Experiencia en el campo de discernimiento en Pamplona
LA PRÁCTICA REAL DEL AMOR
Reseña campo discernimiento vocacional
Pamplona-Barakaldo. 22-31 julio 2018
Como un padre generoso me ha acogido una vez más este verano la Congregación de la Misión. Con atención me ha ofrecido lo mejor de su carisma para que la luz de ser de Cristo respire en mí, viva y evangélicamente: acción y servicio a los pobres; oración y discernimiento vocacional; ocio y espíritu fraterno. Así lo convenimos la tarde del 22 de julio Josico, Aarón y yo (tras llegar en Pamplona al que era seminario menor anejo a La Milagrosa). Aún me sorprende la coherencia con la que las dinámicas del encuentro se desarrollaron. Los tres y en el silencio de aquella capilla del tercer piso (durante algunas salidas, en el trasiego de la furgoneta) el rezo diario de laudes y vísperas junto al Santísimo disponían nuestro espíritu en unión de intenciones en vistas a la misión y a la formación. En Cristo nos reuníamos hermanos y desde Cristo actuábamos misioneros.
La fraternidad Vicenciana es la de una familia numerosa y alegre en el servicio a los pobres y a la Iglesia. Así me lo han demostrado no sólo Aarón y Josico, también todos y cada uno de los Padres Paúles con los que tuve el honor de charlar en las comunidades de Pamplona y Barakaldo: Mikel, Baltasar, José Luis Induráin, Luismi, Basilio, Patrick, Corpus, Mitxel… Desde las sudamericanas Honduras o Costa Rica hasta la oriental India, las experiencias sobre la evangelización que compartieron me llevaron a poner rostro a una caridad que no tiene fronteras y que exige una entrega radical. Así lo comprobé, también, al visitar la residencia donde descansa y es atendida la memoria humana de la Provincia. Apenas unos saludos y unas palabras, pero aún en ellos se adivina, en los gestos y en el testimonio, el impulso misionero confiado.
Este ambiente de entrega humilde, que es signo de la presencia de la familia vicenciana, nos acompañó durante el discernimiento vocacional. A través de la lectura de textos eclesiales y de su análisis desde vídeos y canciones actuales, he puesto voz a lo que eran en ocasiones dudas, en otras impulsos y otras mera curiosidad. Tras conectar con la verdadera Fuente, y partiendo de la previa vocación humana (a la que todos estamos llamados y que solo adquiere plenitud en Cristo y en el hermano) reflexionamos sobre la vocación cristiana como una respuesta afirmativa al amor de Dios en el que creemos y que se encarna en actitud de vida y perfeccionamiento de la caridad por la Iglesia: don y tarea. Desde ahí, el amplio abanico de llamadas a la santidad tienen un timbre propio, como vimos: la laical célibe (para ser soltero con compromiso); la vocación matrimonial (reflejo de Dios que se abre sin egoísmos a la vida y prolonga en ella su alianza); la vocación religiosa (entrega total al servicio de Dios y consagración perfecta a Cristo amado en los votos); la vocación ministerial (desde el diaconado permanente o el presbiterado) y, por último, y con especial atención, la vocación de misionero paúl. Ser misionero paúl es revestirse del espíritu de Cristo evangelizador de los pobres desde el carisma humilde, secular y apostólico de San Vicente de Paúl. Desde testimonios escritos de Vicente pusimos voz a lo vivido: «nosotros estamos en estado de caridad ya que estamos continuamente ocupados en la práctica real del amor (Cfr. SVP. XI,552-564)». ¡Qué belleza tan cristiana esta de amar desde la caridad continua!
