Formación Permanente: Tema 3º

asdFieles a San Vicente (Miguel Pérez Flores)

1) La fidelidad que el art. 1 de las Constituciones pide a los misioneros abar­ca todo aquello que san Vicente, hombre, santo y fundador, ofrece: vida, doctrina, instituciones y obras para seguir a Cristo evangelizador de los pobres, es decir, su espíritu. El camino de san Vicente hacia Cristo es el camino del misionero. Un camino no exento de tentaciones de las que salió purificado.

2) Los biógrafos mencionan como tentaciones graves de san Vicente la «acusación de ladrón» por parte del juez de Sore, el proyecto de la «honesta re­tirada» y las dudas «contra la fe» para salvar al célebre doctor. La reflexión sobre ciertos acontecimientos de la vida de san Vicente y la lectura atenta de sus escritos permiten intuir otras tentaciones. El P. Dodin habla de la ten­tación del orgullo juvenil, de la ambición y la tentación de la curiosi­dad por la que, según el mismo san Vicente, fue acosado. Las tentaciones que pudieron ser más definitivas, si hubiera sucumbido, fueron la de la ambición por una parte, y la de la «honesta retirada», por otra.

1ª. La ambición. ¿Qué hubiera sucedido si san Vicente, por salir de una situación de pobreza familiar, se hubiera dejado llevar de la ambición de beneficios eclesiásticos, de prebendas y episcopados? Quizás hubiera escalado puestos y logrado vivir desahogadamente, pero se hubiera perdi­do el san Vicente de Paúl que ahora veneramos y admiramos, hubiera dado al traste con su verdadera vocación. Su experiencia le inspiró este anatema: ¡Desgraciado sí, desgraciado el misionero que quiera apegarse a los bie­nes perecederos de esta vida! Pues se verá apresado por ellos, clavado por estas espinas y atado por las ligaduras…!

2ª. «La honesta retirada». San Vicente habló de ella en la carta que escri­bió a su madre el 17 de febrero de 1610. Los éxitos, así como los fracasos, pueden doblegar al hombre, hacerle que abandone las as­piraciones de ir a más y se contente con lo que ya considera suficiente. ¿No es esta relativa comodidad la causa de la pereza de muchos hombres del estado eclesiástico y la que corta toda aspiración y capacidad en concebir grandes y santos ideales por el servicio de Dios?

3) San Vicente estuvo dotado de grandes cualidades, no obstante alguna de sus afirmaciones: Yo soy un ignorante, un estudiante de cuarto. Su vida es la mejor prueba de sus dotes. Tampoco careció de defectos. En la primera mitad de su vida, manifestó ser, como ya dijimos, ambicioso y orgulloso. Con la gracia de Dios y el propio esfuerzo, san Vicente tradujo los aspec­tos negativos o ambivalentes de su carácter en valores netamente positivos.

4) Coste nos da un resumen de las cualidades humanas de san Vicente: Hombre de acción y, como tal, activo, dotado de espíritu de iniciativa, audaz, organizador, prudente, sensato, desinteresado, paciente y tenaz. Ponemos de relieve los siguientes:

– El egoísmo que se detecta en los años jóvenes de Vicente se convirtió en una sensibilidad especial ante las necesidades de las personas, especialmente de los pobres. Sus obras apostólicas, su abundante correspondencia y el tono de ella son una muestra de la atención que el santo prestó a los problemas y a las situaciones de las personas. No escatimó tiempo para ello, aunque tuviera que quitar horas al descanso: Le escribí ayer por la noche, durmiéndome. Tuvo prisas por contestar

– A la sensibilidad, hay que añadir la apertura ante los problemas de la Iglesia y de la sociedad. Vicente de Paúl fue un hombre con los ojos abiertos a lo que sucedía. Debido a su sensibilidad y apertura se suscitó en él la idea de las fundaciones, la disponibilidad para colaborar a la solución de los múltiples pro­blemas del Estado y de la Iglesia. El doble título de «santo de la caridad» que le ha dado la Iglesia y de «benefactor de la patria» que le dieron sus ciudadanos, es un modo de reconocer su sensibilidad y su apertura ante los problemas y el esfuerzo para resolverlos.

– San Vicente fue un hombre muy trabajador. Dios le concedió el don de una longevidad lúcida. Tuvo tiempo de hacer muchas cosas. Pero no fue cuestión de longevidad. Supo aprovechar bien el tiempo. Las razones que san Vicente tuvo para trabajar son de orden práctico: ganar el sustento, no estar ocioso, mortificar la concupiscencia y socorrer a los otros. Fue, en este sentido, duro con los perezosos, humanamente no los aguantaba. Era del parecer de que un sacerdote debe tener más trabajo del que puede hacer. En las Reglas Comunes, estableció que el misionero debe estar siempre útilmente ocupado y evitar la ociosidad, madrastra de las virtudes. El lema del misionero debe ser: Totum opus nostrum in operatione con­sistit, que se puede traducir del modo siguiente: lo nuestro es trabajar.

