San José María Yermo

Raíces vizcaínas. Jalmolonga.

Sus papás, D. Manuel de Yermo y Soviñas y Dña. María Josefa Parres Martínez, pertenecieron a la numerosa y poderosa colonia vasca de la ciudad de México. Basta con citar en el siglo XIX a la familia Fagoaga, descendiente del Marqués del Apartado; y en el XVIII a los ricos vascos que levantaron el grandioso Colegio de San Ignacio, conocido popularmente como las «Vizcaínas» por el fin a que se lo destinaba, que era acoger y educar esmeradamente a las niñas más desvalidas de la colonia vascuense.

Todo parece sugerir que los Yermo pertenecían a una clase media alta; eran herederos-propietarios de la Hacienda de Jalmolonga dentro de la jurisdicción parroquial de Malinalco en las tierras tibiamente cálidas del sur del Edo. de México, por donde se cruzan los ríos Chalma, Malinalco y San Jerónimo; y la rodeaban lugares que son hoy tan pintorescos y turísticos como Tenancingo, Chalma, las Grutas, Ixtapan de la Sal, el Santo Desierto y la misma parroquia de Malinalco. Varias voces aseguran que el padre del santo ostentaba el título de conde de Yermo, dato que no he logrado comprobar en la obra más actualizada que conozco sobre el tema: la de Doris M. Ladd, «La nobleza mexicana en la época de la independencia, 1780-1826″, editada por el FCE. Más adelante veremos, sin embargo, que, con unanimidad, se le reconocen al P. Yermo tal prestancia, finura en el trato, sencillez espontanea y vasta cultura, que sin duda hacen referencia a un origen de cuna.

Sus papás se casaron por la iglesia un 5 de febrero de 1851, después de lo cual D. Manuel decidió abandonar el ejercicio de la abogacía y dedicarse a la administración directa de su hacienda. En ella nació José María el 10 de noviembre y el mismo día fue bautizado en la capilla de San José, aledaña a la casa principal y, a los nombres ya indicados, se le impusieron los de Andrés, Manuel y Rafael; todos en memoria de sus familiares, salvo Andrés que recordaba al santo del día de su nacimiento, San Andrés Avelino; y Rafael quizás por una referencia a los ángeles custodios.

Los proyectos ilusionados de los jóvenes esposos-padres se vieron truncados repentinamente por la muerte de Dña. María Josefa el 30 de diciembre. El niño cumplía apenas cincuenta días de nacido. No se ha encontrado ningún documento escrito de aquella muerte tan prematura. Una débil memoria oral sostiene que alguna serpiente venenosa se coló en las habitaciones familiares con peligro de la vida del recién nacido y que la mamá se lanzó a cubrirlo recibiendo en este lance mordeduras mortales. Una lápida apostada en el centro del presbiterio de la capilla, en Jalmolonga, es el único testigo gráfico que dice con letra bien escrita y visible: «Maria Josefa Parres de Yermo nació en México el día 17 de marzo de 1828. Y murió en Jalmolonga el día 30 de diciembre de 1851». Sus restos ahora reposan en la cripta que la comunidad tiene en el cementerio de la Piedad en Puebla.

México. Tía Carmen y nana Gabriela.

Don Manuel dejó su Hacienda en manos de mayordomos, administradores y jornaleros para que sostuvieran el cultivo y procesamiento de la caña de azúcar, el café, el arroz y variedad de frutas de la región. Regresó a México a la casa paterna que se encontraba en la jurisdicción de la parroquia de la Santa Veracruz y cerca de San Juan de Dios; confió el cuidado de su hijo a su hermana Carmen de Yermo y a una criada de nombre Gabriela que será nana y nodriza; él se dedicó, de nuevo, al ejercicio de la abogacía.

En esta pequeña familia José María vivió sus primeros 15 años en una forma pacífica, disciplinada, impregnada de una muy sana vida cristiana y de la calidez cariñosa de aquellas dos santas mujeres que más tarde evocará con estos elogios: «Señor; me quitaste a mi madre casi al nacer; pero en cambio me diste a aquellas dos santas mujeres que tanto me quisieron y a las que tanto debo en mi educación cristiana».

