Ordenación de Diácono de Wilmer A. Ramírez Ruiz, C.M.
Después de unos días de intensas lluvias, aluviones y carreteras cortadas, lucía el sol en Puerto Cortés. Un bonito día, soleado, pero no excesivamente caluroso, para acompañar a nuestro hermano Wilmer en su ordenación diaconal. Tras los años de preparación y de estudio, en los que nunca perdió la ilusión y la frescura de la vocación misionera, ha llegado para nuestro hermano el momento de ser ordenado diácono.
Han sido muchos los fieles que han querido acompañarlo en un día tan especial. El templo estaba a rebosar, no quedaba un hueco libre en los bancos, ni en las sillas supletorias de los laterales. Desde las siete de la mañana han ido llegando llegando, como a ráfagas, en los autobuses urbanos, grupos de las distintas comunidades de la parroquia; las comunidades de la ciudad, las de la carretera, las de la montaña, y también las garífunas del sector mar. Vinieron también de la aldea de San Isidro los paisanos de Wilmer, y su familia, que, pese a las dificultades del mal tiempo y los derrumbes en la montaña, pudieron finalmente llegar, aunque su camino al Puerto fuera una verdadera “odisea”.
La celebración ha estado presidida por Monseñor Ángel Garachana, obispo de nuestra diócesis de san Pedro Sula, claretiano, misionero, y muy afecto a la Congregación. Él ha ordenado a Wilmer, por la imposición de manos y la oración consecratoria. En la homilía, a partir del evangelio del domingo (la curación de la suegra de Pedro), Monseñor ha destacado la misión propia del diácono en la Iglesia. Al igual que la suegra de Pedro se puso a servir tras ser curada de su fiebre, así el diácono tiene como función principal en la Iglesia la de servir, ponerse al servicio de todos. Del mismo modo que Jesús quiere anunciar el evangelio no solo en Cafarnaún, sino también en las aldeas cercanas (“para eso he venido”), el diácono tiene la misión de anunciar la palabra de Dios, y debe repetir junto con san Pablo, “¡ay de mí si no evangelizo!”. Finalmente, así como Jesús se retira del bullicio y de la multitud que lo busca para orar a su padre que está en el cielo, así el diácono ha de “orar sin desfallecer” y tener presente siempre en su oración al pueblo al cual sirve. Para terminar, Monseñor Ángel ha señalado cómo estos tres aspectos del ministerio del diácono vienen subrayados y acrecentados por el hecho de pertenecer a una Congregación cuya razón de ser es la evangelización de los pobres. El servicio, el anuncio de la buena noticia y la oración quedan perfectamente expresados en el carisma vicenciano, especialmente cuando los destinatarios son los más pobres, a quienes san Vicente llamaba “nuestros amos y señores”.
Los signos de la liturgia de ordenación han sido también para el pueblo una perfecta catequesis de lo que significa el diaconado: las promesas del ordenando, la disposición de profunda oración durante el canto de las letanías, la oración consecratoria junto con la imposición de manos, el acto de revestirse con la estola diaconal (el padre Javier ayudó en esto), y la entrega de los evangelios, acompañada de estas palabras: “cree lo que lees, enseña lo que crees y vive lo que enseñas”.
Una vez ordenado, y tras recibir el aplauso del pueblo, Wilmer tomó su asiento en el presbiterio, junto al obispo, y participó, ya como diácono, en la liturgia eucarística.
En la acción de gracias, Wilmer tuvo un recuerdo especial para su familia, y para los que habían venido desde su aldea de San Isidro. También agradeció a todos aquellos que habían participado en la preparación de la celebración, especialmente al equipo de liturgia y al coro. Asimismo, animó a los jóvenes a abrir sus oídos a la posible llamada del Señor, recordando que Él nunca defrauda y siempre nos acompaña.
Acabada la Eucaristía, vinieron las fotos, los saludos y enhorabuenas, los abrazos y los reencuentros. Los fieles mostraron su alegría por haber podido compartir con Wilmer un acontecimiento así. Sin duda que este día quedará grabado en la retina de todos.
Para los más allegados, familia, amigos, misioneros e Hijas de la Caridad, acompañados por Monseñor Ángel, había preparado un rico almuerzo, que compartimos en un ambiente de fraternidad.
Damos gracias a Dios, en este día, por haber llamado a Wilmer a este ministerio, y le pedimos que lo bendiga y le dé sabiduría para que lo pueda desarrollar en provecho del pueblo cristiano.
Iván Juarros, C.M.
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