CARTA DEL SUPERIOR – TIEMPO DE ADVIENTO – 2014
CONGREGAZIONE DELLA MISSIONE
CURIA GENERALIZIA, ROMA
Adviento 2014, un tiempo de oración, de paz y un lugar para los pobres
Altar mayor del santuario de Nuestra Señora Reina de la Paz, en Kazajistán
Roma, 30 de Noviembre de 2014
Primer domingo de Adviento
Queridos hermanos y queridas hermanas en Jesús y san Vicente,
¡Que la gracia y la paz de Nuestro Señor Jesucristo estén siempre en nuestros corazones!
El tiempo del Adviento ha llegado, tiempo favorable para meditar los misterios de nuestra fe. Las Escrituras, los relatos y los himnos del Adviento nos invitan a entrar en oración, a buscar la paz de Cristo y a abrir nuestros corazones y nuestras manos para servir a los que Dios ha escogido, nuestros “Señores y Maestros”, los pobres.
En esta carta de Adviento, compartiré con ustedes tres experiencias, sencillas y a la vez profundas, que viví en un mismo día. Me impresionaron y me hicieron reflexionar en la necesidad de orar, en la búsqueda de la paz y en un compromiso más profundo al servicio de los pobres. Esto ocurrió durante mi visita a un santuario mariano, mi encuentro con Religiosas contemplativas, y durante una Eucaristía y una comida compartida con un grupo de toxicómanos que se están rehabilitando.
El 27 de Septiembre, fiesta de san Vicente de Paúl, llegué a Kazajistán, al santuario nacional consagrado a Nuestra Señora Reina de la Paz, situado en un pueblo pequeño. Después de haber viajado toda la noche con un hermano polaco, que sirve en la misión de Kazajistán, y con el Padre Stan Zontak, fuimos recibidos con una cálida acogida por el Arzobispo, cuya diócesis es dos veces el tamaño de Italia. Este santuario guarda “la estrella de Kazajistán”, uno de los doce altares consagrados a la paz que existen en el mundo. ¿Por qué un altar dedicado a la paz en este lugar tan apartado? Detrás del santuario se encuentra una montaña con una cruz que indica el centro de Eurasia. “La estrella de Kazajistán” contiene piedras y metales preciosos de la región. Está centrada en María cuyo corazón contiene la eucaristía para mostrar que Jesús nació de su corazón lleno de amor.
Después de esta emocionante experiencia, el Arzobispo nos condujo hacia un monasterio en el pueblo, donde conocí a cuatro Carmelitas contemplativas. Tuvimos una maravillosa conversación. Hablaron de su vida con sencillez y manifestaron su agradecimiento al Arzobispo y a las gentes del pueblo por su ayuda. Son mujeres felices que expresaron cómo la oración es el centro de su vida. Esto me emocionó profundamente.
La última etapa del viaje del día fue la visita a un hogar para personas que se están rehabilitando de la dependencia a las drogas y al alcohol. Lo dirige una mujer profundamente comprometida con nuestro carisma vicenciano, que dice que es su deber como cristiana ofrecer un servicio de cercanía a los pobres, sobre todo a los toxicómanos. El programa es sencillo y se realiza en un entorno limpio y cálido, tan necesario en Kazajistán. Cuando el Arzobispo llegó, celebró la Eucaristía, luego compartimos la comida y tuvimos un diálogo, ¡éramos doce!
Después del almuerzo, el Arzobispo me pidió que dirigiese unas palabras al grupo. Los comentarios que les ofrecí entonces, constituyen el fundamento de mi mensaje para esta carta de Adviento. Más tarde, he vuelto a pensar que fue una experiencia maravillosa vivida en la fiesta de san Vicente. Dada la importancia de este día y de las personas con las que me encontré, creo que el Señor me invitaba a meditar en tres fines esenciales para mi vida y para la Familia vicenciana. El Adviento 2014 es una llamada a comprometerse en la oración, a buscar la paz y a servir gozosamente a los pobres de Dios.