Los pocos momentos que asoma la figura de don Manuel en la biografía del santo, se muestra como un hombre que no transige en cuestiones de disciplina; pero también asoma su actitud humana y su vida sincera y sencillamente cristiana. A él se refiere el santo en una carta que escribió a su amigo de infancia que no he logrado identificar: «Felices de nosotros; que tú como yo, sólo tuvimos en nuestros padres, por su conducta y por sus ejemplos, tipos que imitar…»

De la visita que hizo a su hijo poco tiempo después de su ordenación sacerdotal en 1879, el P. Yermo escribió esta breve nota: Souvenir de mon cher père: «José, ten presente que el alma mejor guardada, es la que confia totalmente y solo en Dios» .

Los Yermo: amigos y bienhechores de los misioneros

Probablemente la amistad y las ayudas a los misioneros y a las Hijas de la Caridad se remonten a los primeros años de la llegada a México de las dos comunidades. Los Yermo y otros de sus familiares vivían entre las demarcaciones de San Juan de Dios y la calle de Plateros. Pertenecían a una clase media alta, eran españoles o mexicanos de origen hispano; dato que indudablemente facilitó los acercamientos. Las dos nuevas comunidades de Misioneros y de las Hijas de la Caridad por su nuevo estilo, por sus nuevas propuestas en los servicios de la salud y de la educación, y la de una predicación misionera fresca que recordaba los mejores momentos misioneros de las grandes órdenes religiosas; todo ello atrajo la amistad y las ayudas de las clases medias altas de la ciudad.

Cuando a principios de los años 60 del siglo XIX los misioneros establecieron las asociaciones de las Hijas de María para la niñez y la juventud, y las Cofradías de Caridad de San Vicente de Paúl para toda clase de jóvenes y señoras, el acercamiento fue mayor y más comprometido. En 1866 dos primas del P. Yermo, Ignacia y Merced Delahanty pertenecían a la asociación de «Niñas de la Caridad». Elena había entrado o estaba próxima a entrar a la comunidad de las Hijas de la Caridad. Cuando estas fueron expulsadas en 1874, todas ellas, junto con otra hermana llamada Adelaida, ingresaron a la asociación de las Hijas de María y tuvieron una participación muy activa como fundadoras de la asociación de Tacubaya, en 1883. Una tía del santo, doña Dolores Yermo, fue presidenta de la Cofradía de Caridad de San Vicente de Paúl del Sagrario Metropolitano en 1867.

José Maria: clérigo y estudiante de la Congregación de la Misión

En 1864 terminó sus estudios básicos y recibió del Emperador Maximiliano una medalla de oro y un diploma en reconocimiento a su comportamiento y a su talento. El siguiente año lo dedicó al estudio de la lengua latina; y en 66 pidió ser admitido en nuestra comunidad. Probablemente se entrevistó con el P. Juan Masnou, que era el Visitador, o con el P. Juan Boquet, que era el director del Seminario Interno. Se cuenta que los misioneros lo admitieron de inmediato y con alborozo. Conocían la incuestionable vida cristiana de los Yermo y también su alta posición social. No es extraño que, entre otras informaciones, los misioneros advirtieran a José María de las prácticas y tareas más difíciles de la comunidad misionera, sobre todo el hecho de tener que levantarse a las 4 de la mañana y bañarse con agua fría. Nada amedrentó al aspirante a misionero, al contrario, el mismo año 66 comenzó en su propia casa la práctica de levantarse a las 4 y echarse una ducha fría. Toda su vida conservó estas prácticas y la de levantarse a las 4 se la impuso a su naciente Instituto religioso fundado en el Calvario de León.

Ingresó formalmente a la Congregación de la Misión el 9 de mayo de 1867 y emitió sus Votos perpetuos, luego de dos años de probación, el 10 de mayo de 1869. Los testimonios que las Siervas recogieron entre algunos de nuestros misioneros coinciden en reconocer las cualidades que José María había heredado de familia y su dedicación esmerada a la regularidad, a la oración y demás prácticas de nuestro Seminario Interno. El P. Mejía, más tarde obispo de Tehuantepec, contó la única anécdota que se conserva. El encargado de repartir los oficios lo puso un buen día a acarrear agua y a llenar los grandes cántaros de la casa. El novicio resintió el cansancio y lo advirtió el encargado, por lo que le dobló la tarea. La vida de los noviciados está llena de estas anécdotas inocentes. Sin embargo, en ésta hay que entrever algo. José María era de salud frágil desde su niñez y no estaba acostumbrado a estos trabajos, por eso nada sorprende que el novicio Yermo diera muestras de impotencia silenciosa y, a pesar de todo cumpliera su tarea.

