Textos para la Historia de la CM en España (22 de abril de 1829)

Textos para la Historia de la CM en España (22 de abril de 1829)

ORDENANZAS DE LA CASA DE VALENCIA. (22 Abril de 1829)[1]

Habiendo en virtud, que nos tiene dada el M. Re­verendo Sr. Domingo Salhorgne, Vicario Genera], empezado la visita de esta nueva Casa de Monte Olivete a los 8 de abril de 1829, y terminándola a los 22 del mismo mes y año; hemos juzgado dejaros las siguientes ordenanzas, que servirán para mantener la observancia y tener lejos la relajación.

Como el buen orden y la perfecta observancia re­gular de las casas nuevamente fundadas dependen principalmente de la exacta regularidad y virtud de los primeros fundadores, los cuales como piedras fundamentales del nuevo edificio espiritual, deben estar muy fundados sobre una sólida piedad, y muy penetrados del devoto sentimiento de aquel Herma­no que tanto celebré Nuestro Santo Padre cuando dijo : que si los primeros Misioneros no observaran las reglas, menos las observarían los que vendrían después. Por esto, amados señores y hermanos míos carísimos, ya que Dios os ha elegido para fundado­res de esta naciente casa, yo os ruego por las entra­ñas de Jesucristo que trabajéis con todo esmero para darle aquel buen nombre de santidad, de que gozan las otras casas por la virtud y ejemplar con­ducta de sus primeros fundadores e individuos. Lo que lograréis, si estáis bien animados del espíritu de nuestra vocación, practicando aquellas virtudes, de que se compone; y si sois fieles a Dios en el cumplimiento de los votos que le ofrecisteis en el día que la Congregación os admitió en su seno; siendo tan amantes de la santa pobreza, que os contentéis con lo más vil de la casa: siendo tan puros y castos, que los mas severos censores de vuestra conducta no puedan formar la mas mínima sospecha de vuestra castidad: siendo tan perfectos en la obediencia, que dejéis la letra comenzada al toque de la campana, y obedezcáis puntualmente a cualquier insinuación del Superior en todo aquello en que no haya pecado: en una palabra, esta casa se granjeará el renombre de santa, si vosotros cada día os santificáis más y más por medio de una exacta observancia exterior, que de poco os aprovecharía; pues solo tendrías las en­gañosas apariencias de la virtud, sin poseerla real­mente: seríais como los sepulcros blanqueados, que son bellos por fuera, más por dentro están llenos de huesos y corrupción.

Para no incurrir en esta deplorable desgracia de­béis poner vuestro principal cuidado en la obser­vancia de aquellas reglas que nos conducen a la pro­pia perfección, como todas las del cap. 2.°, y en es­pecial debéis haceros familiar aquel piadoso ejer­cicio de hacer siempre y en todas las cosas la volun­tad de Dios; pues que, como sabéis, es un medio cierto y breve para adquirir la cristiana perfección. Por esto conviene que luego desde la mañana os entreguéis a S. D. M., ofreciéndole todas vuestras obras, palabras y pensamientos, haciendo con devo­ción aquellos cinco actos acostumbrados, y renovan­do de cuando en cuando la intención de querer siem­pre agradar a Dios en todas vuestras acciones. Pero en lo que más debéis esmeraros, si queréis fundar esta casa sobre la piedra firme de una sólida piedad, es en la conservación de la caridad fraterna entre vosotros mismos.

A este propósito podría deciros con el Apóstol que así como os tengo en mi corazón, así nada deseo tanto, como veros a todos reunidos en el corazón de Jesucristo: Testis est mihi Deus, quomodo cupiam vos onmes in visceribus Christi. Este sagrado corazón como sabéis, es un corazón lleno de dulzura y de aquella caridad que no se irrita, que no juzga siniestramente a nadie, que no se hincha y que todo lo sufre. Estas son las santas disposiciones que este Divino Señor grabará profundamente en vuestros corazones, si vosotros procuráis vivir firmemente unidos en el suyo. Entonces cada uno se hará una obligación de contribuir a la conservación de la ca­ridad, haciendo gustoso todos los sacrificios que ella pide para no ser extinguida. Entonces cada uno cor­tará por lo vivo de su natural, y procurará con el mayor cuidado evitar, así en palabras como en con­ducta, todo aquello que podría turbar la paz y unión fraterna. Entonces el Superior será como un padre amoroso para con sus súbditos, los consolará en sus aflicciones, los aliviará en sus trabajos, los animará con sus buenos ejemplos, y hará de ellos una entera confianza. Entonces los súbditos respetarán a su Superior, como a su padre, le amarán y obedecerán como a Dios, acudirán a él con toda confianza y se pondrán en sus manos, como la lima en las del artesano. Entonces, finalmente, se verá reinar entre vosotros mismos aquella preciosa paz que hace la gloria y la felicidad de las comunidades. Oh quam bonum et guam jucundum habitare fratres in unum.

