Opción por los pobres en la Sagrada Escritura

Introducción

Al redactar este trabajo traté de evitar dos peligros: en primer lugar el de intentar agotar el tema y en segundo lugar el de darle a este escrito un tono científico. En realidad, no me fue difícil superar ambas dificultades. Me he limitado a recordar y comentar un reducido número de textos significativos y, a su vez, el tono de todo el escrito responde a la lectio divina, es decir, a una lectura orante y meditada de ciertos pasajes de la Sagrada Escritura. Por eso mismo os invito al comienzo mismo de esta ponencia a acoger e interiorizar, no mis palabras, que en sí mismas valen poco, sino las indicaciones de la Sagrada Escritura, que es Palabra de Dios. A la Palabra de Dios me remito al exponer el tema cuyo título es: La opción por los pobres en la Sagrada Escritura.

El Papa Juan Pablo II en la Encíclica «Sollicitudo rei socialis», firmada el 30 de diciembre de 1987, consagró, al hacerla suya, la expresión: «opción o amor preferencial por los pobres». Este amor preferencial, decía el Papa, «no puede dejar de abarcar a las inmensas muchedumbres de hambrientos, mendigos, sin techo, sin cuidados médicos y, sobre todo, sin esperanza de un futuro mejor: no se puede olvidar la existencia de esta realidad» (n. 42).

Más allá de esta afirmación cabe preguntarse: ¿qué relación se da entre esta opción o amor preferencial por los pobres y la fe cristiana? ¿Qué fundamento encuentra la enseñanza papal en la Palabra de Dios del Antiguo y Nuevo testamento?

En esta ponencia intentaré poner de manifiesto que en el texto revelado, es decir, en los libros santos, ocupa un lugar central la opción o amor preferencial por los pobres.

Dado que la temática es de suyo muy amplia me limitaré, como queda dicho, a escudriñar unos cuantos pasajes tomados del Antiguo y Nuevo Testamento. Al final ojalá nos sintamos interpelados y nos preguntemos cada uno de los aquí presentes: ¿en qué medida me afecta a mí personalmente la insistencia bíblica favorable a la opción preferencial por los pobres?

San Vicente a través de una lectura pastoral o, mejor dicho, oracional de la Palabra de Dios, captó a la perfección lo concerniente a la opción preferencial por los pobres, tal como viene expuesto en el texto sagrado. Y, ciertamente, no permaneció impasible sino que extrajo para sí una saludable conclusión: Dios quiere, vino a decir el santo, que también yo ame preferencialmente a los pobres.

¿Quién es el pobre?

La respuesta variará según el medio social en el que se formule la pregunta y en el que se dé la correspondiente respuesta. Cuentan que un misionero europeo, encontrándose en el Zaire, hizo esta pregunta: ¿podéis citar un ejemplo de hombre o mujer pobre? Todos a una respondieron: nosotros somos pobres. ¿Y un ejemplo de hombre rico? También todos a una respondieron: tú eres un hombre rico. Para aquellas buenas gentes el misionero era sin duda un hombre rico. Nosotros, europeos, no nos atreveríamos a llamar rico a dicho misionero.

En la perspectiva bíblica, a pesar de la oscilación que históricamente sufrió el significado de este vocablo, es pobre quien carece de los bienes esenciales en lo económico, social, cultural e incluso en lo religioso. Ninguna de estas dimensiones nos es permitido olvidar, so pena de tergiversar el pensamiento bíblico. Ciertamente el acento varía según las épocas y las situaciones en las que se redactan los distintos libros bíblicos.

Dios se solidariza con los pobres

¿Por qué Dios acoge a los pobres? ¿Por qué hizo y sigue haciendo una opción preferencial por los pobres? ¿Acaso porque los pobres son mejores que los demás? ¿Por algún otro motivo? Sencillamente porque Dios es y actúa así. Mo por razón de los méritos de los pobres, no porque éstos, al modo del fariseo de la parábola, cuenten con razones válidas para presentarse ante Dios con una lista de méritos y exigencias. El motivo es otro. Dios acoge a los pobres porque se inclina, como Padre bueno, hacia los pequeños; porque es justo y bondadoso, porque ésta es la manera de ser de Dios, a quien le complace dar gratuitamente y salvar al necesitado. Esta es en definitiva la lógica de Dios, presente en todo el Antiguo y Nuevo Testamento.

