Denominación de origen o signos de calidad de la alegría
Desde una perspectiva humana, es nuestra propia actitud interior, la manera de situarnos ante la vida y ante las cosas, la que nos pone en el camino correcto de la alegría.
Cuando nos apegamos a las cosas, no somos nosotros los que las poseemos, sino que son ellas las que nos poseen a nosotros. Surge el deseo de liberación interior…
La alegría permanente que da sentido a nuestra vida está dentro de nosotros mismos, en la liberación interior de las cosas…
Desde una perspectiva cristiana, todo lo que nos ofrece la vida, la vida misma, hasta la enfermedad y las limitaciones propias, constituyen un don, un regalo: “Para los que aman a Dios todas las cosa aprovechan para el bien” (Rom.8,28).
El don que hay disfrutarlo, respetando la intención del donante, como manifestación de la presencia de Dios en las cosas, con sentido de gratuidad y de gratitud, sin traspasar nunca los límites y la orientación para los que se nos ha dado.
Apropiarnos de lo que se nos da gratuitamente es una usurpación: “Lo que habéis recibido gratuitamente dadlo gratis” (cf. Mt.10, 8)
Nadie más infeliz que el egoísta que solo piensa en sí mismo y se apropia de todo lo que le rodea. Nadie más pletórico de alegría que el que disfruta de la vida como regalo que reparte a manos llenas a los de su entorno, sin pensar en sí mismo.
No hacen falta muchas cosas para disfrutar plenamente de la alegría de vivir… Lo que conduce a la plenitud de la alegría es el equilibrio entre lo que se tiene y lo que se desea; gozar sencillamente del momento actual, sin pensar ni en el ayer ni en el mañana; tener siempre abierta la puerta del corazón y de los sentimientos hacia los demás; ver las cosas y los acontecim¡entos como un regalo que se me da, día a día, para crecer como persona y hacer felices a los demás; la coherencia interna entre lo que pienso y lo que hago; mantener la calma y la serenidad interior ante el aparente fracaso o desdicha…
Todos estos son los signos de autenticidad o de “denominación de origen” de la alegría, que nada ni nadie podrá arrebatarnos…
El manantial de la alegría.
No existe en esta tierra nuestra, ninguna fuente de donde mane la alegría, ni ningún lugar donde esté garantizada la alegría de vivir.
Es el propio corazón, el que puede ser centro de referencia de una alegría de calidad…
Los sentimientos del corazón son inestables y frágiles en sí mismos. Pero nos referimos aquí a ese impulso vital nacido del convencimiento subconsciente que nos hace sentirnos seguros más allá del razonamiento de nuestra propia razón:
También vale aquí, quizá, el pensamiento de Pascal: “Hay razones del corazón que la razón no comprende”.
La experiencia nos dice que todos los razonamientos de los sabios de este mundo se tambalean ante la incertidumbre del devenir humano, ante tantos misterios de la vida que la limitada razón humana no sabe descifrar…
Solo se mantienen firmes los convencimientos y decisiones nacidas de lo más profundo del ser, que es la propia conciencia, enriquecida por la inteligencia y el sentido de Dios.
Estos tres elementos pueden estar distorsionados o desequilibrados entre sí; es la combinación equilibrada de estos tres elementos, en proceso permanente de revisión y de búsqueda de la verdad, la que produce los convencimientos profundos que nos hace sentir la coherencia de nuestras decisiones y la alegría profunda de vivir…Los santos y los místicos son los que mejor han percibido, experimentalmente, la profundidad del corazón humano: “Nos has hecho, Señor para Ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descanse en Ti” (San Agustín). “Nada te turbe, nada te espante, quien a Dios tiene nada le falta, Solo Dios basta”. (Santa Teresa).
Las piedras del camino.
Vivir la alegría permanente es un camino difícil, lleno de escollos: es un don de Dios al que hay que predisponerse y buscar insistentemente.
Una de las dificultades principales es el carácter o tendencias depresivas que nos llevan a altibajos de ánimo, a verlo todo negro… Se necesita en estos casos terapias especiales: ejercicios de autoestima; dosis de confianza en la voluntad de Dios; selección de lecturas apacibles; persuadirse de que Dios está detrás de cada acontecimiento: “Para los que creen en Dios, todo aprovecha para el bien”, texto ya citado de S. Pablo
Están después las dificultades exteriores a nosotros: el sufrimiento propio o ajeno; el rechazo de las personas, las dificultades de la vida… Dos tipos de soluciones: actitud estoica y actitud creyente. Debemos afincarnos en esta segunda línea: apoyados en la fe y en la confianza en Dios, ver el lado positivo de las cosas; ni el dolor ni el sufrimiento son buenos en sí mismos, pero pueden ser expresión de amor; también es una manera de acompañar a Cristo sufriente por nosotros; es como una semilla de vida nueva, símbolo de Cristo que muere y recobra su vida por nosotros…
Cristo es la aurora boreal de la alegría.
