta tarea, a estar muy atenta al desar­rollo de la doctrina sobre el sacerdocio, las exigencias pastorales tan variadas y tan cambiantes, y a las disposiciones de la jerar­quía universal y local quien nos llama a esta tarea. «El mejor servicio que se puede prestar a la Iglesia es dotarla de buenos sacerdotes».

Ayudan a la formación de los laicos

1. Las asociaciones laicales vicencianas.

«Hace unos ochocientos años, poco más o menos, que las mujeres no tienen ningún empleo público en la Iglesia. Antes existieron las diaconisas… Pero, en tiempos de Carlomagno, por un misterioso designio de la divina Providencia, esta costumbre cesó y la condición feme­nina fue privada de todo empleo. Pero he aquí que esa misma divina Providencia se dirige hoy a vosotras para suplir lo que falta en el servicio a los pobres en­fermos…

La Cofradía de la Caridad de Chátillon es la primera obra de caridad organizada por S. Vicente, cuyos miembros eran laicos. La experiencia tuvo un éxito extraordinario. Se multi­plicaron de tal modo que era muy difícil saber el número de las que funcionaban en Francia.

La confraternidad o cofradía tenía una limitación: era parroquial, es decir, su labor no trascendía a los límites de la parroquia. Para superar estas lindes, San Vicente piensa en las Damas de la Caridad. Así puede extender su acción caritativa y salir al encuentro de las nuevas formas de pobreza. De hecho, las Damas ayudan a S. Vicente en su obra de caridad en favor de los galeotes, niños abandonados, misiones extranjeras, regiones devastadas, etc.

Lo principal es que San Vicente ha sabido y conseguido acercar los ricos a los pobres, crear en ellos una conciencia de sus deberes como cristianos hacia los pobres. Ha conseguido, además, superar una mentalidad que hacía de la mujer un ser totalmente pasivo en la Iglesia. Ha conseguido que ellas mues­tren el rostro materno de la Iglesia.

Las Cofradías de la Caridad fueron femeninas y masculinas y mixtas. El mayor éxito lo obtuvo S. Vicente con las Cofradías de las mujeres. Las otras quedaron en la penumbra. El primer ensayo serio de promoción de la mujer después de varios siglos de relegación a papeles meramente pasivos había resultado.

Una obra llama a otras. La atención a las Caridades hace que se descubra una mujer, Luisa de Marillac y que encuentre su vocación, después de muchos años de búsqueda, de dudas e incertidumbres. Santa Luisa va a ser una colaboradora excep­cional de S. Vicente. Va completar su obra desde la sensibilidad femenina. Ambos fundarían la Compañía de las Hijas de la Caridad, al principio auxiliares de las Damas y después, comunidad independiente. Las Hijas de la Caridad vienen defi­nidas en los documentos de fundación como «Cofradía de la Caridad compuesta de jóvenes y viudas provenientes del inundo rural ». Le aprobación Pontificia tic 1668 las reconoce como Comunidad de piadosas mujeres » decididas a vivir en comu­nidad, sin dejar el hábito seglar, pero consagradas por entero al servicio de los pobres enfermos… La CM, recibirá de su fun­dador una nueva misión: Animar espiritualmente y fundar las Caridades, colaborar con las Damas y atender sacerdotalmente a las Hijas de la Caridad.

Acontecimientos posteriores, íntimamente relacionados IOn la CM. harán que otras asociaciones de seglares entren dentro de la esfera apostólica de la Compañía: Las Hijas de María, la Asociación de la Milagrosa, la Archicofradía de la Agonía, y de la SS. Trinidad. Todas subsisten. La asociación de Hijos e Hijas de María está en plena transformación con gran vitalidad en algunas naciones.

A estas agrupaciones de asociaciones de seglares por espíritu e historia ligadas a la CM. hay que añadir las que la Iglesia le confía por razones de apostolado.

De todas ellas se tratará más ampliamente en el art. 24 de las Const.

