San Vicente de Paúl y el dinero
I.- Introducción
Desde siempre, los hombres intercambian bienes o servicios. Para comodidad de esos intercambios, pensaron en crear un intermediario: el dinero, que, bajo un pequeño tamaño, representa el valor potencial de un bien material o de un servicio. Mas, desligado de sus ataduras inmediatas con los bienes o los servicios procurados o posibles, el dinero ha llegado a ser objeto de una especie de culto. Es esta especie de divinidad: el «Mammón de iniquidad», que el Evangelio nos presenta enfrentado con Dios en el corazón de los hombres: un demonio que hace correr a unos y quita el sueño a otros; ¡un ídolo ante el cual las puertas se abren y los espinazos se doblan!
Para muchos es la norma del bien y del mal, hasta el punto de que se mira con consideración a las «gentes acomodadas», porque tienen dinero, y con conmiseración a quienes no poseen nada y están siempre expuestos a comprometerse en expedientes para poder sobrevivir.
En tiempos antiguos el numerario era raro entre los humildes; llega a ser más común a partir del momento en que, en el siglo XVI y XVII, los metales preciosos del Nuevo Mundo afluyeron a Europa por intermedio de España. Circula por los canales de influencia social y de poder. Tener y poder van juntos: así era en tiempos de san Vicente en que, a pesar de que se rendia cierto culto al honor, todo se compra, ¡hasta las mismas conciencias! Entre quienes han conseguido un cargo al servicio del rey, muchos, hasta la cumbre de la jerarquía, confunden el dinero público con el propio.
El joven Vicente, para responder a las esperanzas de su familia, va a tratar de ascender en la sociedad y de salir a la caza de beneficios. Hasta los va a coleccionar, pero no siempre va a resultar un éxito: va a ser llamado al orden por el cabildo de Ecouis, pues allí no se le ve nunca; hace un mal negocio al adquirir la abadía de San Leonardo de Chaumes, que sólo es un montón de ruinas.
En 1653, san Vicente escribe a uno de sus cohermanos (IV, 574): «Habría sido un terrible escándalo cargarse usted con dos o tres parroquias a la vez», pero 40 arios antes no tenía visos de considerar escandaloso ni horrible tal acumulación.
A partir del momento en que descubre a los pobres, su miseria material y espiritual, el dinero no tiene ya más, para san Vicente, el mismo significado. Ya no es más el instrumento de su éxito, de su ascenso social: se convierte (el dinero) en el medio de servir a los pobres.
San Vicente sabe por experiencia a costa de cuántas dificultades es ganado por los pobres, y con qué facilidad es derrochado por los ricos; también en adelante va a actuar como lazo de unión entre unos y otros; será el intendente de las generosidades de unos y el proveedor de las necesidades de otros.
Sin jamás llegar al tono ni al estilo de un revolucionario, san Vicente va a recordárselo a los ricos que son los responsables ante Dios del dinero que disponen: el uso que hagan de él para el servicio de los pobres será una cuestión de «justicia y no de misericordia». Conseguirá de ellos unas cantidades enormes, para distribuirlas en ayudas inmediatas o para constituir un patrimonio de los pobres. Se manifestará como un administrador genial y riguroso, según las reglas más estrictas de la gestión inmobiliaria, invirtiendo en tierras, en inmuebles, en líneas de diligencias, defendiendo sus derechos, o más bien, los de los pobres. Mas al mismo tiempo, será un intermediario escrupuloso, considerando con respeto las pobres sumas economizadas por los parientes de un galeote o de un esclavo de Berbería, y haciendo remitir por medio de sus cohermanos de Marsella y Argel o Túnez las pocas libras, «sueldos» y monedas, de las que se verá privada el amor de una madre para aligerar las cadenas de su hijo.
Las normas que da para la gestión de los bienes de sus comunidades se inspirarán en este principio general: vivimos del patrimonio de los pobres y que tendremos que rendir cuentas a ellos y a Dios.
