Textos para la Historia de la CM en España (17 de Mayo de 1732)

Textos para la Historia de la CM en España (17 de Mayo de 1732)

bibliotecaGuillermo Viellescases, indigno Sacerdote de la Congregación de la Mi­sión, a nuestros carísimos hermanos en Christo, los Sacerdotes, Clérigos y Her­manos Coadjutores de Nuestra Casa de Barcelona, salud en el Señor.

En virtud del poder y autoridad, que nos dió el Rmo. Señor Juan Bonnet, Superior General de la dicha nues­tra Congregación, habiendo Nos empezado la Visita de es­ta familia a los 17 de Abril de 1732, y terminádola hoy día 17 Mayo del dicho año: damos humildes gracias a Dios de haber por su finita bondad hallado en esta Casa mucha piedad, devoción y temor de Dios, grande afecto a nuestra santa vocación y a la conservación de la unión, grande dependencia de Nuestro Honoratísimo P. General, una muy grande fidelidad en todos los ejercicios comunes, especialmente en la oración, rezo, y en los exámenes, un gran celo para las funciones del Instituto, según el estilo, modo y reglamento prescrito de N. B. P. Vicente de Paúl, con el cual celo, religión y exactitud esta nuestra Casa ha conseguido la fama, que tiene de Casa Santa y Santificante.

Pero muy honrados y queridos Hermanos, os rogamos por las entrañas de Cristo, de hacer cada uno de su parte el esfuerzo posible para conservar siempre y aumentar di­cha observancia, celo y regularidad: Y para contribuir a tan gloriosa empresa, con lo que permitan nuestras fuerzas, hemos juzgado a bien el dejaros las siguientes Ordenanzas, que también servirán para prevenir algunos defectos a que nuestra naturaleza inclina.

1. No bastando para ser hombres espirituales el asis­tir corporalmente a los ejercicios de piedad, si la mente y el corazón no se aplican seriamente a cumplirlos in spi­ritu et veritate; todos harán lo posible de no perder ni un momento del preciosísimo tiempo de la oración, en la cual, dejando aparte las muy sutiles consideraciones, o mo­dos insólitos de contemplación (que no dependen de los es­fuerzos humanos, mas antes son dones de Dios, y supo­nen comunmente grande mortificación y virtud) se apli­carán a convencer el entendimiento con buenas y eficaces razones y motivos sobrenaturales de la verdad propuesta, y principalmente a excitar la voluntad al amor de la vir­tud o al aborrecimiento del vicio, sacando resoluciones prác­ticas de ejecutarse en el mismo día.

2. Para bien cumplir lo que nos está mandado en la Bula de erección de nuestra Congregación, y en el cap. 10 de las Reglas Comunes, todos tendrán gran cuidado de ins­truir en todas las ocasiones, sea de viaje, o de paseo a los muchachos e ignorantes en los Misterios de la Santísima Trinidad e Incarnación del Divino Verbo, y del Augustí­simo Sacramento del Altar y de encender los enrazonos de todo género de personas a un sincero y cordial amor hacia estos grandes Misterios, y de exhortar a todos los fieles a una pía veneración a la Santísima Virgen Madre de Dios, al glorioso San José y a N. B. P., cuyas fiestas deben ce­lebrarse con particular festividad, atendido que San José es Patrón de todos nuestros Seminarios, y N. B. P. de toda la Congregación.

3. Todos, Sacerdotes y Hermanos, se confesarán a lo menos una vez en la semana con los confesores deputados del Visitador: Mas si alguna vez en el curso del año, algu­nos quieren confesarse con algún otro de los nuestros, el Superior o Director de las Misiones lo concederán liberalmente, y en tiempo de los ejercicios se dará públicamente plena libertad a todos de confesarse con cualquiera de los nuestros Sacerdotes aplicados ya a oir Confesiones. Y to­dos los meses el Director del Seminario pedirá al Superior un confesor extraordinario, para presentarse a confesar sus Seminaristas a fin, que si algunos quieren, tengan toda li­bertad.

4. Los señores Sacerdotes procurarán tener siempre lim­pia la conciencia de todo desordenado afecto, y los sentidos bien mortificados, para poder todos los días, menos los tres primeros de los ejercicios espirituales, celebrar la Santa Misa, con la atención debida a una tan grande acción, en la cual observarán religiosamente las ceremonias del Misal Romano tan Claramente explicadas en el Libro compuesto de los nuestros, al cual todos se deben de conformar; y pronunciarán distinta y gravemente en tono conveniente todas las palabra,; de la Misa, mas sin escrúpulos, ni demasiada prolijidad; lo cual también evitarán en los Mementos, por no ser pesados a oyentes y sirvientes, y comunmente dirán la del día ocurrente, ut cum officio MIssa concordet, atendido, que con ella podemos gozar del privilegio del Al­tar, así como con la de Requiem, por particular concesión de Clemente, XII. Celebrará cada uno precisamente a la hora señalada, y los unos a los otros se la servirán mutua­mente como estuvieran señalados, no teniendo por baja una tan alta ocupación, no indigna de los mismos Angeles. No se debe tocar la campanilla en las Misas rezadas en tiem­po que se rezan las Horas en la tribuna, o que se dice la Misa mayor, la cual conviene cantar todas las Fiestas de los Apóstoles, y aun los días de la Invención de la Santa Cruz, titular de la Catedral, y de Santa Eulalia, patrona de esta ciudad, bien que ahora no sean más que semifiestas en este país.

