Textos para la Historia de la CM en España (16 de junio de 1736)
Bernardo de la Torre, indigno sacerdote de la Congregación de la Misión, a nuestros carísimos consacerdotes y Hermanos de la Casa de Barcelona, salud en el Señor.
Habiendo nos en virtud de la autoridad conferida por el Sr. Juan Couty, Superior General de la dicha nuestra Congregación, empezado la visita de esta Casa en 2 y concluido en 16 del corriente mes de junio y año 1736, hemos juzgado dejaros las siguientes órdenes que, fielmente observadas, contribuirán mucho a prevenir algunos desórdenes y conservar en vigor la común observancia.
Primeramente exhortamos a todos generalmente a conservarse bien separados del mundo y de todo lo que hemos en él dejador, en abandonarle, para consagrarnos enteramente a Dios; pues si queremos imitar infelizmente a los ingratos israelitas y provocar sobre nosotros los divinos castigos, bien lejos de desviar un solo paso del sentimiento de la abrazada perfección evangélica, debemos proseguir generosamente sin jamás pararnos.
Y porque nuestra misma vocación, bien que nos haya segregado del mundo no deja de volvernos muy frecuentemente al comercio de los hombres con el ejercicio de nuestras acostumbradas funciones, debemos nosotros ser muy cautos y circunspectos, a fin que eso no sea para nuestra corrompida y mal inclinada naturaleza ocasión o fomento de relajación; siendo muy cierto no haber cosa que pueda más dañar al fervor del espíritu como la no bien reglada y sobrada familiar conversación con las personas seglares, aunque sea con buena y santa intención de convertirlos a Dios y guiarles al cielo. Es cierto que un cierto rigor que decline a la rusticidad no sea propio para ganar los corazones que más presto exasperados se retiran, que no se acercan; mas ¿cuántas veces después sucede que por la sobrada llaneza, la cual hace pasar insensiblemente de las cosas de Dios a las del mundo, de las sagradas a las profanas, sino ya aun de las serias a las ridículas, queden por fin las turbas no ya santificadas, más escandalizadas de los discípulos del Señor, y por consiguiente menoscabadas las funciones y deshonrada la obra y la gloria de Dios? Continua, pues, sea en todos la cautela en las justas ocurrencias de tratar con las personas del siglo sea en ciudad, sea en los viajes, sea en las misiones.
Cuanto a la ciudad es menester parecer en ella [lo] menos nos que sea posible y sólo cuanto es necesaria por las necesidades de la Casa o de los enfermos de los cuales somos tal vez llamados, No se pretende por esto prohibir el salir de casa para haber de estar como en perpetua clausura, como los Cartujos que aun la tienen desde algún tiempo mitigada. Sea, pues, lícito salir alguna vez de casa con la debida licencia; mas esto sea de raro v con justo motivo, o de negocio juzgado por conveniente o de gozar del beneficio del movimiento y del aire más abierto; pero jamás por visitas inútiles, negocios impertinentes o vana curiosidad de espectáculos.
Nos holgamos de explicarnos bien sobre este punto; pues en el curso de esta nuestra visita y en los pocos días que teníamos el gobierno inmediato de la casa, hemos observado que no pocos han frecuentemente pedido el salir por motivos que no nos parecieron a nosotros de mucha urgencia; y si bien juzgamos entonces pes justos motivos de no negar las licencias pedidas; sin embargo, porque de nuestra, no del todo inconsiderada, condescendencia no quedase después perjudicada la observancia y autorizada la relajación, declaramos aquí por nuestro dictamen, que nadie podrá justamente lamentarse cuando sea enviado una vez a la semana a tomar el aire; quedando por lo demás al arbitrio y discreción del Superior el juzgar, si sean justos y subsistentes los otros motivos que se aleguen de otras salidas o por negocio o por alivio.
