Textos para la Historia de la CM en España (23 de octubre de 1724)

Textos para la Historia de la CM en España (23 de octubre de 1724)

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Bernardo de la Torre, sacerdote de la Congregación de la Misión, a nuestros carísimos hermanos en Cristo, los sacerdotes y hermanos coadjutores de nuestra casa de Bar­celona, salud en el Señor.

Habiendo Nos en virtud de la autoridad concedida del M. R. Sr.Juan Bonnet, Superior General de la dicha nues­tra Congregación, empezado la visita de esta vuestra casa a los seis de octubre y terminádola a 23 de dicho mes y año de 1724, habernos juzgado a propósito, el dejaros las siguientes ordenanzas, cuya observancia fiel os rogamos con entrañas de Padre, como que ellas pueden eficazmen­te contribuir a la perfección vuestra y a la entera obser­vancia de vuestras Reglas.

1.° Y primeramente se encomienda a todos en general y a cada uno en particular la práctica de la más exacta obediencia, acompañada de las condiciones expresas en las Reglas comunes: prompte, hilariter, perseveranter, recono­ciendo siempre en la persona del Superior la de Cristo Señor Nuestro, quien factus est obediens usque ad mortero. Y aplicándose con todo cuidado a mortificar la propia vo­luntad y el propio juicio, teniendo por máxima infalible, que se hace la voluntad de Dios siguiendo la de nuestros Superiores: qui vos andit, me, audit. Por ende cada uno se guarde bien, no sólo de censurar o criticar, que sería muy enorme defecto en personas de nuestro carácter, mas aun de dar quejas o tener tratados, aunque secretos, sobre las órdenes y modo de gobierno de los mesmos superiores; mas antes bien se recurra a quien debe y puede remediar­lo en caso de necesidad.

2.° Segundariamente, por cuanto nuestra Congrega­ción, después de la perfección de los sujetos que la com­ponen, tiene igualmente por fin, procurar la eterna salud de los prójimos, principalmente de los pobres aldeanos que son la parte más abandonada, y de los eclesiásticos que son la porción más ilustre de la grey del Señor, exhor­tamos a cada uno a proveerse bien de aquel fuego que in­flamó el corazón de los Santos Apóstoles y de los prime­ros discípulos de Cristo, de los cuales somos en gran par­te herederos y sucesores en el santo ministerio de celar la salud de las almas. Y así mesmo irse siempre más habilitando con el estudio, cada cual según su propio talento, para las sólitas funciones del Instituto, señaladamente de la campaña, de las cuales ha tenido su principio y reci­bido el nombre el mesmo Instituto nuestro, y por consi­guiente no pueden omitirse por nosotros sin nota de infi­delidad, bajo cualquier pretexto de nuestro mayor prove­cho, o cualquier otro color de mayor bien.

3.° Por tanto en orden a la conducta y buen suceso de las misiones, no podemos omitir los siguientes impor­tantísimos avisos: 1.» De profesar una entera sumisión al director de ellas, como al superior de casa, cuyas veces tiene, y por consiguiente del mesmo Dios, sin resistir, hacerse rogar, quejarse o entrometerse en alguna cosa de propia cabeza, tanto en la conducta de las funciones, como en la economía de casa, y con el Hermano quien debe sólo depender de las órdenes del mesilla Director, a quien únicamente y no al dicho Hermano deben recurrir los su­jetos en caso de necesidad. 2.° De observar fielmente el regulamento en la distribución de los tiempos y de los em­pleos, en el andar y volver a la iglesia y a casa a horas señaladas y juntos. 3.° De no ir jamás ninguno solo por el país so cualquier color de tomar aire, de componer dis­cordias u oir confesiones de enfermos; mas siempre acom­pañado de alguno de los nuestros, o de algún clérigo, o de otra honesta persona del país. 4.° De no admitir mu­jeres que sean solas en la casa de nuestra habitación, ni aun en el umbral, pórtico o zaguán de ella; mas ocurrien­do haber de tratar con ellas, vendrán acompañadas, o bien se hará en lugar patente. 5.» De no oir confesiones en días de recreación, si no fuese de alguna persona que no se puede confesar en días de concurso o por otra grave ur­gencia a juicio y con licencia del Director; pero siempre de mañana, y no por la tarde, cuando por ordinario la igle­sia está sola. 6.° De no hablar de los vicios o defectos que se hallan en el país, mucho menos de los sacerdo­tes y curas, que podrían ser oídos y reportados a ellos; aun mucho menos de las cosas oídas en confesión, acerca de las cuales se debe usar gran cautela en consultar los casos, y toda prudencia en la doctrina y prédica, aunque se hable en general, porque a más del peligro de violar en algún modo el sigilo (le la confesión, los oyentes quedan exasperados o escandalizados. y después las misiones pa­ran en odiosas y rehusadas. 7.» De practicar la disposición de la Asamblea general del año 1668 acerca del uso de la campanilla, por el señal final de la prédica que en los días de trabajo no debe pasar de los tres cuartos, y los de fiesta la hora entera, comprendidos siempre el ejemplo, la aplicación y el acto de contrición, que se sue­len hacer en estos países. Por esto ordenamos al Director de llevar siempre a las misiones dos relojes de arena de justa e igual medida, uno para el predicador y otro para el que cuidará de tener la campanilla, y aun preve­nimos al predicador la obligación impuesta por la misma Asamblea de advertir al pueblo desde el principio de la misión de esta nuestra costumbre para más empeñar así mesmo a la observancia de eso mesmo; y aun porque cuan­to se dice fuera del tiempo señalado, no será bendecido de Dios, por ser expresamente contra la obediencia. 8.° Finalmente, de no admitir con facilidad a los externos a nuestra recreación, así por no ser cosa agradable a todos los compañeros ordinariamente, como aun porque podría quedar menoscabado el gran concepto que de nosotros tienen los mismos externos, si notasen en nosotros algu­nas de aquellas ligerezas, de las cuales con dificultad se preserva la persona en tal coyuntura, si no está muy so­bre sí; por este motivo será siempre mejor no admitirles, ni aun cuando en días de recreación van juntos a tomar aire; esto pero cuando se pueda hacer con buen modo y sin cometer alguna descortesía.