Un tiempo para ORAR
Después de mi visita a las Carmelitas en su monasterio, medité sobre la necesidad de orar en mi propia vida. Nuestro carisma nos invita a rezar como contemplativos en la acción, a dejar la agitación del mundo y otras distracciones y a centrarnos en la presencia de Jesús en la Palabra y en la Eucaristía. En mi diálogo con estas Hermanas, me impresionó su testimonio sencillo y alegre al compartir su fe. Como contemplativos en la acción, nosotros también debemos apartarnos para descansar y meditar con el Señor.
Como san Vicente decía a sus primeros compañeros: “la vida apostólica no excluye la contemplación, sino que la abraza y se sirve de ella para conocer mejor las verdades eternas que tiene que anunciar”. (SV III, C 1103 p. 319). En este Adviento, encontremos tiempo en nuestras vidas ocupadas, para orar ante el Señor. Ya seamos sacerdotes, hermanos, hermanas o laicos, todos los miembros de la Familia vicenciana sabemos que la oración es indispensable porque es la fuerza que motiva lo que hacemos. Es una marca clara de nuestro servicio, que nos enraíza en el amor de Dios. Nos ayuda a ver la presencia de Dios en sus pobres.
Un tiempo de PAZ
En el altar de la estrella de Kazajistán, medité sobre el estado actual de nuestro mundo, con la falta de paz en la tierra. Ya sea en Irak, en Siria, en Nigeria y en otros muchos lugares, constantemente somos testigos de actos de violencia, de terrorismo, de conflictos fronterizos y tribales que amenazan la paz que buscamos. Hoy, la gente necesita con urgencia aprender a vivir en paz. Después de haber visitado este santuario, he tomado conciencia de que la búsqueda de la paz comienza por mí.
He considerado a san Vicente como ejemplo de alguien que buscó la paz y la compartió con los demás. Decía a santa Luisa: “El reino de Dios es la paz en el Espíritu Santo; El reinará en usted, si su corazón está en paz. Esté, pues, en paz, señorita, y honrará soberanamente al Dios de la paz y del amor” (SV I, C. 77, p. 175). Vicente vivió en una época en la que la violencia, las guerras y las revueltas azotaban a Francia. Cuando se producían, eran los pobres los que más sufrían.
Y sin embargo, san Vicente fue un artesano de paz y lo fue defendiendo a los pobres. Dio a conocer a la Iglesia y a la Realeza lo que estos conflictos hacían sufrir a “nuestros Señores y Maestros, los pobres”. Como Familia vicenciana, debemos ser defensores e instrumentos de la paz de Dios. En este Adviento, busquemos la paz interior para estar unidos al Príncipe de la Paz de quien el profeta Miqueas decía: “Pastoreará con la fuerza del Señor…Él mismo será la paz” (Mi 5, 3-4)
Un servicio gozoso a los POBRES
Después de una intensa experiencia de oración en el santuario y de una paz profunda vivida con las Carmelitas en el monasterio, tuve la suerte de participar en la Misa y compartir la comida en el hogar. Sentí a Nuestro Señor presente de dos maneras significativas: en el altar y en la mesa del almuerzo. Cuando pasé del cuerpo eucarístico de Cristo, en la capilla del hogar, al pequeño comedor, percibí en estos toxicómanos que se están rehabilitando, el cuerpo herido pero no aniquilado de Cristo. Orando y compartiendo una comida con ellos, recibí la gracia de ver que todos formamos parte del cuerpo místico de Cristo.
Jesús nació en la pobreza y vivió en un medio modesto. Esta realidad –la pobreza de Nuestro Señor durante su vida terrestre– no es un bonito relato de Navidad sino la historia de la salvación. Dios se revela a los anawin, palabra hebrea que literalmente significa: “los pobres que dependen del Señor para su liberación”. En el Evangelio de Mateo, la principal enseñanza de Jesús es la de las Bienaventuranzas para recordarnos que Jesús y su Padre se identifican con los más pequeños de entre nosotros. Al finalizar cada año litúrgico, oímos la parábola de Mateo sobre el juicio final como un desafío que se nos dirige: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40).