Después del tiempo de san Vicente, el reino del dinero se ha extendido por el mundo, ha soslayado los obstáculos morales opuestos a su expansión, como la condena del préstamo a usura. Ha tomado la forma impersonal e inhumana del capitalismo.
Capitalismo privado, que transportaba a los esclavos en las bodegas de los barcos negreros, en el siglo XVIII; que ha formado otros «barios» en las fábricas del siglo XIX, permitiendo, es cierto, la expansión industrial, pero a costa de cuánto sufrimiento para los pobres, convertidos en proletarios.
Capitalismo de Estado: que prolonga, en el siglo XX, esta situación de esclavi-tud con la promesa de un programa de liberación.
El reino del dinero ha gangrenado poco a poco todas las capas de la sociedad haciéndolas entrar en el ciclo producciónconsumo a todas las actividades humanas, de las más nocivas hasta las más espirituales.
Ha desorganizado el mundo rural de los países occidentales, destruyendo sus comunidades naturales y sus valores, transformando a unos hombres libres en unidades impersonales sumisas al ritmo producciónconsumo.
El reino del dinero extiende ese proceso de desestructuración al mundo entero estableciendo en todas partes el ciclo producciónconsumo regulado por unos centros de decisión lejanos e impersonales, cuya única ley es la rentabilidad. Bajo el imperio de los valores materiales, mandados por el dinero, las sociedades tradicionales se derrumban y unos hombres desamparados vienen a aglutinarse en bidonvilles inmensos, Lázaro a la puerta del rico, en los suburbios de las ciudades donde el dinero es rey.
Cuando se dice que nuestro mundo se ha vuelto loco, se deja entrever que nuestra civilización es indudablemente mortal, si la situación actual continúa desarrollándose, es que este mundo ha perdido la cabeza: no sabe a dónde va, se orienta con una brújula cuya aguja está únicamente polarizada por el dinero. Se ha hecho del dinero y de la ganancia un absoluto, que impone el bienestar o la miseria, la vida y también la muerte, cuando la aguja de la brújula debería estar apuntando hacia el hombre, el único absoluto, porque es hijo de Dios, incluso hasta el más miserable, en el cual san Vicente nos invita a dar vuelta a la medalla para ver en él a Jesucristo en persona.
II.- San Vicente y el dinero
«San Vicente y el dinero», ¡he aquí a primera vista un tema sorprendente! Con todo, el dinero influyó mucho en su vida y en su obra. Sus relaciones con él evolucionaron también mucho a lo largo de su vida. —Considerándolo como un fin, mientras se muestra preocupado de su ascenso; después de 1617 lo adopta como un medio necesario para el servicio de los pobres y para su evangelización. Pero denuncia, y con insistencia, sus peligros y sus límites—. Al término de esta larga experiencia confesará:«Una de las cosas de que tengo más miedo es el manejo el dinero» (IX, 896).
2.1.- El dinero… un fin
Desde su juventud, san Vicente conoce el valor del dinero. Para sus estudios en Toulouse, sabe que su padre tuvo que vender un par de bueyes. (Abelly, p. 35).
Cuando san Vicente escribe a su madre, en febrero de 1610, vemos su intención de indemnizar a su familia. Esta carta es muy significativa de su mentalidad antes de 1617, en lo referente al dinero; podemos fijarnos en las expresiones: «ascenso», «negocios», «comodidad», «prosperidad».
«Madre mía: la seguridad que el Sr. de Saint-Martin me ha dado de su buena salud me ha alegrado tanto que la estancia que aún me queda en esta ciudad para recuperar la ocasión de ascenso (que me han arrebatado mis desastres) me resulta penosa por impedirme marchar a devolverle los servicios que le debo; pero espero de la gracia de Dios que él bendecirá mis trabajos y me concederá pronto el medio de obtener un honesto retiro, para emplear el resto de mis días junto a usted. He expuesto la situación de mis negocios al Sr. de Saint-Martin, y me ha manifestado que él quería continuar la benevolencia y el afecto que el Sr. de Comet tuvo a bien prodigamos. Le he suplicado que se lo comunique todo.