2. La formación vicenciana a las asociaciones laicales.

La formación impartida por S. Vicente comprendía dos aspectos: el espiritual y el apostólico o pastoral. Las conferencias y los reglamentos dados a estas asociaciones están llenos de dichos contenidos. San Vicente tiene sumo interés de que los miembros de las asociaciones de caridad sean ante todo, buenos cristianos y después que sepan cómo asistir a los pobres. De hecho la vida cristiana florecía entre aquellas señoras de las Caridades. De la Señora Fouquet se decía: «Si, por desgracia, llegara a desa­parecer el evangelio, se encontraría su espíritu y sus máximas en las costumbres y sentimientos de esta Señora. Hacía la piedad tan amable que animaba a todos a dedicarse a ella ».

En cuanto al aspecto pastoral, basta el primer reglamento en donde se conjugan admirablemente la ternura y los detalles del servicio en la cantidad y clase de alimentos que se deben dar al enfermo y en qué hora precisa hay que darlos. Y todo motivado por la caridad (64).

Las Const. hablan sólamente de la formación en general. Es evidente que esta formación genérica supone y comporta todos los elementos necesarios para que sea adecuada y sea, además, un servicio de caridad convincente y creíble. Veremos después cómo el art. 24 será más concreto indicando que la formación debe abarcar lo espiritual, lo apostólico y lo político, entendiendo este término en el sentido etimológico.

La CM. ha seguido la misma línea trazada por S. Vicente. Sin embargo, en los últimos tiempos dos aspectos hay que hacer notar: Uno positivo, es decir, el esfuerzo por poner al día las asociaciones vicencianas laicales según las nuevas orientaciones del Vaticano II contenidas en el decreto sobre el apostolado de los seglares. Otro negativo: la lentitud por conseguir un servicio de caridad convincente dejando a un lado métodos propios de otras épocas.

Las otras asociaciones vicencianas de seglares, cuya finalidad principal es la vida cristiana, tomando como modelo a María, han sido acusadas de un «pietismo » demasiado cerrado en sí mismo, sin proyección apostólica alguna. Quizás la acusación sea un tanto ligera porque desde hace muchos años la preocu­pación por la apertura hacia el apostolado ha sido constante en las orientaciones pontificias y en los programas de las aso­ciaciones.

En el fondo están los problemas generales que han afectado profundamente a todas las asociaciones de seglares en la Iglesia, las cuestiones que se relacionen con la justicia y la caridad, el fenómeno de la secularización e incluso, la crisis de las expre­siones religiosas todas y en especial las marianas.

Los laicos como agentes de evangelización.

La ayuda a la formación de los laicos como parte del tercer medio para lograr el fin de la C.M. no se reduce a la ayuda en la formación de las asociaciones vicencianas laicales, se trata también de la formación de los laicos como agentes de evange­lización. Es más, la intención de la asamblea al introducir este nuevo elemento entre los medios para el logro del fin, era la formación de estos laicos, comprometidos en la tarea de la evan­gelización desde los diferentes servicios que pueden prestar a las comunidades eclesiales en las cuales trabajan y viven su le cris­tiana.

La idea ya se hizo patente en el LN teniendo en cuenta el puesto del laico en la Iglesia. Se introduce en las Const. 68-69 y no se abandona en los documentos posteriores.

Hay un detalle que conviene resaltar y es que, aún en estos documentos, no se piensa en introducir a los laicos dentro del contexto del fin de la CM. En el IL79 algunas provincias lo piden. El DL80 no acepta tal petición. Es la AG80 la que definitivamente la introduce.