Los pobres en los libros históricos

En este apartado se incluyen el Pentateuco, los libros de Josué, Jueces, I y II de Samuel y I y II de los Reyes. Me limitaré a seleccionar y comentar algunos textos con la intención de ver cuál es el papel que ocupan los pobres y cuál es la imagen de Dios a través de las sucesivas liberaciones que realiza en favor de ellos.

Libro del Éxodo

Dios aparece, y lo es en verdad, como el gran liberador del pueblo de Israel, que se encontraba sometido a una dura esclavitud, impuesta por los faraones de Egipto. Con otras palabras, Dios se muestra como el defensor y tutor de todo un pueblo pobre, sometido a trabajos forzados y maltratados (Ex 1, 8-14). El faraón llega a aplicar incluso técnicas de genocidio, mandando dar muerte a los hebreos varones recién nacidos (Ex 1, 16-22). Pero Dios no permanece pasivo. Se interesa y se compromete a favor de los oprimidos. Y no porque éstos lo hubieran merecido, sino porque Dios tiene corazón y es así: porque actúa desde la más limpia gratuidad. Eso sí, el pobre ha de comprometerse en dos puntos: ha de reconocer que el Señor es el único Dios: «no tendrás otros dioses fuera de mí» (Ex 20,3) y en las relaciones sociales ha de alejar de su entorno para siempre la opresión de sus semejantes.

Algunos textos evidencian los sentimientos y actitudes de Dios ante el pobre pueblo:

«He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto, he oído el clamor que le arrancan sus opresores y conozco sus angustias. Voy a bajar para librarlo del poder de los egipcios» (Ex 3, 7-8).

Dios ve, observa, oye, conoce la situación y finalmente actúa en favor de los oprimidos.

Algo más adelante encontramos un nuevo texto en el que se recuerda al Dios liberador y solidario con los pobres:

«Yo soy el Señor tu Dios, que te hice salir del país de Egipto, de la condición de esclavitud» (Ex 20, 1­2).

Finalmente el pueblo, consciente del favor recibido, prorrumpe en un cántico de acción de gracias a Dios por el favor recibido:

«Guiaste con amor al pueblo que salvaste» (Ex 15, 31).

Leyes sociales

Las leyes sociales son derivaciones o deducciones de lo que Dios ha hecho por los pobres. Todos deben imitarle y vivir en consonancia con el proceder de Yavé:

«No molestes ni oprimas al forastero, porque vosotros también fuisteis forasteros en Egipto» (Ex 22, 20).

«No maltrates a la viuda y al huérfano; si los maltratas clamarán a mí y yo escucharé sus gritos» (Ex 22, 21-22).

Si prestas dinero «a un pobre vecino tuyo, no te portes con él como un usurero» (Ex 22, 24).

«No violes el derecho del pobre en sus causas» (Ex 23, 6).

Libro del Levítico

En la sección sobre deberes religiosos y sociales se acumulan numerosas normas referentes al amparo y defensa de los débiles:

«Cuando coseches la mies de tu tierra, no siegues hasta el borde de tu campo, ni espigues los restos de tu mies. Tampoco harás rebusco de tu viña, ni recogerás de tu huerto los frutos caídos; los dejarás para el pobre y el forastero» (Lv 19, 9-10).

«No oprimas ni explotes a tu prójimo; no retengas el sueldo del jornalero hasta la mañana siguiente» (Lv 19, 13).

«Al forastero que reside junto a vosotros, le mirarás como a uno de vuestro pueblo y le amarás como a ti mismo, pues forasteros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto» (Lv 11, 33-34).

«Amarás al prójimo como a ti mismo» (Lv 19,18).

