Este tiempo siempre es deseado y necesario, para pararnos, encontrarnos con Dios, con los hermanos y con uno mismo, en el silencio. Este ha sido un tiempo donde aparcar las prisas, las tareas, los ritmos acelerados del día a día. Pero, sobre todo, ha sido un tiempo de gracia ofrecido por el Señor.
Salir del mundo, para volver al mundo. No nos permitimos abandonar, subimos al Tabor, para bajar transfigurados… y poder seguir acompañando, viviendo, compartiendo la vida.
El lugar elegido ha sido la Abadía Benedictina de Santo Domingo de Silos (Burgos), monasterio que encierra una gran tradición de canto gregoriano, y está situado en un entorno natural único. Además del silencio y tranquilidad, alterados en pocas ocasiones por el turismo, que permite la subsistencia de los 29 monjes que allí viven, dentro del monasterio no se pierde la esencia. Como nos dijo el Prior de la Abadía, director de estos ejercicios, el P. Moisés, notaremos la presencia del Señor si no le cerramos nuestro corazón y nuestra alma. Por lo tanto, el silencio debe estar en nuestro mismo ser, siendo cierto que lo que esta a nuestro alrededor ayuda o favorece.
Nos habló de la Vida Consagrada y de posibles riesgos que conlleva la vida en comunidad. En esto anterior indicó la cercanía profunda con una virtud vicenciana: la humildad, que puede dar unidad al binomio oración-fraternidad, aportando la coherencia necesaria para convivir con las luchas y heridas de la caridad.
Nos advirtió que un gran peligro es el de darnos concesiones continuas, satisfaciendo nuestro ego y afecciones, creando un Dios “buenista” que lo único que lleva es a rebajar la misericordia divina.
Han sido unos días intensos de oración, uniéndonos a la Comunidad benedictina en la mayoría de sus tiempos de oración de la liturgia de las horas y la Eucaristía. Para algunos, pueden haber sido estos momentos lo que más ayudaron a entrar en ese tiempo de gracia, el poder contemplar y orar con la Palabra de Dios. El ritmo y armonía en el rezo de los Salmos, unido al gozo de escuchar el canto gregoriano, me permiten decir que parece que su único tiempo es el de armonizar la oración.
Juan Cruz, C. M.
Estudiante de Teología
Salamanca
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