Los medios de que os habéis de valer, para que esta caridad fraterna y santa unión esté siempre en vigor entre, vosotros, son puntualmente los que Nuestro Santo Padre nos pone en las reglas, prin­cipalmente en el núm. 12 del cap. 2.°, en donde nos prescribe aquellos siete actos que incesantemente debemos practicar, en especial aquel de soportarse mutuamente sin quejarse ni murmurar los unos de las faltas y genios de los otros, y mucho menos de los superiores, que en algún modo sería blasfemar la autoridad que Dios les ha conferido, como sus lu­gartenientes, y por esto dijo: Diis non detrahes. La murmuración es un lobo rapaz, decía Nuestro San­to Padre, que todo lo arruina y devora; y uno de los mayores males que puede suceder a una Congre­gación es el que haya en ella personas que de todo murmuran; y por esto hizo el Santo tantas confe­rencias seguidas, como ustedes no ignoran.

El otro medio, que nos pone el Santo para con­servar la santa unión, es tratarse mutuamente con grande respeto y reverencia, no solo en orden a los Superiores, a quienes de un modo especial debemos reverenciar, sino también entre los iguales, sin des­confiar jamás de su amor fraternal. ¡Oh cuán fata­les resultas tienen estas desconfianzas entre los miem­bros y la cabeza, y entre los miembros entre sí! De estas desconfianzas se originan muchos acaloramientos de la imaginación; de estos acaloramientos na­cen muchos juicios infundados y acaso temerarios: de estos juicios nacen muchas quejas: de estos disgustos muchas disensiones: y de estas disensiones nacen las antipatías y los partidos, que son la ruina de las comunidades, como dice Nuestro Santo Pa­dre. ¡Ay de aquella comunidad en la que los súbdi­tos no están unidos entre sí ni con su cabeza con el sagrado vínculo de la caridad! En ella todo será un desorden, un pestilencial escándalo y una fatal rui­na, verificándose infelizmente aquel dicho del V. Palafox: Pastor aborrecido, rebaño perdido. No permita Dios, amados señores y carísimos herma­nos míos que esta fatal desgracia suceda entre vos­otros, ya que por la misericordia de Dios estáis bien reputados en punto de observancia; mas si sucedie­re, habríais de confesar con el Apóstol, que todas vuestras obras y todos vuestros sacrificios, que por otra parte podríais hacer, de nada os servirían para vuestra salvación ni para el buen nombre que esta nueva fundación tiene derecho de exigir de vuestra conducta. Yo ruego con todo mi corazón al Padre de las misericordias, que es el autor de todo bien, se digne conservar entre vosotros la paz, la unión y caridad que es el vínculo de la perfección, para que no habiendo entre vosotros mas que un corazón y un alma, seais un agradable espectáculo a Dios, a los ángeles y a los hombres.

Como el buen orden de una comunidad bien regla­da depende de que cada uno cumpla bien con su obligación, encargo a todos y a cada uno en parti­cular que tengan las cartas de sus respectivos ofi­cios, para que puedan leerlas a menudo; y si no es­tán en la casa, ruego al Sr. Superior que cuanto an­tes las haga venir, como también los Breves Pon­tificios, Asambleas, Decretos, Cartas circulares y todo lo demás que tiene establecido la Congregación para su buen gobierno ; y al mismo tiempo encargo que se formen los libros mencionados en el párra­fo 11 del cap. I de las reglas del Superior.

Más no solo debéis procurar la paz y caridad en­tre vosotros mismos, sino también con los externos, y en particular con los vecinos, en cuanto sea posible, como aconseja San Pablo. Para esto es preciso, en primer lugar, que seais puntuales en el cumpli­miento de las obligaciones estipuladas en la escritu­ra de traslación, esto es, predicar o catequizar todos los domingos, y en estos y demás fiestas colendas confesar a ambos sexos, celebrar las dos misas en la hora señalada y rezar el santo rosario, como también abrir todos los días la puerta de la iglesia a sus tiempos, y lo demás que está escrito en dicha escritura para no entrar en letigios con los patro­nos absolutos de la iglesia.

También contribuirá mucho para la buena armo­nía entre los vecinos tratarles con agrado y afabi­lidad, sin que por esto se hayan de visitar con fre­cuencia; antes bien procuraréis evitar la frecuente comunicación con ellos, de cualquier clase que sean; por lo que los sacerdotes no irán jamás a la porte­ría ni al locutorio para hablar con sus confesados, y mucho menos confesadas, sin expresa licencia. del Superior: ni en la iglesia jamás se pondrán más confesonarios para confesar mujeres, que los dos señalados; pero se tendrá una rejilla en la sacristía colateral propia para confesar solo a mujeres sordas.