Estas normas religiosas y sociales concluyen en cada caso afirmando que Yavé es el único Dios. El liberador y salvador de la opresión de Egipto continúa impulsando otras liberaciones de menor rango en favor de los pobres. La salvación obrada por Dios al liberar a los israelitas de Egipto sigue iluminando e inspirando las salvaciones parciales que tienen lugar en la vida ordinaria de su pueblo. De manera semejante la salvación obrada por Jesucristo será a la altura del Nuevo Testamento el prototipo de todas las liberaciones que en el tiempo de la Iglesia nos corresponde llevar a cabo a todos nosotros.

Deuteronomio

En el capítulo 24, bajo el título: leyes humanas y sociales, encontramos varias indicaciones de carácter ético y religioso. Recordemos a modo de ejemplo algunas:

«Si haces algún préstamo a tu prójimo, no entres en su casa para tomar la prenda. Espera fuera y el deudor saldrá a devolvértela. Si este es pobre, no retendrás su prenda durante la noche» (Dt 24, 10-12).

«No explotarás al jornalero pobre e indigente, tanto si es uno de los tuyos, como si se trata de un emigrante que reside en tu tierra o en tu ciudad. Le darás cada día su jornal, antes de la puesta del sol, pues es pobre y espera impaciente su salario. Así no clamará al Señor contra ti, y tú no serás reo de pecado» (Dt 24, 14-15).

«No violarás el derecho del emigrante ni el del huérfano, ni tomarás en prenda los vestidos de la viuda. Recuerda que fuiste esclavo en Egipto y que el Señor tu Dios te rescató de allí; por eso te mando que procedas así» (Dt 24, 17-18).

El motivo de fondo para actuar en consonancia con lo expresado en los textos citados es ante todo religioso. Dios liberó a su pueblo de la opresión de Egipto y quiere que también sus seguidores continúen liberando a los necesitados, a imitación y por mandato de su Dios que fue protector y defensor de su pueblo. Se sigue recordando el Éxodo, es decir, la acción prototípica, la más decisiva de las salvaciones obradas por Dios.

Los profetas

Las tres instituciones más significativas del Antiguo Testamento fueron: el sacerdocio, que se recibía por herencia; los sabios, que accedían a este estado por dedicación, y el profetismo, al que Dios llamaba.

A la vocación o llamada, que cambia la vida del profeta, sigue la misión. El profeta es un enviado a unos determinados destinatarios. Desempeña su ministerio por medio de la palabra y de las acciones o gestos significativos. Lo ejerce en dos direcciones: a través de la denuncia profética, proyectada hacia las distintas áreas de la vida social, y a través del anuncio de salvación, a la que ha de preceder la conversión.

Los profetas para nosotros más conocidos desempeñaron su ministerio entre los ss. VIII y II antes de Cristo.

Ciertos rasgos configuran la personalidad de estos hombres: cultivan en profundidad la relación personal con Dios y observan con toda atención los acontecimientos de la vida cotidiana del pueblo. Su ministerio contiene una dimensión religiosa en sentido estricto y, a la vez, social. Por eso mismo inciden en la esfera espiritual, económica y política.

Los profetas dan ánimos a sus semejantes, pero con no menor frecuencia, conocidos los pecados y en particular los desajustes sociales, se enfrentan con insistencia a los causantes de la degradación social y defienden los derechos de los pobres. En sus intervenciones afrontan tres temas fundamentales, como son: el monoteísmo, la crítica al falso culto y la defensa de los pobres.

He aquí un catálogo de asuntos sociales analizados por los profetas: la administración de justicia, el comercio, la esclavitud, el latifundio, los salarios, el lujo y la riqueza, los préstamos y la administración del Estado.

Los diagnósticos que los profetas formulaban sobre la sociedad de su tiempo siguen orientando en nuestros días la moral cristiana y la doctrina social de la Iglesia. Recordemos a modo de ejemplo un texto de Isaías sobre los legisladores:

«Hay de los que escriben decretos inicuos y redactan con entusiasmo normas vejatorias para dejar sin defensa a los débiles y robar su derecho a los pobres de mi pueblo» (Is 10, 1-4).