Tampoco hay que desdeñar el asomo del racismo. Los campesinos y los indígenas y las clases medias bajas siempre hacían burla de la impericia práctica de los «catrines» y si podían les cargaban la mano.

Hizo sus estudios de filosofía con el sabio y santo P. Eduardo Montaño y participó en algunas misiones como catequista, según era costumbre en la provincia vicentina de México. Parece que fue precisamente en este ministerio donde se resintió la sensibilidad a flor de piel y la frágil salud del Hno. Estudiante Yermo, de tal forma que, según testimonio del P. Andrade, todos los misioneros temían que muriera muy pronto. La sensibilidad que le hacía sufrir por todo y el quebrantamiento de la salud fueron una verdadera rémora para que prosiguiera regularmente sus estudios.

En el consejo provincial del 25 de noviembre de 1871 se aprobó la propuesta de que, por razones de salud, el Sr. Yermo viajara a Europa con el P. Román Pascual en el paquete de enero del 72. No se llevó a cabo este viaje. El P. Pascual no se movió de México hasta enero de 1875 para ir a Francia con un grupo de Hijas de la Caridad desterradas. Siempre por las mismas razones de salud, entre los años 72­74 José María hizo la experiencia de vivir fuera de la comunidad, primero como familiar del arzobispo Labastida de México y luego en su casa paterna con el fin de recibir mejor atención médica. En esta salida no se relajó; tampoco se acomplejó. Cultivó las amistades, campo en el que fue siempre pródigo y fiel. Una de ellas célebre, como la de Juan de Dios Peza. Formó un grupo de chicos y chicas con el nombre y patrocinio de San Luis Gonzaga y él les daba conferencias a las que seguían una animosa discusión, consultas y proyectos. Al ser expulsadas las Hijas de la Caridad, se unió a las voces de miles de mexicanos y escribió un folleto en su defensa.

Quizás por este tiempo escribía a un amigo: «Estoy convencido de que sólo podré ser feliz, si me consagro enteramente al servicio de Dios Nuestro Señor».

Y tal vez a esto se deba que en el consejo provincial del 18 de diciembre de 1874 el Visitador Juan Masnou expuso la opinión del arzobispo favorable al regreso del estudiante Yermo a la comunidad. El P. Boquet, presente, dijo que no tenía ninguna objeción.

Dados estos pasos, el 29 de marzo de 1875 varios misioneros y Hermanos y el estudiante Yermo hicieron los Ejercicios Espirituales en la casa de Los Angeles. Y es probable que en el mes de abril ya estuviera en Guanajuato destinado al Colegio que ya por entonces, no estaba en la Valenciana, sino a un costado de Granaditas, en un magnifico edificio que contaba, además, con huerta y casa de campo. En este lugar más céntrico, aumentó el alumnado y el colegio fue derivando hacia una institución universitaria que contaba ya con las facultades de teología y derecho tanto civil como canónico.

A este escenario llegó el Hno. Estudiante Yermo con varios propósitos: iniciar o proseguir sus estudios de teología; impartir clases a los alumnos externos y asumir el oficio de Prefecto del Colegio, bajo la guía del P. Perfecto Amézquita, que era el fundador y director del prestigiado Colegio de Santa Maria de Granaditas.

Parece que, a pesar de la desmesurada tarea que le confiaron, José María se sintió bien y sin duda que desempeñó sus tareas con brillantez como era característico en él. Algo de este buen caminar, se puede intuir en el hecho de que el 27 de febrero de 1876, tanto a él como a otros estudiantes de la Congregación, Mons. Díez de Sollano, obispo de León, les confirió las cuatro órdenes menores que los encaminaban pacíficamente al sacerdocio y a la vida misionera dentro de la Congregación.

