San Francisco Javier comentado por san Vicente de Paúl y los primeros misioneros de la Congregación de la Misión

El 3 de diciembre de 2002 se celebró el cuatrocientos cincuenta ani­versario de la muerte de San Francisco Javier. Celebración que en muchos medios eclesiales pasó desapercibida y en otros mereció la máxima atención. Sirva esta colaboración de recuerdo y homenaje al Após­tol de las Indias.

Apunte biográfico

Nació en el Castillo de Javier el 7 de abril de 1506. Fueron sus padres Juan de Josu, doctor por la Universidad de Bolonia, y María Azpilicueta. En septiembre de 1525 pasó a la Universidad de París, alojándose en el Colegio de Santa Bárbara, patrocinado por el rey de Portugal. En 1526 y 1527 res­pectivamente conoció a los estudiantes Pedro Fabro, saboyano, e Ignacio de Loyola, quienes influyeron de manera decisiva en Francisco Javier. A me­diados de 1530 consiguió el título de maestro en filosofía. Junto con otros seis jóvenes estudiantes, compañeros y amigos, Fabro (natural de Saboya), Simón y Sebastián (portugueses) y Lainez, Salmerón y Bobadilla (españoles), el 15 de agosto de 1534 emitió en Montmartre tres votos: peregrinar a Tierra Santa y servir a Jesucristo en castidad y pobreza. Bajo la guía de San Ignacio de Loyola hizo los ejercicios espirituales con panicular provecho. La vida deFrancisco Javier quedaría transformada para siempre.

El 15 de noviembre de 1536, tras once años de permanencia en París, abandonó la capital francesa para dirigirse a Roma. El 24 de junio de 1537 recibió en la Ciudad Eterna la ordenación sacerdotal. En Vicenza celebró su primera misa. Ante la imposibilidad de peregrinar a Tierra Santa ejerció los ministerios sacerdotales en Vicenza, Bolonia y Roma e incluso participó en los encuentros previos a la aprobación oral (3-9-1539) y escrita (27-9-1540) por Pablo III de la Compañía de Jesús.

En junio de 1540, enviado por Ignacio de Loyola, viajó a Lisboa, desde donde el 7 de abril de 1541 partió con destino a la India. Después de un pe­noso viaje desembarcó en la isla de Mozambique, donde permaneció ocho meses a la espera de los vientos favorables para navegar hasta el país de des­tino. El 6 de mayo de 1542 puso pie en Goa a la sazón capital civil y reli­giosa del imperio portugués. En los meses y años sucesivos se detuvo en Cochin, cabo Camorin y la costa de la Peschería. A finales de 1545 viajó a Ma­laca, centro comercial de primera importancia y lugar de paso entre la India y las islas orientales del Pacífico.

Un año después partió hacia las Molucas. El 15 de agosto de 1550, fiesta de la Asunción, tocó tierra en la parte meridional de Japón, donde, debido a su predicación, surgieron varias comunidades cristianas. Los biógrafos del santo señalan las ciudades japonesas en las que se detuvo San Francisco Javier y, en consecuencia, arraigó la fe cristiana: Yamaguchi, Sakai y Miako. Durante el invierno de 1551 dejaba definitivamente Japón a fin de volver a la India. Tras una breve estancia en Goa y Malaca emprendió viaje hacia China. En efecto, en otoño de 1552 desembarcó en la isla de Sancian. Durante la noche del 2 al 3 de diciembre de 1552 falleció a la edad de 46 años. En 1554 sus restos mor­tales fueron trasladados a Goa, donde reposan a la espera de la resurrección.

Francisco Javier fue beatificado por Pablo V el 25 de octubre de 1619 y canonizado por Gregorio XV el 12 de marzo 1622. Se celebra la fiesta o me­moria litúrgica el 3 de diciembre. En 1927 fue declarado patrono de todas las misiones.