El Sacristán, cuanto se pueda, no debe servir Misa al­guna, para estar pronto a proveer de recado a los que vie­nen a celebrar en nuestra iglesia, y velar juntamente, que no se hurte algo de la Sacristía, y este es el uso en todas las casas de la Congregación; y no se da jamás este oficio a los Estudiantes, mas antes en defecto de los Hermanos y Seminaristas lo tiene alguno de los Sacerdotes que pueden, deben sucederse de cuando en cuando. Y todos cuidarán mucho de tener limpios los altares, la iglesia y todo lo que sirve al Sagrado Ministerio, mudándolo según manda la regla del Prefecto de la iglesia.

5. Todos los Clérigos y nuevos Sacerdotes se ejercita­rán a aprender bien el Canto Gregoriano, y no menos las Sagradas Ceremonias, Ritos, y Rúbricas del Misal, Brevia­rio, Ritual y Pontifical, para estar prontos a enseñarlas y a soltar las ‘dificultades, que les sean propuestas. Los mis­mos Clérigos y nuevos Sacerdotes asistirán una vez a la semana a la explicación del Nuevo Testamento, o de los Psalmos, u otro Libro de la Escritura Sagrada, y exhorta­mos también a todos los ancianos de asistir (sin pero obli­garles) a este ejercicio, el cual se podrá dejar en los meses en que se hacen las conferencias de casos de conciencia, las cuales conferencias no deben durar más de una hora cada vez; y para que sean más útiles v provechosas, será bien de tomar cada año los casos sobre un tratado particular, por ejemplo de los contratos, de la restitución, etc., y de dar brevemente su parecer con claras y sólidas razones, o autoridades, sin repetir inútilmente las que ya han dicho los otros, ni recitar con menosprecio y porfía las opiniones contrarias, absteniéndose de términos que puedan ofender la caridad y la modestia, máxime cuando se habla de materia circa sextum.

6. Siendo las Misiones la primera y principal función de nuestro Santo Instituto, cada tino según lo manda la Regla se entregará a ellas con todo el afecto del corazón, y nunca se excusará de hacerlas bajo pretextos va­nos, y excusables, como sería de no poder sopor­tar los humores del Director, u otros operarios, pues sería gran vergüenza por esta Casa, que hubiese en ella Sacer­dotes así tan poco unidos y mortificados, que no pu­diesen compartir y trabajar en la viña del Señor, Confidimus autem de vobis, meliora et viciniora saluti ita loguimur. Y así esperamos que en adelante todos serán verdaderamente celosos, para el cumpli­miento de una tan santa y divina función, pero con un celo prudente y reglado que no sea sobrado e indiscreto. Y por esto rogamos al Superior de Casa, y al Director de las Misiones que velen y procuren, que ningún sujeto perjudique a la salud de su alma, ni a la salud de su cuer­po con una ocupación demasiada, y que el Reglamento sea exactamente observado, sin jamás apartarse de él, bajo cualquier pretexto; siendo así verdad, que no tanto por los sermones y doctrinas, cuanto por el ejemplo y santa vida de los operarios ha dado Dios hasta ahora tan copiosa bendición a las nuestras Misiones, a las cuales perjudicaría mucho el más mínimo defecto y la más mí­nima imprudencia, principalmente en tratar con mucho rigor y aspereza a los penitentes, o en decir en público o en particular cosas que pueden ofender los Rectores, Re­gidores, u otras personas, o en hablar con poca seriedad de ciertas materias, o en referir con poca discreción sí­miles menos graves, o historias menos bien fundadas. Re­comendamos a todos los sujetos esta exacta observancia del Regulamento; y la práctica de la modestia y de la mortificación; pero en el mismo tiempo encargamos al Superior y Director de la Misión de tratar con grande ca­ridad, honor y cuidado a todos los operarios no reprendién­doles sino con gran prudencia, y jamás en presencia de los seglares, procurando que todos tengan lo necesario y conveniente, como por ejemplo, cada uno en la iglesia su confesionario cómodo y de su medida, y en casa su silla, y si se puede su cama particular, y que el Hermano cuide mucho de dar en la comida, lo que la Regla permite, bien guisado; no olvidándose de tener calientes las cami­sas de los predicadores, para cuando salgan sudados del púlpito.