Cuanto a los viajes que por lo más se hacen por ocasión de las misiones, será igualmente de la obligación de cada uno el ser bien circunspecto, particularmente en las coyunturas de los alojamientos que será siempre bien de no aceptar en las casas de los particulares, por más que nos sean ofrecidos con grande instancia; mas tomarles en los públicos mesones. En cualquier parte, pero, que se tome, será preciso siempre acordarse del buen olor que debemos esparcir en todo lugar, y en vista y a la presencia de los externos de cualquier condición la cautela es aun más necesaria, que dentro de nuestras casas, donde alguna ligereza inconsiderada no sería jamás de tan mala consecuencia.
En las misiones después cada uno entiende bien cuanto sea en todos necesaria la más exacta atención, para no dejar lugar a cualquiera de pensar siniestramente de nosotros, cono, puede haber acaecido en alguna ocurrencia. El fruto abundante de nuestras misiones y las más largas bendiciones del Señor sobre nuestras fatigas no procede solamente de las funciones bien ejecutadas; más aún, y tal vez mucho más de la ejemplaridad de los obreros y que de nuestro Instituto y de nosotros tienen los pueblos, observándonos modestos, retirados, mortificados, concordes y tan celosos de su provecho espiritual. De donde para obviar y prevenir todo desorden que de ordinario suele provenir de la discordia de dictámenes, acordamos a todos la obligación precisa de rendirse prontamente en toda cosa al juicio del Director, hasta tanto que sobre el punto controvertido se pueda tener la resolución definitiva del Superior de casa.
Hemos observado de otra parte que en esta casa se ha, no sé cómo, introducido, extendido y casi establecido, el uso de oírse indiferentemente y con plena libertad de nuestros sacerdotes las confesiones de los seglares. Ahora es cierto que esta novedad, bien que pía y santa, no deja de repugnar, no sólo al estilo antiguo de la Congregación, mas repugna aun a las respuestas más recientes, dadas sobre este punto de los Superiores Generales, y por fin discuerda de la práctica universal de las otras casas nuestras, en las cuales suelen señalarse del Visitador, y subrogarse en caso de necesidad del Superior de casa, aquellos que solamente pueden oir las confesiones de las personas seglares. Para quitar, pues, una tal deformidad v para obviar a los desórdenes que de esto puedan provenir, ordenamos expresamente que de ahora en adelante no sea lícito a alguno, aunque determinadamente llamado, el oír las confesiones de las susodichas personas, las cuales cuando quieran ser oídas en confesión de los nuestros, deberán contentarse de valerse de aquellos que serán para eso destinados o bien confesarse en otra parte. Advirtiendo, por fin en este párrafo, que mientras ahora sean destinados personalmente los confesores de los externos seglares, no será necesario que estos pidan licencia al Superior para oírlos cada vez que sean llamados.
Para que los sacerdotes puedan dar al estudio aquel tiempo que les sobra de los empleos comunes y particulares, hemos resuelto de vestir un sexto Hermano, a fin que uno de ellos sea siempre aplicado al oficio de sacristán, bajo la dirección de aquel sacerdote que sea nombrado prefecto de la iglesia.
A nuestros amados Hermanos, por último, recomendamos la fidelidad en las cosas espirituales, el amor a la fatiga {trabajo], la santa caridad y pronta condescendencia entre ellos para ayudarse gustosos los unos a los otros en las justas ocurrencias, la puntualidad, la policía [limpieza], particularmente en el refectorio y en las oficinas, persuadiéndose que con esto alcanzarán gran mérito delante de Dios, de quien recibirán el premio correspondiente en la vida eterna.
Y para que las susodichas órdenes sean aún más fielmente observadas, se leerán tanto en casa como en misiones en el primer viernes de cada mes y se tomarán alguna vez sobre ellas el sujeto de las conferencias espirituales acostumbradas.
Barcelona en 16 de junio de 1736.
BERNARDO DELLA TORRE.
ORDENANZAS DE LA VISITA DEL AÑO 1736 A LA CASA DE BARCELONA
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