Me hubiera gustado conocer el estado de los asuntos de la casa, y si todos mis hermanos y hermanas, y el resto de nuestros parientes y amigos están bien, sobre todo, si mi hermano Gayón se ha casado y con quién, y además cómo marchan los asuntos de mi hermana María, de Paillole, y si todavía vive en la misma casa con su cuñado Bertrand. En cuanto a mi otra hermana, creo que se encontrará a su gusto, mientras plazca a Dios tenerla acompañada. Me gustaría también que mi hermano hiciese estudiar a alguno de mis sobrinos. Mis infortunios y el poco servicio que hasta el presente he podido hacer a la casa le podrán quitar acaso la voluntad de ello; pero que se imagine que el presente infortunio puede presuponer una suerte en el porvenir.
Esto es, madre mía, todo lo que le puedo decir por la presente, si no es que también le ruego presente mis humildes saludos a todos mis hermanos y hermanas y a todos nuestros parientes y amigos, y que ruego a Dios incesantemente por su salud y por la prosperidad de la casa, como aquél que es y será, madre mía, el más humilde obediente y servicial hijo y servidor» (I, 88-90).
Durante este período, san Vicente trata de acumular beneficios: «San Leonardo de Chaume» (X, 17), «Clichy» (X, 97), «Écouis» (X, 30) Parece estar prisionero del dinero e indudablemente, lo reconoce un poco, hacia el final de su vida, en la evocación del hombre «que sólo respira riquezas»; un retrato que anuncia «Los Caracteres» de La Bruyére (1688).
2.2.- «Allí estará toda su única ocupación»
«Y ¿cómo ese hombre, que sólo piensa en las riquezas, podrá cumplir con este mandamiento? El que quiera poseer, el que no esté contento con su situación, estará pensando noche y día solamante en los medios que le sirvan para poseer más cosas; las necesita, según él piensa, y necesita encontrar los medios para ello. Allí estará toda su ocupación; cuando esté solo en su cuarto, se pondrá a pensar: «¿Tendré que seguir siempre así? No, no puede ser; cuando haya hecho esto, cuando haya obtenido aquello, cuando estemos allí, haremos esto, esto y esto». Y otros mil pensamientos en los que se enredará ese pobre espíritu.
De noche, seguirá pensando en ello. Y, cuando se despierte, éste será el primer pensamiento: ¿hay que levantarse a las cuatro? Ya suena la campana; ¿tendré que estar siempre con esa campana importuna sonando a mis oídos? Todavía es muy temprano; este reloj se adelanta demasiado; ¡a quién se le ocurre levantarse tan pronto! No he dormido bien esta noche; tendré que descansar una hora más. Pero vendrán a despertarme. Vendrá el padre Vicente que está siempre gritanto; gritará a mi lado (¡un importuno despertador!): «Padre, ¿qué hace usted? Ya están todos en la oración; sólo se ha quedado usted en la cama. ¿Le pasa algo, padre? ¡Hay que levantarse!».
Y en la oración, juzgad vosotros mismos qué podrá hacer un hombre con tales disposiciones. ¡Pobre oración! ¡qué mal hecha estarás! Y tú, oh Salvador, oh Dios mío, ¡qué mal te verás tratado por esa persona! O se dormirá, o pensará en algo muy distinto de lo que hay que pensar delante de Dios. ¿Y el divino sacrificio? Volverán esos mismos pensamientos, y ocurrirá lo mismo. Y cómo rezará su oficio? Como lo demás, con mil distracciones» (XI, 149-150).
2.3.- «¿Es eso ser misionero?»