Es aun menester que el Director avise a los otros Sa­cerdotes de los defectos principales del pueblo, de los cuales habrá tomado información del Cura; y que les dé el modo cómo se han de portar en las pláticas, doctrinas, y sermones, y principalmente en el confesionario, en don­de debemos evitar todo demasiado rigor y condescenden­cia demasiada, ne propriis peccatis absoluti, gravemur alienis. Y para andar con toda seguridad en las resoluciones de importancia, es menester que cuando los confesores nuevos, menos experimentados, o menos doctos encuen­tran casos muy difíciles, y conciencias embarazadas, re­mitan prudentemente los penitentes al Director, o a otro Sacerdote más docto; pero el remedio radical y de mayor eficacia para librarse de estos enredos y para no caer en una conciencia escrupulosa, que es uno de los mayores obstáculos para el ministerio apostólico, es que todos los Clérigos y Sacerdotes que son y serán en esta Casa, se apliquen con todo el cuidado posible al estudio del Moral Evangélico y Eclesiástico, leyendo con grande atención las reglas de Moral contenidas en la Ley de Dios, en los Sermones de Cristo Señor Nuestro, particularmente en el Sermón que hizo sobre el Monte, que se contiene en los Capítulos 5, 6, 7, de San Mateo, y en otros muchos luga­res del Evangelio, de los Actos de los Apóstoles y de las Cartas de San Pablo, y otros Libros Canónicos, y también en los Cánones de los Concilios, Constituciones Apostóli­cas, Libros de los Santos Padres, y en particular en la; Secunda Sencunda de Santo Tomás, y especialmente en el Ritual Romano, en los avisos de San Carlos y en algún otro autor de conocida y calificada aprobación.

Habiendo sido avisados que se difiere la instrucción de los muchachos de primera comunión hasta la última se­mana, hemos juzgado que una acción así grande, de la cual depende ordinariamente el fruto de todas las otras comuniones, pide un muy largo tiempo; por esto el que habrá sido destinado para hacer la doctrina tomará desde el prin­cipio de la Misión los nombres de los muchachos y mu­chachas que por la suficiencia de edad, pueden ser ad­mitidos a la comunión, y tendrá el cuidado de instruirles bien y con toda particularidad entre los demás muchachos, de las cosas necesarias, y principalmente del modo de con­fesarse bien, a fin que comiencen con tiempo a hacer la confesión general de la cual muchas veces tienen más ne­cesidad, que los más viejos; y quince o diez días an­tes del fin de la Misión se instruirán con particular dili­gencia (bien que en presencia del pueblo) de lo que toca al Santísimo Sacramento y a los actos de la preparación a la comunión y de acción de gracias.

1.° Sean todos uniformes en el modo de hacer los ser­mones, las pláticas, y particularmente la doctrina, que debe hacerse con claridad, amenidad y brevedad, evitando las expresiones equívocas obscuras, o menos ciertas en las preguntas o respuestas, las largas moralidades, la multi­plicidad de ejemplos y la confusión o indiscreción en dar los premios. Para ser buen doctrinero sería menester ser buen teólogo, claro, ameno, popular y discreto; hablar poco y solo casi para interrogar, haciendo responder a los muchachos, que deben ser animados, jamás injuriados, ni demasiadamente alabados, máxime las muchachas.

2.° Se guarde uniformidad en otras acciones, por ejemplo, en dar la bendición al pueblo, que debe darse con la mano y no con el Santo Cristo, ni en la forma que la dan los Obispos.

3.° En no dar la comunión a particulares en el día que se ha de hacer la general menos que hubiese una evi­dente necesidad y aun por esto sería mejor de hacer co­mulgar algunos días antes a las mujeres preñadas y a las criadas que deben guardar la casa y otras personas que no pueden esperarse a la hora de la comunión.

4.° En la manera de hacer la plática de la dicha comunión general, evitando en esta y otras acciones modos inusitados y gestos que son más propios de comediantes.

5.° En confesar y visitar los enfermos en tiempo de Misión los días que juzgará el Director, el cual tendrá cuidado que si estas visitas y confesiones piden mucho tiempo no se hagan en el día de descanso, y que los nues­tros, excepto el caso de extrema necesidad o de extraor­dinaria conveniencia, no pasen las noches, ni gran parte del día cerca de los agonizantes, estando los párrocos, u otros sacerdotes y religiosos destinados para este oficio, incompatible con las funciones de la Misión, y aun con aquellas de Casa, máxime en tiempo de ordenación. Y se observe en estas visitas de Ios enfermos lo que se dice en el número 3 de la última visita, y se tema, ne cum spiritu caeperitis carne consummamini.