O aquel texto de Amos en el que se describe la situación de los pobres que merodean por las calles de Samaria:

«A Israel, por tres delitos y por cuatro no le perdonaré. Porque venden al inocente por dinero y al pobre por un par de sandalias; pisotean a los pobres y evitan el camino de los humildes» (Am 2, 6-7).

Miqueas por su parte exclama:

Ay de aquellos que «Codician campos y los roban; casas y las usurpan; hacen violencia al cabeza de familia y a su casa, al dueño y a su heredad» (Miq 2, 2).

La denuncia profética apuntó a lo largo de los siglos hacia los monarcas crueles; hacia los hacendados y terratenientes, legisladores y magistrados, comerciantes sin escrúpulos y ricos sin piedad; hacia los sacerdotes y falsos profetas. Todos ellos con una cierta frecuencia atentaban contra el pobre. Dios, liberador de los israelitas, no estaba, no podía estar de acuerdo con semejantes atropellos. De esta manera los profetas fueron acentuando grandes valores morales y escribieron en negrilla acerca de ciertas pautas y comportamientos humanos, válidos para siempre, en favor de los pobres.

Escritos sapienciales

Bajo este título se suelen incluir los libros de Job, Proverbio, Eclesiastés, Sabiduría y Eclesiástico. También los libros de los Salmos, Cantar de los Cantares y Lamentaciones.

El sabio se propone encontrar soluciones a los grandes misterios de la existencia humana. Reflexiona sobre el ser humano en cuanto tal, desbordando las fronteras del pueblo de Israel. La sabiduría formuló sus primeras conclusiones oralmente en medios populares y sencillos. Con el transcurso del tiempo se tornó más culta y cortesana, pasando a ser cultivada en los santuarios del pensamiento y de la expresión literaria escrita.

Las formas ordinarias de expresión de la sabiduría son el refrán, el proverbio, el dicho popular o culto, la sentencia y el consejo.

El pueblo de Israel, tan ligado como se encontraba a La propia tradición religiosa yavista, valoró de diversa manera el arte de la sabiduría. De la desconfianza y la crítica se pasó a una decidida aceptación.

Las fuentes de la sabiduría se encuentran en la razón humana, la experiencia y la observación; en la tradición religiosa, el estudio y el intercambio cultural.

Al sabio le preocupan la creación y el origen de las cosas, el sentido de la vida, el destino del individuo, el sufrimiento, la muerte y la retribución última.

Uno de los puntos, objeto de reflexión por parte de los sabios de Israel, es el concerniente a la realidad del pobre y al trato que se le debe dispensar.

Veamos algunas alusiones. El salmo 146 alaba oracionalmente a Dios creador y defensor de los oprimidos:

«Él hace justicia a los oprimidos, y da pan a los hambrientos. El Señor da libertad a los cautivos, el Señor abre los ojos a los ciegos, el Señor levanta a los humillados, el Señor ama a los justos. El Señor protege al emigrante, sostiene a la viuda y al huérfano, pero trastorna el camino a los malvados. El Señor reina por siempre, tu Dios, Sión, por todas las edades» (Sal 146, 7-10).

El salmo 82 incluye una denuncia contra los jueces y gobernantes injustos que, al olvidarse de los humildes, provocan el castigo proveniente de Dios:

«¿Hasta cuándo defenderéis la injusticia poniéndoos a favor de los malvados? Defended al desvalido y al huérfano, haced justicia al humilde y al necesitado, rescatad al desvalido y al pobre, libradlo de las manos del malvado» (Sal 82, 2-4).

En el libro de los PROVERBIOS encontramos algunas sentencias en las que se aconseja tratar con justicia al pobre:

«No despojes al pobre, por ser pobre, ni oprimas al desvalido en el tribunal, porque el Señor defiende su causa y quitará la vida a quienes lo hayan despojado» (Prov 22, 22-23)

Jesús Ben Sira, autor del llamado libro del ECLESIASTICO, incluye en su relato la invitación a practicar la limosna, entendida no como simple caridad, sino más bien como exigencia de la justicia:

«El agua apaga las llamas, la limosna repara los pecados….Hijo, no niegues al pobre su sustento, no hagas esperar a los que te miran suplicantes. No hagas sufrir al hambriento, ni exasperes al necesitado. No aflijas al corazón exasperado ni retrases tu ayuda al indigente. No rechaces la súplica del atribulado, ni vuelvas la espalda al pobre…. Escucha con atención al pobre, responde a su saludo afablemente. Arranca al oprimido del poder del opresor, no seas débil cuando hagas justicia» (Eclo 3, 30 – 4, 9).

