Comentario a las Constituciones de 1982 de la Congregación de la Misión (I)

Advertencia

El fin que me he propuesto al comentar las Constituciones es ayudar al estudio de las mismas. Por eso, he querido dar relevancia, no sólo al texto, sino también a la bibliografía.

He pensado en los jóvenes seminaristas y en sus directores. He creído que sería bueno ofrecerles abundante material para su estudio y reflexión.

Entre los autores citados prevalecen los de la C.M. He querido, así, recoger sus esfuerzos y contribuir a que no queden olvidados y per­didos entre el follaje de las revistas o en las estanterías de las bibliotecas.

El valor de dichos trabajos es desigual, pero de todas maneras, siempre hay algo que sirve; siempre es confortante saber que otros co­hermanos se han preocupado de reflexionar y clarificar puntos de interés comunes. Desgraciadamente no he podido reunir todos los trabajos que existen.

Es fácil notar que las grandes biografías, las clásicas biografías sobre S. Vicente, no están citadas como merecen. La razón es que fácil­mente se pueden suponer y son las fuentes que a todos nos vienen inmedia­tamente a la memoria cuando queremos estudiar cualquier tema vicenciano. He optado por citar la biografía más moderna, la del P. José María Román. Mi parecer es que recoge admirablemente todo lo bueno de las anteriores y las ilumina con propia luz.

El comentario que he hecho sigue tres claves, como norma general: ver el contenido del texto :

  • a la luz de la vida y enseñanzas de S. Vicente,
  • a la luz de la historia de la Congregación,
  • pensando en el presente y futuro de la CM.

Son tres pistas que he elegido entre otras muchas que se me ocurrieron.

Las Constituciones de 1980 es el fruto de largos años de trabajo. Pero, además, es un momento de la también larga historia del derecho de la CM. Por ello me ha parecido conveniente ofrecer un estudio sobre el derecho particular de la Compañía: desde San Vicente hasta las consti­tuciones actuales.

El derecho, con sus luces y sus sombras, es parte de la vida de la Congregación, como todo derecho es índice de lo que, en parte al menos, ha sido y es cualquer sociedad.

Primera parte: Vocación

«Por lo que a mí se refiere, cuando pienso en la forma con que Dios quiso dar origen a la Compañía en la Iglesia, os confieso que no sé qué parte he te­nido en ello, y que me parece que es un sueño todo lo que veo. ¡Todo ésto no es humano, sino de Dios!».

Breve historia del título

El título de la primera parte de las Constituciones es una novedad. Desde las R.C. hasta las Const. actuales, la inercia de la tradición hacía repetir los mismos títulos: FIN, NATURALEZA, ESPIRITU, sin acertar con uno que abarcara todos los elementos, teológicos y jurídicos, constitutivos de la CM. Durante los trabajos preparatorios de la AG80, se propuso dividir todo el entramado de las Const. en cuatro grandes apartados: VOCACION, EVANGELIZACION, VIDA COMU­NITARIA, y ORGANIZACION de la Compañía. La comisión preparatoria somete la sugerencia a las provincias, que dan una respuesta mayoritaria en favor, pero la comisión no va más allá; nos sigue dando los mismos títulos de 1968, contentándose con ofrecer la opinión de las provincias sin añadir reflexión al­guna.

La pequeña comisión – constaba de dos miembros solamente – encargada de presentar a la asamblea la posible división de las Const., creyó ofrecer como título adecuado para esta parte el de VOCACION. Una razón parecía clara: daba unidad al conjunto de la primera parte y dentro de él se encuadraba perfectamente todo lo que se quería expresar en los primeros artículos. La oferta agradó a la asamblea; no hubo discusiones y se aceptó sin profundizar mucho en el tema. La premura del tiempo tuvo su parte.

Vocación y Misión de la CM.

El título es un punto de referencia para la interpretación de todo lo que dentro de él se contiene. Indica el contexto. Texto y contexto son dos criterios para interpretar toda nor­mativa.

El término vocación se usa en muchos y variados sentidos. Las Const. lo emplean en el sentido teológico, propio una veces y analógico otras.

La vocación más significativa es la que viene de Dios. Dios llama a su Hijo, llama a la Iglesia, llama a cada hombre en particular. Nos valemos del término vocación para expresar el destino común al que se siente llamado un grupo de personas que se organizan para hacerlo realidad. En este sentido emplea­mos el término vocación cuando hablamos de vocación de la CM.

