Todos somos llamados a ser santos

SANTOS DE LOS ALTARES

Estamos a las puertas de la fiesta de Todos los Santos, no de Halloween, como se empeñan en hacernos creer las descaradas iconoclastas empresas comerciales. Es una fiesta de recuerdos imborrables en nuestras ancestrales tradiciones cristianas. En ella se nos invita a evocar y a celebrar con admiración, y hasta con envidia de buena ley, a aquellos hermanos nuestros que, viviendo en parecidas circunstancias que nosotros, superaron con valentía, y hasta con heroicidad, las dificultades y escollos que encontraron en su camino, para alcanzar la plenitud de fidelidad al que los había llamado a seguirle sin condiciones. Los hay de todas las edades, clases sociales y circunstancias familiares, sociológicas o históricas.

Por eso, Agustín de Hipona, un pecador más de su tiempo, se preguntaba: “Lo que estos y estas han podido, por qué no voy a poder yo? Y lo consiguió, vaya que si o consiguió: no sólo fue uno de los más grandes sabios de la historia, sino también uno de lo más grandes santos de la Iglesia. Lo llamamos San Agustín

Santos de segunda división, tú y yo.

Pero esta vez no vamos a hablar de los santos que nos deslumbran y hasta nos acomplejan por la heroicidad de sus virtudes; vamos a hablar de los santos de a pie, de los que tal vez, tenemos bien cerca de nosotros, hasta en la puerta de enfrente, y todavía no nos hemos dado cuenta. Son estos, precisamente, a los que el Papa Francisco nos invita a imitar hoy, y tratar de contagiarnos de sus valores humildes, silenciosos. Y lo hace de manera solemne, en una Exhortación Apostólica, que hay que leer urgentemente si queremos estar al loro, en estos tiempos postmodernos. Se llama “Gaudete et exultate” (Alegraos y regocijaos).

Lo proclama el Papa Francisco, sin ambigüedad, en el número 7 de su exhortación:

“Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: en los pobres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia de seguir adelante, día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad “de la puerta de al lado”, de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, “la clase media de la santidad”. 

El referente de nuestras madres del pasado

Y me he lanzado a volar hacia atrás en el tiempo. Me vino a la mente la frase lapidaria de un famoso Padre Paúl, gran misionero y predicador, P. Albiol, que, sin pestañar, proclamó con orgullo hace años: “Los españoles tenemos el privilegio de poder llamar a nuestras madres santas”. 

Los de 70 años para ariba todavía recordamos a nuestras madres de los duros tiempos de la postguerra. Vivamos en casas humildes, carentes de toda comodidad que hoy llamaríamos primaria: luz, agua corriente, baño.

Recordamos entregadas a la dura tarea de la casa y de su numerosa prole, cuidando con ternura exquisita, a su bebes enfermos, haciendo las faenas de la casa con mimo, colaborando en el trabajo con sus maridos en tiempo de recolección de las cosechas, disponibles a solidarizarse con los vecinos de enfrente, en casos extremos, acostándose tarde, levantándose temprano… Cuanto han cambiado las cosas en tan poco tiempo.

También hoy hay personas que viven otra dimensión de la vida

Pero también hoy, envueltas en las neblinas de una sociedad decadente, todavía hay, aquí y allá, pequeños restos, que viven otra dimensión del hoy y aquí. Si abrimos los ojos en profundidad, descubrimos personas admirables: abuelos, padres y madres, trabajadores, jóvenes que viven otra dimensión de la vida. Se han dado cuenta de que corriendo como caballos desbocados detrás de pasatiempos sin rumbo fijo, o de la fiesta continua, en la variada y multiforme gama que ofrece la sociedad actual, solo conduce al vacío existencial y a la frustración del aburrimiento, envuelto en disfraces de mil colores, sin brillo ni esplendor.

En medio de esta selva espesa de nuestra sociedad, aparecen ante nosotros personas sencillas, desconocidas, que copiando el testimonio de vida de nuestros egregios antepasados, se presentan ante nosotros como más cercanos y de palpitante actualidad. Por decirlo de otra manera: son los santos anónimos vivientes.

Santos de hospital y otros que caminan a nuestro lado, día a día

El hospital donde trabajo como capellán es buen pináculo para descubrir a estas personas privilegiadas que, desde el lecho del dolor, saben descubrir el rostro sufriente de Cristo, y con una sonrisa espontánea y sincera, conscientes de que están en las últimas, te dicen: “Que sea lo que Dios quiera”, que bien puede interpretarse: “Hágase en mi tu voluntad”, que es la última palabra de Jesús en Getsemaní.

A lo largo de mi vida sacerdotal, ya con muchos años a la espalda, he tenido el privilegio de conocer a muchos santos de hoy, que lo son, incluso sin darse cuenta de la otra realidad distinta de su cotidianidad, sin ser del todo conscientes de la profunda adhesión de sus vidas al mensaje de Jesus; guiadas por el impulso subconsciente de la fe sencilla que les transmitieron sus antepasados, son como antorchas vivientes, resplandor de la buena noticia del Evangelio.

Hay algunas de estas personas que caminan por la calle, día a día, a nuestro lado, que merecen un pedestal especial. Recuerdo a una persona que conocí en misiones populares, que con sus 70 años a cuestas, después de haber perdido el marido y un hijo recientemente, ahí estaba ella trabajando su pequeña huerta, colaborando con Caritas, hasta el límite de su resistencia física, acogiendo y dando cobijo a emigrantes. Viéndola a ella me di cuenta de que Dios transforma la vida de las personas que le acogen con la sencillez de un niño.