Un poco más adelante, disertando el salmista sobre el préstamo, aconseja ser generoso con el pobre:

«Con el humilde, en cambio, sé generoso, no le hagas esperar para darle tu limosna. Obedece el mandato y ayuda al pobre y si pasa necesidad, no lo despidas con las manos vacías» (Eclo 29, 8-9).

Conclusión

En los textos sapienciales encontramos alusiones al hecho de los pobres y a cómo afrontarlo. El concepto pobre encierra matizaciones diversas. Se refiere al que carece de bienes, pero también al humilde y creyente que se fía de Dios. La perspectiva es al mismo tiempo socio-económica y religiosa.

El temor de Dios, la compasión, la fidelidad a las tradiciones y el sentido ético, son ingredientes que alimentan la acción caritativa en favor de los pobres. Debido al influjo de la cultura griega, las grandes motivaciones de la Alianza, sin ser olvidadas, han dado paso a otras motivaciones apoyadas en el sentido común de los mortales que exige auxiliar al pobre. El lenguaje quemante y exigente de los profetas ha sido sustituido por alocuciones moderadas y comedidas.

Los pobres en los Evangelios

Jesús hizo, según nos lo presentan los evangelios, una opción clara por los pobres. Más aún, Jesús se hiso pobre, recorrió el camino de su vida junto con los pobres y les anunció la llegada de su liberación. Es así como Jesús nos fue revelando el modo de ser y actuar de Dios.

Nos vamos a fijar en algunos hechos y palabras de Jesús, en lo que hizo y enseñó (Hch 1,1). Según el evangelio de Lucas, Jesús y sus discípulos abrazaron para sí mismos un modo de vida sencillo e incluso pobre.

En el relato de la vocación de los cuatro primeros discípulos se nos da cuenta de la radicalidad de la pobreza de Jesús y sus seguidores: «llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron» (Lc 5, 11). Poco después Lucas llega a decir que Leví «dejándolo todo, se levantó y le siguió» (Lc 5,28).

En las parábolas del hombre rico y del sembrador se subraya el peligro de las riquezas: «mirad, guardaos de toda codicia, porque aún en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes» (Lc 12, 15).

A continuación Jesús aconseja el abandono en manos de la Providencia: «no andéis preocupados por vuestra vida, ni por vuestro cuerpo, con qué vestiréis, porque la vida vale más que el alimento» (Lc 12, 22-23).

Incluso invita a dar un paso más: a vender los bienes y a practicar la limosna: «vended vuestros bienes y dad limosna» (Lc 12, 33-34).

Todavía resulta más significativa la parábola del rico malo y el pobre Lázaro. En este extenso relato Jesús trata de exhortar al rico a la conversión, cosa por demás difícil, según lo demuestra la experiencia (Lc 16, 19-31).

La primera Bienaventuranza dice por su parte: «Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de los Cielos» (Lc 6, 20-23). Las riquezas obstaculizan el cambio de criterios que exige la venida del Reino de Dios. En una palabra, Jesús y sus discípulos aceptaron para sí mismos una forma de vida sencilla e incluso pobre. En sus vidas hubo coherencia entre los hechos y las palabras.

Pero Jesús dio un paso más. Partiendo del ejemplo personal, a base de una forma de vida en pobreza, anunció de palabra y realizó con hechos la liberación de los pobres. Basta para demostrarlo presenciar el desfile de cuantos fueron socorridos y aliviados por Jesús de toda clase de dolencias y miserias.

Comienza Jesús su ministerio público en la sinagoga de Nazaret, leyendo en voz alta una declaración programática:

«El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (Lc 4, 18-19).