Dios llama siempre para algo. Por éso, vocación y misión son dos realidades que mutuamente se suponen y se comple­mentan. Cuando las Const. hablan de la vocación de la CM. aluden también a la misión de la misma.

Toda vocación que procede de Dios es una realidad teoló­gica. La teología de la vida consagrada estudia con sumo interés, no sólo el contenido teológico de la vocación, sino también otras muchas cuestiones que surgen en torno a él. Mencionaré dos solamente por el interés práctico que sugieren

Convergencia entre la vocación del Fundador y la del Instituto por él fundado.

Convergencia entre la vocación del Instituto y la de los miembros a él incorporados. Al afirmar que la CM tiene una vocación y una misión por parte de Dios, se asevera su naturaleza carismática. Es uno de los asertos más importante de todas las Const. porque es certificar la presencia del Espíritu Santo, dador de todo carisma, desde los origines de la Compañía hasta el presente. Es un acto de fe en la presencia activa del Espíritu Santo.

Estas breves consideraciones nos llevan a las conclusiones siguientes:

  1. Dios es el autor de la Compañía. «Es él, dice San Vicente, quien ha hecho todo ésto, por medio de las personas que ha juzgado conveniente para que todo sea para su gloria».
  2. Si Dios es el autor de la Compañía, tenemos funda­mento para la esperanza. Así nos exhorta S. Vicente: «Tenga­mos confianza en Dios, padres y hermanos míos, de forma total y perfecta, y estemos seguros de que, si empezó su obra en nosotros, la llevará a cabo felizmente».
  3. Si Dios es el autor de la C.M., sólo nos debemos apoyar en él. «Si nos apoyamos en alguna ventaja de la natu­raleza o de la fortuna, entonces Dios se apartará de nosotros. ¿Queréis saber por qué hemos fracasado en algunas tareas?. Porque nos apoyábamos en nosotros mismos». Así lo creía S. Vicente.
  4. Finalmente, si Dios es el autor de la Compañía y ella es un don de Dios a la Iglesia, se pide a todos nosotros, no sólo tener una visión teológica de la misma, sino también poseer una actitud espiritual profunda para vivir plenamente el don recibido de Dios.

Lo que piensa S. Vicente.

Para San Vicente la CM. es obra de Dios. Los textos aduci­dos son una prueba. Por tanto merece la pena acercarnos al pensa­miento de S. Vicente para estudiar y meditar lo que sobre este particular nos enseña en sus conferencias y correspondencia epistolar. En las conferencias sobre el origen de la Compañía, sobre la observancia de las reglas y sobre la confianza en Dios, el Santo desarrolla ampliamente su pensamiento.

En la correspondencia epistolar aflora con frecuencia la misma idea. Se aprovecha de ambos medios para sugerir acti­tudes de docilidad al Espíritu, de confianza en la divina provi­dencia, de aceptación de la voluntad de Dios sobre el presente y futuro de la CM., de sus personas y de sus obras.

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ARTÍCULO 1º

El fin de la CM. es seguir a Cristo evangelizador de los pobres.

Este fin se logra cuando sus miembros y comuni­dades, fieles a San Vicente:

  1. Tienden con todas sus fuerzas a revestirse del espíritu de Cristo, (RC. 1, 3), para adquirir la perfección correspondiente a su vocación, (RC. XII, 13).
  2. Se dedican a evangelizar a las pobres, sobre todo a los más abandonados.
  3. Ayudan en su formación a los clérigos y laicos y los llevan a una participación más plena en la evangelización de los pobres.

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Historia del texto

Un largo camino.

Ningún artículo de las Const. ha sido tan largamente dis­cutido. Las diferencias de opinión empezaron antes de la AG68 y han durado hasta el mismísimo final de la AG80. Las razones de tal largo debate se basan, ante todo, en la importancia del contenido. Efectivamente, en este artículo se aborda lo más esencial del carisma vicenciano, la razón de ser de la CM. en la Iglesia, lo que debe clarificar y orientar la vida y el aposto­lado de la misma. Se trata, en fin, de formular la identidad de la Congregación de la Misión.

