FORMACIÓN PERMANENTE: Ficha II
FICHA 2ª: “Revestirse del espíritu de Jesucristo” en el pensamiento de san Vicente
Erminio Antonello,
Para san Vicente el tema cristológico de la adhesión a Cristo expresa el corazón de la vocación misionera y caritativa del sacerdote misionero. El encuentro y la relación con Cristo constituyen el perno central, “la regla”. Las reglas comunes trazan las líneas de un proceso educativo que conduce a conformarse a la humanidad de Cristo y que san Vicente resume en la expresión “revestirse de Cristo”.
1. La metáfora del vestido en el lenguaje de las Escrituras
El vestido para nuestra cultura es simplemente un medio para protegerse del frío, un adorno para el cuerpo o un medio expresivo. No sucede lo mismo en la literatura bíblica. El vestido es un símbolo, no sólo un instrumento. Aplicado a lo divino, expresa ir hacia un contacto con Dios.
Cuando se habla de “revestirse de Cristo” no estamos frente a simples imágenes de efecto pintoresco, sino que nos encontramos dentro de una experiencia simbólica que manifiesta la religiosidad del creyente que se une enteramente Cristo. La relación con Él no se puede quedar a nivel de simple acerca¬miento, sino que hace parte de su misma persona: la cubre, la transforma, la define, la reviste. Pero no en sentido gnóstico o docético, como simple “revestimiento exterior”, sino en el sentido pleno que el término “revestirse” tiene en su significado tradicional y bíblico.
2. Revestirse de Cristo
La metáfora del vestido remite, como hemos visto, a una relación de intimidad con lo divino. San Vicente anota que antes de ser no¬sotros quienes nos “revestimos de Cristo”, es Él quien se reviste de nuestra humanidad. Él nos precede y crea así una condición de reciprocidad: el creyente se encuentra previamente involucrado en la historia con la cual Dios se une por amor a nuestra humanidad. El revestirse de Cristo, por tanto, indica un proceso de asimilación y una intimidad profunda con Jesucristo. Este es un tema central y recurrente en el pensamiento de san Vicente.
Cuando un misionero actúa en comunión con Cristo, animado por su Espíritu, no obra él solo. Su actividad toma energía de la gracia, sin la cual la evangelización y la caridad serían simples actividades del hombre y no acciones sobrenaturales y divinas. De aquí que el verdadero empeño espiritual del misionero esté en dejarse llenar por Cristo, permitiendo que Espíritu Santo transcriba libremente los ras¬gos humanos trazados en las máximas evangélicas.
3. Un texto significativo
El texto de mayor significado al respecto, es la recomendación hecha por san Vicente a Antonio Durand, un joven misionero de sólo veintisiete años y designado superior del seminario de Agde. “Ciertamente, padre, en todo esto (la dirección de las almas y la educación del clero) no hay nada humano: no es obra de un hombre, sino obra de Dios. Es la continuación de la obra de Jesucristo y, por tanto, el esfuerzo humano, lo único que puede hacer aquí es estropearlo todo, si Dios no pone su mano. No, padre, ni la filosofía, ni la teología, ni los discursos logran nada en las almas; es preciso que Jesucristo trabaje con nosotros, o nosotros con él; que obremos en él, y él en nosotros; que hablemos como él y con su espíritu, lo mismo que él estaba en su Padre y predicaba la doctrina que le había enseñado: tal es el lenguaje de la Escritura.
4. Entrar en relación con Cristo, mediante la oración, fuente de la Misión
En la asimilación del espíritu de Cristo habíamos encontrado la llamada a la centralidad de la oración. En la oración de hecho, el misionero, poniendo la atención del corazón sobre los misterios de la vida de Jesús, queda conmovido por la benevolente gratuidad de Dios hacia la criatura y se hace receptivo de su gracia.
De este modo se da un intercambio entre nosotros y Jesús, gracias al cual nos revestimos de Él, dejando que Él penetre en nosotros. Nuestros pensamientos ahora serán sus pensamientos. Nuestras actividades y nuestros afectos serán iluminados y transfigurados por Él y en Él. De hecho aquello que nosotros pensamos, o decimos, o hacemos no es más que un “pequeño fuego”, mientras que allá donde está el Espíritu de Nuestro Señor todo se convierte en esplendor, que no sólo ilumina sino que también fecunda y transforma.