«¿Hay que ir a una misión? ¡Es un poblacho donde no hay más que pobres campesinos y pobres mujeres! ¡Oh, padre! No vale la pena ir allá! Si se le pide que vaya, tiene un buen acopio de excusas; no le faltan nunca; y el pobre superior no tiene más remedio que aceptarlas gimiendo; ¿qué otra cosa puede hacer? Pero, si es una misión de importancia, donde puede satisfacer su vanidad, allá está mi hombre. Se ofrece a ella, la pide, hace todo lo que puede de forma directa o indirecta, para que lo envíen.¡Oh Salvador! ¿Es eso ser misionero? Eso es un diablo, no un misionero. Su espíritu es el espíritu del mundo. Está ya de corazón y afecto en el mundo; solamente está en la misión su esqueleto. Buscar la comodidad, seguir sus gustos, vivir bien, hacerse estimar, todo eso es espíritu mundano: y eso es lo que pide, allí está su espíritu.
Acordaos, padres, de que las riquezas no son más que medios, esto es, algo que se quiere para obtener otra cosa; ningún hombre quiere poseer bienes, a no ser para utilizarlos en adquirir honores o placeres. Por eso los quiere» (XI, 151-152).
III.- El dinero como un medio
Después de su conversión, san Vicente se consagra enteramente al servicio de los pobres. El dinero se revela siempre necesario para su actuación, no tanto para «su ascenso» personal, cuanto por la preocupación de la justicia y por un espíritu de solidaridad. El dinero «para él» se convierte en «el dinero de los pobres»; sabe promover generosidades, asegurar una sana gestión de las cantidades recogidas, y más aún, distribuirlas eficazmente según las urgencias y las necesidades.
3.1.- Sabe encontrar el dinero
Exceptuando las ayudas nacionales, la obra de los niños abandonados fue seguramente la empresa más onerosa. En varias ocasiones, san Vicente interpela a las Damas de la Caridad:
«Y si abandonáis esta obra, ¿qué dirán los fieles? Dirán ciertamente aquellas palabras del evangelio a propósito de los que comienzan las obras buenas y luego las abandonan, cuando llegan las dificultades.
Más todavía; es de temer que caigáis en la desgracia de aquéllos de los que habla nuestro Señor. Y también san Pablo pronuncia la maldición contra aquéllos que, después de haber sido iluminados por Dios y de haber saboreado la dicha de estar empleados en el servicio de Dios, han vuelto a su desidia; y dice el santo que es imposible que se salven.
Y ¿qué medios para sostener la obra? Os diré lo que decía san Pablo: ¿habéis dado algo más de lo superfluo? ¿Habéis hecho tanto por esos niños como aquellas mujeres del pueblo de Dios? ¿Habéis resistido hasta la sangre?» (X, 939).
3.2.- «¡Cuántos cachivaches hay en vuestra casal»
«Sois un centenar. Si cada una hiciera un esfuerzo hasta 100 libras, habría más de lo necesario. Si lo hicieran cincuenta, y las demás dieran algo, bastaría con lo que ya se tiene. Yo no tengo dinero. ¡Ay! ¡Cuántos cachivaches hay en vuestra casa, que no sirven para nada! Señoras, ¡qué lejos estamos de la piedad de los hijos de Israel, cuyas mujeres entregaban sus joyas para hacer un becerro de oro! Pero luego habrá que seguir hasta el infinito, y todo el mundo abandonará a sus hijos. A esto respondo que no. Hace pocos días una señora entregó todas sus joyas para esto. Cinco o seis damas alimentan a una provincia entera»(X, 942-943).
3.3.- Sabe administrarlo
En los Reglamentos de las Cofradías, san Vicente concede una particular importancia a la responsabilidad del tesorero:
«El primer asistente llevará el nombre de tesorero, y tendrá la autoridad del prior en su ausencia; recibirá y guardará el dinero en un cofre con dos llaves, de las que el prior tendrá una y él la otra, sin que pueda tener en su poder más dinero que el que sea necesario para repartir durante un mes a los pobres sanos, ni abrir el cofre más que en presencia del rector y del prior. Empleará el dinero según las órdenes de dichos directores, y dará cuentas todos los arios, el día siguiente de Pentecostés, en presencia de dichos directores de los servidores de los pobres, del juez y procurador fiscal, que podrán asis-tir a la asamblea, si les parece conveniente, aunque sin poder exigir ni esperar por ello ninguna recompensa, tasa o salario. El tesorero escribirá las resoluciones de las asambleas» (X, 596-597).