Sólo partiendo del conocimiento claro de dicha identidad, se puede redactar las Const. y Estat. Las normas deben ser la explicitación de los cauces y dinamismos espirituales y apostólicos adecuados para vivir en profundidad las exigencias de la vocación vicenciana en la CM.

La diferencias tenían, además, otras raíces: la sensibilidad particular de los miembros de la asamblea, su experiencia misio­nera, la lectura que a través de los años cada uno ha hecho del pensamiento vicenciano, la plasmación histórica de la misión vicenciana en las diferentes provincias, las diversas tradiciones, etc. y ¿por qué no decirlo?: también los temores, las mutuas sospechas, los miedos a los compromisos, la defensa de situaciones y obras que podrían entrar en crisis. Todo ésto entró en juego en los momentos más densos y tensos de la discusión, no obs­tante el deseo, por parte de todos, de atinar con la formulación más esclarecedora del carisma vicenciano por lo que a la C.M. se refiere.

No resulta fácil hacer una síntesis de todos los argumentos expuestos en el aula de la asamblea. Intentaré, sin embargo, dar una visión, aunque sólo sea a grandes rasgos.

Tres actitudes se pueden descubrir. Tres actitudes que, en el fondo son tres maneras diversas de interpretar lo que S. Vicente establece en las RC. sobre el fin de la CM.

  1. Actitud histórica: La integran los que razonan desde la historia. De ella parten y a ella retornan. Fue el mismo S. Vi­cente, dicen, el que redactó las R.C., él mismo las comentó; la Compañía se ha servido de ellas por más de tres siglos; toda enmienda, toda interpretación no será sino fruto de este tiempo, nunca algo definitivo. Siempre el punto de referencia decisivo será al texto vicenciano. Conclusión: Dejemos el texto como está y así pase a las nuevas Const.
  2. Actitud coyuntural: La forman aquellos que argumentan desde la realidad social y eclesial del momento. Se muestran muy sensibles a los problemas del tercer mundo, a las estructuras de opresión y marginación, a los derechos del hombre concul­cados, a las iniciativas de algunos grupos cristianos que buscan una cercanía más convincente al mundo de los pobres. Conclu­sión: Cambiemos el texto y demos una formulación más incisiva que ponga más de relieve nuestro compromiso con los pobres.
  3. Actitud de síntesis: Como siempre, un grupo quiere hacer de mediador entre las actitudes más extremas. Buscan la síntesis que satisfaga a todos. Admiten la necesidad de la refle­xión partiendo de la situación concreta de la sociedad y de la Iglesia, pero sin poner en peligro el patrimonio vicenciano. Conclusión: Cambiemos lo que es necesario, pero aceptando las orientaciones conciliares y las del magisterio, intérprete autori­zado  del Vaticano II. Busquemos fórmulas más incisivas r ins­piradoras, pero que no traicionen el verdadero sentido del fin de la Compañía. Difícil tarea nadar a dos aguas, aunque al final es la actitud que se impone. Es la actitud bisagra» que permite sigan girando fuerzas opuestas. Ninguna de las actitudes puede ser acusada de no querer la fidelidad al carisma y la adaptación a las exigencias actuales. Todas buscan lo mismo, pero por caminos distintos. Era costoso dar con un texto que contentase a todos. El proceso fue laborioso. En vista de lo conseguido parecen que han sido útiles tantos esfuerzos.

Etapas diversas.

Las diversas etapas giran en torno a la celebración de las asambleas. Cada asamblea es un hito.

El fruto de los primeros trabajos se recogieron en el LN.Ya conocemos su suerte. La AG68 no acepta dicho libro como base de las nuevas constituciones y se lanza a la aventura de formularlas partiendo casi de cero.

Tras largas y, a veces, duras controversias, se acepta el texto de las RC, como suficiente para determinar el fin de la CM. en las nuevas Const., pero, y ésto es importante, entron­cándolo en un nuevo contexto, es decir, como consecuencia de la vocación de San Vicente, considerada también como vocación de la CM.

El artículo sobre el fin de la Compañía se completa en las Const. 68 con otros cuatro artículos. El quinto merece atención especial, porque compendia y pone de relieve la idea central de todos los demás artículos y porque suscitó la polémica. Dice así:

«La evangelización y la promoción humana y cristiana de los pobres será, pues, para la Compañía, la enseña que aúne a todos sus miembros y los empuje al apostolado».

