La Misión Vicenciana: Interrogantes
¿Es la misión un ministerio gris, poco llamativo, o, poco significativo? En perspectiva renovadora dentro de lo vicenciano (algunos lo han llegado a escribir), ¿sería mejor, como el P. Opeka y otros, dedicarse a obras más productivas, puesto que si uno piensa que ha venido a la Congregación para evangelizar a los pobres y no para cuidarlos, san Vicente le dirá que está equivocado?
Si es cierto que vivimos en un “invierno eclesial” que lleva a muchos de dentro y de fuera a renunciar a lo cristiano, ¿será hoy la misión un empeño imposible?
Cuando muchos a quienes nos dirigimos, tienen como referencia que nos aplican los escándalos, las propagandas interesadas, o lo que no entienden de la Iglesia…, ¿será la misión una pasión inútil?
¿Tendrán razón quienes sospechan que nos puede pasar lo que ya ha pasado a otras Congregaciones, que tengamos que diluirnos? En mi año de estudio “para la misión” en Roma me dijo el P. Flores: La Iglesia nunca fallará ni como institución ni como carisma; pero una Congragación puede fallar como institución y cómo carisma. Centrándose en Europa, escribió el P. Rafferty, “la Iglesia se está muriendo” en muchas partes del mundo occidental.
¿Qué ración de razón tendrán quienes hacen una teología del “consenso con otras religiones” que lleva a muchos a decir que la misión hoy no tiene ya sentido, que Cristo está trabajando la historia como una sinfonía diferida, y que basta con eso, sin tanto esforzarse por un Anuncio explícito?
¿Tendrá el cristianismo que replegarse al ámbito individual, como proclaman algunos sociólogos?
¿No será la misión un dato más que viene a apoyar esa falta de “novedad evangélica” que quizá está haciendo difícil la trasmisión de la Fe a las generaciones jóvenes?
Estos son algunos de los interrogantes (muchos, ¿verdad?) que me martillean hace años, pues siempre me ha parecido que un buen misionero nunca puede volverse de espaldas a cuestiones que le plantea ya sea la reflexión sincera de algunos como el trabajo de calle de otros. Pero no. No he querido introducir unas dudas perturbadoras. Porque en el trabajo de años he visto que, como afirman algunos teólogos, tampoco Jesús fue para los historiadores de su tiempo demasiado significativo. Creo que Flavio Josefo lo cita dos veces y Tácito una, y encima muy poco amable; nada más.
En mi trabajo de años he visto cuántas dificultades tiene la gente para vivir humanamente y cómo la misión es una fuerza humanizadora.
En mi trabajo de años he visto que curas y laicos (quizá algo de esto vio Vicente de Paúl cuando promovió la formación del clero) están tan desorientados que llegan a pedirnos ayuda (una nueva formación para clérigos y laicos en orden a la evangelización de los pobres).
En mi trabajo de años, me he preguntado -como lo ha hecho últimamente el cardenal Martini- si el problema de la trasmisión de la fe a las generaciones jóvenes estará ligado con nuestra falta de cercanía (de trabajo de calle).
En mi trabajo de años he sentido que “ser misionero” no es una profesión ni un destino ni un sentimiento y menos un capricho; en mi trabajo de años he sentido y he vivido la alegría comprometida que debió sentir san Pablo cuando afirmaba: “Si evangelizo, no es para mí motivo de orgullo, sino que se me impone como necesidad. Pues ¡ay de mi si no evangelizare! Porque evangelizar (misionar) es un servicio que me ha sido confiado”.
En mi trabajo de años me he alegrado por sentir dificultades y contradicciones, para que así se vea que esta obra que intentamos llevar adelante no es de los hombres sino de Dios y que llevamos este tesoro en vasijas de barro.
En mi trabajo de años me he sentido gozosamente pobre al comprobar que el ideal del Reino tal como lo vivió Jesús se me escapa de las manos, pues no logramos ser “signo porque evangelizamos a los pobres” y porque la mies sigue siendo mucha y los obreros pocos (y jodidos).
En mi trabajo de años…
Pero esto no está evitando que los interrogantes con los que comenzaba este intento de compromiso con los 350 años de espíritu más o menos vivo, sigan siendo provocadores y puedan llevarnos a evitar instalarnos más de la cuenta, pues creo que no estaba nada alejado de la realidad el P. Mitxel cuando en la Semana Vicenciana de 2004 afirmaba: “Los misioneros del pasado vivían pobremente (no hay más que revisar los libros de cuentas) pero sus obras eran brillantes y significativas. Nosotros hoy día vivimos como burgueses (no hay más que revisar los libros de cuentas) pero nuestras obras no son ni brillantes ni significativas”. De esta constatación me ha brotado un nuevo interrogante: Los compañeros inquietos son una fuente de renovación.
Quizá tengamos que reconocer que estamos en un momento de crisis general que toca todos los anaqueles de lo social, de lo familiar, de lo joven, de lo laboral y de lo eclesial… Y si es así la realidad nos brinda un matiz diferente. Porque también es un dato que hay bastante gente que nos pide apoyo, tanto curas como laicos; tanto practicantes como alejados.
También es cierto que muy humildemente, (no podemos compararnos con los kikos), como granitos de mostaza, están surgiendo por aquí y por allá grupos vicencianos.
También es cierto que se están ofreciendo (hace años nos retó a ello Msñor. Estepa) ayudas para la formación que se están utilizando en bastantes parroquias.
También es cierto que hay grupos de personas que se han tomado en serio la caridad y la promoción de la justicia (¿cambios sistémicos?), y además, al estilo de la viuda del evangelio.
También es cierto que la tarea de la evangelización misionera está siendo expansiva.
Pero también es cierto que en muchas Provincias en Europa estamos envejeciendo y no se ve el relevo a corto plazo (he subrayado a corto plazo porque creo en la fuerza revolucionaria del Espíritu).
También es cierto que si dejamos de mirarnos críticamente podemos caer en una sublimación paralizante.
Pero, ¿no tendremos la obligación de morir en el surco de la misión o fuera de las tapias, como soñaba san Vicente y vivió el fracasado Jesús, con la esperanza firme en que mañana habrá quienes lo hagan con más coraje y mejor?
¿Quiénes? Lo tenemos que seguir buscando. Porque quizá, el espíritu vicenciano, como agua eficazmente callada, comenzará a abrirse nuevos caminos. Yo no dudo que el Espíritu con mayúsculas (y nuestro espíritu) van a provocar una nueva Navidad.
Juan de Dios M. Velasco al presentar con abundancia de datos los problemas de la Trasmisión de la Fe hoy, sugería caminos posibles de solución. Y algo de esto creo que se hace pobremente, pero con entusiasmo, en misiones. Pero de ello trataremos en otro artículo.
Hemos recibido una herencia. Y a nosotros nos toca trasmitirla.
Luis Mª Martínez Sanjuan, C.M.
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