Talante misionero del santo

Con cierta frecuencia se ha dicho y repetido sin fundamento alguno que San Francisco Javier bautizaba a los neófitos sin previa preparación. De la lectura de sus cartas se deduce todo lo contrario. En los pocos años de vida misionera que el Señor le concedió se empeñó a fondo en cultivar las dis­tintas vertientes de la evangelización: aprendió diversas lenguas, tradujo las verdades fundamentales de la fe a varios idiomas locales, catequizó a niños, jóvenes y adultos, preparó a toda clase de gentes para recibir los sacramen­tos, instruyó a los catequistas y colaboradores, visitó a los enfermos, llevó a cabo una eficiente pastoral vocacional e insistió con particular énfasis en el aprendizaje de lo más nuclear de la fe: doctrinas, mandamientos, sacramen­tos y oraciones. Tan sólo después de haber llevado a la práctica cuanto queda dicho administraba el santo bautismo. La documentación disponible, en particular sus propias cartas, acerca de las misiones llevadas a cabo por el santo misionero, no permiten atribuirle lo que nunca hizo: una pastoral sacramen­tal con rebajas. Al contrario, esa documentación nos da cuenta de la com­plejidad de los hechos en unas circunstancias históricas por demás difíciles.

Sus escritos

San Francisco Javier no fue un teólogo sistemático, sino un hombre de acción. A su muerte no nos dejó un diario de sus viajes o cosa parecida. Dis­ponemos, eso sí, de una serie de cartas suyas por las que nos es posible co­nocer sus virtudes, criterios y andanzas misioneras. La edición crítica com­prende 137 escritos, de los que 125 son cartas, cinco instrucciones y otros documentos menores. De las cartas siete son autógrafas, 23 fueron escritas por un escribano y 95 fueron reconstruidas a base de recoger los textos ori­ginales dispersos.

Sus cartas transparentan la riqueza humana y la grandeza de espíritu de un hombre entregado por entero a la misión. De la lectura atenta de estos es­critos se deduce que el santo misionero estaba revestido de afabilidad, hu­mildad, comprensión, respeto y cortesía. Su vida interior, en íntima unión con Dios, era intensa, fuera de lo normal. Se ha dicho con razón que San Francisco Javier fue un hombre de acción y a la vez un místico adentrado en los caminos de la santidad.

Conocían las biografías y las cartas del santo

En tiempo de San Vicente fueron publicadas varias biografías de San Fran­cisco Javier, escritas por los siguientes autores: Martin Christophe (1608), Mi­guel Coissard (1612), Esteban Binet (1622), Balinhem y una vida anónima publicada en Mons en 1619. La primera edición de sus cartas apareció en París en 1628. El P. Juan Francisco Mousnier, a 6 de febrero de 1655, pedía a San Vi­cente que le enviara a Madagascar las cartas de San Francisco Javier (V, 275). Se refería a la siguiente obra: Francisci Xaverii epistolarum libri quattuor, ab Horatio Tursellino in latinum conversi ex hispano, Roma 1596.

San Vicente y los primeros misioneros manejaron las biografías y las car­tas del Apóstol de las Indias. San Francisco Javier era considerado como el modelo acabado del misionero ad gentes y el prototipo al que había que imi­tar en todo. San Vicente acudió al ejemplo de San Francisco Javier para le­vantar los ánimos de los misioneros, sobre todo de los enviados a Madagas­car. Era necesario crear en la Congregación de la Misión una mística misio­nera e incluso salir al paso de los posibles desánimos provocados por las grandes dificultades prácticas encontradas sobre todo en tierras malgaches. Nada mejor para ello que acudir al ejemplo de los grandes misioneros entre los que se encontraba el Apóstol de las Indias. En los escritos del Santo Fundador y también de los misioneros particulares son frecuentes las alusiones a San Francisco Javier.

Misioneros en tierra y mar

El misionero lo es las veinticuatro horas del día, incluso durante los via­jes marítimos a veces interminables. San Francisco Javier aprovechaba las largas permanencias en las naves para anunciar el evangelio a la tripulación y a los pasajeros. En este particular conviene imitar al Apóstol de las Indias: «Lo primero que tendrá que tener en cuenta usted, P Carlos Nacquart, es aco­modarse al viaje que hizo el gran San Francisco Javier sirviendo y edifican­do a los de los barcos que le lleven; instituir las oraciones públicas, si es po­sible; cuidar de los enfermos y buscar siempre lo peor para que los demás tengan lo mejor; procurar una buena navegación que dura cuatro o cinco meses, mediante sus oraciones y la práctica de las virtudes por parte de los marineros, gracias a sus esfuerzos y consejos» (III, 256-257). Poco después San Vicente aconseja al P. C. Nacquart que no deje de llevar a Madagascar entre otros libros: La vida y las cartas del Apóstol de las Indias (III, 260).