Un sector de la asamblea juzgó muy limitativo el artículo quinto y quedó profundamente insatisfecho. Por ello, cuando se reanudan los trabajos de la asamblea en 1969, presentan dos proposiciones. Si la asamblea las aprueba, serán consideradas, además, corno interpretación auténtica de todo lo que se establece sobre el fin de la CM. Estas son las proposiciones:

  1. La evangelización y promoción humana y cris­tiana de los pobres es el FIN PREEMINENTE, pero NO UNICO, de la CM.
  2. La evangelización y promoción humana y cris­tiana de los pobres es el criterio en sí SUFICIENTE, pero NO NECESARIO para seleccionar nuestras obras.

Después de tensos debates, la asamblea aprueba dichas proposiciones y su valor de interpretación auténtica.

Una pregunta nos hacemos: ¿Por qué un sector de la asam­blea se creyó en la obligación de proponer y defender tales proposiciones?. Porque los textos aprobados acentuaban el fin de la CM. en una única dirección: la promoción humana y cris­tiana de los pobres y dejaban en la penumbra otro ministerio, considerado por algunos, como el segundo fin de la Compañía, v.g. la formación del clero. Era claro para ellos, que los textos aprobados en el primer período de la asamblea limitaban la trayectoria ministerial histórica de la CM y, sobre todo, creaban situaciones muy críticas en algunas provincias. Era demasiado. No podían aceptar aquellos artículos sin correctivos. Si, de momento, los ánimos se calmaron y los trabajos de la asamblea prosiguieron, poco a poco cunde el descontento. ¿Por qué?, nos preguntamos de nuevo. Porque era fácil ver que, ahora, los textos quedaban envueltos dentro de una gran ambigüedad. Si antes se polemizaba sobre si el fin era uno o más, ahora se añade que hay un fin PREEMINENTE, pero NO UNICO. Si antes era arduo establecer los criterios para la revisión y selección de obras, ahora se ofrece criterios EN SI SUFICIENTES, pero NO NECESARIOS. Era evidente: los textos que todos consideraban como los fundamentales para el futuro de la Com­pañía no brillaban por su nitidez.

Durante la AG74 se decidió no tocar los textos y dejar la redacción definitiva para la AG80. Había tiempo por delante para ulteriores reflexiones.

El IL79, previo a la celebración de las asambleas provin­ciales que se debían celebrar en vista de la AG80, nos muestra que son varias las provincias deseosas de borrar la nota al artí­culo quinto en donde se han colocado las proposiciones antes dichas (13).

La CPAG80 suprime artículo y nota. Prefiere ir por otro camino menos polémico y nos ofrece dos textos: el texto A, en el que el fin de la CM. sigue entroncado en la vocación de S. Vicente y el texto B. Este texto B da un viraje profundo. En él se formula directamente el fin de la Congregación. Se habla de seguir a S. Vicente, pero este seguimiento está supe­ditado a la «sequela Christi ». El centro, ahora, no es la vo­cación de S. Vicente hecha vocación de la CM., sino el segui­miento a Cristo, evangelizador de los pobres, imitando a San Vicente.

La comisión ponente del fin de la CM, en la asamblea general de 1980 toma como base el texto B. pero en realidad se reestudia y se vuelve a debatir todo. Así se explica que los debates durasen los casi dos meses que duró la AG80 hasta conseguir la formulación actual.

Convergencias y divergencias.

Si comparamos los textos que se han elaborado o como hipótesis de trabajo o como textos normativos, aunque sólo lo fueran provisionalmente, nos daremos cuenta de las coincidencias y de las divergencias. La comparación debe ser atenta. Casi todos los textos nos insinúan, más o menos explícitamente, el seguimiento a Cristo, la imitación a S. Vicente, la evangelización de los pobres, la ayuda a los clérigos y laicos, la llamada a la fidelidad, etc. Son ideas que siempre están bullendo. Esto no basta. Es muy importante escoger los términos más apropiados, ponerlos en el orden conveniente, perfilar matices. Todo el engranaje de un texto suele responder a un fondo teológico, a experiencias espirituales, a ideales apostólicos, a aspiraciones, deseos, intenciones muy diversas. Con los mismos elementos se pueden hacer textos muy diferentes. Por todo ésto: la cuestión de la coincidencia o divergencia no se puede plantear teniendo sólo en cuenta los valores teológicos en sí mismo considerados, sino todo el conjunto de elementos que están en juego.