7. Y porque las confesiones y direcciones de los se­glares fuera del tiempo de la Misión y de los ejercicios ocasionan estas largas asistencias de los moribundos y poco a poco podrían entibiar el celo para las Misiones, y otras funciones del Instituto, y que por eso dichas direc­ciones, están prohibidas en las nuestras Reglas, mandarnos al portero, al sacristán y a todos los otros de Casa de no avisar alguno de nuestros sacerdotes para oir en esta Casa las confesiones de los seglares, y aun a los mismos con­fesores cuando fuesen derechamente requeridos de los dichos seglares, prohibimos el oirles, sin que primero pre­ceda el consentimiento y licencia del Superior, o si está ausente u ocupado del asistente, los cuales juzgarán si es necesario y conveniente el concederla. Mas si se concede esta licencita, cualquier confesor que será nombrado, no hará dificultad de obedecer prontamente, atendiendo que tal es la intención de nuestro honoratísimo Superior Ge­neral hasta que una Asamblea general determine, quid in futurum sit agendum. Entre tanto encarecemos a dicho Superior que use del modo más prudente que pueda, para minorar la mucha frecuencia de estas confesiones, y no permita sino muy raramente y por razones particulares que alguno de los nuestros tome la dirección de dichos se­glares, pero jamás de alguna mujer, ni monja, so cualquier color de bien, excusándose humildemente, aun con los prelados que lo querrían.

8. Temiendo que por lo sobredicho alguno no se resfríe en las visitas de los pobres enfermos, os exhortamos a todos y a cada uno en particular, con toda la ternura de corazón  a visitarlos algunas veces, sea en los hospitales, o en sus pobres casillas y recomendamos al Superior y al Asistente de no negar a ninguno la licencia para visitar de tiempo en tiempo dichos pobres enfermos, y aliviarles, supuesto que so pretexto de visitar los pobres, no se tomen otras libertades menos convenientes a nuestro estado, lo que no debe sospecharse, ni creerse sin grave y verdadero fundamento.

9. Dios habiendo escogido la nuestra bien que Míni­ma Congregación para cooperar a la perfección del Esta­do Eclesiástico y para formar buenos sacerdotes, que es empleo el más alto a que puede ser destinado el Ministro de Cristo, tendremos todos a grande honra ser ocupados en cualquier oficio que puede contribuir a una tan santa función: por lo que cada uno aceptará con gusto y cum­plirá con exactitud los encargos que le serán dados en tiempo del Retiro de los señores Párrocos, Confesores y otros Sacerdotes, y principalmente en tiempo de los ejercicios de los Ordenandos, y asimismo procurará hacer provisión de ciencia y doctrina, para hacer dignamente y con frutó las conferencias a los señores Eclesiásticos que con mucha edificación suelen juntarse en esta Casa; y para enseñar la Teología, y el modo de ejercitar todos las funciones eclesiásticas a los Seminaristas y Convito­res, que como lo esperamos de la Bondad de Dios, serán algún día enviados a esta misma Casa, que parece haber sido nombrada a este efecto desde el principio, el Semina­rio y finalmente para bien instruir e imponer en las cere­monias, canto y piedad eclesiástica a los clérigos jóvenes que algún día serán igualmente mandados de sus ilustrísi­mos Obispos a ejercitarse aquí los domingos y fiestas en el sagrado ministerio.

