Reunión de primavera en Albacete
Solemos ser puntuales y formales los Paúles de la zona sureste a la hora de acudir a las citas de encuentro… Esta vez, también lo fuimos, aunque hacía poco tiempo que habíamos vivido intensamente la Semana Santa.
El 13 de Abril, lunes, era el día de la cita; esta vez tocaba en Albacete. Y aquí fueron llegando, uno a uno o por parejas, según las ocupaciones se lo permitían: Paulino de Madrid, Chema y Javier de Cartagena, Tomás y Juan Julián de Cuenca, Pedro y Javier de Monte Olivete. Los de la comunidad de Albacete, con la ausencia de Martín que andaba dando Ejercicios a las Hermanas de Leon, nos unimos a la hora de dar la bienvenida y ofrecer los agasajos consabidos del vinillo y los aperitivos calentitos…
Los ¡Holas! calurosos y sonrisas compartidas y, ¡a la tarea, que el tiempo siempre resulta corto para el dialogo sobre el tema, cuando las palabras fluyen ágiles de los contertulios…! El tema elegido, por otra parte, apremiaba a acelerar el paso…
La oración, como aperitivo de la mente y del corazón para afinar las ideas elevadas, siempre viene bien… Y por ella empezamos de la mano de nuestro compañero y amigo Helios. Fue breve porque le apremiaba, casi le quemaba, el tema elegido, que él mismo había preparado a conciencia y con mimo. Nada más y nada menos que los revolucionarios números 24-39 de la Evangelii Gaudium, ese era el punto de encuentro para nuestras peleas dialectico espirituales y pastorales…
Helios lo había preparado tan bien que dejaba pocos resquicios para los escarceos y las disensiones. Incluso nos entregó un amplio esquema, como si de una conferencia de alto nivel se tratase… Resumo brevemente, para no sobrepasar los linderos señalados, las ideas madre que nos presentó, como savia fresca de los números señalados de EG.
Para empezar nos recomendó significativamente el libro de Pedro Jaramillo, “La parroquia en clave misionera”. En esta concepción de la parroquia misionera tienen especial relevancia la comunicación, la conciencia misionera, la mirada atenta, preferencial, a los pobres y el liderazgo innovador.
Una iglesia misionera es necesariamente una iglesia “en salida”, abierta a todos, e innovadora, ya no vale eso de “siempre se ha hecho así”. En esta iglesia misionera la evangelización debe llegar a todos, a los de dentro y a los de fuera.
Una iglesia misionera debe cambiar también los estilos de la evangelización. “La iglesia en salida” es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan…”
El evangelio, como buena noticia, no busca a los pobres para hacer cosas por ellos, sino para devolverles su dignidad de ser amados. En las periferias Dios busca a los pobres, a los alejados, a los perdidos. Los busca hasta el final. Los busca para llevarlos a su casa, la Iglesia…
En la tarea evangelizadora hay que establecer con claridad una jerarquía de valores: volver al Jesús del evangelio, destacar ante todo el amor y la misericordia de Dios. Es igualmente de capital importancia cuidar el estilo, que necesariamente ha de ser “sencillo y cercano al pueblo, que enseñe la verdad como quien asiste a una conversación que enciende el corazón”.
La comida, en el salón de reuniones, que utilizamos en estos tiempos de precariedad social, de almacén de alimentos para las familias de pobrezas crónicas, nos honra como “familia vicenciana en salida…”
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