Las razones nos parecen obvias: la nueva visión que de la Iglesia nos da el Vaticano II y el puesto y tareas que al laicado se le asignan. Los laicos dejan de ser una parte pasiva para asumir sus responsabilidades en la construcción del reino de Dios y de la ciudad terrena: A los laicos incumben, por vo­cación laical, instaurar el orden social en Cristo, crear la ciudad terrestre según el designio de Dios, haciendo que la injusticia no mine las relaciones humanas, ni las estructuras sociales sean causa de la pobreza. Los movimientos laicales son un hecho vivo en la Iglesia de hoy, hasta el punto de considerarse como uno de los signos de los tiempos eclesiales. Pablo VI, en la E.N. nos dice: «Los seglares, cuya vocación específica los coloca en el corazón del mundo y a la guía de las variadas tareas tem­porales, deben ejercer por lo mismo una forma singular de evangelización. Su tarea inmediata no es la institución y el desar­rollo de la comunidad ecclesial — ésta es función específica de los pastores —, sino el poner en práctica todas las posibilidades cristianas y evangélicas escondidas, pero a su vez ya presentes y activas en las cosas del mundo: política, campo social, economía, cultura, ciencias, artes, vida internacional, comunicación de masas, etc. ».

Quizás el texto de Pablo VI sea excesivamente amplio. Personalmente creo que se incluye en lo que se establece en nuestras Const., pero juzgo que la idea iba dirigida, más que a todas las categorías de laicos, a aquellos que por sus com­promisos trabajan más directamente en las iglesias locales, en la formación y desarrollo de las mismas.

De todo lo dicho no resulta ajeno, según la tradición vicen­ciana, elevar constitucionalmente el compromiso de los laicos y lo que era un ministerio considerarlo, desde ahora, uno de los medios para lograr el fin de la Compañía.

… y los llevan a una participación más plena en la evan­gelización de los pobres.

La finalidad que se pretende en la ayuda que debe la CM. prestar a la formación de los sacerdotes y de los laicos no puede ser distinta que lo que exige el mismo fin de la Congregación.

Nunca se puede prescindir de lo que es el eje de toda actividad apostólica de la CM.: la evangelización de los pobres. En prin­cipio no hace falta decirlo, sin embargo, la experiencia enseña que por injerencias extrañas se cae fácilmente en una formación indiferenciada. No se trata de dar una formación en una única dirección. Se trata de ser fieles a nuestro carisma, a nuestra misión en la Iglesia.

El P.O. hace esta advertencia cuando habla del ministerio de los sacerdotes: «Aunque a todos se deban los presbíteros, sin embargo, consideren a los pobres y los débiles con quienes el Señor se presentó asociado especialmente, y cuya evangelización se da como signo de la obra mesiánica, les estén contados de una manera especial». Lo mismo se puede decir de los laicos como agentes de evangelización en una Iglesia que ha apostado por los pobres y quiere ser llamada Iglesia de los pobres.

La cláusula tiene también el mérito de dar unidad, entron­cando los medios, aparentemente los más alejados, con el FIN de la Congregación de la Misión: Seguir e imitar a evangelizador de los pobres.

 «¡Oh Salvador! ¡Señor mío y Dios mío! Tú has suscitado esta Compañía para la evangelización de los pobres; la has enviado a los pobres y quieres que ella te dé a conocer a ellos como único Dios verdadero y a Jesucristo como enviado tuyo al mundo, para que, por este medio, alcancen la vida eterna. Esto tiene que hacernos preferir esta tarea a todas las ocupaciones y cargos de la tierra y que nos consideren los más felices del mundo. ¡Dios mío! ¡Quién pudiera comprenderlo! Concédenos esta gracia. Amén».

Mitxel Olabuénaga, C.M.

Sacerdote Paúl y Doctor en Historia. Durante muchos años compagina su tarea docente en el Colegio y Escuelas de Tiempo Libre (es Director de Tiempo Libre) con la práctica en campamentos, senderismo, etc… Especialista en Historia de la Congregación de la Misión en España (PP. Paúles) y en Historia de Barakaldo. En ambas cuestiones tiene abundantes publicaciones. Actualmente es profesor de Historia en el Colegio San Vicente de Paúl de Barakaldo.

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