Otras divergencias son más fáciles de descubrir v.g. la supre­sión de la cláusula tan vicenciana : «sobre todo a los pobres del campo » o la inclusión de la ayuda a los laicos, como agentes de evangelización, en su formación, o la llamada a la fidelidad.

Todo fue estudiado, discutido, ponderado. Al final prevaleció la alternativa más amplia y general. Casi siempre, para resolver los debates, se escogen alternativas incluyentes y se abandonan las excluyentes. Todas la peripecias surgidas, felizmente superadas, han servido de filtro purificador del texto.

Interpretación del texto

1º.- Nuevo punto de vista.

El estilo de los documentos conciliares, la preferencia por lo teológico han creado en nosotros un modo nuevo de apreciar las enseñanzas del magisterio. Interesan más los contenidos espirituales que los normativos, los que inspiran más que los que imponen. En teoría siempre fue más importante lo teológico que lo jurídico. En la práctica no sucedía así. Disposiciones de carácter jurídico influían más que las motivaciones espirituales propia­mente tales. Se crearon dos espacios: el espiritual que parecía quedar reducido al ámbito íntimo de la persona y el jurídico que gozaba de mayor «oficialidad ». Se ha afirmado, quizás con algo de exageración, que entre los miembros de la CM, se llegó a formar una conciencia poco inclinada a la reflexión sobre temas espirituales que S. Vicente meditó y experimentó (16). Naturalmente que se puede caer en el polo opuesto, es decir, despreciar, sin más, el valor instrumental de lo jurídico.

2º. El fin de la CM. es seguir a Cristo evangelizador de los pobres

Dos aspectos consideramos:

  • seguir a Cristo
  • evangelizador de los pobres.

Seguir a Cristo.

«El estado de los misioneros es un estado conforme con las máximas evangélicas, que consiste en dejarlo todo y abandonarlo, como los apóstoles, para seguir a Cristo y para hacer lo que conviene, a imitación suya».

Seguir e imitar a Cristo es propio de la vida cristiana. La vida consagrada no es sino una modalidad de cómo vivir cristia­namente. Esta modalidad se caracteriza por la profundidad, radicalidad y totalidad en el seguimiento y en la imitación de Cristo: «Seguirle con mayor libertad e imitarle más de cerca por la práctica de los consejos evangélicos », como afirma el P.C.

Las Const. nos introducen plenamente dentro de la teología de la vida consagrada y de sus exigencias espirituales: «Se consagran de una manera peculiar al Señor, siguiendo a Cristo que, virgen y pobre, redimió y santificó a los hombres por la obediencia hasta la muerte y muerte de Cruz. Impulsados así por la caridad que el Espíritu Santo difunde en sus corazones, viven cada vez más para Cristo y para su cuerpo que es la Iglesia. Cuanto más fervientemente se unan a Cristo por esta donación de sí mismos que abarca toda la vida, tanto más abundante resulta la vida de la Iglesia, más vigorosamente fecunda su apos­tolado». Hay teólogos que hacen disquisiciones sobre el significado de seguir e imitar a Cristo, sobre el fundamento bíblico de esta distinción y los valores teológicos y morales que comportan. El P.C. une ambos términos. Todos, al fin, convienen en que seguir e imitar, aun aceptando las diferencias, se complementan. Quien imita sigue y quien sigue a Cristo es porque le imita.

San Vicente se movía dentro de otro contexto teológico y espiritual. Usa ordinariamente otro lenguaje. Casi siempre nos habla de la imitación a Cristo. Si analizamos su doctrina, nos percataremos que, no sólo persigue el perfeccionamiento moral, sino que va en busca de la identificación con Cristo. Lo veremos más tarde cuando tratemos del espíritu de la Compañía.

Sin embargo, la idea del seguimiento no es ajena al pensa­miento de S. Vicente. Lo hemos visto en el texto antes citado, en donde hace notar la radicalidad: «dejarlo todo y abandonarlo para seguir a Cristo… ». Otro pasaje podemos añadir: en el prólogo a las R.C. en donde, depués de hablar de la imitación a Cristo, acuña la frase: «seguir sus huellas». La idea del segui­miento es evidente (19). El texto, tal como está redactado, es fiel al pensamiento de S. Vicente, nos pone en línea con la teología actual de la vida consagrada y sintoniza mejor con la sensibilidad cristocéntrica de ahora.

