¡Mañana me lo cuentan!

asdHe leído con detenimiento la última (supongo) de las publicaciones del irrepetible Celestino Fernández (“Vicente de Paúl. Un corazón sin medida”). Con mucho detenimiento el capítulo 7: “Los medios de comunicación social, un areópago para la misión vicenciana” (páginas 185-215). Muchas certezas, válidas propuestas, interesantes intuiciones. ¡Léase con serenidad y un poco de reposo! ¡El bien que harían a nuestra Provincia un par de graduados en Ciencias de la Información o en Informática! Los “saberes”, oímos, están al servicio de la evangelización. Y es una certeza inamovible. Y, con más o menos decencia, nos formamos. Pero no es menos cierto que somos unos inútiles o incompetentes en el cómo hacerlo y en los medios en los que hacerlo. Oigo, de vez en cuando, que lo nuestro es la “palabra!… ¡Y un huevo!

Leemos (quiero suponerlo) las recomendaciones de los últimos Papas, Conferencias Episcopales, eminentes Laicos, Superiores Generales… acerca del uso de lo último en comunicaciones. ¡Quiá!… Por un oído me entra y por otro me sale… Nos disculpamos de unas maneras más burdas que el alumno/a sorprendido/a en flagrante copiada ¡Ni tan siquiera nos sonrojamos!… Eso sí: móvil en mano, cintura o bolsillo en cualquier momento, en cualquier espacio, ante cualquier circunstancia. Eso sí: ordenador (si es a cuenta de la Comunidad mucho mejor) de última generación. Eso sí: instalación wifi en cada una de las casas… Eso sí; utilizarlo para llevar a cabo la evangelización, no. ¡Hay que joderse!

“El pobre pueblo se condena…porque no sabe”. La razón de ser de la Congregación es cubrir esta laguna. Y resulta que nos negamos a formarnos. Porque, no lo digo yo, no tener un mínimo de competencia digital es, en nuestros días, aproximarse al analfabetismo tradicional. Y, si es así, ¿cómo pretendemos ser “formadores” o “avangelizadores”? En una empresa medianamente sensata, habría unos cuantos despidos no tanto por incompetencia sino por no hacer absolutamente nada por salir de ella o, peor aún, por poner palos en las ruedas a quien muestra algún interés en ello. Porque la inmensa mayoría de las justificaciones no son sino burdas mentiras para justificar nuestra nula intención por salir del atolladero. La edad (la formación no tiene límites), la incompetencia (se sale de ella), el mucho trabajo (quien trabaja mucho sabe inmediatamente priorizar), no es lo mío (pides la liquidación), … ¡engaños en estado puro!

Una de las expresiones más satisfactorias que he leído últimamente sobre San Vicente (autoría no vicenciana) ha sido “es santo porque supo imprimir calidad a sus obras”. Y nosotros machacando el “no busques ciencia en paúles”. Su calidad comenzó por estar con los ojos abiertos a la realidad social, a disponer de una tupida red de informadores y a diseñar unos eficaces medios de comunicación (“hojas volanderas”). De ello se preocupó personalmente y nadie dudará, para justificar lo injustificable, de las múltiples ocupaciones que tenía. Si nosotros no lo hacemos es, sencillamente, porque tenemos la vida asegurada y el trabajo queda para la otra vida (a la que esperamos llegar para seguir “contemplando”). ¡Conmigo no contéis; me quedo en la puerta! Es, en este sentido, bochornoso que, pretendiendo seguir las huellas de san Vicente (¡ya sé lo de la Cristología y demás!) no estemos a la anteúltima en la utilización de cuantos recursos tengamos a mano. ¿Cuántas de nuestras Parroquias disponen de una WEB en condiciones? ¿Cuántos misioneros utilizan competencialmente el ciberespacio para llegar a las gentes? ¿Cuántos misioneros han realizado estudios, cursos o cursillos para salir del atolladero? ¡Mañana me lo cuentan!

 

 

Mitxel Olabuénaga, C.M.

Sacerdote Paúl y Doctor en Historia. Durante muchos años compagina su tarea docente en el Colegio y Escuelas de Tiempo Libre (es Director de Tiempo Libre) con la práctica en campamentos, senderismo, etc… Especialista en Historia de la Congregación de la Misión en España (PP. Paúles) y en Historia de Barakaldo. En ambas cuestiones tiene abundantes publicaciones. Actualmente es profesor de Historia en el Colegio San Vicente de Paúl de Barakaldo.

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3 Respuestas

  1. Pablo dice:

    ¡Pues sí que te has levantado con mal pie! Ya sabes que las broncas son la manera menos eficaz para convencer a alguien, lo mismo que el insulto o el juicio injusto. Esa manera de evangelizar también está caduca. Tienes razón en el fondo, no tanto en la forma (ya sé que es tu estilo y estrategia para mover conciencias, pero no mueves corazones). San Vicente decía que el pobre pueblo se condenaba porque no sabía las verdades necesarias para salvarse, no tanto porque fuese analfabeto o sin estudios en la Sorbona de París. A cada uno lo suyo. Creo que muchos misioneros usan el ordenador (comprado personalmente, aunque sea sin permiso) para su ministerio y hasta donde llega su conocimiento, Al menos a mí, me pasa eso. No he visto ni una película, ni me he bajado ninguna canción, ni veo fútbol en «tarjeta roja», o algo así. Siento no saber más de esta forma de lenguaje, pero no es para que me echen un jarro de agua, ni me anatematicen como un incompetente para la misión. Ya has conseguido parte de lo que querías, querido Mitxel, y es que alguien entre al trapo y escriba alguna cosa movido por tu siempre crítico comentario, hecho, supongo también, desde el amor a la CM, a la Provincia y a cada misionero inexperto y poco animado a meterse en este campo. Un abrazo

  2. Rosalino dice:

    Hay que saber utilizar para la evangelización, desde luego, las Ciencias de la Información, pero sin descuidar el asunto de las homilías. El pasado 2 de abril predicó a sus presíteros el arzobispo de Lingayen-Dagupan (Filipinas):

    «Hemos visto muchos abusos de parte del clero: abuso de alcohol, abuso sexual, abuso de niños, de los juegos de azar, de dinero, de viajes, de vacaciones. Hoy os invito a prestar atención a otro abuso común y generalizado entre los curas, a saber, el abuso de la homilía. Sí, abusar de la bondad de la gente que se fuerza a escuchar homilías largas, tortuosas, repetitivas, aburridas, desorganizadas, improvisadas, refunfuñonas. Dicen la gente de broma, pero con cierta verdad, que nuestras homilías constituyen un azote entre otros obligatorios que los feligreses tienen que aguantar cada domingo.»

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