Un año después (1877), aparentemente, todo había cambiado. Probablemente en los primeros tres meses del ano, salió de la comunidad y se fue a León, donde habló con su amigo el P. Miguel Arizmendi, quien, a su vez, lo remitió a Mons. Sollano, tío de Yermo, con el resultado de que se quedó en la misma residencia del obispo, prosiguió sus estudios en el Seminario Conciliar y se ordenó de sacerdote dos años después, el 24 de agosto de 1879.

¿Cuál fue la causa inmediata y hasta cierto punto intempestiva, por la que abandonó la Congregación? Hay señales de que padeció una crisis aguda; y las hay también de que su convicción de que estaba llamado al sacerdocio era muy firme. Las dudas se referían al lugar, al escenario. El se fue convencido de que su lugar no estaba entre los misioneros. Es posible rastrear las causas de esta crisis tan fuerte en los acontecimientos que afectaron al Colegio y al Seminario Interno que, por entonces, estaba en la Valenciana.

En 1876 el P. Amézquita aceptó hacerse cargo de la parroquia de Guanajuato y, por consiguiente, se ausentó más del Colegio. En el mismo año el P. Agustín Torres, Visitador, quizás con razón. pero esto no viene al caso aquí, se mostró muy empeñado en suprimir el Colegio y trasladar el Seminario Interno a la ciudad de México; el Visitador menudeó sus visitas a Guanajuato creando un clima de tensión en las comunidades y entre los vecinos, que se oponían a los dos intentos del P. Torres. En diciembre de 1877 el Seminario Interno, por fin, abandonó la Valenciana y emigró a la ciudad de México; y quedó en pie el Colegio y el P. Amézquita siguió de párroco. Para estas fechas José María ya estaba en paz en León y se dedicaba con entusiasmo a sus estudios, a la catequesis y a su formación espiritual. Uno puede intuir, que no probar, que el escenario de Guanajuato, en los años 76-77, alteró completamente a un estudiante a quien cuadraban bien la disciplina, la dedicación al estudio sistemático y una vida de comunidad regular. Hasta aquí podemos llegar.

León, Gto.: el camino de un santo

Aquel desangelado estudiante de teología encontró un escenario nuevo: el palacio episcopal, como si se tratara de volver a la casa señorial de su padre; el seminario conciliar fundado por su tío el obispo, donde pudo seguir una formación académica sistemática; los domingos se iba a impartir el catecismo al cerro del Calvario que era propiedad de un viejecito sacerdotellamado Prudencio Castro .y donde, a sus años, había comenzado la construcción de un templo y de una «casa de ejercicios».

A pesar de que sólo era un minorista, el Cabildo del que formaba parte el P. Miguel Arizmendi como primer Maestro de ceremonias, lo promovió a sexto capellán de coro y segundo maestro de ceremonias. A la muerte de su tío el obispo Sollano, el 7 de julio de 1881, y encontrándose la diócesis; en sede vacante, el Vicario Capitular ascendió al };;P. Yermo primero a prosecretario de la Mitra ty luego a secretario de cámara y gobierno. En la vida pastoral al joven sacerdote se le daban muy bien las cosas: desde luego era un apóstol y lo ayudaban sus cualidades humanas, su formación teológica y su facilidad para predicar. Era también muy solicitado como consejero espiritual.

Qué duda cabe.. El nuevo sacerdote vivía una experiencia de paz que lo, había hecho madurar en todo. Ejercía una intensa vida apostólica entre las clases medias acomodas; estaba muy bien integrado y situado en las altas jerarquías de su diócesis. Humanamente hablando, la vida le sonreía.

Dios lo esperaba en el Calvario y se le iba a revelar en los rostros de aquellos pobres que intentaban vivir marginados y excluidos, en la zona oeste de la ciudad, montañosa y quebrada. El nuevo obispo llegó a León el 30 de enero de 1883. El P. Yermo fue comisionado para salir a recibirlo en la vecina ciudad de Silao. D. Tomás Barón y Morales pertenecía la clero culto de la arquidiócesis de México y fue un gran pastor en León. De él se valió el Señor para sacar al joven sacerdote Yermo de la trampa que le tendía una vida fácil como un cura bueno dentro de su propia clase media rica.