El empeño de asimilación de Cristo en la oración encuentra su éxito pleno en la nueva autoconciencia del misionero, que aprende a vivir en la referencia a Cristo según la expresión de Gal 2,20 tan querida por san Vicente: ya no soy yo quien vive, sino que Cristo vive en mí.
5. El amor al Padre: contenido del espíritu de Cristo
La figura del misionero, entonces, asume la figura del discípulo de Cristo, cuya identidad consiste en estar en armonía con Cristo de modo existencial. En el pensamiento de san Vicente esta fórmula es muy simple: podemos actuar como Jesús si entramos en su espíritu. Pero aun no se ha dicho todo, pues se trata de comprender en qué consiste el espíritu de Cristo. Por eso Jesús, en su vida terrena, evidencia continuamente que lo humano se realiza plenamente en el desarrollo de una relación de libre dependencia con la paternidad de Dios. Hay que decir que, en su predicación, Jesús quiere siempre mostrar que el hombre se realiza a través de una relación de religiosidad con la fuente del ser. Una relación que no puede ser de temor, sino de amor, es decir de pertenencia que no oprime, sino que libera. Es el amor el que une a Jesús al Padre, y nosotros somos llevados a entrar en este amor de Dios Padre, que como dice san Vicente no abandona ni siquiera a un animalito microscópico
Con que, “revestirse de Jesús” significa hacer nuestra humanidad semejante a la suya, viviendo en conformidad al Padre en una amo¬rosa dependencia. En la pertenencia apasionada al Padre, en efecto, Jesús muestra también la íntima dignidad del hombre. Porque si el ser humano está custodiado por la relación de amor con la cual el Padre lo ama, su persona estará fundada y vivirá en un comporta¬miento de profundo y conmovido reconocimiento. Sabrá reconocer en todo lo que le suceda, un signo del amor de Dios y, sobre todo, sabrá indicar este amor a los pobres en su misión.
6. Asimilación del espíritu de Jesús en la práctica de las virtudes
La asimilación a la humanidad de Cristo, toda conforme al Padre, no llega sólo a través de la contemplación y la oración, sino también a través de la práctica de las virtudes que Jesús ha mostrado en su humanidad.
Este es un aspecto característico de la orientación concreta de la doctrina de san Vicente. Las virtudes evangélicas son las operaciones que Jesús realiza y que el misionero está llamado a hacer suyas, de modo que de la unidad con Cristo consiga actuar como Cristo. La imitación es una consecuencia del haber personalizado la interioridad con Jesús. Para que el misionero viva del recuerdo y de la compañía de Cristo es necesario, ante todo, que se desnude de sí mismo. Este pensamiento en san Vicente es perentorio. Si no se da el vacío de sí mismo, Dios no puede entrar en el hombre. Pero el motivo para vaciarse de sí mismo no es de naturaleza ascética, sino de naturaleza Cristológica y esto trae su razón de ser del hecho de que el Hijo al venir al mundo entró en una condición de kenosis, renunciando a la propia condición divina. Este es el modo de ser sobre el cual el hombre está llamado a modelarse. La entrada del Verbo eterno de Dios en la fragilidad humana, en la temporalidad, y por consiguiente en la decadencia y en el morir, lleva al creyente a comprender que el primer paso a dar es imitar al Señor en este abajamiento. Si no entra en tal situación, el hombre puede ilusionarse con poder estar de frente Dios, en condiciones de igualdad, a la manera farisaica, mientras que en verdad le debe todo a Él. No era necesario que Jesús escogiera la forma humana de la humillación para venir al mundo; si la escoge y la práctica, es para marcar al hombre el camino para entrar en relación con Dios. Esta llega, no por el esfuerzo y el empeño ascético que ilusiona al hombre con poder colocarse de igual a igual frente Dios, sino por la condición de quien se ofrece con su propia pobreza al amor de aquel Padre que ha dado a su propio Hijo por nosotros. De aquí la importancia, en el pensamiento de san Vicente, de participar en la acción del Espíritu que nos reviste de Cristo mediante la virtud de la humildad, considerada por Él cómo el centro de todas las virtudes. … la humildad, hermanos míos, ¿por qué no la ponemos también nosotros entre las primeras, e incluso la primera de todas, en nuestro corazón y en nuestros exámenes, sabiendo que es el fundamento de todas las demás virtu¬des?
