Tiempo de OCIO
“Toda persona tiene derecho al descanso, al disfrute del tiempo libre, a una limitación razonable de la duración del trabajo y a vacaciones periódicas pagadas” (DUDH, art.24)
Trabajo y ocio
Desde los tiempos más remotos, el ser humano ha distribuido el tiempo en “tiempo de trabajo” y “tiempo de ocio”. En las sociedades industriales, junto al trabajo, cobra cada vez más importancia el tiempo de distensión, fiesta y ocio. Se tiende a restringir el tiempo de trabajo y a ampliar, en cambio, el tiempo libre, que deja de ser un tiempo vacío y sin significado y se valora como momento esencial en la calidad de vida.
Realmente, el tiempo de ocio está en relación con la humanización del trabajo y expresa un espacio de libertad donde el individuo encuentra la ocasión para recuperarse física y mentalmente, realizando sus capacidades. Precisamente en este sentido, el tiempo de vacaciones adquiere una importancia humana muy significativa, así como el modo de realizarlas y vivirlas.
En el pasado, la ascesis cristiana del trabajo desconfiaba del ocio. En realidad, hasta hace muy poco, el ocio se entendía simplemente como un conjunto de actividades complementarias, funcionales o simplemente marginales del trabajo. Hoy se vislumbra una verdadera cultura del tiempo libre, que abre nuevos horizontes y que estimula a liberar al ser humano, a realizar un proyecto de humanización tanto en el tiempo de trabajo como en el tiempo de ocio.
Junto a los grandes problemas éticos que plantea hoy el mundo del trabajo, comenzando sin duda por el reconocimiento del mismo derecho al trabajo, hay que reconocer también que la dimensión del trabajo no completa ni llena tampoco a la persona. Los momentos de descanso y distensión, de cultura y de culto, de ocio y contemplación, no son menos esenciales para la humanización de la persona que el tiempo de trabajo. Quizá una de las tareas de la sociedad actual es devolver al trabajo su verdadero sentido humano y social y, al mismo Tiempo, dar un significado constructivo y personalizante al tiempo de ocio y vacación. En este sentido, el concilio Vaticano II, después de referirse al derecho y al deber del trabajo, declara: “Al aplicar con la debida responsabilidad, a este trabajo su tiempo y sus fuerzas, disfruten todos de un tiempo de reposo y descanso suficiente que les permita cultivar la vida familiar, cultural, social y religiosa. Más aún, tengan la posibilidad de desarrollar libremente las energías y cualidades que tal Vez en su trabajo profesional apenas pueden cultivar” (GS 67)
Calidad de vida y cercanía a la naturaleza
La calidad del ocio es un parámetro de la calidad de vida y del bienestar económico y social; y en este bienestar tiene una importancia decisiva el trabajo. Por ello, si el trabajo se deteriora y degrada, la calidad del ocio en la vida de la persona sufre también la misma degradación.
En el ser humano existen, ante todo, unas necesidades básicas (alimentación, vivienda, atención médica, etc.). Han de ser satisfechas como requisito previo de otros bienes y exigencias. Pero no podemos conformar nos con cubrir simplemente las primeras, las necesidades básicas.
Don Bosco, en los comienzos de la industrialización, intuyó la importancia del tiempo libre, el ocio, la fiesta, tanto para los niños y jóvenes como también para las clases populares. De esa intuición nació el Oratorio que ofrecía a todos: esparcimiento, juego, cultura, valores, posibilidad de amistad, encuentro, comunicación. En él, siempre dio una importancia especial al teatro y la música como medios educativos y de formación de la persona.
En la sociedad actual, con tantas posibilidades y medios, no resulta fácil hacer del tiempo libre tiempo de realización, creatividad, formación. Fallan, quizá, la dimensión educativa y el sentido más profundo de la humanización y de la cultura. Son aspectos que pueden estar presentes, especialmente en el tiempo de vacaciones.
Es tiempo para recuperar el sentido del tiempo libre para la cultura, el arte, la expresión, la creatividad y un contacto verdaderamente humano con la naturaleza.
La calidad de vida requiere también la cercanía a la naturaleza. Fácilmente nos habituamos al medio urbano, al tráfico ruidoso, a la contaminación. El tiempo libre ofrece la posibilidad de perderse entre las montañas, de recorrer senderos silenciosos, de relajarse, de sentir y contemplar la armonía de la creación. El contacto con la naturaleza es profundamente regenerador; y la contemplación de su esplendor da paz y serenidad.
Solo la contemplación de la naturaleza lleva a captar y admirar su belleza y grandeza. Y la contemplación es también el preámbulo del conocimiento, respeto y responsabilidad por el medio ambiente.
Frente al estrés y agresividad que crea a menudo el entorno urbano, la naturaleza acerca al hombre a lo gratuito y a lo espontáneo. La persona encuentra muchas posibilidades de reflexión e interiorización, de realización y superación personal.
(Tomado de Boletín SALESIANO)
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