P. Muneta

2009040101155718_375El Gobierno de Navarra tiene establecida una prolífica relación de pre­mios para reconocer la labor de instituciones o ciudada­nos que destacan en los más va­riados órdenes. Los tres más co­nocidos son, tal vez, la Medalla de Oro de Navarra, el Príncipe de Viana de la Cultura y la Cruz de Carlos III el Noble. Este último, el más flexible y poliédrico de los tres, pretende reconocer «la labor de personas o entidades que han contribuido de forma destacada a la proyección y al prestigio de la Comunidad foral, desde el ámbito concreto de su actividad». Y debo reconocer que los galardonados en esta ocasión cumplen con cre­ces los objetivos del premio.

Nos guste más o menos la jota, no hay duda de que las hermanas Flamarique son un exponente vi­vo de la jota navarra, cantada por ellas con fuerza y sensibilidad. So­mos muchos los que hemos goza­do de las delicias de Atxen Jimé­nez en el Mal de Tafalla, una per­fecta simbiosis entre tradición e innovación. El derecho en Navarra tiene un nombre, Ángel Ruiz de Erenchun, y su figura y su toga son toda una referencia en el mundo dela abogacía. He dejado para el fi­nal probablemente al menos co­nocido de todos, el músico y com­positor Jesús María Muneta Mar­tínez de Morentin, porque pretendo glosar brevemente su fi­gura y su obra, ya que me unen a él lazos de magisterio y amistad.

Como buena parte de los nava­rros de mi generación, sobre todo los pertenecientes a familias hu­mildes del medio rural, yo me eduqué en un seminario religio­so. La presencia de las Hijas de la Caridad en los primeros años de primaria en Los Arcos coadyuvó a que eligiera el colegio de La Mi­lagrosa de Pamplona, regentado por los padres paúles, ya que am­bas congregaciones fueron fun­dadas por San Vicente de Paúl, el gran santo francés del siglo XVII. Recibí la educación propia de aquel tiempo, rígida, moralista, autoritaria y memorística. Una educación que tenía también co­sas buenas, muy buenas: el amor al estudio y al trabajo, la discipli­na, la honestidad, el compañeris­mo, la preocupación por los más pobres. Todo ello vivido en un ambiente de austeridad radical y ausencia de cualquier lujo. Toda­vía recuerdo los sabañones que me salían en invierno en las ore­jas, fruto del intenso frío que no remediaban los radiadores casi siempre cerrados de las estan­cias colegiales, y el paquete se­manal que me mandaba mi ma­dre para compensar los pobres platos de legumbres y las insípi­das sopas que nos cocinaba el hermano Chicano, base de nues­tra alimentación ordinaria.

Tuve profesores buenos y re­gulares, como en todas las etapas de mi aprendizaje. Pero hubo al­gunos que, además de profeso­res, fueron educadores en el ple­no sentido de la palabra. El padre Muneta fue uno de ellos. A él le debo, junto con el padre Sagredo, el gusto por la música, que me ha acompañado hasta hoy. Y casi cincuenta años después, segui­mos viéndonos, disfrutando de su cuádruple faceta de gestor — éste sí que ha hecho más con menos—, organista, compositor e in­vestigador. Teruel, donde reside, le ha dado todos los premios posi­bles, al igual que el Gobierno de Aragón y el Ministerio de Educa­ción. Estoy seguro, no obstante, que esta distinción la va a agrade­cer especialmente. Nacido en La­rraga, población que visita todos los veranos, impulsó en 2008 el ciclo de órgano Diego Gómez, que se celebra todos los años en la segunda quincena de agosto. Cómo lo hace sin apenas presu­puesto es otro misterio en el que el padre Muneta, tan acostum­brado a ello, se mueve como pez en el agua.

Pero, aunque él no lo diga, tie­ne una espinita clavada. En 1990 recibió el segundo premio de composición del Gobierno de Na­varra y la obra sigue sin estrenar­se. A la vista de los nuevos aires de la orquesta, que comparto plena­mente, ¿qué tal un concierto de autores navarros estrenado en Baluarte por la OSN y repetido en las poblaciones de los músicos se­leccionados? En el caso del padre Muneta, es de justicia. Sería devolverle un poco de lo mucho que él ha dado a la música y a Navarra.

felonesroman@gmailcom

Mitxel Olabuénaga, C.M.

Sacerdote Paúl y Doctor en Historia. Durante muchos años compagina su tarea docente en el Colegio y Escuelas de Tiempo Libre (es Director de Tiempo Libre) con la práctica en campamentos, senderismo, etc… Especialista en Historia de la Congregación de la Misión en España (PP. Paúles) y en Historia de Barakaldo. En ambas cuestiones tiene abundantes publicaciones. Actualmente es profesor de Historia en el Colegio San Vicente de Paúl de Barakaldo.

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