Tema primero: Tiempo de «nueva evangelización»

«¿Cómo creerán en aquel a quién no han oído ? ¿Cómo oirán sin que se les predique?» (Rm 10, 14)

1.- “Nueva evangelización”. El significado de una definición

Aunque la expresión «nueva evangelización» haya sido ciertamente divulgada y suficientemente asimilada, sigue siendo una definición aparecida recientemente en el universo de la reflexión eclesial y pastoral, y por lo tanto, un significado no siempre claro y estable. Habiendo sido introducido por el Papa Juan Pablo II, inicialmente – sin un particular énfasis, y casi sin dejar presagiar el papel que habría asumido ulteriormente – durante su viaje apostólico en Polonia, el término “nueva evangelización” ha sido retomado y relanzado por el mismo Pontífice sobre todo en su Magisterio dirigido a las Iglesias de América Latina. El Papa Juan Pablo II recurre a esta expresión para hacer de ella un instrumento de intrepidez; la introduce como un medio de comunicación de energías en vista de un nuevo fervor misionero y evangelizador. A los Obispos de América Latina se dirige así: «La conmemoración del medio milenio de evangelización tendrá su significación plena si es un compromiso vuestro como obispos, junto con vuestro presbiterio y fieles; compromiso, no de re-evangelización, pero sí de una evangelización nueva. Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión».  No se trata de hacer nuevamente una cosa que ha sido mal hecha o que no ha funcionado, de modo que la nueva acción se convierta en un juicio implícito sobre el desacierto de la primera. La nueva evangelización no es una reduplicación de la primera, no es una simple repetición, sino que consiste en el coraje de atreverse a transitar por nuevos senderos, frente a las nuevas condiciones en las cuales la Iglesia está llamada a vivir hoy el anuncio del Evangelio. El Continente latino-americano se encontraba llamado, en aquel período, a hacer frente a nuevos desafíos (la difusión de la ideología comunista, la aparición de las sectas). La nueva evangelización es la acción que sigue al proceso de discernimiento con el cual la Iglesia en América Latina está llamada a leer y evaluar la situación en la cual se encuentra.

En esta acepción, el término es retomado y relanzado en el Magisterio del Papa Juan Pablo II dirigido a la Iglesia universal: «Hoy la Iglesia debe afrontar otros desafíos, proyectándose hacia nuevas fronteras, tanto en la primera misión ad gentes, como en la nueva evangelización de pueblos que han recibido ya el anuncio de Cristo. Hoy se pide a todos los cristianos, a las Iglesias particulares y a la Iglesia universal la misma valentía que movió a los misioneros del pasado y la misma disponibilidad para escuchar la voz del Espíritu»: la nueva evangelización es una acción sobre todo espiritual, es la capacidad de hacer nuestros, en el presente, el coraje y la fuerza de los primeros cristianos, de los primeros misioneros. Por lo tanto, es una acción que exige un proceso de discernimiento acerca del estado de salud del cristianismo, la verificación de los pasos cumplidos y de las dificultades encontradas. Explicará más adelante el mismo Papa Juan Pablo II: «La Iglesia tiene que dar hoy un gran paso adelante en su evangelización; debe entrar en una nueva etapa histórica de su dinamismo misionero. En un mundo que, con la desaparición de las distancias, se hace cada vez más pequeño, las comunidades eclesiales deben relacionarse entre sí, intercambiarse energías y medios, comprometerse a una en la única y común misión de anunciar y de vivir el Evangelio. “Las llamadas Iglesias más jóvenes – han dicho los Padres sinodales – necesitan la fuerza de las antiguas, mientras que éstas tienen necesidad del testimonio y del empuje de las más jóvenes, de tal modo que cada Iglesia se beneficie de las riquezas de las otras Iglesias”».

Ya estamos en condiciones de comprender el funcionamiento dinámico correspondiente al concepto de “nueva evangelización”: a tal concepto se recurre para indicar el esfuerzo de renovación que la Iglesia está llamada a hacer para estar a la altura de los desafíos que el contexto socio-cultural actual pone a la fe cristiana, a su anuncio y a su testimonio, en correspondencia con los fuertes cambios en acto. A estos desafíos la Iglesia responde no resignándose, no cerrándose en sí misma, sino promoviendo una obra de revitalización de su propio cuerpo, habiendo puesto en el centro la figura de Jesucristo, el encuentro con Él, que da el Espíritu Santo y las energías para un anuncio y una proclamación del Evangelio a través de nuevos caminos, capaces de hablar a las culturas contemporáneas.