Y es por esa caridad con la que nos lanzamos al servicio: allí donde se prueba a fuego el amor extremo que se nos exige. Para ello, recurrimos al otro pilar imprescindible del carisma vicenciano: a las entregadas Hijas de la Caridad. En sus casas de Burlada (impresionante centro de acogida en Pamplona), Algorta y Egunon Etxea (Bilbao) pusimos en práctica el mandato evangélico: «tuve hambre y me disteis de comer (Mt. 25,35)». Servimos comida a los que tienen hambre. Pero sobre todo, nos esforzamos por ofrecer amor a los desheredados de estos tres centros. El cristiano debe extender el reino de Dios a los que se ven con su dignidad humana arrebatada. Y es aquí donde tanto he aprendido de la Familia Vicenciana. Josico y Aarón miraban a la persona, y le hablaban por su nombre y le arrancaban la sonrisa que el mundo no atiende. Recuerdo a Sor Esperanza, calmándolos con un leve toque en la espalda y una sonrisa inquebrantable. O a Sor Maika, tratando con amistad casi familiar con los olvidados. La misión es sanar y curar muy dentro a quien nadie tiene quien los cure. En el gran centro de Burlada, las Hijas de la Caridad ofrecen residencia a los pobres sin rumbo y esclavos inocentes con su atención 24 horas. En el mismo centro, Cáritas se ocupa del comedor con un vuelco total de energías y de voluntariado: casi un centenar de personas rotas, de los más distintos niveles, perfiles y procedencias comen tranquilos bajo el mismo techo. Los centros de Algorta y Egunon Etxea también realizan una labor de atención ejemplar. El estado de caridad, allí latía. Luchando por liberar de la esclavitud, por dar familia a los solos… El cariño que se entabla en el servicio, la recompensa que ‘‘los nadie’’ tienen preparada para ti, hicieron la experiencia difícil de olvidar.
La intensa actividad, no obstante, tuvo momentos imprescindibles de oración. También de turismo religioso y de descanso e interiorización. A los oficios y la celebración de la eucaristía (recordaré los silencios respetuosos de Luismi y la lentitud amorosa de Corpus) se sumó una Hora Santa preparada por Josico con textos de San Vicente. Pude coger fuerzas agradeciendo tanto bien como Dios me ha estaba dando y recargar fuerzas ante jornadas de servicio y entrega.
En cuanto al ambito cultural, ¡qué agradecido estoy por lo bien que lo pasé y lo mucho que aprendí! Empezamos haciendo una etapa del camino de Santiago (de Pamplona a Puente la Reina) como metáfora de la existencia y del recorrido de la vocación cristiana. Otro día, lo dedicamos a la visita del Berceau de San Vicente, donde nos contagiamos de la humildad y la paz absoluta de esos campos donde nació todo. No olvidamos Dax, donde el grato recuerdo del paso de Vicente sigue en el aire hasta tal punto que bajo el santo y seña de «Nous sommes Missionnaire Lazaristes» no solo levantamos a una señora mayor de la silla… También nos recibieron en la clausura de una comunidad de monjas dominicas. Por último, tras visitar Olite, peregrinamos (en coche) a Javier, donde me pude empapar del espíritu misionero de inculturación con las preciosas pinturas orientales de Cristo y con esculturas con estética india que atesora el castillo y donde pude rezar ante el Cristo sonriente para que Aarón termine con mucho éxito sus estudios y Josico pueda cumplir y desembarcar sus aspiraciones misioneras más queridas, tras su ordenación presbiteral. No faltó ese mismo día una toma de contacto con la rama contemplativa de la Iglesia: el Monasterio Cisterciense de Santa María la Real de la Oliva (que se nos antojó como la paradisi portae al ver la fachada) y el impresionante Monasterio benedictino de San Salvador de Leyre, donde pudimos rezar vísperas en latín cantado en gregoriano con los monjes: inolvidable la resonancia del canto en la piedra austera de la iglesia.
Y, al fin y con todo, esto era el comienzo. El día 1 de agosto, desde Bilbao y con parada en Oviedo, partí hacia A Coruña. Empezaba mi discernimiento de lo vivido…
«Te doy gracias Señor, de todo corazón, por tu misericordia y tu lealtad». Qué bueno es el Señor, «Hermosura antigua y nueva», y qué poco puedo decir además de gracias. A Él, y a mis hermanos y amigos en la Congregación de los que tanto y tanto me llevo para siempre. De Josico su fe inquebrantable y justa en el obrar del Espíritu Santo, que lo lleva a donarse por hacer vivenciar en los demás el mayor número de experiencias; la pasión, y la calidez en su trato con los pobres; su responsabilidad con la libertad y por la formación integral, su liderazgo vertebrador y su amor incondicional por la Iglesia de Cristo. De Aarón, su testimonio vocacional, su bondad alegre, su ánimo y su disposición incondicional, sus palabras de afecto y su carisma de servicio a los más pobres…
Doy gracias al resto de misioneros de la Congregación y a todos los que han hecho este encuentro posible. Doy gracias a las Hijas de la Caridad, por su ejemplo. Doy gracias a los pobres, por sus enseñanzas. Gracias por haberme dado tanto todos. Os cuento en mi oración.
Pablo Abellaneda Martínez
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