De hecho, durante la travesía marítima hacia Madagascar los misioneros leían en común y comentaban la Sagrada Escritura y las cartas de San Fran­cisco Javier: «A las nueve y media leíamos juntos las cartas de San Francis­co Javier y señalábamos lo que nos podía ser útil» (III, 505). Tal era la de­voción, según el P. C. Nacquart, que los misioneros sentían por el Apóstol de las Indias. Sus cartas eran objeto de consulta y de lectura espiritual.

El P. Nicolás Etienne, por su parte, da cuenta a San Vicente sobre los es­critos de San Francisco Javier que los misioneros consultaban en el barco. Tras la lectura del Nuevo Testamento: «Entre la una y las dos, después de comer, leíamos todos juntos las cartas de San Francisco para conformarnos con él, ya que lo habíamos tomado como patrono y modelo» (VIII, 505).

Uno siembra y otro recoge

San Vicente, en cierta ocasión, a fin animar a un misionero afectado por el desaliento, le recordaba que en lo concerniente a la evangelización suce­de con frecuencia que uno siembra y otro recoge. Uno siembra la palabra sin llegar a ver los frutos de su trabajo. Es el caso de San Francisco Javier: «Pasa mucho tiempo antes de que el labrador pueda ver el fruto de sus trabajos y a veces ni siquiera logra toda la abundante cosecha que produjo su semilla. Esto mismo le pasó a San Francisco Javier, que no vio en sus tiempos los frutos admirables que sus santos trabajos produjeron después de su muerte, ni los progresos maravillosos que obtuvieron las misiones que comenzó» (V, 433-434).

Que se distingan por la virtud

El P. C. Nacquat, en carta a San Vicente, le dice cómo han de ser los mi­sioneros que vayan a Madagascar. Se han de parecer en la medida de lo po­sible a San Francisco Javier: «Le diré solamente mi parecer, que se necesi­tan las cualidades requeridas por San Francisco Javier, esto es, que se dis­tingan más por la virtud que por su ciencia. La ciencia que se precisa es la que da Dios a los santos» (III, 544). Acto seguido, el P. C. Nacquard pide que los misioneros enviados a la isla tengan buena salud, sean observantes en lo tocante a la castidad, pacientes, mansos y muy virtuosos: «No es posible se­guir viviendo solo, sin compañero, como yo; me acuerdo de que San Francisco Javier pedía personas de virtud extraordinaria para ello» (III, 545).

¿Dónde están esos doctores?

Era tal la admiración que los misioneros de Madagascar sentían por el Apóstol de las Indias que al solicitar a San Vicente más refuerzos se servían casi literalmente de algunos textos tomados de las cartas del santo misionero: «¿Dónde están esos doctores, como decía hace tiempo San Francisco Javier, que pierden el tiempo en las academias, mientras que tantos pobres infieles petunt panem et non est qui frangat eis» (III, 533).

El P. Nicolás Etienne, refiriéndose a la necesidad urgente de más misione­ros para evangelizar Cabo Verde, se expresa en los siguientes términos: «No puedo dejar de exclamar, lo mismo que el gran San Francisco Javier, apóstol de nuestro siglo, en contra de esos doctores que tienen más capacidad que ca­ridad, más ciencia que conciencia, y que dejan que se pierdan todos los días, solamente por su culpa, tantas almas que se salvarían si ellos acudiesen a so­correrlas» (VIII, 501).