10. La caridad fraterna es la más grande y la más útil de todas las virtudes, es la divisa y verdadera señal de los fieles discípulos de Cristo, el distintivo de los escogidos y sin la cual ninguno puede conseguir la salud ni obrar cosa meritoria de la vida perdurable; y como dice San Pablo, sin la caridad los milagros y todos los dones sobrenaturales, y la conversión de todo el mundo no sir­ven de nada: Sine Charitate nihil mihi prodest. Por tanto el principal cuidado de todos los Misioneros de ésta y de las otras Casas de la congregación debe de ser de practi­car en toda ocasión, en todo tiempo, en todo lugar y con todas personas, mayos mente con aquéllas, con quienes vi­vimos y habitamos, todos los actos interiores y exteriores de la más perfecta caridad, cuales principalmente son los que manda N. 13. P. en el número 12 del segundo Capítulo de las Reglas Comunes. El primero es de hacer para los otros lo que justamente querríamos se hiciera con nosotros, en que faltarían los Superiores y oficiales muy severos, que tratasen los súbditos con sobrada aspe­reza, y con esta dureza afligirían e irritarían sus hijos es­pirituales, lo que prohíbe el Apóstol: Patres nolite ad ira­cundiam provocare filios vestros. Y también faltarían en este punto los sujetos, que apartándose del suave yugo de la obediencia, y buscando licencias, libertades y convenien­cias, menos convenientes al Instituto, volverían grave a los Superiores el peso de su oficio, lo que según afirma el mismo Santo redundaría en daño de los mismos sujetos: Obedite Prepositis vestris, et subjacete eis, ipsi enim per­vigilant quasi rationem pro animabus vestris reddituri, ut cum Gaudio hoc faciant, et non gementes; hoc enim non expedit vobis. El segundo acto de la caridad es asentir al parecer ajeno, y aprobarlo todo en el Señor, como no sea contra los Mandamientos de Dios o de la Iglesia, o en menoscabo de nuestras Constituciones. En esto faltan los que quieren que los otros siempre se sujeten a su jui­cio y voluntad, y que no aprueban sino sus propios pare­ceres, dichos y hechos y van criticando las resoluciones de los Superiores, y dictámenes de los compañeros sin casi jamás condescender a los justos deseos de los otros. El tercer acto de caridad es sufrirse los unos a los otros, sine murmuratione. De la observancia de este punto depende el cumplimiento de la Ley Cristiana. Alter alterius onera portate et sic adimplebitis lege Christi. En esto faltan los Superiores, que, atendiendo poco a la infirmidad humana quieren que todos los interiores se hallen luego en un muy alto grado de perfección, y los sujetos sobradamente celosos, que se escandalizan de algunas im­perfecciones exteriores de sus iguales, mientras que ellos no raras veces tienen poco cuidado en cosas internas de :micha importancia. Mas, principalmente contra esto pe­can los inferiores menos mortificados e inobservantes que, declinando a la relajación, no pueden soportar los míni­mos defectos de sus superiores y compañeros, y murmu­ran contra el rigor de los unos y sobrado celo de los otros, hasta turbar con sus quejas y lamentos la tranquilidad y paz de la Casa, comunicando aún a los externos sus dis­gustos y desabrimientos, lo que es un pecado muy grave, y del cual deben los Confesores hacerles grande escrú­pulo y conciencia, obligándoles a la reparación de la fama y reputación, que tal vez se quita a toda la Comunidad. El cuarto y quinto actos de caridad nos obliga a llorar con los que lloran, y alegrarnos con los alegres: Esto quiere decir que dejemos nuestros humores particulares, para entrar en los sentimientos de nuestros prójimos; y este es el atajo para alcanzar muy en breve la verdadera paz y quietud del corazón; porque si cada uno mortificase un poco su humor, templase su temperamento, como por ejemplo el melancólico quitase un poco de su melancolía, el flemáti­co de su flema, el alegre de su demasiada alegría, queda­rían las cosas en un equilibrio bien reglado, que sería el fundamento de una paz sólida, de la unión verdadera, y así tendrían todos una misma alma y un mismo corazón: cor unum et anima una. El sexto acto de caridad prescri­to del Apóstol y de N. B. P. es de prevenirse el uno al otro con el honor: Se invicem honore prevenientes. Muchos faltan en esta Casa contra este punto primario y prin­cipal de la crianza cristiana: Mas como creemos que este defecto nace más de la falta de atención que de menospre­cio y desestimación, basta que encomendemos observar lo que está prescrito en las Reglas de la buena crianza, y es­pecialmente en el tercer número del 8.° capítulo de las Re­glas Comunes, y los avisos que hemos, dado de viva voz, considerando siempre en los otros la persona de Cristo, y con esta consideración, cuando el Superior viene después de los otros a recreación, deben todos descubrirse la cabeza, ponerse en pie, andar un poco a su encuentro, cederle et medio, recapitular brevemente el discurso ya empezado, sa­ludarle si se va, e inclinarse cuando se pasa delante de él al entrar o salir del Refectorio, y en toda ocasión cederle el primero y mejor lugar y el paso en los tránsitos angostos. El séptimo y octavo actos de caridad nos recomiendan mos­trarnos benévolos y deseosos de servir de corazón a los otros, y de hacernos todo a todos, para ganarlos a todos para Cristo: son cosas muy claras, y basta que cada unes haga reflexión sobre sí para ver las faltas que pueden co­meterse contra dichos actos.

11. Mas, no se debe dejar de decir, que esta caridad fraterna, que es el vínculo de la perfección: Vinculum per­feccionis, debe principalmente ejercitarse hacia nuestros enfermos, sean Sacerdotes, sean Clérigos o Hermanos Coadjutores, y como no obstante la intervención del pre­cepto natural, del mandamiento de Cristo, del ejemplo de N. B. P., de las Reglas Comunes y de las Ordenanzas de la última Visita, muchos se lamentan que nuestros en­fermos, bien que contra la intención de los oficiales, no son socorridos en esta Casa con el cuidado amoroso y so­lícito que se usa en las otras de la Congregación; carga­mos la conciencia del Superior, Asistente, del Prefecto de la Sanidad, y de los Hermanos Enfermero y Cocinero, si falta nada de lo necesario para el alivio y consuelo de di­chos enfermos, y exhortamos a todos los Sacerdotes y Hermanos de Casa a visitarles tiernamente en la Enfer­mería, o hasta que sea hecha, como por el buen orden de la Casa encomendamos que se haga, en andar a sus apo­sentos en las horas que el Superior, o Prefecto de Sanidad juzgarán más propias, observando en estas visitas lo que está mandado en nuestras Reglas. Y también rogamos a los mismos enfermos de hacer atención a lo que dichas Reglas prescriben hacia ello, leyéndolo y haciéndoselo leer todas las semanas. Y tomándolo por el sujeto de sus pías reflexiones. Y para prevenir muchas enfermedades, el Su­perior y todos los sujetos de Casa se abstendrán con sim­plidad de todo lo que puede ser nocivo a su salud, y aun de mortificaciones extraordinarias poco convenientes a nuestro continuo trabajo apostólico, y en lugar de demasiados re­medios, que algunos toman muy frecuentemente sin gran necesidad, guardarán un buen régimen de vida, huyendo todo exceso en la aplicación, no exponiéndose al rigor de las estaciones, usando por ejemplo el fuego en el invierno, si ocurre necesidad, mudándose cuando estén sudados, te­niendo siempre bien limpio su cuerpo, ropa y aposento, y observando exactamente el orden del día, sea en velar, dormir o en recrearse.