Como esta casa por razón del Santuario está expuesta a ser frecuentada más que las otras, es me­nester poner grande cuidado en tener las puertas bien cerradas, especialmente la de la sacristía y por­tería, cuya llave el portero tendrá siempre en su po­der para impedir la entrada a toda clase de muje­res, aunque sean las Hijas de la Caridad: cuyas en­tradas podrían ser ocasión de murmuración y aún escándalo. Por este mismo motivo encargo al Su­perior que no permita jamás a semejantes personas que entren a la huerta; y para evitarlo el portero u hortelano tendrán siempre la puerta cerrada. En fin, para evitar el trato excusado con los externos, que si es frecuente, siempre nos es perjudicial; salien­do a tomar el aire, todos se abstendrán de hacer visitas superfluas, y sólo las harán obligados de la caridad o precisa política, y esto siempre con la li­cencia expresa del Superior, sin la cual jamás se entrará a casa alguna, así yendo al campo como a la ciudad. Observando el retiro y el silencio, que a todos encargo encarecidamente, tendréis tiempo para llenaros del espíritu de nuestra vocación, para es­tudiar las materias morales, para escribir y apren­der las funciones de nuestros ministerios, y en es­pecial para habilitaron para los ejercicios y misiones, que deben ser el principal objeto de un misionero.

A nuestros carísimos Hermanos Coadjutores en­cargamos que sean muy devotos y fieles en todos los actos de piedad, sin dejar jamás la oración, lectura, ni exámenes: que procuren conservar la caridad en­tre sí mismos, ayudándose mutuamente unos a los otros; que tengan grande respeto a los sacerdotes, y con modo particular a los Superiores, obedeciéndo­les puntualmente, sin réplica ni excusa; que sean afectos al trabajo, estando siempre útilmente ocu­pados para no dar entrada al enemigo con la ocio­sidad; que se esmeren en la limpieza y aseo, espe­cialmente de la cocina, refectorio, locutorio y apo­sentos de los ejercitantes para contribuir de este modo a su edificación; pues es cierto que muchos han quedado edificados y compungidos por ver la limpieza y buen orden de nuestras casas. Por últi­mo, les encargo que sean muy amantes del silencio en todas partes, mas con un modo especial lo han de guardar en el refectorio comiendo a segunda mesa, en la que debe procurar leerse, en cuanto sea po­sible; y siempre que sea preciso hablar, que sea con voz baja como dice la Regla.

Estos son, amados señores y carísimos Herma­nos míos, los saludables consejos que el Padre de las luces se ha dignado inspirarme para vuestro bien, mantener la observancia y tener lejos la rela­jación: los que os ruego recibáis con el mismo afecto con que os los damos y los leais en casa y en mi­sión el primer viernes de cada mes.

Valencia, 22 de abril de 1829.

A continuación hay la siguiente nota, también de puño y letra del propio P. Roca:

El crédito y buen concepto de espirituales y ver­daderamente virtuosos es tan necesario, que sin esto podemos, a la verdad, decir que somos para poco y para hacer poquísimo fruto. tsta verdad tan prác­tica y tan palpable, de que todos los días experimen­tamos los efectos, nos ha de estimular a adquirir y conservar este buen nombre por todas las vías y me­dios posibles ; y por cuanto puede contribuir mucho en las presentes circunstancias el mostrar un santo despego y desinterés, procuremos todos esmerar­nos en esta parte, principalmente en los contratos, compras, ventas, cobranzas, pagos, trato de hacien­das. y cosas temporales, y finalmente en todo, mos­trando un santo desinterés y dando un singular ejemplo, no defendiendo cosa alguna temporal, con sobrado tesón, y nunca con ruido, que siempre cae sobre nuestras cabezas, como una desgraciada ex­periencia nos lo ha mostrado en el ruidoso pleito que se acaba de extinguir ; y quiera Dios que la mala opinión que nos ha acarreado a esta casa presto se repare, lo que no se verificará si las gentes no ven en nosotros un grande despego de bienes terrenos, disimulando, y si es menester, abandonando algo por Dios, especialmente cuando se suscitan dificul­tades o dudas sobre estos asuntos ; pues que esto será ganar mucho, ganando crédito y buen concepto, que tanto contribuye a la quietud particular y común para disponernos a hacer bien a las almas. Ponga­mos los ojos en nuestro Santo Institutor, miremos cómo se portaba en semejantes asuntos, leamos bien su vida; tengamos presentes sus perfectas y desin­teresadas máximas e imitémoslas fielmente, y de este modo lograremos seguramente este buen con­cepto y crédito, y nos acreditarán verdaderos hijos de nuestro Santo Padre, y nos harán útiles e idóneos ministros del Señor, santos y santificantes de los otros.

[1] PARADELA, B.: “Los Visitadores de la Congregación de la Misión”, 1928, I, 363-373

 

 

 

Mitxel Olabuénaga, C.M.

Sacerdote Paúl y Doctor en Historia. Durante muchos años compagina su tarea docente en el Colegio y Escuelas de Tiempo Libre (es Director de Tiempo Libre) con la práctica en campamentos, senderismo, etc… Especialista en Historia de la Congregación de la Misión en España (PP. Paúles) y en Historia de Barakaldo. En ambas cuestiones tiene abundantes publicaciones. Actualmente es profesor de Historia en el Colegio San Vicente de Paúl de Barakaldo.

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