– A la cualidad humana de ser hombre organizador se añadió la expe­riencia. En Chátillon vio que la caridad no organizada no resolvía el problema de aquella familia pobre. Surgió la idea de la Cofradía de la Caridad para hon­rar a Cristo en la persona de los pobres, sirviéndolos corporal y espiritualmente. La inspiración, la llamada, la interpelación pueden surgir cuando me­nos se piensa. Si después no sigue la reflexión, el discernimiento y la organiza­ción, se corre el riesgo de anular el don. Gracias a la organización, se establecen las metas, los métodos, las etapas y las evaluaciones, se hallan los colaboradores y se consiguen los recursos.

5) La diversidad de personas con las cuales san Vicente se relacionó oral­mente o por escrito durante su larga vida fue amplísima. Se calcula que escribió y dictó unas treinta mil cartas desde 1607 hasta 1660. Trató a toda clase de personas, desde el campesino -que apenas si tenía rostro humano de tanto mirar encorvado hacia la tierra-, hasta el papa, el rey y la reina, cardenales, nuncios, obispos, sacerdotes de prestigio o simples curas de aldea, misioneros y hermanos, hombres de estado, parlamentarios, gentes de leyes, del ejército, grandes damas de la corte, jóvenes aldeanas, pobres, galeotes, dementes, etc. Lo mismo podemos decir de la variedad de asuntos que trata: se vio obligado a pleitear, a manejar leyes civiles y eclesiásticas. Fue Superior de las comunidades por él fundadas y de otras que se le confiaron, etc. Con todas estas personas, en todos estos campos, san Vi­cente se desenvolvió con soltura y tuvo una palabra que decir o un consejo que dar.

6) De sus relaciones, orales o escritas, merecen destacarse las siguientes facetas: fue respetuoso (no ofendió voluntariamente a nadie. En todos sus escritos, no encon­tramos ofensa a nadie, aunque sus interlocutores no pensasen como él, ni sintoni­zasen con su modo de ser –Mazarino-), pacífico (amante de la concordia y de la paz. Buscó la unión y la cola­boración para conseguir los fines que consideró un bien para todos), agradecido (el mismo santo confiesa tener dos buenas cualida­des: el agradecimiento y el alabar el bien allí en donde lo ha encontrado: Tengo dos cosas en mí que no puedo menos de alabar: el bien y el ser agradecido. El éxito de sus amistades estaba en su agradecimiento), magnánimo (todo lo anterior supone la grandeza de alma, el don de la magnani­midad, el que sitúa a la persona ante grandes horizontes y ante los grandes inte­reses de la gloria de Dios, de la Iglesia, de la sociedad, de los pobres y evita que el alma quede sofocada por la envidia) y responsable (tomó en serio lo que emprendió hasta recibir la impresión de un versado profesional. No es que tuviera todas las cualidades y en todos los campos, pero supo reflexionar, consultar, discernir, organizar, corregir y no desistir, si el asunto llevaba signos claros de que Dios lo quería).

7) Tomó en serio lo que emprendió hasta recibir la impresión de un versado profesional. No es que tuviera todas las cualidades y en todos los campos, pero supo reflexionar, consultar, discernir, organizar, corregir y no desistir, si el asunto llevaba signos claros de que Dios lo quería. Firmes en el fin y flexibles en los medios, según la máxima de san Francisco de Sales, y usar medios divinos para las cosas de Dios, y el sentir en todo según el sentido y el pensar de Cristo, como dejó escrito en las Reglas Comunes de los misioneros.

8) El valor de san Vicente, modelo del vicenciano, sacerdote o laico, está, no tanto en lo que fue y dijo, sino en lo que le dice hoy. Por eso es importante leer a san Vicente y meditar sobre sus virtudes, desde la sensibilidad espiritual actual. Entre las actitudes, fruto de la vivencia de las virtudes teologales, señalo las siguientes: arraigo en Dios (desde aquí hay que explicar todo su comportamiento hacia Dios y hacia los pobres. Es conocida la frase de H. Bremond: No fueron los pobres los que lo llevaron a Dios, fue Dios el que lo llevó a los pobres»), continuador de la misión de Cristo (muchas veces repi­tió que los misioneros eran continuadores de la misión de Cristo. El vigor de esta convicción hace que Cristo sea el punto de referencia definitivo. Primero, la persona de Cristo, después, hacia la misión de Cristo evangelizador de los pobres), servidor de los pobres (no es posible pensar en la misión de Cristo sin pensar en los pobres: He sido enviado a evangelizar a los pobres. Tampoco es posible pensar en la misión de san Vicente, sin pensar en los pobres. Al considerar a los pobres como Maestros y Señores, los convirtió en libros abiertos. La visión que san Vicente tuvo de los pobres suscitó en él los sentimien­tos más nobles del corazón humano, como son la compasión, la cordialidad, la dulzura, el respeto y hasta la veneración) y amor a la Iglesia (fue un verdadero «ecle­siástico», no sólo por el hecho de ser sacerdote y estar dentro del llamado estado eclesiástico, sino por su amor a la Iglesia y su compromiso con ella. Es fácil intuir que el amor a la Iglesia influyó en el comportamiento espiritual y apostólico de san Vicente.