4. Encomendamos instantemente, así al superior de casa como al asistente, prefecto de la sanidad y al enfer­mero el cuidado solícito y amoroso de los enfermos que según el espíritu y costumbre de nuestra Congregación deben ser asistidos, aliviados y proveídos con toda caridad de todo lo necesario, aun cuando hubiésemos de adeudar­nos o vender los vasos sagrados; y al mesmo tiempo se advierte a los mesmos enfermos de sufrir en santa pa­ciencia, si en algún caso o por inadvertencia o por mera impotencia les viniese a faltar alguna cosa, debiendo prac­ticar en tal ocasión la virtud, la cual in infirmitate perficitur.

5. Por cuanto el buen gobierno de una familia religio­sa pende en gran parte de la vigilancia y exactitud de los oficiales de ella, y suponiendo que todos tengan las reglas del propio oficio rogamos a cada luto de ellos de remi­rarlas frecuentemente, y el asistente de casa deberá con más frecuencia leer, no sólo las propias, sí también las (le los otros, y aun las que tenemos para los ordenandos y ejercitantes, a fin de observar si cada uno cumple fiel­mente con su obligación, y en caso de inobservancia, de­berá dar parte de ello al superior, para que no se introduzcan abusos.

6.° Y porque la caridad recíproca entre nosotros, se­gún el Apóstol, es el vínculo de la cristiana perfección, exhortarnos a todos a mantenerse muy unidos en esta santa y tierna dilección que nos hace verdaderos discípulos de Cristo, amándose los unos a los otros, ayudarse en las ocasiones, soportarse en los defectos y prevenirse recípro­camente en el honor; y sobre todo guardarse de los actos contrarios, cuáles serían, mostrarse ofendido y disgusta­do, quejarse del modo de portarse los otros, criticar sus obras, manifestar sus defectos, que no se han de manifes­tar sino a quien puede y debe procurar el remedio. Acuér­dese cada uno que la caridad patiens est, etc.

7.° Por último, recomendamos esta mesilla caridad a nuestros amados hermanos coadjutores, exhortándolos a soportarse, compadecerse, ayudarse y respetarse recípro­camente entre sí. Recomendamos aun a ellos igualmente el debido respeto a los sacerdotes y la exacta dependencia a los oficiales el silencio por la casa, la policía en las ofi­cinas, la puntualidad en los oficios, huir el ocio, manan­tial del vicio, y por fin la estrecha unión con Dios con el uso de las oraciones jaculatorias que se puede practicar en cualquier lugar, en cualquier tiempo y en el actual ejerci­cio de sus empleos.

Y para que las susodichas ordenanzas sean con más facilidad observadas, se leerán, tanto en casa como en las misiones, en cada primero viernes del mes, y se harán de cuando en cuando conferencias de ellas según haya ne­cesidad.

Barcelona, a 23 de octubre de 1724.

BERNARDO DELLA TORRE.

—BPUB. Mss. Signat. 16-5-33, págs. 5-13, y AMCM. Sig. 6, fol. 445.

ORDENANZAS A LA CASA DE BARCELONA


[1] PARADELA, B.: «Colección de documentos…», pp. 50-55.

Mitxel Olabuénaga, C.M.

Sacerdote Paúl y Doctor en Historia. Durante muchos años compagina su tarea docente en el Colegio y Escuelas de Tiempo Libre (es Director de Tiempo Libre) con la práctica en campamentos, senderismo, etc… Especialista en Historia de la Congregación de la Misión en España (PP. Paúles) y en Historia de Barakaldo. En ambas cuestiones tiene abundantes publicaciones. Actualmente es profesor de Historia en el Colegio San Vicente de Paúl de Barakaldo.

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