Conceptos clave en Misiones Populares XX: Un proceso que continúa
Podíamos haber titulado mejor un proceso continuo; sólo que al titularlo así, quedaban integrados tanto la preparación como el tiempo fuerte y con este concepto nos referimos más a un tiempo largo que llamamos tiempo de continuidad.
La casa edificada sobre roca, el mensaje que no es flor de un día como la semilla caída entre zarzas, son los valores evangélicos que apoyan la continuidad. Muchas veces se ha hablado de la misión como de una “tormenta de verano”. Pues no. Eso no es la misión. La misión es el grano de mostaza que exige el esfuerzo y el cuidado de los labradores. La Misión es la voluntad de todos, los de dentro, los posibles nuevos y los venidos de fuera, de continuar una obra que no es sólo nuestra, porque es la obra del Espíritu.
Es tarea de los Animadores de la comunidad trabajar y rogar al dueño de la mies, porque el enemigo o la rutina se pueden convertir en la cizaña que no dejan desarrollarse al trigo bueno. Cuando pensamos que la obra es nuestra (de quien sea) por capacitados que seamos o nos sintamos, la obra empieza a ser una empresa nada más que humana. O sea, a la corta o a la larga, un fracaso. Porque, como lo dijo claramente san Pablo: Uno es el que siembra, otro el que siega; pero es Dios quien da el crecimiento.
Pero hay algo más. Una obra de Iglesia que no se institucionaliza de algún modo no tiene garantías de futuro. Una misión sin continuidad será probablemente poco eficaz. Y al hacer esta afirmación tenemos en cuenta las dificultades de la continuidad y la primacía de la gracia…
La continuidad es lo imprescindible; nuestra presencia en ella, relativa. Si es conveniente o necesaria (y sin olvidar que parte del NT surge de esta preocupación de san Pablo de animar la vida de las comunidades que ha misionado), tendremos que intentar luego de la misión ese nuevo esfuerzo respetuoso y humilde.
De nuevo el principio lo ha dejado claro la Iglesia: es el principio de subsidiaridad.
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