Así configurado, el concepto de “nueva evangelización” ha sido asumido y nuevamente impulsado en las Asambleas Sinodales Continentales, celebradas como preparación al Jubileo del 2000, manifestándose ya como un término adquirido dentro de las reflexiones pastorales y eclesiales de las Iglesias locales. “Nueva evangelización” es sinónimo: de renovación espiritual de la vida de fe de las Iglesias locales, de puesta en marcha de caminos de discernimiento de los cambios que están afectando la vida cristiana en varios contextos culturales y sociales, de relectura de la memoria de la fe, de asunción de nuevas responsabilidades y energías en vista de una proclamación gozosa y contagiosa del Evangelio de Jesucristo.  Suficientemente sintéticas y ejemplares son las palabras del Papa Juan Pablo II dirigidas a la Iglesia en Europa, al hablar de «la urgencia y la necesidad de la “nueva evangelización”» mientras se toma cada vez más consciencia «de que Europa, hoy, no debe apelar simplemente a su herencia cristiana anterior; hay que alcanzar de nuevo la capacidad de decidir sobre el futuro de Europa en un encuentro con la persona y el mensaje de Jesucristo».

No obstante esta difusión y notoriedad, la expresión no logra, de todos modos, ser recibida en modo pleno y total en el debate, dentro de la Iglesia y dentro de la cultura. Al respecto, permanecen algunas reservas, como si con esta expresión se quisiera elaborar un juicio de desaprobación y una remoción de algunas páginas del pasado reciente de la vida de las Iglesias locales. Existe quien duda que la “nueva evangelización” cubra o esconda la intención de nuevas acciones de proselitismo de parte de la Iglesia, principalmente en relación a las otras confesiones cristianas. Se tiende a pensar que con esta definición se realice un cambio en la actitud de la Iglesia hacia aquellos que no creen, transformados en objetos de persuasión y no ya vistos como interlocutores en el contexto de un diálogo que nos descubre a todos unidos por la misma humanidad y en la búsqueda de la verdad de nuestra existencia. A esta última preocupación ha querido prestar atención y también dar una respuesta el Papa Benedicto XVI en su viaje apostólico a la República Checa: «Me vienen aquí a la mente las palabras que Jesús cita del profeta Isaías, es decir, que el templo debería ser una casa de oración para todos los pueblos (cf. Is 56, 7; Mc 11, 17). Él pensaba en el llamado “patio de los gentiles”, que desalojó de negocios ajenos a fin de que el lugar quedara libre para los gentiles que querían orar allí al único Dios, aunque no podían participar en el misterio, a cuyo servicio estaba dedicado el interior del templo. Lugar de oración para todos los pueblos: de este modo se pensaba en personas que conocen a Dios, por decirlo así, sólo de lejos; que no están satisfechos de sus dioses, ritos y mitos; que anhelan el Puro y el Grande, aunque Dios siga siendo para ellos el “Dios desconocido” (cf. Hch 17, 23). Debían poder rezar al Dios desconocido y, sin embargo, estar así en relación con el Dios verdadero, aun en medio de oscuridades de diversas clases. Creo que la Iglesia debería abrir también hoy una especie de “patio de los gentiles” donde los hombres puedan entrar en contacto de alguna manera con Dios sin conocerlo y antes de que hayan encontrado el acceso a su misterio, a cuyo servicio está la vida interna de la Iglesia».

Nosotros, en cuanto creyentes, debemos amar también a las personas que se retienen agnósticas o ateas. Ellas, tal vez, se asustan cuando se habla de nueva evangelización, como si ellas debieran transformarse en objetos de misión. Sin embargo, la cuestión sobre Dios permanece igualmente presente también para ellos. La búsqueda de Dios ha sido el motivo fundamental a partir del cual ha nacido el monacato occidental y, con él, la cultura occidental. El primer paso de la evangelización consiste en tratar de mantener alta la atención en dicha búsqueda. Es necesario perseverar en el diálogo no sólo con las religiones, sino también con los que consideran la religión como una cosa extraña.