12. La experiencia ha mostrado que los bandos y parti­dos, y por decirlo así, las sinagogas que aun so pretexto de celo se forman en las Comunidades, son la ruina y destrucción, no sólo de las Casas particulares, más aun de las mismas Congregaciones: por esto cada uno evitará con diligencia todo género de conventículo sea en tiempo de silencio, sea en tiempo de recreación; y si alguno entiende que otros de la Congregación tienen pláticas y discursos contra los Superiores o contra los sujetos, o contra las Reglas y pragmáticas de la Congregación, o tengan parti­culares amistades o aversiones entre sí, dará de ello pun­tual aviso al Superior y si reconoce que el Superior no pone el remedio conveniente, escribirá al Visitador, o al Superior General para que un mal tan pestífero no tome asiento entre nosotros. Así lo encomendaba San Pablo a los primeros cristianos. Rogo autem vos fratres, ut observetis eos qui disscusiones et ofendicula… faciunt et declinate ab illis. Y San Pedro exhortaba a los más perfec­tos a no dejarse sorprender de tal género de personas, para no caer de su propia firmeza: Vos igitur fratres prescien­tes cusitodite errore insipientium errare traducti excidatis a propria firmitate.

13. Encomendamos a todos, como punto principalí­simo, de evitar con todo cuidado cuatro otros defectos notablemente perjudiciales a la Caridad: El 1.° es el ocio, origen y manantial de todas las murmuraciones, de los escrúpulos y de otros muchos vicios, y como las muy lar­gas y frecuentes recreaciones y salidas de Casa se llevan mucho del tiempo necesario para prepararse a nuestras funciones, no se tomarán otras recreaciones en Casa, que aquellas, que permiten las Reglas, esto es para los sacer­dotes y clérigos una hora después de la comida y otra después de la cena, y un día ferial a la semana para los Seminaristas, Estudiantes y Profesores que serán envia­dos a tomar el aire fuera de la Casa según la costumbre, y una o dos horas los días de Domingo y Fiestas en el Jardín, o en las huertas, después de Vísperas, si el Su­perior o Director del Seminario respectivamente lo per­miten. Mas cuanto a los Señores Sacerdotes y a los Her­manos Coadjutores ninguna Regla, ni uso autorizado per­mite tales recreaciones, y sería un muy grande abuso in­troducirlas en esta Casa, en donde el aire es bueno, y que debe servir de ejemplo a las otras Casas, que si Dios lo quiere se fundarán en los Reinos y Estados de su Majes­tad Católica. Pero con esto no pretendemos quitar el uso de las Viñatas introducido en este país, con el consen­timiento a lo menos tácito de los Superiores Mayores. Y exhortamos al Superior particular de dar liberalmente li­cencia de tomar el aire, o sea en los huertos, o sea fuera de Casa a los Señores Sacerdotes y Hermanos que lo pe­dirán teniendo alguna necesidad, y aun de prevenir tal petición, cuando conocerán que tal licencia les es necesa­ria. Mas en estas salidas que se conceden para conservar la salud, ninguno andará sin permiso particular a los Con­ventos de la Ciudad, o Casas particulares, ni se comerá ni beberá fuera de Casa. El tiempo de pedir estas licencias y otras cosas, que ocurren es comunmente al salir de la obediencia, y no al tiempo de recreación. El 2.° defecto que se debe evitar es la muy grande comunicación con los externos, aunque parientes o penitentes, de donde nace el poco afecto hacia los de la Congregación y tal vez la desestima de su vocación, y afecto al siglo: Commixti sunt inter gentes, et didicerunt opera corum. El 3.° y muy peligroso es la imprudencia en el hablar de cosas que tocan a otras Comunidades, o al gobierno sea eclesiástico o político, y cada uno observará con gran cuidado lo que prescriben las Reglas en los números 11, 12, 13, 14, 15 y 16 del 8.° Capítulo, y en el número 10 del último. El cuarto vicio que se debe diligentemente huir es el demasiado celo en juzgar y reprender, y aun tal vez mandar a los otros, especialmente a los Hermanos, pues esto solo toca al Superior y Asistente, y en pocas ocasiones a otros oficiales en lo que pertenece a sus oficios: pero no deben nuestros Hermanos excusarse si tal vez alguno, principalmente los Sacerdotes ancianos, les ruega algún servicio, alguna cosilla de su oficio, la cual concederán liberalmente siendo así verdad que la Regla en el número 9 del 5º Capítulo encomienda a todos, aun a los sacerdotes que ayuden e los Hermanos u oficiales menores en cosa que no pide mucho tiempo, cuando sean rogados deste servicio, y mucho más parece justo que los Hermanos ayuden a los Sacerdotes y Clérigos.