Cristo evangelizador de los pobres.

«Vino Nuestro Señor y fue enviado por su Padre a evangelizar a los pobres: Pauperibus misit me. Pau­peribus, a los pobres. A los pobres, como por la gracia de Dios trata de hacer la pequeña Compañía».

El seguimiemto más libre a Cristo y la imitación más íntima por la práctica de los consejos evangélicos, no basta para concretar la naturaleza del carisma personal y comunitario. La precisión viene por la misión y el servicio a la Iglesia. Globalmente, la vida consagrada tiene como misión : «manifestar a fieles e infieles a Cristo ya sea entregado a la contemplación en el monte, ya sea anunciando el reino de Dios a las gentes, sanando enfermos y heridos, convirtiendo pecadores, bendiciendo a los niños y haciendo el bien a todos, siempre obedeciendo la voluntad del Padre».

Un elemento esencial de la cristología vicenciana es la con­templación, seguimiento e imitación de Cristo evangelizador de los pobres. La página evangélica más preferida de Jesús sería con toda seguridad la que escribió S. Lucas cuando le presenta a sus paisanos asegurando: «El Espíritu del Señor sobre mí, para ésto me ha ungido, para anunciar la buena nueva a los pobres… Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oir con vuestros propios oídos… ». Para San Vicente, este Cristo evange­lizador de los pobres, es la clave en donde se armoniza todo su pensamiento, es la fuente en donde siempre se inspira. Contem­plar, seguir e imitar a Cristo evangelizador de los pobres está en lo más hondo del don recibido de Dios: es lo que más cla­rifica su carisma.

La cristología de la CM. tiene exactamente el mismo centro:

«Nunca ha habido ninguna otra Compañía, pues ésto es inaudito, que haya tenido como finalidad hacer lo que nuestro Señor vino a hacer en el mundo: anunciar el evangelio a los pobres solamente, a los pobres aban­donados».

«Ouienes han sido llamados a continuar la misión de Cristo, misión que consiste sobre todo en la evangeli­zación de los pobres, deberán llenarse de los senti­mientos y afectos de Cristo; más aún, deberán llenarse de su mismo espíritu y seguir fielmente sus huellas ». «Sí, nuestro Señor pide de nosotros que evangelicemos a los pobres. Es lo que él hizo y lo quiere seguir haci­endo por medio de nosotros».

La novedad de la formulación del fin de la CM. reside en haber conseguido expresarlo unitariamente, acertando con el punto más esencial del carisma vicenciano y de la Congregación. El fin de la CM., su causa final, es contemplar, seguir e imitar a Cristo evangelizador de los pobres.

°. Este fin se logra cuando sus miembros y comunidades fieles a S. Vicente

«Dios es quien nos ha llamado y el que desde toda la eternidad nos ha destinado a ser misioneros».

Llamada a la fidelidad.

Las Const. evocan con frecuencia la fidelidad debida a San Vicente. Esta llamada a la fidelidad es una de las ideas «fuertes » de las Const. actuales. Es evidente que la fidelidad al fin de la Compañía fundamenta todas las restantes llamadas a la fide­lidad.

Tres aspectos merecen principalmente nuestra atención:

  • La fidelidad debida a S. Vicente: fieles a San Vicente.
  • La fidelidad al uso de ciertos «medios».
  • La llamada que se hace a las «personas y a las co­munidades».

Fieles a San Vicente.

La fidelidad a San Vicente ha sido preocupación constante en los trabajos previos a las asambleas, en los textos elaborados y en la argumentación. No podía ser de otra manera: lo manda el P.C. y lo exige la personalidad y actualidad de San Vicente. Evocar la fidelidad a San Vicente significa, ante todo, procla­marle maestro, guía y modelo, escogerle como compañero de viaje en el seguimiento a Cristo evangelizador de los pobres.

Las DCL, 74 describen el camino seguido por San Vicente para concluir que es nuestro propio camino.

Las Const. no tratan de aminorar el punto de referencia principal y definitivo que es Cristo. No son reductoras. S. Vi­cente está presentado como modelo nuestro más cercano y más tangible. San Pablo fue capaz de decir: «Imitadme a mi como yo imito a Cristo ». San Vicente no fue capaz de tener tal idea, pero para nosotros es como si la hubiera dicho.