3.4.- «Estado de los ingresos y los gastos»
«El padre Vicente leyó entonces delante de la asamblea la situación de los ingresos y de los gastos. Desde la última reunión general, esto es, desde hacía cerca de un año, se habían gastado 5.000 libras para la colación de los enfermos pobres del Hotel-Dieu, y se habían recibido para este fin 3.500 libras» (X, 947).
«Pasemos a los niños expósitos, de los que se ha encargado vuestra Compañía. Por las cuentas de la señora de Bragelonne, que es su tesorera, vemos que los ingresos del año pasado ascienden a 16.248 libras, mientras que los gastos suman 17.221 libras» (X, 951).
3.5.- «Es un sacrilegio»
Sabe defender el dinero de los pobres y repartirlo:
«Pero, ¿a quién se lo quitáis, cuando os quedáis con alguna cosa de las que os han pues-to en las manos? ¡A los pobres! ¡Dios mío! ¡A los pobres! ¡se lo robáis a Dios mismo! ¡Cómo! ¡Tomar lo que está destinado a unos pobres, que sólo tienen lo que se les da, vosotras que deberíais ser sus madres y sus administradoras! Esto es algo peor que un pecado mortal, y que va más allá del mandamiento y del voto. Y también por eso, es un sacrilegio, ya que se trata de algo que pertenece a Dios, pues él es el que ha inspirado a esas personas que se lo dieran a los pobres. Se fían de vosotras, para que lo distribuyáis, y ¿vais a ser tan desgraciadas que os vais a quedar con ello? ¡Dios mío! ¿Qué es esto? ¡Qué desgracia! ¡Qué miserable sería la que así lo hiciera! Hijas mías, no os extrañéis de ver alguna vez a ciertas Hermanas, que al principio fueron muy observantes y amantes de su vocación, incluso durante años, pero que poco a poco, se fueron relajando y perdieron el afecto que tenían a sus Reglas, sin preocuparse ya de practicar las buenas obras ni de ocuparse en ellas según el espíritu de Dios, hasta llegar finalmente a romper con su vocación. Es que no han observado esta Regla. De ordinario la pérdida de la vocación proviene de que alguna se ha quedado con el bien de los pobres, aunque sólo se trate de unos céntimos» (IX, 897).
3.6.- «Para la distribución de sus caridades»
«El hermano que está encargado de distribuir vuestra limosna me decía: «Padre, es el trigo que se ha enviado a la frontera lo que ha dado la vida a un gran número de familias; no tenían ni un solo grano para sembrar; nadie se lo quería prestar; las tierras permanecían yermas y aquellas aldeas se quedaban desiertas por la muerte y por el abandono de sus habitantes». Se han utilizado hasta 22.000 libras en un año en simientes, para sembrarlas en verano y alimentarlos en invierno. ¡Fíjense, señoras, en los bienes que han hecho y la desgracia que sería si llegasen a faltar!» (X, 954).
3.7.- «A peso de oro»
«En cuanto a las que tienen que administrar el bien de los pobres, es menester que cumplan fielmente con su encargo, que lo midan todo a peso de oro y que no digan jamás, bajo ningún pretexto, que una medicina ha costado más cara de lo que costó, que den cuentas a la tesorera lo más frecuentemente que puedan y que incluso la urjan a que tome sus cuentas. Al hacer así, la consolaréis y le haréis ver que sois personas de fiar» (IX, 903).
IV.- Los peligros del dinero
Su experiencia en el manejo del dinero, antes y después de su conversión, mueve a san Vicente a insistir cada vez más acerca de su valor, la importancia de la pobreza evangélica. Aunque necesario, el dinero le aparece sobre todo como un peligro contra el cual pone en guardia a sus discípulos.