Un profe de inglés ejemplar

También he conocido en nuestros cursos de inglés de verano un profesor que, después de jubilarse, sigue dedicándose, incansable en su vocación de educador, a sus niños y jóvenes de la barriada. Organiza actividades de todo tipo con ellos, algunos envueltos en problemas de droga y de carencias familiares serias. Recurre a sus amigos en busca de financiación para nuevos proyectos con sus jóvenes: hasta planifica representaciones de barrio. Es su método pedagógico para ayudar a estos jóvenes a recuperar su sentido de dignidad y de autoestima y, a la vez, una manera de concienciar a los vecinos del grave problema de muchos jóvenes y niños de hoy.

Una madre maltratada, mujer-coraje

Citaré todavía dos casos más de la cotidianidad de nuestro entorno, que me llegan al corazón. Conozco de cerca la historia de una abuela con más de 80 años… En su juventud fue casada contra su voluntad por sus padres, según costumbres ancestrales de algunos pueblos de nuestra España profunda. Pronto experimenta la nada sociable condición de su “marido”. Y llegan los hijos, hasta tres. Ya antes de que llegaran los hijos, la protagonista de esta pequeña historia había experimentado en su propia persona la agresividad innata del impropiamente llamado marido. Su frecuente visita a las tascas, agravaba seriamente la situación en casa, que, de vez en cuando, se extendía hasta a las hijas. Por fin, bien aconsejada por amigos, se plantea la separación. ¿Pero, qué hacer con los hijos en una casa sin recursos? Valiente, consciente de lo iba a hacer, se decide: no podía aguantar más. Y se confía a la Providencia: ¡Que sea lo que Dios quiera: Dios me ayudará, se dice, convencida! Apoyada por la ley, consigue echar al consorte de casa y se queda con los hijos.

Pero, aquí comienza otra odisea: sacar a la familia adelante. La madre, sin estudios, pero con mente clara y arrestos de mujer fuerte, se multiplica: pide a los amigos una pequeña ayuda y monta su propio negocio familiar; asiste a clases nocturnas, completa los estudios primarios, hasta consigue el título de monitora de tiempo libre, cuando está a punto de cumplir sus 40 años.

Abuela ya de muchos años, esta mujer coraje, todavía sigue ayudando a alguno de sus hijos sin trabajo, con la pequeña pensión de jubilada.

Y proclama con orgullo que su mayor satisfacción es haberse mantenido fiel a su ideal de familia unida y fiel a sus ideales cristianos. 

Una viuda temprana, entregada a sus hijos y a la evangelización

Conozco a otras mujeres, más jóvenes y cercanas a nuestro momento actual, de muy parecidas características, aunque sea en otra línea. Nuestra segunda protagonista procede del norte de España. Más culta y en mejores condiciones económicas que la anterior. Con un marido ejemplar y tres hijos encantadores y de altos vuelos, queda viuda en la plenitud de vida del marido. Acepta con ejemplar esperanza cristiana su situación de viuda, a los cincuenta y pocos años. Sigue vinculada al marido no sólo con el recuerdo nostálgico del pasado, sino en el cariño renovado día a día, y en su ejemplo de vida creyente, que utiliza como referente de vida para ella misma, para sus hijos y para sus nietos.

Contenta con su aceptable condición económica, dedica su tiempo y su vida entera a la evangelización, en forma de catequesis para padres que quieren educar a sus hijos en la fe y en la práctica de vida cristiana comprometida.

Por otra parte, es la abuela más cariñosa y entregada a sus nietos que uno puede imaginarse. Ejemplo de coherencia de vida cristiana, reparte alegría, confianza y fortaleza por los caminos que recorre, a lo largo del día; incluso es el refugio y apoyo fuerte para uno de sus hijos, cuyo matrimonio ha resultado un fiasco. 

Conclusión: todos estamos llamados a ser santos

Estos y otros muchos ejemplos que podíamos poner nos dicen a las claras que ser santos, hoy y aquí, no es solo una meta para extraterrestres, ni para héroes del pasado, con reconocimiento público de nuestra madre Iglesia, que los declara Santos de solemnidad. A ellos nos confiamos con nuestra oración del Día de Todos los Santos, para que nosotros podamos alcanzar, al menos, esa santidad de segunda división, que necesita el hombre de hoy, en nuestra sociedad maltrecha.

Ellos y nosotros con nuestra oración y la ofrenda diaria de nuestras vidas, mediamos por los que esperan el encuentro definitivo con el Padre. Juntos formamos la comunidad de Hijos de Dios, que es la Iglesia, que espera la plenitud de la vida. Ese es el sentido profundo del misterio que celebramos en estos días: Todos Santos y el día los fieles difuntos.

Dios, por medio de la Iglesia, nos llama a todos a ser santos, ya. Yo y tú y el vecino de enfrente podemos ser los primeros. Seamos todos personas-coraje, santos anónimos vivientes de nuestra sociedad.

Félix Villafranca, C.M.

David Carmona, C.M.

David Carmona, Sacerdote Paúl, es canario y actualmente reside en la comunidad vicenciana de Casablanca (Zaragoza).

También te podría gustar...

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.