La imagen del “patio de los gentiles” se nos ofrece como un ulterior elemento en la reflexión sobre la “nueva evangelización”, que pone de manifiesto la audacia de los cristianos de no renunciar jamás a buscar positivamente todos los caminos para delinear formas de diálogo que correspondan a las esperanzas más profundas y a la sed de Dios de los hombres. Tal audacia permite colocar dentro de este contexto la pregunta sobre Dios, compartiendo la propia experiencia en la búsqueda y comunicando como un don el encuentro con el Evangelio de Jesucristo. Una análoga capacidad, una actitud similar, exige un primer momento de autoverificación y de purificación, para reconocer los vestigios de temor, de cansancio, de aturdimiento, de repliegue sobre sí mismo, que la cultura en la cual vivimos haya podido generar en nosotros. En un segundo momento, será urgente el impulso, la puesta en marcha, gracias a la acción del Espíritu Santo, hacia aquella experiencia de Dios como Padre, que el encuentro vivido con Cristo nos permite anunciar a todos los hombres. Estos momentos no constituyen etapas temporales sucesivas, una después de la otra, sino más bien movimientos espirituales que se suceden sin solución de continuidad dentro de la vida cristiana. El apóstol San Pablo trasmite todo esto cuando describe la experiencia de la fe como una liberación «del poder de las tinieblas» y un ingreso en el «Reino de su Hijo querido, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados» (Col 1, 13-14; cf. Rm 12, 1-2). Así también, esta audacia no es algo absolutamente nuevo o totalmente inédito para el cristianismo, dado que existen signos de esta actitud ya en la literatura patrística.

2. Los escenarios de la nueva evangelización

Por lo tanto, la nueva evangelización es una actitud, un estilo audaz. Es la capacidad de parte del cristianismo de saber leer y descifrar los nuevos escenarios, que en estas últimas décadas han surgido dentro de la historia humana, para habitarlos y transformarlos en lugares de testimonio y de anuncio del Evangelio. Estos escenarios han sido identificados analíticamente y descritos varias veces; se trata de escenarios sociales, culturales, económicos, políticos y religiosos.

El primero de ellos es el escenario cultural de fondo. Nos encontramos en una época de profunda secularización, que ha perdido la capacidad de escuchar y de comprender la palabra evangélica como un mensaje vivo y vivificador. La secularización, radicada en modo particular en el mundo occidental – fruto de episodios y de movimientos sociales y de pensamiento, que han signado en profundidad su historia y su identidad – se presenta hoy en nuestras culturas a través de la imagen positiva de la liberación, de la posibilidad de imaginar la vida del mundo y de la humanidad sin referencia a la trascendencia. En estos años no asume tanto la forma pública de discursos directos y fuertes contra Dios, la religión y el cristianismo, aunque en algún caso esos tonos anticristianos, antirreligiosos y anticlericales se han hecho sentir recientemente. La secularización ha asumido un tono modesto, que ha permitido a esta forma cultural invadir la vida cotidiana de las personas y desarrollar una mentalidad en la cual Dios está, de hecho, ausente, en todo o en parte, de la existencia y de la consciencia humana. Este modo de actuar ha consentido a la secularización entrar en la vida de los cristianos y de las comunidades eclesiales, transformándose no sólo en una amenaza externa para los creyentes, sino convirtiéndose en un terreno de confrontación cotidiana. Son expresiones de la llamada cultura del relativismo. Además, aquí existen graves implicancias antropológicas en acto, que ponen en discusión la misma experiencia humana elemental, como la relación hombre-mujer, el sentido de la generación y de la muerte.

Las características de un modo secularizado de entender la vida dejan sus huellas en el comportamiento cotidiano de muchos cristianos, que se muestran frecuentemente influenciados, si no condicionados, por la cultura de la imagen con sus modelos e impulsos contradictorios. La mentalidad hedonista y consumista predominante conduce a los cristianos hacia una superficialidad y un egocentrismo, que no es fácil contrastar. La “muerte de Dios”, anunciada en las décadas pasadas por tantos intelectuales, cede el lugar a un estéril culto al individuo. El riesgo de perder también los elementos fundamentales de la gramática de la fe es real, con la consecuencia de caer en una atrofia espiritual y en un vacío del corazón, o por el contrario, en formas subrogadas de pertenencia religiosa y de vago espiritualismo. En un escenario de este tipo, la nueva evangelización se presenta como un estímulo del cual tienen necesidad las comunidades cansadas y débiles, para descubrir nuevamente la alegría de la experiencia cristiana, para encontrar de nuevo “el amor de antes” que se ha perdido (Ap 2, 4), para reafirmar una vez más la naturaleza de la libertad en la búsqueda de la Verdad.

