Una Pastoral Penitenciaria de justicia y libertad
“Estaba en la cárcel y vinisteis a verme”
(Mt 25)
Los presos, nuestros amigos y hermanos
La atención a los privados de libertad ha estado siempre presente en el carisma vicenciano. Conocemos los esfuerzos de San Vicente de Paúl, al respecto, en el siglo XVII: les predicó varias misiones; les atendió espiritualmente y se preocupó de mejorar las condiciones inhumanas en las que vivían, fundó un hospital para su atención sanitaria y consiguió trasladarlos a otro edificio en mejores condiciones.
La Provincia de Zaragoza, queriendo ser fiel al carisma del Fundador y respondiendo a las nuevas pobrezas, ofrece actualmente su servicio pastoral a los presos de las cárceles de Martutene, Albacete y Puerto Cortés, en Honduras, colaborando estrechamente en dichas Diócesis en la animación de la Pastoral Penitenciaria.
La cárcel, lugar teológico
No es fácil aceptar la presencia de Dios en el mundo de las prisiones. En esta fábrica de dolor tiene lugar, en cierta manera, el misterio de la Encarnación: Dios se hace preso en la carne y en la vida de estos hombres y mujeres, personas marcadas y tiradas al “desguace” por sus mismas historias personales y por el rechazo de la sociedad. La mayoría son jóvenes en los mejores años de su vida. Esta presencia de Dios en la cárcel, sin embargo, es semilla de vida en medio de tanto fracaso humano. Este Dios encarnado en la vida del preso o en la persona del marginado es la base del “principio misericordia” (Jon Sobrino). Desde él se organiza la acción de la Pastoral Penitenciaria que no es un acto circunstancial, sino la actitud fundamental del creyente a la hora de celebrar su fe, de orientar su compromiso o de formular sus vivencias. El amor es esencial en Dios y este amor, tal como Jesús nos lo ha dado a conocer, es amor preferente a los pobres.
Pastoral Penitenciaria
1. Objetivos
El objetivo principal de toda Pastoral Penitenciaria es el servicio y atención a las personas privadas de libertad. Es el bien de los presos el que ha de estar siempre en el horizonte de cuanto se promueve y organiza.
- Una Pastoral de acogida: donde las actividades, las intervenciones, el estilo de actuación, los gestos, todo ha de estar motivado e inspirado por una actitud de respeto, cercanía, escucha, comprensión, empatía, y nunca por el juicio, la condena, el rechazo, la distancia o el menosprecio.
- Una pastoral de acompañamiento: en el proceso de recuperación personal para que el preso no se desprecie a sí mismo, cure las heridas del pasado, recupere la dignidad perdida y adopte una actitud nueva ante la vida.
- Una pastoral de sensibilización y concienciación social: que introduzca en el corazón de la sociedad el clamor de los encarcelados, el sufrimiento injusto que produce actualmente el sistema penitenciario suscitando un debate socio-político que busque eficazmente alternativas sociales al mundo de la prisión.
2. Líneas de acción
2.1. Servicio liberador
- Defensa de los derechos del preso: orientar, asistir, promover y ayudar al preso a ejercer todos sus derechos y a resolver mejor sus problemas jurídicos, penales y penitenciarios.
- Liberación de la marginación y exclusión social: que todo preso sepa que hay alguien que se interesa por él, que se preocupa de sus problemas y está dispuesto a ayudarle. Que sepa que no está solo. Promover la relación con los presos, buscar que los familiares, amigos se comuniquen con ellos, estimular todo tipo de relación, incluidas las visitas y comunicación por carta, es fundamental.
- Liberación personal: ayudarles a encontrarse consigo mismo, a descubrir su propio pecado sin destruirse ni despreciarse, a iniciar un proceso de renovación personal y recuperación del sentido de la vida.
2.2. Presencia evangelizadora
Esta presencia abarca diversos aspectos: la educación y cuidado de la fe; la asistencia religiosa y celebración litúrgica; la colaboración en actividades culturales, educativas o recreativas que ayuden a crear un clima más humano y de mayores posibilidades para su maduración humana; la promoción de una convivencia mejor entre los presos.
2.3. La atención a la familia del preso
Cercanía y solidaridad con las familias para resolver sus muchos problemas y ayudarles a mantener la vinculación con el ser querido y mejorar su relación con él. La familia es el factor más positivo para mantener la esperanza del preso.