9) El sentido vicenciano de Iglesia hay que verlo principalmente, no exclu­sivamente, en la atención evangelizadora al pueblo (misiones populares) y en la formación espiritual (ejercicios a los ordenandos, conferencias de los martes) y pastoral de los sacerdotes (Seminarios y pequeño método). La primera experien­cia de Iglesia que le afectó profundamente fue predicando la misión en Montmi­rail, cuando el hugonote manifestó que no podía creer que la Iglesia estuviera guiada por el Espíritu Santo, cuando no atendía a los pobres.

10) San Vicente sufrió a causa de los males de la Iglesia. Se lamentó ante la extensión que iba logrando el jansenismo. Escribiendo al P. Dehorgny le dijo: ¡Qué no hemos de hacer por salvar a la esposa de Cristo! (III, 165). Temió por el futuro de la Iglesia en Europa. Al mismo P. Dehorgny le dijo: Tengo mucho miedo de que Dios permita la aniquilación de la Iglesia en Europa, por culpa de nuestras costumbres corrompidas, de tantas y tan diversas opiniones que vemos surgir por todas partes y del escaso progreso que realizan los que se esfuerzan por remediar todos estos males.

– La obra reformadora, que desarrolló san Vicente desde el Consejo de Conciencia, ha permitido decir a más de un historiador que la Iglesia de Francia estuvo en sus manos. Se comprometió responsablemente en la elección de los obispos, abades, canónigos, etc. y en la reforma de las Órdenes religiosas. La formación de los sacerdotes tenía como fin el dar buenos ministros a la Iglesia, porque la iglesia necesita hombres evangélicos que trabajen y porque los malos sacerdotes son sus peores enemigos. Al contrario, con la formación de buenos sacerdotes es como se llega a hacer efectivo el Evangelio.

– De su amor a la Iglesia, surgió en san Vicente el proyecto de ir a las misiones ad gentes: Le confieso que siento un gran afecto y devoción, según creo, a la propagación de la Iglesia en los países infieles. ¿Quién sería capaz de decir que Dios no nos llama ahora a Persia? No hay que deducirlo del hecho de que no estén llenas nuestras casas: no siempre las que están con más gente dan más fruto. La obra misionera de Madagascar fue mimada por san Vicen­te. No se arredró ante las dificultades: ¿Será posible que seamos tan cobardes de corazón y tan poco hombres que abandonemos esta viña del Señor, a la que nos ha llamado su divina Majestad solamente porque han muerto allí cuatro o cinco o seis personas?…¡Bonita Compañía sería la de la Misión si, por haber tenido cinco o seis bajas, abandonase la obra de Dios!

11) A los aspectos antes dichos, hay que añadir el respeto de san Vicente a la jerarquía de la Iglesia, el amor al papa, la obediencia a los obispos, la aten­ción a los párrocos, el espíritu de colaboración y la aceptación del magisterio de la Iglesia, no obstante que no siempre iba conforme con su expe­riencia: Hay que respetar las órdenes del Concilio como venidas del Espíritu Santo. Sin embargo, la experiencia hace ver que la forma cómo se lleva a cabo respecto de la edad de los seminaristas no da buenos resultados. Al Dean de Senlis le escribió diciendo: Si espera que Dios le mande un ángel del cielo para iluminarlo mejor, no lo hará; lo ha enviado a la Iglesia, y la Iglesia reunida en Trento lo envía a la Santa Sede en el asunto de que se trata…

Mitxel Olabuénaga, C.M.

Sacerdote Paúl y Doctor en Historia. Durante muchos años compagina su tarea docente en el Colegio y Escuelas de Tiempo Libre (es Director de Tiempo Libre) con la práctica en campamentos, senderismo, etc… Especialista en Historia de la Congregación de la Misión en España (PP. Paúles) y en Historia de Barakaldo. En ambas cuestiones tiene abundantes publicaciones. Actualmente es profesor de Historia en el Colegio San Vicente de Paúl de Barakaldo.

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