Por otra parte, en otras regiones del mundo se asiste a un prometedor renacimiento religioso. Tantos aspectos positivos del redescubrimiento de Dios y de lo sagrado en varias religiones se encuentran oscurecidos por fenómenos de fundamentalismo, que no pocas veces manipula la religión para justificar la violencia e incluso el terrorismo. Se trata de un grave abuso. «No se puede utilizar la violencia en nombre de Dios». Además, la proliferación de sectas representa un desafío permanente.

Junto a este primer escenario cultural, podemos indicar otro, más social: el gran fenómeno migratorio, que impulsa cada vez más a las personas a dejar sus países de origen y vivir en contextos urbanizados, modificando la geografía étnica de nuestras ciudades, de nuestras naciones y de nuestros continentes. Este fenómeno provoca un encuentro y una mezcla de culturas que nuestras sociedades no conocían desde hace siglos. Se están produciendo formas de contaminación y de desmoronamiento de los puntos de referencia fundamentales de la vida, de los valores por los cuales comprometerse, de los mismos vínculos a través de los cuales cada individuo estructura la propia identidad y tiene acceso al sentido de la vida. El resultado cultural de estos procesos es un clima de extrema fluidez y “liquidez” dentro del cual hay siempre menos espacio para las grandes tradiciones, incluidas las religiosas, cuya función es estructurar en modo objetivo el sentido de la historia y la identidad de los sujetos. Con este escenario social se relaciona el fenómeno conocido el término globalización, realidad no fácilmente descifrable, que exige de parte de los cristianos un fuerte trabajo de discernimiento. La globalización puede ser interpretada como un fenómeno negativo, si prevalece la hermenéutica determinista, vinculada solamente con la dimensión económica y productiva; sin embargo puede ser leída como un fenómeno de crecimiento, en el cual la humanidad aprende a desarrollar nuevas formas de solidaridad y nuevos caminos para compartir el progreso de todos hacia el bien. En un escenario como éste, la nueva evangelización nos permite aprender que la misión ya no es un movimiento norte-sur o este-oeste, porque es necesario desvincularse de los confines geográficos. Hoy la misión se encuentra en todos los cinco continentes. Es necesario aprender a conocer, también nosotros, los sectores y los ambientes que son ajenos a la fe, porque no la han encontrado nunca la fe o porque se alejaron de ella. Desvincularse de los confines geográficos, significa tener las energías para proponer la cuestión de Dios en todos aquellos procesos de encuentro, mixtura y reconstrucción de tejidos sociales, que están en acto en cada uno de nuestros contextos locales.

Esta profunda mezcolanza de culturas es el fondo sobre el cual actúa un tercer escenario, que está marcando en modo cada vez más determinante la vida de las personas y la consciencia colectiva. Se trata del desafío de los medios de comunicación social, que hoy ofrecen enormes posibilidades y representan uno de los grandes retos para la Iglesia. El escenario que aquí presentamos, al comienzo característico sólo del mundo industrializado, es capaz de influir también amplios sectores de los países en vías de desarrollo. No existe lugar en el mundo que hoy no pueda ser alcanzado y, por lo tanto, no pueda estar sujeto al influjo de la cultura de los medios de comunicación y de la cultura digital, que se estructura cada vez más como el “lugar” de la vida pública y de la experiencia social. La difusión de esta cultura trae consigo indudables beneficios: mayor acceso a la información, mayor posibilidad de conocimiento, de intercambio, de formas nuevas de solidaridad, de capacidad de construir una cultura cada vez más de dimensión mundial, haciendo que los valores y los mejores frutos del pensamiento y de la expresión humana se transformen en patrimonio de todos. Sin embargo, estas potencialidades no pueden esconder los riesgos que la difusión excesiva de una cultura de este tipo está ya generando. Se manifiesta una profunda concentración egocéntrica sobre sí mismo y sólo sobre las necesidades individuales. Se afirma una exaltación de la dimensión emotiva en la estructuración de las relaciones y de los vínculos sociales. Se asiste a una pérdida del valor objetivo de la experiencia de la reflexión y del pensamiento, reducida, en muchos casos, a un puro lugar de confirmación del propio modo de sentir. Se difunde una progresiva alienación de la dimensión ética y política de la vida, que reduce la alteridad al rol funcional de espejo y espectador de mis acciones. El punto final al cual pueden conducir estos riesgos consiste en lo que es llamado la cultura del efímero, de lo inmediato, de la apariencia, es decir, una sociedad incapaz de memoria y de futuro. En tal contexto, la nueva evangelización exige a los cristianos la audacia de estar presentes en estos “nuevos areópagos”, buscando los instrumentos y los caminos para hacer comprensible, también en estos lugares ultramundanos, el patrimonio de educación y de sabiduría custodiado por la tradición cristiana.