14. Nos alegramos que todos sean fieles en hacerse avisar frecuentemente en el capítulo de sus faltas, y en avisar a los otros, sin respetos humanos, cuando lo piden; mas estos avisos se deben dar con mucha humildad y caridad, excusando y disminuyendo cuanto se pueda las faltas, sin manifestar el menor desabrimiento, ni tocar a defectos dudosos sin pedir licencia, y jamás a de­fectos interiores, ni a aquellos que causarían risa o son gravemente notables, los cuales basta referir en particular al Superior, pero fuera de tiempo no deben darse avisos. Es también digna de alabanza la pía costumbre de hacer las humillaciones en el día de su vocación; mas para evitar la confusión y prolijidad, bastará que en cada capítulo no ex­cedan de tres sujetos los que las hagan. Y los Hermanos y Clérigos deben hacerlas a los otros Hermanos y Clérigos en tiempo, que los Sacerdotes dicen sus faltas y los Sacer dotes pueden también empezarlas en el tiempo, que los Hermanos y Clérigos dicen sus faltas, o se hacen avisar, y continuar mientras algunos de los Sacerdotes son avisados, o dicen su culpa, a fin de que después del capítulo la ora­ción se haga con tranquilidad, quietud y reposo. En fin, no es conveniente que se tenga el capítulo ni’ en la iglesia, ni en la tribuna, por tanto hasta que en Casa haya una sala u oratorio destinado para los ejercicios de comunidad, juzgamos a propósito que se tenga la sacristía, y que los Hermanos y Clérigos, después de dichas sus culpas, se retiren, estén juntos en la capilla de Santo Domingo. El capítulo no se debe tener en las fiestas de primera y segunda clase, en las cuales el pueblo es ate­nido a asistir a la Santa Misa.

15. El Procurador andará de cuando en cuando a visi­tar los huertos, la viña y las posesiones, y velará que a su tiempo se hagan las provisiones de trigo, vino, leña, legum­bres y otras cosas necesarias para el victo, como también para la ropería, y sería una providencia muy prudente de tener siempre provisiones para el año siguiente, y de com­prar todos los años algunos libros buenos, y un poco de tela para conservar y aumentar, poco a poco, la Libre­ría y Ropería, que están mal provistos en una Casa don­de es grande el número de los sujetos y continua la concu­rrencia de los externos. Ni esto es contrario al Consejo Evangélico, que habla más del afecto que de la realidad, máxime en tiempo ubi refriquit charitas multorum.

El Superior, el Asistente y el Director del Semi­nario, y los Confesores, tendrán gran diligencia para ins­pirar a nuestros Hermanos, el verdadero espíritu de buen cristiano y mejor misionero, y que hagan con fruto, exac­titud y fervor, los ejercicios de piedad, como oración, exá­menes, lectura espiritual y, principalmente, la Sagrada Comunión que deben hacer los domingos y fiestas principa­les, entre las cuales son las de San José y de los Apóstoles„ bien que algunas de ellas sea lícito el trabajo, al cual enton­ces se aplicarán, según costumbre, después de la acción de gracias, mas acordándose de la gran fortuna que les ha cabido de participar tan grande bien. Harán frecuentemente, entre semana, atención a que ha poco que han recibido al señor y que presto deben volver a recibirle, y de esta manera andarán siempre a la presencia de Dios, haciéndose familiar el uso de las oraciones jaculatorias. Este afecto a las cosas espirituales, no debe disminuir en ellos el cuidado de las cosas temporales, ni el amor al trabajo, que es el distintivo de su vocación. Por tanto, estarán siempre útilmente ocupados, y cuando, por ejemplo, el cocinero, el comprador y los otros habrán terminado lo que toca a sus oficios, podrán andar a trabajar en los huertos, jardines, o en otros lugares, según la orden del Superior. Y de una manera especial les mandamos que tengan siempre limpias las oficinas, corredores, escaleras, huertos, y, en particular, los aposentos de los Señores Ordenandos y Ejercitantes, que deben de ser decentemente provistos de cama y alhajas. Esta limpieza debe aún parti­cularmente lucir en la enfermería, en la cocina, en el refec­torio y en la ropería, que conviene meter en un lugar menos húmedo y más ancho. Y rogamos al Asistente y otros oficiales de visitar frecuentemente estas oficinas y de procurar que todo esté en el debido orden, que nunca se vea, ni se dé cosa sucia en la mesa, que se muden las servilletas, manteles y toallas a su tiempo, y que no se den a los nuestros Sacerdotes las servilletas que han va servido a los forasteros o Hermanos, y que el ropero observe bien cuanto podrá la carta de su oficio en la mutación de la  ropa blanca, no dejando pasar largo tiempo sin mudar las sábanas; ni. dé jamás vestido sucio, o demasiadamente roto a los señores Sacerdotes, aunque sea por breve tiempo; y por esto tendrá el cuidado de hacer lavar y remendar los vestidos que deben servir en caso de necesidad antes de darles, principalmente si los ha usado algún enfermo o es­tán manchados de sudor. Esto es lo que esperamos del celo de nuestros caros Hermanos, y la buena correspondencia que tendrán los unos con los otros, soportándose y soco­rriéndose mutuamente, y sobre todo, teniendo gran respe­to a los señores Sacerdotes y a los Clérigos, sean de casa o forasteros, especialmente a los señores Ejercitantes y Ordenandos, con los cuales, ni con otros externos, no se entretendrán jamás sin licencia, y nunca hablarán con ellos de nuevas del siglo. Finalmente, les encomendamos de no tratar jamás familiarmente con mujeres, sea en Mi­siones o en la ciudad; de ser celosos de la pobreza y de la mortificación, no dejando perder ni desperdiciar nada, no comiendo ni bebiendo jamás fuera de tiempo sin licencia, aguando siempre el vino, contentándose de lo que le da la Comunidad, y usando bien sus oficinas y barriendo la casa o trabajando el huerto de un vestido de tela gruesa, para así conservar sus vestidos ordinarios, según lo usan los Hermanos en las otras Casas de la Congregación.