4.1.- «¡Maldición, maldición, Señores!»
«¡Desgraciado, padres y hermanos míos, sí, desgraciado el misionero que quiera apegarse a los bienes perecederos de esta vida! Pues se verá apresado por ellos, clavado por estas espinas y atado por las ligaduras; y si esta desgracia cayera sobre toda la Compañía, ¿qué es lo que se diría de ella, y cómo viviría en ella? Se diría: «Tenemos tantos miles de renta; podemos estar tranquilos; ¿por qué ir a corretear por las aldeas? ¿por qué trabajar tanto?; dejemos a esos pobres campesinos; que cuiden de ellos sus párrocos, si quieren; vivamos tranquilamente sin tantas preocupaciones». De esta forma la ociosidad vendrá tras el espíritu de avaricia; sólo se pensará en conservar y aumentar los bienes temporales, y en buscar las propias satisfacciones; y entonces habrá que decir adiós a todos los ejercicios de la Misión, y a la Misión misma, pues dejará de existir. No hay más que repasar la historia, para ver una infinidad de ejemplos de cómo las riquezas y la abundancia de bienes temporales han causado la pérdida, no sólo de muchas personas eclesiásticas, sino también de comunidades y de órdenes enteras, por no haber sido fieles a su primer espíritu de pobreza» (XI, 773).
4.2.- «Es la propiedad la que nos echa a perder»
«Hermanos míos, cuando lleguemos delante de Dios con este hermoso ropaje de la pobreza, ¡qué consuelo! Seremos la causa de que nuestra posteridad viva en ella como en su fortaleza, ya que la práctica de la pobreza es la que conserva las casas y las compañías, mientras que es la prosperidad lo que las echa a perder; la experiencia es en este caso demasiado elocuente y funesta.
Salvador mío, quiera tu infinita bondad conservarnos y aumentar en nosotros esta práctica de la pobreza. Todos somos padres de los que vengan detrás de nosotros; engendrémoslos en estos ejercicios. ¡Qué felices seremos de haber contribuido a ello! Os conjuro, hermanos míos, a que os esforcéis en ello de palabra y de obra. Nosotros, los sacerdotes, estamos más obligados que los demás. Cuando la Iglesia se mantenía en esta práctica, en sus comienzos, los fieles eran todos santos; pero, desde que empezaron a tener bienes en propiedad y los eclesiásticos tuvieron beneficios en particular, como ocurrió a partir del papa san Telesforo, todo se vino abajo. Los eclesiásticos de ahora no son ni la sombra de los eclesiásticos de aquellos felices tiempos y de aquel siglo de oro. ¡Quiera Dios concedernos la gracia de ani-marnos a todos a la práctica de esta santa virtud de la pobreza, que, además de la recom-pensa temporal que tiene prometida, nos merecerá también la eterna!» (XI, 665).
V.- Cuestiones para la reflexión y el diálogo
1.- El dinero es necesario, pero, aunque nos defendamos de él, puede ejercer sobre nosotros una cierta fascinación:
- ¿Qué representa para nosotros?
- ¿Cuál es nuestra relación con él? (medio de vivir decentemente, de poseer bienes, dependencia, reconocimiento de nuestro trabajo, codicia, medio de promoción, desinterés porque disponemos de una comunidad que provee a nuestras necesidades, posibilidad de compartir…)
- ¿Cómo lo utilizamos? ¿Qué nos permite realizar?. Tomemos como ejemplo el presupuesto de un mes.
2.- El poder que ejerce en la sociedad:
- ¿nos lleva a hacer una elección en el estilo de vida, en el consumo para guardar nuestra libertad? ¿Cuáles? ¿Por qué?
- «Vivimos del patrimonio de Jesucristo, del sudor de los pobres» (XI, 121).
3.- En nuestro presupuesto personal y comunitario:
- ¿qué parte reservamos a la participación? ¿Con qué criterios?
Tomado de “En tiempos de Vicente de Paúl y Hoy”
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