Aurora boreal es ese fenómeno singular, espectacular, de luz difusa multicolor que se produce cuando una inyección de masa solar choca con los polos norte y sur.
Cristo es la aurora boreal de los creyentes, a lo largo de la historia, porque ellos han transformado la masa oscura de su humanidad en haces de luz multicolor según sus carismas respectivos.
En contacto con Cristo, han transformado su debilidad en fuerza inquebrantable; su pobreza, en riqueza; su ignorancia, en sabiduría; su dolor y su sufrimiento, en fuente inagotable de alegría…
Ellos han hecho creíble la frase lapidaria de San Pablo (cf. 1Cor, 1,25) “La ignorancia de Dios es más sabia que la sabiduría de los sabios; la debilidad de Dios es más fuerte que el poder de los potentados”. Sus vidas han sido totalmente transformadas por Cristo, sin perder su condición humana.
Han saboreado todos los avatares adversos de la vida, pero proclaman impertérritos con San Pablo: “Nada ni nadie nos separará del amor de Cristo”. (cf. Rom.8,35ss). “Para mi vivir es Cristo y morir me parece ganancia” (Filp.1, 21) Para ellos el dolor y la misma muerte se convierten en fuentes inagotables de alegría.
Para ellos el sufrimiento y la muerte ya no son un sinsentido, un mal absoluto: “La muerte ha sido vencida y ha dado paso a la vida” (cf. 1Cor. 15,53-54). A partir de ahora solo queda lugar para la Alegría y la Esperanza. Cristo es nuestra Aurora Boreal.
La Alegría es para compartir.
Desde tiempo inmemorial hay un principio aceptado universalmente: “El bien hay que compartirlo, proclamarlo, extenderlo…” (Bonum es sui diffusivum…).
“La alegría compartida es más alegría, el dolor compartido es menos dolor”. Esta afirmación es un proverbio universalmente aceptado, desde la experiencia vital.
El mismo filósofo agnóstico (Kierkegard) deja entrever esta idea en alguno de sus escritos: “Si los cristianos viviesen como redimidos (alusión a vivir en estado permanente de alegría) sería más fácil creer en el Redentor”. “Un santo triste es un triste santo” (Sta Teresa). “Lo contrario de un cristiano es una persona triste” (Bernanós)
Testimonio del Papa Francisco: “no tener cara de cuaresma o de vinagre etc.”
Es una contradicción flagrante llamarse cristiano y no vivir en estado permanente de alegría, no contagiar la alegría a los demás donde quiera que vayamos.
Se trata de una alegría profunda que nace de la coherencia de vida, de principios profundos, de la seguridad del amor de Dios y de la confianza inquebrantable que tenemos en Él…
Esta alegría profunda se manifiesta en personas de personalidad definida, seguras de sí mismas, afincadas en principios vitales sólidos, serenas en la adversidad y en la bonanza, sencillas, humildes, amables, acogedoras, disponibles incondicionalmente a tender la mano a cualquiera que lo necesite, fáciles para disculpar los fallos de los demás y para olvidar los agravios, s¡empre con la sonrisa profunda que emana de un corazón limpio, a flor de labios…
Nada tiene que ver esta alegría con la falsedad, la pusilanimidad ni con la actitud evasiva de la realidad. Tampoco con las caricaturas de las sonrisas publicitarias de las personas famosas.
Esta alegría profunda emana como río de aguas cristalinas de la coherencia interna de la persona, del sistema de valores profundos que da sentido a la vida; de la seguridad en sí mismo, apoyada en la fe en un Dios que me aúpa sobre mí mismo, que inaugura la Vida nueva en Cristo Resucitado, que me garantiza que el dolor, el sufrimiento y la muerte misma no tienen la última palabra…
La alegría que emana de estas actitudes es contagiosa por sí misma, sin alardes ni publicidad, suave y sinuosa; penetra las entrañas del alma y seduce a los más duros y reticentes…
Esta alegría es también evangelizadora, constituye el argumento más convincente para los que buscan la verdad y el bien, según el testimonio de la “Evangeli Nunciandi” de Pablo VI y del Papa Francisco en la “Evangeli Gaudium”… Así que nos toca evangelizar a través de nuestra alegría…
Félix Villafranca, C.M.
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