Un cuarto escenario que marca con sus cambios la acción evangelizadora de la Iglesia es el económico. Repetidas veces el Magisterio de los Sumos Pontífices han denunciado los crecientes desequilibrios entre el Norte y el Sur del mundo, en el acceso y en la distribución de los recursos, así como también en el daño a la creación. La duradera crisis económica en la cual nos encontramos indica el problema del uso de las fuerzas materiales, que no encuentra fácilmente las reglas de un mercado global capaz de tutelar una convivencia más justa. No obstante la comunicación cotidiana de los medios reserve cada vez menos espacio para una lectura de estas problemáticas a partir de la voz de los pobres, de las Iglesias se espera aún mucho en términos de sensibilización y de acción concreta.

Un quinto escenario es el de la investigación científica y tecnológica. Vivimos en una época en la cual no cesamos de admirarnos por los maravillosos pasos que la investigación ha sabido superar en estos campos. Todos podemos experimentar en la vida cotidiana los beneficios que provienen de estos progresos. Todos dependemos cada vez más de tales beneficios. De este modo, la ciencia y la tecnología corren el riesgo de transformarse en los nuevos ídolos del presente. Es fácil en un contexto digitalizado y globalizado hacer de la ciencia nuestra nueva religión, a la cual dirigir nuestras preguntas sobre la verdad y el sentido de la esperanza, sabiendo que solo recibiremos respuestas parciales e inadecuadas. Nos encontramos frente al surgir de nuevas formas de gnosis, que asumen la técnica como una forma de sabiduría, en la búsqueda de una organización mágica de la existencia que funcione como el saber y el sentido de la vida. Asistimos a una afirmación de nuevos cultos. Éstos proponen en modo terapéutico prácticas religiosas que los hombres están dispuestos a vivir, estructurándose como religiones de la prosperidad y de la gratificación instantánea.

Un sexto y último escenario es el de la política. Desde el Concilio Vaticano II hasta hoy los cambios que han tenido lugar pueden ser definidos, con justa razón, sintomáticos de la época. Se ha terminado la división del mundo occidental en dos bloques con la crisis de la ideología comunista. Esto ha favorecido la libertad religiosa y la posibilidad de reorganización de las Iglesias históricas. La aparición en la escena mundial de nuevos actores económicos, políticos y religiosos, como el mundo islámico y el mundo asiático, ha creado una situación inédita y totalmente desconocida, rica de potencialidades, pero también plena de nuevas tentaciones de dominio y de poder. En este escenario, existen temas y sectores que han de ser iluminados con la luz del Evangelio: el empeño por la paz, el desarrollo y la liberación de los pueblos; el mejoramiento de las formas de gobierno mundial y nacional; la construcción de formas posibles de escucha, convivencia, diálogo y colaboración entre diversas culturas y religiones; la defensa de los derechos del hombre y de los pueblos, sobre todo de las minorías; la promoción de los más débiles; la protección de la creación y el empeño por el futuro de nuestro planeta.

3. Como cristianos frente a estos nuevos escenarios

Ante semejantes cambios es natural que la primera reacción sea el turbamiento y el miedo, en cuanto nos enfrentamos con transformaciones que interrogan nuestra identidad y nuestra fe hasta las raíces. Resulta natural asumir esa actitud crítica de discernimiento varias veces evocada por el Papa Benedicto XVI, cuando nos invita a una relectura del presente a partir de la perspectiva de esperanza que el cristianismo ofrece como don. Si los cristianos comprenden nuevamente qué es la esperanza, podrán actuar en el contexto de sus conocimientos y de sus experiencias, dialogando con los otros hombres, intuyendo qué pueden ofrecer al mundo como don, qué pueden compartir, qué elementos pueden asumir para expresar aún mejor esa esperanza, y a qué elementos, en cambio, es justo oponerse. Los nuevos escenarios con los cuales estamos llamados a confrontarnos exigen desarrollar una actitud crítica de los estilos de vida, de las estructuras de pensamiento y de los valores, de los lenguajes construidos para comunicar. Esta actitud, al mismo tiempo, deberá funcionar como autocrítica del cristianismo moderno, el cual debe siempre de nuevo aprender a comprenderse a sí mismo a partir de las propias raíces.