En realidad, este programa Jesús lo llevó a la práctica a lo largo de los años de la vida pública. Que lo digan, si no, todos los que se vieron favorecidos de una u otra manera por Jesús. Presenciemos, como queda dicho, un interesante desfile. Se trata de un espectáculo inusitado.

Rompe filas el leproso al que Jesús había dicho: «quiero, queda limpio» (Mt 8,3. Le sigue el criado del centurión, el que en un momento determinado había quedado sano (Mt 8,13). Poco después aparece la suegra de Pedro y otros que también fueron curados (Mt 8, 14-22). Les pisan los talones los endemoniados liberados (Mt 8, 28-30) y el paralítico al que Jesús perdonó los pecados y curó la parálisis (Mt 9, 1-7). A continuación vemos a la mujer enferma, la que tocó la orla del manto de Jesús y a la hija de Jairo (Mt 9, 18-26). Pasan de seguido los ciegos a los que Jesús había abierto los ojos (Mt 9, 27-31) y el hombre mudo (Mt 9, 32-34).

Dice el evangelio que Jesús recorría los pueblos «curando todas las enfermedades y dolencias» (Mt 9, 35). También estos participan en el desfile. Ahora pasa el hombre que tenía una mano atrofiada (Mt 12, 9-14). Le pisan los talones todos los hambrientos y enfermos de los que Jesús sintió compasión (Mt 14, 13). Pasan juntas, como no podía ser menos, la hija de la mujer cananea y la madre (Mt 15, 21-28). Con sorpresa por nuestra parte vemos desfilar ahora a todos aquellos que se esconden en el anonimato de aquel versículo que dice: «le trajeron cojos, ciegos, sordos, mancos y otros muchos enfermos; los pusieron a sus pies y Jesús los curó» (Mt 15, 30). Cierran el desfile de las tropas el ciego de Betsaida que con la ayuda de Jesús comenzó a ver con claridad (Mc 8, 22-26) y el epiléptico que había contraído la enfermedad desde pequeño (Mc 9, 14-29).

Finalmente pasó Jesús, el que había dicho que el mandamiento más importante es amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a sí mismo.

Me olvidaba decir que, precediendo a Jesús, si bien muy cerca de él, desfilaron todos aquellos que al encontrar por los caminos de la vida a gentes hambrientas, desnudas, sedientas, enfermas, desplazadas y encarceladas, les echaron una mano. ;Cuánto impresionó a san Vicente la lectura del capítulo 25 de san Mateo, sobre todo aquellas precisas palabras: «cuando lo hicisteis con uno de estos, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 31-46).

El Magnificat (Lc 1, 46-55).

Se trata de un himno de alabanza elaborado por una comunidad judeocristiana, y puesto en labios del María, en el que se cantan los hechos salvíficos de Dios en favor de su pueblo y, en particular, la venida de Jesús, el Mesías. Uno de los motivos para alabar a Dios, según el texto del Magníficat, es la exaltación de los humildes y la negación de los soberbios. La salvación traída por el Mesías ha recaído ante todo en María, así como en los pobres, los sencillos y los humildes. María es el prototipo del pobre ante Dios.

«Porque ha puesto sus ojos en la humildad de su sierva» (v.48).

«Él hace proezas con su brazo: dispersó a los soberbios de corazón. Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes, a los ricos los despide vacíos» (VV.51-53).

En la actualidad el magisterio de la Iglesia, los teólogos y el pueblo orante proclaman el Magníficat en clave liberadora de los pobres. Incluso la teología de la liberación, formulada sobre todo en Latinoamérica, encontró sus fundamentos en gran medida en el libro del Éxodo, en los Sinópticos y, en particular, en el Magníficat.

Pablo VI en la Exhortación Apostólica «Marialis Cultus», bajo el título: La Virgen testigo activo del amor a Cristo, dice que María no fue una mujer de religiosidad alienante, antes bien proclamó que Dios es vindicador de los humildes y de los oprimidos y derriba de sus tronos a los poderosos.