El contexto del artículo nos hace concluir que debemos tener en cuenta no sólo las intenciones y propósitos del Fundador, sino toda su vida y doctrina porque todo nos puede ayudar a la fidelidad que le debemos.

La fidelidad verdadera, la que se pretende, no consiste en la repetición mecánica de los gestos de S. Vicente. Se trata de algo más profundo como nos enseña el documento de la Santa Sede «Mutuae relationes»: «El carisma de los fundadores es una experiencia del espíritu, transmitida a sus discípulos para que vivan según ella, la custodien, la profundicen y la vayan desarrollando constantemente junto con el Cuerpo de Cristo siempre en crecimiento ». Una vez más quedan planteadas las cuestiones que la teología actual estudia sobre las relaciones del Fundador y la comunidad por él creada.

Medios o áreas de trabajo espiritual y apostólico.

San Vicente no ha querido que la CM. sirva para todo ni que asuma todo lo que es posible asumir para la evangelización de los pobres. Su deseo expreso fue que el seguimiento a Cristo evangelizador de los pobres se realizara mediante unos medios concretos o dentro de unos campos de trabajo bien determinados. En San Vicente parece clara la distinción entre FIN, MEDIOS y MINISTERIOS. Los tres primeros números de las RC. nos dan pie para lo que acabamos de afirmar. Más tarde volveré sobre este tema.

Lo importante, a mi juicio, es señalar que no se puede hablar de fidelidad si no se tiene en cuenta estos dos extremos: Cristo evangelizador de los pobres y los Medios o áreas de trabajo en las que S. Vicente ha querido actúe la Congregación. Habrá y hay otras exigencias, pero estos dos aspectos son como el paréntesis dentro del cual están incluidas todas las demás.

Personas y Comunidades.

Son las personas y las comunidades a ser fieles. La idea de unir ambos sujetos apareció en las DCL, 74. Se vió que era buena y se ha retenido en el texto actual.

La razón teológica para superar el ámbito de la persona es que el carisma de la CM. incluye lo personal y comunitario. Se da a la persona en cuanto va a ser miembro de la comunidad para vivirlo comunitariamente. La persona lo recibe en el mismo sentido, come queda reflejado en el compromiso del cuarto voto: dedicarse a la evangelización de los pobres en la Congregación de la Misión.

Otras razones se pueden aducir: si la fidelidad personal es difícil, lo es más la fidelidad comunitaria. Sabemos cuán arduo es resolver los problemas que surgen entre la persona y la co­munidad, es decir, entre una persona particular y las otras personas que con la institución forma la comunidad. Además, han entrado en juego nuevos elementos, nuevos dinamismos comunitarios que han originado situaciones nuevas. Pensemos en la descentralización, la subsidariedad, el papel asignado a las asambleas, el proyecto comunitario, la visión que las Const. dan de la comunidad vicenciana como formadora y recreadora de sí misma en constante revisión y proyección hacia el futuro. Todo ésto exige una gran sensibilidad y un compromiso fuerte por parte de todos en la fidelidad. Más aún, los mismos cauces ins­titucionales deben ser aptos para facilitar la fidelidad.

4° Fin. Medios.

Con relativa frecuencia se ha afirmado que los fines de la CM. son tres. Algunas explicaciones dadas a las R.C. han llevado a esa conclusión.

La cuestión no me parece importante hoy. Sin embargo, merece estudiarla, aunque sólo sea someramente.

Veamos qué nos dicen los escritos vicencianos sobre este tema, si hay o no base para sostener que el fin es uno sólo o son tres.

La formulación del fin de la CM. es progresiva. En los primeros documentos: contrato de fundación, acta de asociación de los primeros misioneros, la aprobación arzobispal, las súplicas de aprobación pontificia, no se usa el término FIN; se describen las tareas que los misioneros realizan o deben realizar para la evangelización de los pobres del campo (30).

La Bula de erección, firmada por Urbano VIII en 1633, nos da una explicitación mayor del fin de la Compañía. Ya se usa el término FIN (en singular) y, al mismo tiempo, se indican los cuatro campos en los que los misioneros deben realizar dicho fin: comprometerse en la búsqueda de la propia per­fección, en la salvación de los pobres, en la ayuda a los sacer­dotes, aunque todavía muy limitada, en la veneración de los misterios de la SS. Trinidad, Encarnación y devoción a la Virgen María. No obstante el avance que supone la formulación del fin de la C.M. en la Bula de Urbano VIII, todavía no se ha llegado a una sistematización precisa. Lo que se nos da en la Bula es como una enumeración de elementos básicos espirituales y apostólicos.