2.4. Asistencia postcarcelaria
La preocupación por el preso no termina en la prisión. La Pastoral Penitenciaria brinda una acogida franca y solidaria que germina en recursos humanos y materiales para su reintegración social.
3. Voluntariado
“Sin vosotros aquí, la cárcel sería más cárcel”
Probablemente en pocos ámbitos y espacios de la vida, como en la prisión, se aprecia y agradece tanto la simple presencia, compañía y apoyo de los que vienen “de la calle” y establecen una relación de persona a persona. Resulta difícil imaginar desde el otro lado de los “muros” el valor que, dentro de las paredes de una cárcel, pueden adquirir los pequeños gestos y detalles del encuentro humano. La mera presencia de hombres y mujeres, la acogida incondicional y la defensa de la dignidad humana contrarrestan el efecto destructivo que la misma cárcel genera. Sin los voluntarios la cárcel sería más cárcel por inhumana y haría mucho más difícil el camino de la integración social de los privados de libertad.
“Enganchados al Espíritu de Jesús”
La presencia de los voluntarios de la Pastoral Penitenciaria no se entiende al margen del Espíritu que animaba la vida de Jesús: “anunciando la Buena Noticia a los pobres y la liberación a los cautivos” (Lc 4,18). La construcción del Reino conlleva esa opción preferencial por los pobres, enfermos y cautivos. Por eso seguirle a Jesús implica asumir el sacrificio y la entrega, vivir un amor real y comprometido desde abajo, identificarnos también con el siervo paciente que aglutina en sí a todos los rostros desfigurados y escarnecidos.
“Los pobres nos evangelizan”
Nos dan su tiempo y Dios nos sale al encuentro y nos tiende la mano desde ellos. Y esto implica pasar al otro lado del “muro”. No hay encuentro sin movimiento de corazón y sin cambio de actitudes. Estar al lado de los encarcelados y dentro de la prisión nos cambia. Compartir presencia y palabra nos hará bien.
- Hay un tiempo “de inmersión”, de arraigo, de identificarse y de mezclarse con la gente. Ir a su encuentro, para interesarse y saber como están, sobre todo aquellos que no te dicen nada o no se atreven a saludarte. Que te vean con regularidad y constancia es fundamental.
- Hay un tiempo para el “acercamiento y la presencia”que lo podríamos concretar en aquella frase del Evangelio: “Estaba en prisión y viniste a verme” (Mt 25,36). En la prisión los discursos no sirven para nada. Tan sólo el testimonio y la presencia real tienen eco y sentido.
- Hay un tiempo para «saber escuchar«. Lo más importante es hacer compañía. Esencial para un contacto amistoso que permita hablar de todas las cosas, de todos los problemas, de la vida y del sentido de todo.
- Hay un tiempo para “no hacer de juez”.Antes de juzgar hemos de intentar comprender. Yo no soy nadie para juzgarles. Sólo puedo dar gracias por estar dónde estoy y ser como soy.
- Hay un tiempo para la “experiencia de Dios”. Dios nos habla a nosotros a través de ellos. Y es que la oscuridad es el medio mejor para que brille la Luz.
- Hay un tiempo para la “mística de la impotencia, del fracaso y de la gratuidad”. Las personas que te encuentras en la prisión han ido acumulando muchas heridas físicas, psíquicas, sociales y espirituales. Frente a estas heridas, uno se siente impotente y no le queda otra solución que acompañar al que sufre o compartir su dolor. Pero el simple hecho de estar a su lado, acompañando y compartiendo, con un afecto que es más fuerte que nuestra impotencia, da razones para la esperanza.
- Hay un tiempo por construir el “después” de la prisión. Muchos, cuando salen de la prisión y son capaces de enfrentarse cara a cara con su libertad, manifiestan que la auténtica prisión empieza en la calle y que la realidad es más dura y compleja de lo que imaginaban. El apoyo institucional, personal, material y el acompañamiento en su nueva andadura es creer en sus posibilidades y hacer efectiva su reinserción social.
“La fe nos avisa que no somos una chapuza, porque somos obra de Dios y Dios no hace chapuzas. La fe nos da fortaleza para superar la desesperación y para no perder el deseo de superarnos y de preparar un futuro mejor para nosotros. La fe nos dice que Dios nos mira con ojos de Amigo y no se olvida ni un momento de nosotros”.
Luis Miguel Medina, C.M.
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