Juan Pablo II en la «Redemptoris Mater» dice así: «La Iglesia, acudiendo al corazón de María, a la profundidad de su fe, expresada en las palabras del Magníficat, renueva cada vez mejor en sí la conciencia de que no se puede separar la verdad sobre Dios que salva, sobre Dios que es fuente de todo don, de la manifestación de su amor preferencial por los pobres y los humildes, que, cantado en el Magníficat, se encuentra luego expresado en las palabras y obras de Jesús».

Carta de Santiago

En esta carta el autor defiende la vigencia de ciertos valores cristianos, seriamente amenazados por el olvido y la poca práctica. Trata de hacer ver a los lectores que no se debe separar la vida de la fe.

Esta carta va dirigida a una comunidad en la que los poderosos menosprecian a los necesitados. Por eso mismo el autor da suma importancia al tema, tratado con frecuencia por los antiguos profetas, referente al compromiso en favor de los pobres. No basta con oír y creer, son necesarios los hechos. A la fe han de acompañar las obras, la vida, la práctica. Santiago valora la coherencia entre la ortodoxia y la ortopraxis. Siente preocupación en particular por los pobres de la comunidad: la dignidad del humilde (1, 9-11); la fe auténtica, enemiga de la discriminación (2, 1-13):

«Supongamos que a vuestra asamblea entra un hombre con sortija de oro y espléndidamente vestido, y entra también un pobre con traje raído. Si os fijáis en el que va espléndidamente vestido y le decís: Siéntate cómodamente aquí, y al pobre le decís: Quédate ahí de pie o siéntate en el suelo a mis pies, ¿no estáis actuando con parcialidad y os estáis convirtiendo en jueces que actúan con criterios perversos?» (VV. 2-4).

Un poco más adelante deja en claro que la fe sin obras está muerta (2, 14-26):

«¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá, acaso, salvarlo la fe? Si un hermano o una hermana están desnudos y faltos de alimento cotidiano, y uno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les da lo necesario para su cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe: si no tiene obras, está muerta en sí misma» (vv. 14-17).

Según esto, la fe será auténtica si se traduce en hechos de vida, si dinamiza la existencia. Por los hechos conoceréis si la fe de determinada persona o grupo social es o no verdadera. Una fe por muy depurada que parezca, si no se manifiesta en el amor a los pobres, está muerta.

Conclusión

¿Nos será posible extraer alguna lección después del recorrido bíblico que acabamos de hacer y, en particular, después haber presenciado un desfile de tal naturaleza?

Yavé en el Antiguo Testamento y Jesús, el Hijo de Dios, sin menospreciar a ningún ser humano, hicieron una opción por los pobres. Digámoslo de nuevo: Dios es así, así de libre, tiene un corazón grande y por eso mismo se inclina ante el necesitado.

En una ocasión Juan Bautista envió a sus discípulos a preguntar a Jesús si era el Mesías o no. Jesús les dijo por respuesta: «Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buen noticia» (Lc 7, 22).

Es decir, Jesús a través del anuncio de la Buena Nueva y la liberación de los pobres, pone en evidencia ante nuestros ojos cómo es Dios, quién es el Mesías y, en último término, cómo nos corresponde actuar a todos nosotros, que nos consideramos seguidores de Jesús.

Dos mil años después de venir Jesús a este mundo nuestro millones de hombres y mujeres siguen afrontando el reto de la pobreza y la miseria. Se trata de la carencia más grave que padece la humanidad en nuestro tiempo.

La Palabra de Dios, lo mismo en el Antiguo que en el Nuevo Testamento señala, como acabamos de verlo, unas pautas. Es de sensatos tenerlas en cuenta y actuar en consecuencia.

Autor: José Ignacio Fernández Hermoso De Mendoza, C.M.

David Carmona, C.M.

David Carmona, Sacerdote Paúl, es canario y actualmente reside en la comunidad vicenciana de Casablanca (Zaragoza).

También te podría gustar...

1 respuesta

  1. Ricardo Nicolás TERRAZO LUNA dice:

    Mi estimado Padre, los pobres somos muchos de nosotros ya que no realizamos lo que verdaderamente debemos vivir a ejemplo de Cristo y San Vicente de Paúl….

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.