La conciencia serena de la propia pobreza y el coraje de imitar a Jesús en las humillaciones de la vida atrae la gracia de Dios, como los valles “que atraen sobre ellos mismos todo el agua de las montañas. Hay que ser conscientes de esta condición: “Somos unos mendigos; portémonos ante Dios como tales; somos pobres y ruines, necesitamos de Dios para todo. Es necesario estar de frente a Dios “como un pobre que descubre sus llagas y que, de esta manera, excita más a los que pasan por delante para que le den una limosna que si se rompiera la cabeza a fuerza de convencerles de su necesidad. La conciencia de la propia pobreza es la llave que abre el corazón de Dios. Es la condición evangélica que pone Jesús a los adultos que quieran entrar en el Reino: les pide “asumir — como observa H.U. Von Baltasar — una total disponibilidad para recibir como la de los niños, cuya situación es la de aquellos a quienes se da por amor.
La humildad es, pues, un estado que predispone a la realización de la unión con Cristo. Pero ésta pide aún ser un poco duro consigo mismo. A éste respecto san Vicente observa que para llevarla a cabo es necesario pasar a través de la aceptación de la humillación. Y por lo mismo, es necesario unir la mortificación a la humildad. El hombre lleva consigo las pasiones que lo llevan a poner su propio yo en el centro de sus sentimientos, de su propio pensamiento y de sus acciones. Para realizar la unión con Cristo es necesario entregarse a las virtudes que obran el abajamiento dicho: la mortificación, el des-censo, la humillación. San Vicente habla de esto muchas veces, pero con particular fuerza en la conferencia sobre la mortificación.
7. Conclusión
La abundancia de textos citados muestra que la metáfora del “revestirse de Cristo” lleva a una singular concentración cristológica en el pensamiento y en la práctica espiritual de san Vicente. Y esto trae a primer plano, en una correcta hermenéutica de su pensamiento, la exigencia de la fe en Cristo como energía que mueve al misionero en la misión y en la caridad.
La referencia tan insistente a la fe, obliga a renunciar a una interpretación débil de la relación con Cristo, como si se tratara simplemente de reproducir una copia. Para san Vicente, en cambio, la relación con Cristo es principio de personalización de lo humano por parte del misionero, mediante la acción sobrenatural del Espíritu. Tal referencia llega a poner la mirada de la interpretación en el orden ontológico como fundamento, al que el orden moral del actuar debe someterse y obedecer.
Todo esto introduce a una crítica del pensamiento de nuestro tiempo posicionado sobre la idea de que el hacer lleva en sí mismo la garantía de la propia eficacia. Sin la fe ni siquiera la caridad tendría la fuente adecuada: la caridad, de hecho, si no nace de la referencia a Cristo sería sólo una acción buena, laudable, objeto de admiración, pero difícilmente tendría la fuerza de ser principio de vida. A éste punto vale la pena invocar la fórmula que ha tenido tanto éxito en el ámbito cristiano: “Sólo el amor es creíble. La fórmula no es resolutiva. Es sólo introductiva. Expresa la ineficacia de todo aquello que queda fuera del amor, pero no puede garantizar la eficacia del amor. La caridad hacia los hermanos debe ir acompañada del amor de Cristo, de lo contrario se seca. Igualmente es necesario tener fe en Cristo para poder reproducir su amor en la evangelización de los pobres.
PARA LA LECTURA y DEBATE
1) Comparte: “Él no se puede quedar a nivel de simple acerca¬miento, sino que hace parte de su misma persona: la cubre, la trans¬forma, la define, la reviste”.
2) Opina: “Ni la filosofía, ni la teología, ni los discursos logran nada en las almas; es preciso que Jesucristo trabaje con nosotros, o nosotros con él; que obremos en él, y él en nosotros; que hablemos como él y con su espíritu”.
3) Reflexiona: “La práctica de la oración en nuestras comunidades”.
4) Opina: ¿semejanza o seguimiento?: “Revestirse de Jesús” significa hacer nuestra humanidad semejante a la suya, viviendo en conformidad al Padre en una amorosa dependencia”.
5) Comparte: Las cinco virtudes y la incidencia de la humildad
6) Critica: “La caridad hacia los hermanos debe ir acompañada del amor de Cristo, de lo contrario se seca. Igualmente es necesario tener fe en Cristo para poder reproducir su amor en la evangelización de los pobres”.
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