Aquí encuentra su específico carácter y su fuerza la nueva evangelización como instrumento: es necesario observar estos escenarios, estos fenómenos, sabiendo superar el nivel emotivo de juicio defensivo y de miedo, para comprender objetivamente los signos de lo nuevo, junto a los desafíos y a las fragilidades. “Nueva evangelización” quiere decir, por lo tanto, trabajar en nuestras Iglesias locales para construir caminos de lectura de los fenómenos ya indicados, permitiendo traducir la esperanza del Evangelio en términos practicables. Esto significa que la Iglesia se edifica aceptando confrontarse con estos desafíos, siendo cada vez más la constructora de la civilización del amor.

Además, “nueva evangelización” quiere decir tener la audacia de formular la pregunta acerca de Dios al interno de estos problemas, realizando lo específico de la misión de la Iglesia y mostrando de esta manera cómo la perspectiva cristiana ilumina en modo inédito los grandes problemas de la historia. La nueva evangelización exige que nos confrontemos con estos escenarios, no permaneciendo cerrados en los recintos de nuestras comunidades y de nuestras instituciones, sino aceptando el desafío de entrar dentro de estos fenómenos, para tomar la palabra y ofrecer nuestro testimonio desde adentro. Ésta es la forma que la martyria cristiana asume en el mundo de hoy, aceptando la confrontación también con aquellas formas recientes de ateísmo agresivo o de secularización extrema, cuya finalidad es eclipsar la cuestión de Dios en la vida del hombre.

En este contexto, “nueva evangelización” significa para la Iglesia sostener con convicción el esfuerzo de ver a todos los cristianos unidos en la manifestación al mundo de la fuerza profética y transformadora del mensaje evangélico. La justicia, la paz, la convivencia entre los pueblos y la salvaguardia de la creación son las palabras que han signado el camino ecuménico de estas décadas. Los cristianos, todos unidos, las ofrecen al mundo como lugares en los cuales es posible hacer emerger la cuestión de Dios en la vida de los hombres. Estas palabras, en efecto, adquieren su sentido más auténtico sólo a la luz y en el contexto de la palabra de amor que Dios nos ha dirigido en su Hijo Jesucristo.

4. “Nueva evangelización” y deseo de espiritualidad

Este esfuerzo de llevar la cuestión de Dios dentro de los problemas del hombre de hoy sale al encuentro de la necesidad religiosa y del deseo de espiritualidad, que a partir de las jóvenes generaciones emerge con renovado vigor. La misma Iglesia católica es alcanzada por este fenómeno, que ofrece recursos y ocasiones de evangelización, inesperados en las pasadas décadas. Los grandes encuentros mundiales de la juventud, las peregrinaciones hacia los lugares de devoción, antiguos y nuevos, la primavera de los movimientos y de las asociaciones eclesiales, constituyen el signo visible de un sentido religioso que no se ha apagado. La “nueva evangelización” en este contexto pide a la Iglesia que sepa discernir los signos de la acción del Espíritu, orientando y educando sus expresiones, en vista de una fe adulta y consciente hasta alcanzar «la plena madurez de Cristo» (Ef 4, 13). Además de los grupos de reciente fundación, fruto prometedor del Espíritu Santo, una grande tarea en la nueva evangelización corresponde a la vida consagrada, en las antiguas y nuevas formas. Es necesario recordar que todos los grandes movimientos de evangelización, surgidos en dos mil años de cristianismo, están vinculados a formas de radicalismo evangélico.

En este contexto han de ser inseridos el encuentro y el diálogo con las grandes tradiciones religiosas, en particular las orientales, que la Iglesia ha aprendido a vivir en las últimas décadas, y continúa a intensificar. Este encuentro aparece como una ocasión prometedora para aprender a conocer y a confrontar la forma y los lenguajes relativos a la pregunta religiosa, así como se presenta en otras experiencias religiosas. Esto permite al catolicismo comprender con mayor profundidad los modos con los cuales la fe cristiana escucha y asume la interrogación religiosa de cada hombre.