En 1648 escribe S. Vicente al P. Portail y le dice: «Nuestro instituto no tiene más que dos fines: la instrucción de la pobre gente del campo y los seminarios ». Parecida idea repite cuando escribe a un Superior en 1655: «Espero que esa buena obra, en vez de hundirse… vaya cada vez mejor. No debe Vd. ol­vidarla para atender únicamente a las misiones. Las dos son igualmente importantes para Vd. y tiene la misma obligación con la una que con la otra » y añade: «Me refiero a toda la familia que ha sido fundada para las dos».

Conocemos una copia privada de cómo eran las R.C. en 1655. Es un manuscrito encontrado en Sarzana (Italia). Al formularse el FIN de la CM usa el término en singular y señala los medios o campos para llevarlo a cabo: cumplir la voluntad de Dios, evangelizar a los pobres, y ayudar a los eclesiásticos.

En 1658 es cuando el santo fundador distribuye las R.C. finalmente terminadas. Con precisión se establece un sólo FIN y tres MEDIOS o campos de trabajo espiritual y apostólico: la propia perfección, la evangelización de los pobres, especial­mente los del campo y la ayuda espiritual y científica a los eclesiásticos.

En las conferencias S. Vicente comentará este artículo de las R.C. y muchas veces aludirá a él. Dada la finalidad de las conferencias, no usa S. Vicente un lenguaje «técnico» aun supo­niendo que el copista fue totalmente fiel. El tema de la confe­rencia del 6-12-1658 es sobre el fin de la Compañía: Habla de un fin y tres medios, pero no es siempre consecuente. A la pregunta: «¿Para qué está Vd. en la Compañía?, responde: primero para trabajar en la propia perfección; segundo: para evangelizar a los pobres; tercero: para servir a los eclesiásticos. ¿Qué os parece de este FIN? Nuestro FIN…», pero poco después, cuando habla del servicio a los eclesiásticos afirma: «El tercer FIN…». Poco más o menos se expresa en el resto de las conferencias.

Podemos concluir lo siguiente: San Vicente se siente libre en el uso de la terminología Dentro de esa libertad, es más constante en señalar que hay un solo FIN. Siempre indica los MEDIOS o campos en donde el fin debe realizarse, aunque, si comparamos todos los documentos, desde el contrato de fun­dación hasta las R.C., las formulaciones no son totalmente coincidentes.

La historia de la CM. no ha suscitado problema alguno sobre esta cuestión hasta las Const. de 1954. Efectivamente, en ellas se habla de DOS FINES: uno GENERAL: la gloria de Dios y la propia perfección. El otro ESPECIAL: evangelizar a los pobres, especialmente los del campo; ayudar a los eclesiás­ticos en la adquisición de la ciencia y virtud necesarias a su estado; y ejercer las obras de caridad y educación. Esta distinción entre FIN GENERAL y ESPECIAL es extraña y ajena a toda la tradición vicenciana. Su origen está en las Normas de la S.C. de Obispos y Regulares, promulgadas en 1901 y tras repeti­das renovaciones han mantenido su valor, casi hasta ahora. Las normas dichas obedecían a criterios de uniformidad en la redac­ción de las constituciones de las comunidades religiosas más que a criterios de fidelidad al carisma y a la propia tradición de los institutos.

Desde el inicio de los trabajos para la formulación de las nuevas Const., los textos hablan de UN SOLO FIN, no obs­tante el pensamiento de un sector de la CM, que creía poder defender la existencia de TRES FINES.

Mitxel Olabuénaga, C.M.

Sacerdote Paúl y Doctor en Historia. Durante muchos años compagina su tarea docente en el Colegio y Escuelas de Tiempo Libre (es Director de Tiempo Libre) con la práctica en campamentos, senderismo, etc… Especialista en Historia de la Congregación de la Misión en España (PP. Paúles) y en Historia de Barakaldo. En ambas cuestiones tiene abundantes publicaciones. Actualmente es profesor de Historia en el Colegio San Vicente de Paúl de Barakaldo.

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