San Vicente nos recuerda este vínculo intrínseco entre nuestra salvación y el servicio de los pobres: “No podemos asegurar mejor nuestra felicidad eterna que viviendo y muriendo en el servicio de los pobres, en los brazos de la Providencia y en una renuncia actual a nosotros mismos, para seguir a Jesucristo” (SV III, C. 1129, p. 359). Que este Adviento sea un tiempo en el que, después de haber orado y buscado la paz del Señor, vayamos renovados al servicio de los pobres de Dios.
El Adviento como un tiempo para la CONVERSIÓN DEL CORAZÓN
Desde mi regreso de Kazajistán, he tenido la oportunidad de visitar algunas Provincias, misiones y ramas de la Familia vicenciana en Europa, en el Caribe y en África, pero conservo el recuerdo de esta celebración de la fiesta de san Vicente. He sentido que el Señor me llamaba, como Superior general, a reflexionar en el modo de integrar mejor la oración, la paz y el servicio de los pobres en mi propia vida. He tomado mayor conciencia de los momentos en los que no he sido un hombre de paz, de oración o un servidor de los pobres. He pedido al Señor la gracia del perdón. Esto mismo evoqué en el hogar y lo comparto gustoso con ustedes en el momento en el que comenzamos juntos este tiempo de Adviento.
En este primer domingo de Adviento, el profeta Isaías describe la verdad de nuestra condición humana: “Señor, nosotros somos la arcilla y tú nuestro alfarero: todos somos obra de tu mano” (Is 64, 7). El Adviento es un tiempo para confiarnos de nuevo al amor misericordioso de Dios, interiorizando los relatos bíblicos de nuestra salvación. Gracias a la vida de personas como María, José, Juan el Bautista, Zacarías e Isabel, experimentamos el poder salvífico de Dios, pastor de nuestras almas. Sus relatos de salvación están ligados a la historia de nuestras vidas.
Un buen Adviento nos ayudará a ver que Dios quiere abrir nuestras mentes y nuestros corazones para “Preparar el camino del Señor” (Mc 1, 3). El segundo prefacio de Adviento antes de la plegaria eucarística expresa de manera muy bella el verdadero sentido de este tiempo litúrgico: “El mismo Señor nos concede ahora prepararnos con alegría al misterio de su nacimiento, para encontrarnos así, cuando llegue, velando en oración y cantando su alabanza”.
Un mes después de mi viaje a Kazajistán, he leído la alocución del Papa Francisco durante la clausura del Sínodo de los Obispos, en octubre. Comparto con ustedes lo que considero realmente como un “fragmento vicenciano” que nos guiará durante el Adviento a llegar a ser más fervientes, a buscar más la paz y a ser más gozosos en el servicio de los pobres.
“Y esta es la Iglesia, la viña del Señor… que no tiene miedo de arremangarse para derramar el óleo y el vino sobre las heridas de los hombres; que no mira a la humanidad desde un castillo de cristal para juzgar y clasificar a las personas. Esta es la Iglesia… formada por pecadores, necesitados de Su misericordia. Esta es la Iglesia, la verdadera esposa de Cristo… que no tiene miedo de comer y beber con las prostitutas y los publicanos. La Iglesia que tiene las puertas abiertas de par en par para recibir a los necesitados, a los arrepentidos y ¡no sólo a los justos o a aquellos que creen ser perfectos! La Iglesia que no se avergüenza del hermano caído… es más, se siente implicada y casi obligada a levantarlo y animarlo a retomar el camino y lo acompaña…” Papa Francisco, 18 de octubre de 2014 (fragmento de su discurso en la clausura de la III Asamblea general extraordinaria del Sínodo de los Obispos)
Que Jesús, evangelizador de los pobres, los fortalezca y que san Vicente les inspire y guie en este Adviento y durante el año que viene.
Su hermano en san Vicente,
Gregory Gay, C.M.
Superior general
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