Escribo como San Francisco Javier

El 5 de febrero de 1650, el P. C. Nacquart, en un documento extenso, alude repetidas veces a la devoción y estima que los misioneros sentían por San Francisco Javier. Escribo, asegura el P. C. Nacquart, a fin de imitar al Apóstol de las Indias quien se sirvió entre otros del género epistolar para animar las misiones en el sur-este asiático. Escribo: «Como veo que hizo el gran San Francisco Javier con sus admirables cartas, reconociéndome obli­gado a seguir sus pasos, habida cuenta de que él fue un precursor, no de hecho, pero sí en voluntad, ya que él tuvo grandes deseos de venir a esta isla, aunque se vio impulsado y conducido a otros lugares por los vientos contrarios, o mejor dicho, por el Espíritu de Dios» (III, 500).

Las autoridades dejan mucho que desear

De nuevo el P. C. Nacquart, a 9 de febrero de 1659, informa a San Vi­cente sobre las dificultades que surgen en Madagascar. Las autoridades fran­cesas de la isla dejan mucho que desear debido a sus malos ejemplos perso­nales y a la falta de apoyo a la misión. Muy distintos fueron los comporta­mientos de los portugueses con relación a la misión llevada a cabo por el Apóstol de las Indias: «San Francisco Javier hizo mucho con su virtud y su celo; pero la autoridad de los que le apoyaban y le proporcionaban libre­mente las cosas necesarias contribuyó mucho a ello» (III, 539). San Francisco Javier se sirvió, sin duda, de las infraestructuras del imperio portugués para hacer llegar el anuncio del evangelio a las Indias Orientales.

Se revistió de los más hermosos trajes

Los misioneros vicencianos vieron en San Francisco Javier un modelo de misionero atento a la inculturación. A ejemplo del santo era obligado apre­ciar y tener en cuenta los valores culturales de cada lugar: «El gran apóstol de nuestro siglo, San Francisco Javier, nos ha dado ejemplo de ello, apo­yándose en las palabras de Pablo, que se hacía todo a todos para ganar a todos para nuestro Señor Jesucristo; pues, al no poder acercarse a un rey ja­ponés por estar mal vestido y sin séquito, se revistió de los más hermosos trajes del país y mandó que le siguieran los portugueses, y de esta forma pudo hablar con el rey, lo convirtió, si no me engaño, y obtuvo de él cuanto quiso» (VIII, 511-512). A continuación el P. N. Etienne pide que los misio­neros aprendan las lenguas nativas, dado que así lo «recomienda el gran San Francisco Javier en sus cartas» (VIII, 530).

Pasó sin hacerles una visita

San Vicente, en carta dirigida al P. Pedro Escart, 26-8-1640, le propone a San Francisco Javier como modelo de desprendimiento de todo, incluso de los propios familiares: «Muchas veces admiro cómo San Francisco Javier si­guió en la práctica la invitación de Jesucristo al desprendimiento. De cami­no hacia la India pasó muy cerca de la casa de sus padres sin entrar a hacer­les una visita» (II, 89). Se trata de un valor evangélico practicado por Jesu­cristo y propuesto a los discípulos como condición para seguirlo: «El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí» (Mt 10,37). San Francisco Javier asumió con decisión esta consigna evangélica siguien­do también en su caso el ejemplo de los primeros misioneros de la Compa­ñía de Jesús. Al desplazarse a «aquellas lejanas tierras» (I, 521) nos dio ejemplo de desprendimiento en orden a concentrarse en la misión ad gentes.

Conclusión

San Vicente insistió en la necesidad de imitar y seguir no sólo a Jesu­cristo, sino también a una constelación de personas que rodearon al Señor durante su vida mortal: María, Juan Bautista, los Apóstoles, Santo Tomás y, por supuesto, San Pablo. Todos ellos eran ejemplos vivos de los que siem­pre es posible aprender lecciones de vida cristiana y misionera. De manera semejante el Santo Fundador consideró que San Francisco Javier era un mo­delo accesible y válido de entrega al anuncio del evangelio, capaz de susci­tar y afianzar la vocación misionera de la naciente Congregación de la Mi­sión. En efecto, las frecuentes alusiones al Apóstol de las Indias por parte de San Vicente y de los suyos les sirvió de aliciente y les motivó para consoli­dar el espíritu misionero.

David Carmona, C.M.

David Carmona, Sacerdote Paúl, es canario y actualmente reside en la comunidad vicenciana de Casablanca (Zaragoza).

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