Al mes de su llegada, D. Tomás nombró nuevo secretario que sustituyó al P. Yermo; pero el cambio decisivo llegó en 1885. Acababa de morir el anciano sacerdote D. Prudencio Castro y en abril, el sorprendido P. Yermo recibió el nombramiento de capellán de la capillita del Santo Niño y del templo del Calvario, así como de encargado de proseguir la obra de la casa de ejercicios. Como el mismo P. Yermo confiesa, el nombramiento hirió su amor propio y le asaltó la tentación de renunciar. La prueba la hicieron más dura los amigos que le quisieron convencer de que aquella era una jugada humillante. Pero Yermo, desde joven, tenía una gran cualidad: siempre se confrontaba en la oración y consultaba a las personas que le parecían más doctas y de más virtud y a sus muchos y buenos amigos con que siempre contó.

Por de pronto pensó que su camino estaba en el Calvario. Se compró un caballo y todos los días subía y bajaba para celebrar la misa y concluir las obras que D.Prudencio había dejado a medias. No me consta que de niño haya ido a visitar la Hacienda de Jalmolonga donde nació. En su casa de México sólo conoció a los mayordomos y a los más destacados empleados de su padre, pero nunca, quizás, a la masa de jornaleros, sobre todo a los que trabajaban en la zafra, ennegrecidos y con la ropa hecha girons como aún sucede hoy en muchos ingenios de México. Por eso es que, poco a poco, aquellas gentes vestidas con harapos, aquellos niños descalzos, aquellos rostros cenizos de polvo y requemados por el sol ardiente del verano y el frío quemante del invierno se le fueron quedando como pegados en el cuerpo y en el alma.

En agosto celebró la misa de San Alfonso María de Ligorio y le vino la inspiración que le daría el vuelco a su vida: en aquel cerro al que se acogían los marginados de la ciudad y los advenedizos pobres de otros lugares no hacia falta una casa de ejercicios; ya estaba la de los Angeles donde él mismo había predicado los cuaresmales a multitudes. En el Calvario hacia falta un hogar para tanto pobre, escuelas para tanto niño analfabeta, el catecismo para aquellos niños ya crecidos y sin saber persignarse siquiera. Habría que buscar a las personas que los cuidaran; y mover las voluntades de los ricos de la ciudad para mantener la obra.

En la mañana de aquel 19 de agosto, en la celebración del misterio de la eucaristía, quedaba claro el nuevo rumbo del Calvario. Intensificó las obras, la hizo de albañil; quiso traer de Francia a las «Hermanitas de los pobres» del P. Le Pailleur y le fallaron. Habló de sus planes a un médico famoso en la ciudad, el Dr. Gutiérrez, y éste le dijo que en el hospital civil tenía a su cargo 60 pobres que mantenía con la magra pensión gubernamental de 100 pesos. Luego se entrevistó con el obispo a quien le pareció espléndida la inciativa y, fallida la venida de religiosas de Francia, habló con algunas chicas que él dirigía espiritualmente y que preparaba para que en su momento ingresaran a la comunidad que vendría de Francia; y ellas se mostraron muy dispuestas a colaborar en la obra, provisionalmente.

13 de diciembre de 1885. Esta fue la fecha elegida para recibir a los primeros pobres en el Calvario. La víspera, acompañado de su amigo el P. Arizméndi subió al Calvario y pasó casi toda la noche en vela, en oración. El 13 por la mañana estaba listo para recibir a los nuevos inquilinos. Muy temprano llegaron las cuatro chicas voluntarias que se harían cargo de los pobres: Clotilde, Fausta, Victoriana y Pomposa. Venían cargando sus propios ajuares. Participaron en la misa que el Padre celebró en el templo del Calvario, compartieron juntos el desayuno y luego les hizo entrega de unas construcciones inconclusas y sin orden que intentaban ser el asilo de los pobres. Por la tarde llegaron los pobres en carretones. Las voluntarias se encargaron de distribuirlos por secciones; hombres, mujeres y niños; y mientras estos nuevos inquilinos acomodaban sus pobres enseres, el P. Yermo reunió a sus colaboradoras para acordar algunas bases: Clotilde quedaba al frente de la obra que recibía el nombre oficial de «Asilo del Sagrado Corazón de Jesús». El reglamento provisional establecía la hora de levantarse a las 4 de la mañana y la de acostarse a las 9 de la noche. La jornada comenzaba con una hora de oración y en el día se iban entreverando, la misa, el rosario, la lectura espiritual y los exámenes de conciencia.