 

5. Nuevos modos de ser Iglesia

Estas nuevas condiciones de la misión nos ayudan a intuir que el término “nueva evangelización” indica finalmente la exigencia de encontrar nuevas expresiones para ser Iglesia dentro de los contextos sociales y culturales actuales, en proceso de continua mutación. Las figuras tradicionales y ya establecidas – que por convención son indicadas con las expresiones “países de cristiandad” y “tierras de misión” – junto con su claridad conceptual muestran sus límites. Son demasiado simples y hacen referencia a un contexto en vía de superación, para poder funcionar como modelos de referencia para la construcción de las comunidades cristianas actuales. Es necesario que la práctica cristiana oriente la reflexión hacia un lento trabajo de construcción de un nuevo modelo de ser Iglesia, que evite las asperezas del sectarismo y de la “religión civil”, y permita, en un contexto postideológico como el actual, seguir manteniendo la forma de una Iglesia misionera. En otras palabras, la Iglesia tiene necesidad, dentro de la variedad de sus figuras, de no perder el rostro de Iglesia “doméstica, popular”. Aún en contextos minoritarios o de discriminación la Iglesia no puede perder su capacidad de permanecer junto a la persona en su vida cotidiana, para anunciar desde esa realidad el mensaje vivificante del Evangelio. Como afirmaba el Papa Juan Pablo II, “nueva evangelización” significa hacer de nuevo el tejido cristiano de la sociedad humana, haciendo nuevamente el tejido de las mismas comunidades cristianas; quiere decir ayudar a la Iglesia a mantener su presencia «entre las casas de sus hijos y de sus hijas», para animar la vida y orientarla hacia el Reino que viene.

En esta tarea de discernimiento pueden ser de gran ayuda las Iglesias católicas orientales y todas aquellas comunidades cristianas que en su reciente pasado han vivido, o están todavía viviendo, la experiencia del ocultamiento, de la persecución, de la marginación, de ser víctimas de la intolerancia de carácter étnico, ideológico o religioso. Su testimonio de fe, su tenacidad, su capacidad de resistir, la solidaridad de su esperanza, la intuición de algunas prácticas pastorales, son un don para compartir con las comunidades que, teniendo en la propia historia un pasado glorioso, viven un presente de fatiga y dispersión. Para Iglesias poco habituadas a vivir la fe en situación de minoría es ciertamente un don poder escuchar experiencias capaces de infundir en ellas aquella confianza que es indispensable para adquirir el impulso exigido por la nueva evangelización.

Es tiempo de nueva evangelización también para Occidente, donde muchos que han recibido el bautismo viven completamente fuera de la vida cristiana y siempre más personas conservan ciertamente un vínculo con la fe, pero conocen poco o mal sus fundamentos. Frecuentemente la presentación de la fe cristiana resulta distorsionada por la caricatura y por los lugares comunes difundidos por la cultura, en una actitud de indiferente alejamiento, si no de abierta contestación. Es tiempo de nueva evangelización para ese occidente en el cual «enteros países y naciones, en los que en un tiempo la religión y la vida cristiana fueron florecientes y capaces de dar origen a comunidades de fe viva y operativa, están ahora sometidos a dura prueba e incluso alguna que otra vez son radicalmente transformados por el continuo difundirse del indiferentismo, del secularismo y del ateísmo. Se trata, en concreto, de países y naciones del llamado Primer Mundo, en el que el bienestar económico y el consumismo –si bien entremezclado con espantosas situaciones de pobreza y miseria– inspiran y sostienen una existencia vivida “como si no hubiera Dios”».

Las comunidades cristianas deben saber asumir con responsabilidad y coraje esta demanda di renovación que la transformación del contexto cultural y social pide a la Iglesia. Dichas comunidades deben aprender a vivir y a gestionar esta larga transición de figura, manteniendo como punto de referencia el mandato de evangelizar.

