Misión en la parroquia Sagrado Corazón de Jesús, Puerto Cortés (Honduras)
Desde hace un par de años, la primera semana de octubre es festiva en Honduras. Los colegios no dan clase y los trabajadores, en su mayor parte, tienen vacaciones. Es lo que se ha dado en llamar la “semana morazánica”. El gobierno del país decidió juntar en una sola semana todos los días festivos del mes, con el objetivo de promover el turismo interno en el país y animar la economía.
En la parroquia Sagrado Corazón de Jesús, de Puerto Cortés, hemos aprovechado esta semana de vacaciones para realizar una acción misionera extraordinaria en el “sector mar”, una zona de nuestra parroquia que abarca seis comunidades, tres de ellas de cultura garífuna. Esta acción misionera ha sido posible gracias a la generosidad y entrega de un equipo de 18 misioneros, laicos e Hijas de la Caridad, que se ha formado para la misión. Son, en su mayor parte, delegados, catequistas y animadores de la parroquia, que han preferido trabajar en la viña del Señor antes que pasar una semana en la playa. Algunos de ellos incluso han pedido permisos en sus trabajos y en la Universidad para faltar.
Desde hacía tiempo preparábamos esta misión con alegría e ilusión, y esperábamos impacientes el día de inicio. Previamente a la misión, desde el mes de julio, hemos estado visitando las comunidades del sector para reunirnos con los fieles, discernir la realidad (mirada misionera), planificar la misión, ponernos metas, etc. Las comunidades se han volcado en preparar la misión. Desde que les anunciamos la misión, se han organizado para acoger y alimentar a los misioneros, se han reunido para planificar, han visitado los hogares anunciando la misión, y han orado insistentemente por los frutos de la misión. Cada comunidad acogió entre dos y cuatro misioneros, en función del tamaño de la comunidad. Además, cada comunidad presentó entre tres y diez misioneros del lugar, que fueron enviados junto con los misioneros que venían de fuera. Los misioneros que llegaron a las comunidades no se prepararon menos. Durante tres semanas nos estuvimos reuniendo para recibir formación de cara a la misión.
El tiempo extraordinario de misión (“comunión evangelizadora”) empezó el domingo 30 de septiembre. En la eucaristía de las 8 de la mañana, en la sede parroquial, fueron enviados los 18 misioneros, con la oración e imposición de manos y la bendición de las cruces que portarían como signo de su condición de misioneros. Ese mismo día, por la tarde, fueron presentados en las comunidades de misión, en las que también se celebró la Eucaristía como punto de arranque de este tiempo extraordinario.
Durante una semana, los misioneros visitaron los hogares uno por uno, llevando la paz de Cristo, leyendo la palabra de Dios, compartiendo la alegría del evangelio, escuchando los gozos y los dolores del pueblo, orando por los enfermos y por las familias que visitaban. Además, cada día se han reunido, a modo de catequesis, con los niños, con los jóvenes, y con los adultos. Esta última reunión con los adultos se realizaba en algunas casas, siguiendo el modelo de las comunidades eclesiales de base. La celebración diaria de la palabra de Dios ha sido el momento culminante del día, momento encuentro gozoso de los hermanos para escuchar la palabra de Dios. Y, en estos días, con una bendición especial, la presencia del Santísimo sacramento expuesto las 24 horas. Y es que ninguna de las comunidades del sector tiene sagrario de manera permanente. La presencia, en esta semana, de Jesucristo Eucaristía ha sido un aliciente para valorar más el significado de la Eucaristía y para despertar el deseo en la comunidad de tener sagrario, lo cual implica que algún miembro de la comunidad se forme como ministro extraordinario de la Eucaristía.
La conclusión de este tiempo extraordinario tuvo lugar el domingo. Varias comunidades se reunieron en Bajamar para realizar la asamblea y la Eucaristía de acción de gracias por la misión. La asamblea fue un bonito y emocionante compartir de experiencias y testimonios, que duró casi dos horas. En ella, se realizaron algunos compromisos; varios fieles se comprometieron a formarse para delegados, catequistas y animadores en sus comunidades, ministerios muy necesarios. En algunas comunidades por fin tenían catequista, después de bastantes años sin poder dar catequesis a los niños. La Eucaristía final fue una explosión de gozo y gratitud; los tambores resonaron con toda su fuerza, las gargantas se afinaron para cantar y rezar a una sola voz. Parecía que el tiempo no pasaba, nos queríamos quedar allí. En nuestro corazón resonaban las palabras del salmo: “el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”. Se respiraba un aire de fiesta y la emoción embargaba el Espíritu.
Ahora nos queda bajar de la montaña y volver al trabajo de cada día. Pero la misión continúa. No podemos dejar que la apatía y la monotonía nos dominen de nuevo. “A vino nuevo, odres nuevos”. Nos queda el reto de seguir acompañando y animando a estas comunidades, a los grupos nuevos que han surgido, a los nuevos líderes, catequistas, animadores, que necesitan una formación sólida. El papa nos llama a una “permanente conversión misionera”. No hay que bajar la guardia. Seguiremos trabajando en la viña.
Javier Irurtia, C.M.
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