En los días siguientes se fueron afinando otros detalles: no había aljibe y se traía el agua a lomo de burra; las cuatro chicas querían cuidar de la burra, así que Yermo echó en suertes y tocó a Victoriana, feliz y alborozada, el cuidado de la borrica; Gumersinda, que se había adherido al grupo y era maestra, se hacía cargo del catecismo y de la escuela para los niños del asilo; más tarde se abrió la escuela para los niños del cerro. Ellas se llamarían «señoras» al estilo de las monjas de la colonia. Y el pueblo completaría la ocurrencia llamándolas «las señoras del Calvario».

El P. Yermo asumía la responsabilidad de cultivar y mantener el espíritu de aquellas chicas: el viernes de cada semana llegaba a las cinco para dar la conferencia que versó insistentemente en la práctica de la oración, de la caridad y de la humildad. Tres años después, el 19 de junio de 1888, se formalizó el noviciado para la formación de las aspirantes. Los pobres también tendrían un retiro mensual.

El día 13 de diciembre de 1885 ha quedado en la tradición de la comunidad como el día simbólico de la fundación del Instituto de las Siervas del Sagrado Corazón y de los pobres.

Puebla: el camino de la expansión

En 1886 el Calvario era servido ya por 19 Hermanas. En 88 le llegó a la incipiente comunidad la primera invitación para una fundación fuera de León: se trataba de hacerse cargo de un asilo en Puebla. Con tal motivo el P.Yermo dio dos tandas de ejercicios para preparar a las Hermanas y luego, en marzo del 89, convocó al primer consejo local de todas las religiosas del Calvario. Se precisaron varios puntos importantes: 1. El nombre de «Señoras del Calvario» fue sustituido por el de «Siervas del Sagrado Corazón y de los pobres». 2. El fin especial del Instituto sería el servicio y cuidado de los más pobres y la enseñanza y educación de los pobres huérfanos. 3. Se delineó un programa para la admisión de aspirantes. 4. Se propuso como lema de la comunidad: «Dios proveerá».

El 14 de marzo comenzó la expansión del Instituto hacia Puebla con un grupo de tres Hermanas y una superiora al frente. Múltiples dificultades que se enfrentaron a la casa de León, como la actitud calumniosa del Dr. Gutiérrez y el distanciamiento del obispo Barón, persuadieron al P. Yermo a trasladar, en julio del 89, la curia general y el noviciado. Él mismo, al fin del año, se trasladó a Puebla y se incardinó en aquella diócesis. Durante 14 años trabajará intensamente por los pobres, principalmente por los niños, los huérfanos y las chicas dadas a la prostitución o en peligro de caer en ella. En Puebla llegó al pequeño y pobre asilo que sostenían las Hermanas. Luego compró una finca ruinosa en la que fue construyendo hasta unos seis edificios que juntos formaron la «Casa de la misericordia cristiana». El P. Yermo no ocultó su alegría por esta obra que abría sus puertas a todos los pobres: niños, adultos, ancianos, chicas que venían de la prostitución, etc. Él mismo trasladó su residencia a esta gran obra social que necesitaba una dirección cuidadosa para coordinar la formación de grupos tan hterogéneos.

Como en León, también en Puebla se vio envuelto en las redes de la calumnia a causa de las deudas contraídas para servir a los más pobres a toda costa. Ya en León se le había acusado de ser rico y no pagar sus deudas; y también se le acusaba de malversar los fondos o, en otras palabras, de que no era un buen administrador. El escribía: «Comprendo que mi camino es la cruz, pero no una, sino muchas cruces y con muchos nombres; sin embargo, todas son cruces que traen paz a mi alma», porque «Los sufrimientos llevados al sagrario, se convierten en amor y paz».