6. Primera evangelización, atención pastoral, nueva evangelización

La mandato misionero con el cual se concluye el Evangelio (cf. Mc 16, 15s; Mt 28, 19s; Lc 24, 48s) está lejos de haberse cumplido; ha entrado en una nueva fase. Ya el Papa Juan Pablo II recordaba que «no es fácil definir los confines entre atención pastoral a los fieles, nueva evangelización y actividad misionera específica, y no es pensable crear entre ellos barreras o recintos estancados…Las Iglesias de antigua cristiandad, por ejemplo, ante la dramática tarea de la nueva evangelización, comprenden mejor que no pueden ser misioneras respecto a los no cristianos de otros países o continentes, si antes no se preocupan seriamente de los no cristianos en su propia casa. La misión ad intra es signo creíble y estímulo para la misión ad extra, y viceversa». El cristiano y la Iglesia o son misioneros o no son tales. Quien ama la propia fe se preocupará también de testimoniarla, de llevarla a los otros y permitir a los otros de participar en ella. La falta de celo misionero es carencia de celo por la fe. Al contrario, la fe se robustece trasmitiéndola. El texto del Papa parece querer traducir el concepto de nueva evangelización en una pregunta crítica y bastante directa: ¿tenemos interés en transmitir la fe y en conquistar para la fe a los no cristianos? ¿Estamos empeñados de corazón con la misión?

La nueva evangelización es el nombre dado a esta nueva atención de la Iglesia a su misión fundamental, a su identidad y razón de ser. Por lo tanto, es una realidad que no corresponde solamente a determinadas regiones bien definidas, sino que se trata del camino que permite explicar y traducir en práctica la herencia apostólica en y para nuestro tiempo. Con el programa de la nueva evangelización la Iglesia desea introducir en el mundo de hoy y en la actual discusión su temática más original y específica: el anuncio del Reino de Dios, iniciado en Jesucristo. No hay situación eclesial que pueda sentirse excluida de este programa: las antiguas Iglesias cristianas, con el problema práctico del abandono de la fe de parte de muchos; las nuevas Iglesias, en la búsqueda de caminos de inculturación, los cuales exigen continuas verificaciones para lograr no sólo introducir el Evangelio en las culturas, purificándolas y elevándolas, sino también para abrir las mismas culturas a la novedad del Evangelio; más en general, todas las comunidades cristianas, empeñadas en el ejercicio de una atención pastoral, que cada vez parece más difícil llevar adelante y corre el riesgo de transformarse en una routine poco capaz de comunicar las razones por las cuales ha nacido.

Entonces, nueva evangelización es sinónimo de misión; exige la capacidad de partir nuevamente, de atravesar los confines, de ampliar los horizontes. La nueva evangelización es lo contrario a la autosuficiencia y al repliegue sobre sí mismo, a la mentalidad del status quo y a una concepción pastoral que retiene suficiente continuar a hacer las cosas como siempre han sido hechas. Hoy el “business as usual” ya no es válido. Como algunas Iglesias locales se empeñaron en afirmar, es tiempo que la Iglesia llame a las propias comunidades cristianas a una conversión pastoral, en sentido misionero, de sus acciones y de sus estructuras.

 

PREGUNTAS

Nuestras comunidades están viviendo períodos de fuertes transformaciones de sus figuras eclesiales y sociales.

1. ¿Cuáles son las características de esta transformación en nuestras Iglesias locales?

2. ¿Cómo son vividas estas características de Iglesia misionera, de una Iglesia capaz de estar en lo cotidiano de la gente, de una Iglesia “entre las casas de sus hijos y de sus hijas”?

3. ¿Cuáles fueron los principales obstáculos y las fatigas más importantes al plantear la cuestión de Dios dentro de las cuestiones temporales? ¿Cuáles fueron las experiencias más logradas?

4. ¿Qué transformaciones está conociendo el modo que la gente tiene de vivir la propia experiencia religiosa?

5.- ¿Hasta qué punto nuestras comunidades vicencianas se han sentido interpeladas por los retos de la Nueva Evangelización?

Mitxel Olabuénaga, C.M.

Sacerdote Paúl y Doctor en Historia. Durante muchos años compagina su tarea docente en el Colegio y Escuelas de Tiempo Libre (es Director de Tiempo Libre) con la práctica en campamentos, senderismo, etc… Especialista en Historia de la Congregación de la Misión en España (PP. Paúles) y en Historia de Barakaldo. En ambas cuestiones tiene abundantes publicaciones. Actualmente es profesor de Historia en el Colegio San Vicente de Paúl de Barakaldo.

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