17. Dependiendo mucho el orden del día del reglado sueno de la campana, nos parece conveniente que en esta Casa se toque al Angelus, etc., en el fin de la oración, de la comida y de la cena; y estos toques servirán en la ma­ñana para dar principio a su oración los Ordenandos y Ejer­citantes ; y al medio día y a la noche para avisar a la se­gunda mesa, y también los primeros que se clan a las ocho y tres cuartos podrán servir para rezar el De pro fundis, etc. Asimismo, encomendarnos que cuando se haga reloj, sea con lo que llaman antecuartos, a fin que oyéndolos cada uno se disponga a la acción siguiente. El que toca la cam­pana para los ejercicios de la Comunidad, particularmen­te para el levantar, comer y rezar cuidará de ser muy exac­to en tañerla a su tiempo, en el preciso momento que el re­loj acabará de tocar y todos obedecerán puntualmente al primer toque de la campana, como a la voz de Dios, dejando aun la letra comenzada, Tendrán, asimismo, cuidado de cerrar las puertas sin ruido, y el portero, cocinero y refito­lero, y los otros oficiales no dejarán jamás abiertas las de sus oficies para prevenir muchos inconvenientes. Y sería conveniente que cada uno de los sujetos tuviese una llave común, no para abrir los aposentos de los particulares, sino para entrar a la iglesia, sacristía, refectorio, huertos, jardín y salas comunes: Más la llave de la cocina, despen­sa y cueva debe ser particular, pero duplicada, para que la una esté en poder del Superior y la otra del oficial u oficiales de dichas oficinas, y aún es necesario, por el buen orden de la Casa, que luego que falta el día, se enciendan luces en los corredores, escaleras y lugares comunes, má­xime en tiempo de ordenación, para prevenir los tropie­zos y caídas y la disipación que podría nacer, si cada uno de los nuestros fuese obligado a buscar luz en otros apo­sentos, y andar con cerillo por Casa.

He aquí señores y carísimos Hermanos las Ordenanzas que después de vuestras fervientes oraciones y de las nues­tras, tibias y miserables, ha sido servido Dios por su mi­sericordia inspirarnos. Recibidlas con el mismo deseo de vuestra perfección, con el cual os las proponemos. Y para que más fácilmente las tengáis en la memoria y las obser­véis con fidelidad, el Superior, y en su ausencia el Asis­tente y los Directores de la Misión, las harán leer en el primer viernes de cada mes, después del Capítulo, y anotarán los puntos en los cuales se habrá faltado, y de cuan­do en cuando se harán conferencias sobre lo que contienen. Se leerán también todos los seis meses las Ordenanzas de las precedentes Visitas.

Barcelona a los diecisiete de mayo de 1732.

Guillermo VIELLESCASES

AMCM. Signs. 6 y 201. BPUB. Miss. Sig. 16-5-33.

ORDENANZAS DE LA VISITA A LA CASA DE BARCELONA 

Mitxel Olabuénaga, C.M.

Sacerdote Paúl y Doctor en Historia. Durante muchos años compagina su tarea docente en el Colegio y Escuelas de Tiempo Libre (es Director de Tiempo Libre) con la práctica en campamentos, senderismo, etc… Especialista en Historia de la Congregación de la Misión en España (PP. Paúles) y en Historia de Barakaldo. En ambas cuestiones tiene abundantes publicaciones. Actualmente es profesor de Historia en el Colegio San Vicente de Paúl de Barakaldo.

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