Al final de sus días (al comenzar 1904, año de su muerte), vio cumplida su vocación misionera, con el envío de sus religiosas a las misiones de la Tarahumara, estableciendo él mismo la primera casa misionera en el pueblo de Carichic. A su regreso se detuvo algunos días en León y ya le amenazaba el mal que acabaría con su vida.

Llegó a Puebla y en agosto celebró sus 25 años de sacerdote con expresiones de grande agradecimiento a Dios y a todos los que le habían ayudado en su vida. Siguió el malestar que se agravó repentinamente el 14 de septiembre de 1904, posiblemente por la úlcera estomacal que se le había reventado. El 17 sábado acudió por la noche a la capilla a cumplir con una práctica devocional antigua en él: cantar con su voz sonora la Salve a la Virgen. El domingo por la mañana celebró su última misa en medio de frecuentes mareos causados por la lenta hemorragia. Guardó cama y allí fue recibiendo a los muchos amigos sacerdotes, a las religiosas, a las aspirantes, a muchos habitantes de la «Casa de la Misericordia»; de todos se despidió y a todos dijo alguna palabra: Murió el martes día 20, a las 4.40 de la mañana. Tenía 53 años de edad y 25 de sacerdote.

Las Siervas del Sagrado Corazón y de los pobres, según Directorio de la CIRM-1996, tienen 53 comunidades repartidas en una provincia: Nuestra Señora de Guadalupe; y en dos regiones: Región Norte Yermo y Parres y Región Sur San José. Sus ministerios principales son: escuelas, asilos (el de Cd. Madero bajo la advocación de San Vicente); casas hogar, hospitales y misiones entre indígenas. elevándose hasta 13 las comunidades de misión en la zona de Chihuahua.

Un santo para la Iglesia universal

Su camino de santidad fue la caridad al servicio de los más pobres; herencia que transmitió a su comunidad en una de sus últimas palabras: «Baje para ellas una larga y fecunda bendición que las santifique fructificando sus trabajos en medio de los pobres, que forman su tesoro y el precioso legado que les dejo».

El P. Gonzalo Carrasco, SJ, uno de sus amigos, diseñó, post mortem, esta apretada semblanza: «Fue un hombre muerto a sí mismo, celoso de la gloria de Dios y del bien de los pobres. Tan pronto a emprenderlo todo como a sacrificarlo todo por la voluntad de Dios y el amor a sus hermanos. Un hombre que apreció la salvación de las almas más que su salud. Amó la voluntad de Dios más que su vida».

Y su biógrafa, la Madre Ma. Elena Alba, escribió también sobre esta veta de su amor a los pobres: «Tenia el Padre una gran capacidad de sentir. Las desgracias de los pobres le conmovían hasta las lágrimas. Era delicado para comprender y hacer suyos los sufrimientos de los demás y remediarlos, aún a costa de grandes sacrificios, porque en su corazón hacían eco todas las miserias, tristezas y amarguras de los pobres » (.) Sobre todo de «los niños, los desamparados, los más miserables «.

El frágil y sensible José María Yermo aparece grandioso en esta confidencia en la que nos descubre el secreto de su fortaleza en medio de la debilidad: «Sé que debo orar más, porque cuanto yo más viva en Ti, Señor, más podré llegar a las almas y llevarlas hasta tu Sagrado Corazón «.

José María Yermo, misionero de la Congregación de la Misión, y luego sacerdote del clero secular, entregó su vida como San Vicente al servicio de los más pobres. Fue beatificado por el Papa Juan Pablo II en la Basílica de Guadalupe el 6 de mayo de 1990; y canonizado por el mismo Juan Pablo II en Roma, el 21 de mayo del 2000.

Autor: Juan José Muñoz, C.M.

David Carmona, C.M.

David Carmona, Sacerdote Paúl, es canario y actualmente reside en la comunidad vicenciana de Casablanca (Zaragoza).

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1 respuesta

  1. Hna Jacqueline, sscjp dice:

    El Padre Yermo, quando era capellan del Templi del Calvario, en el trayecto viò una escena muy impressionante, dos cerdos devoraban un nino recien nacido. Esa e scena le cambio la existencia y quiso responder a esa necesidad concreta, de educacion, de formaciob humana y cristiana, especialmente a la mujer.

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