Carta del Superior General de la C.M. con motivo del Adviento 2018

CONGREGAZIONE DELLA MISSIONE

CURIA GENERALIZIA

A todos los miembros de la Congregación de la Misión

Mis queridos cohermanos,

¡La gracia y la paz de Jesús estén siempre con nosotros!

En mi primera carta para la fiesta de san Vicente, hace dos años, les escribí sobre san Vicente de Paúl, místico de la Caridad. Cuando reflexionamos sobre san Vicente como místico de la Caridad y tratamos de seguir su ejemplo en este aspecto, debemos recordar que no era un místico en el sentido corriente del término, tal como la Iglesia lo describe habitualmente. Vicente de Paúl era un místico, pero un místico de la Caridad. Con los ojos de la fe, él vio, contempló y sirvió a Cristo en la persona de los pobres. Cuando tocaba las llagas de las personas marginadas, él creía que tocaba las llagas de Cristo. Cuando respondía a sus necesidades más profundas, estaba convencido de que adoraba a su Amo y Señor.

En este tiempo de Adviento, quiero abordar una de las principales fuentes en las que Vicente bebió como místico de la Caridad: la oración cotidiana. Él exhortó a todos los grupos que fundó o frecuentó: a los miembros laicos de las Cofradías de la Caridad, a los Sacerdotes y a los Hermanos de la pequeña Compañía de la Congregación de la Misión, a las Hijas de la Caridad, a las Damas de la Caridad, a los Sacerdotes de las Conferencias de los martes, a beber cada día en la fuente de la oración.

Una de las frases más citadas de san Vicente, sacada de una conferencia dirigida a los miembros de la Congregación de la Misión, expresa con elocuencia la actitud de Vicente:

Dadme un hombre de oración y será capaz de todo; podrá decir con el santo apóstol: “Puedo  todas las cosas  en Aquél que me sostiene y me conforta”  (Flp 4,13). La congregación de la Misión durará mientras se practique en ella fielmente el ejercicio de la oración, porque la oración es como un reducto inexpugnable, que pondrá a todos los misioneros al abrigo de cualquier clase de ataque. (SVP, XI/4, 778)

Vicente hablaba de la oración cotidiana. Él afirmó a sus discípulos:

Pongamos todos mucho interés en esta práctica de la oración, ya que por ella nos vienen todos los bienes. Si perseveramos en nuestra vocación, es gracias a la oración; si tenemos éxito en nuestras tareas, es gracias a la oración; si no caemos en el pecado, es gracias a la oración, si permanecemos en la caridad, si nos salvamos, todo esto es gracias a Dios y a la oración. Lo mismo que Dios no le niega nada a la oración, tampoco nos concede casi nada sin la oración. (SVP, XI/3, 285)

Para animar a sus hijos e hijas a hacer oración, toma muchas metáforas empleadas corrientemente por los autores espirituales de su época. Les decía que la oración es para el alma lo que el alimento para el cuerpo. Es una « fuente de juventud » en donde somos vivificados. Es un espejo en el que vemos todas nuestras manchas y nos arreglamos para hacernos más agradables a Dios. Es un refresco en medio de nuestra difícil labor cotidiana al servicio de los pobres. Es una predicación, dice a los misioneros, que nos hacemos a nosotros mismos. Es un libro de recursos para el predicador en el que puede encontrar verdades eternas para transmitírselas al pueblo de Dios. Es un dulce rocío, que refresca el alma cada mañana, dice a las Hijas de la Caridad.

Vicente exhortaba a santa Luisa de Marillac a formar bien a las Hermanas jóvenes en la oración. Les dio numerosas conferencias prácticas sobre el tema. Aseguraba a las Hermanas que la oración es, de hecho, muy fácil y que es como si conversáramos con Dios durante media hora. Decía que algunos están encantados de poder hablar con el rey, nosotros deberíamos alegrarnos de poder hablar de corazón a corazón con Dios todos los días.

La oración, para Vicente, es una conversación con Dios, con Jesús, en la que expresamos nuestros sentimientos más profundos (él llamó a esta oración «afectiva ») y en la que tratamos de saber lo que Dios nos pide cada día, en especial para nuestro servicio a los pobres. Se caracteriza por una profunda gratitud por los numerosos dones de Jesús, en especial por nuestra vocación de servir a los pobres. De ella resultan resoluciones sobre la manera en la que podríamos servirles mejor en el futuro. Para algunos, e incluso para muchos, ella prepara un lugar para una contemplación silenciosa del amor que Jesús nos tiene y de su amor por los pobres, y esto nos impulsa a lanzar «dardos de amor» que «penetran en los cielos» y tocan el corazón deNuestro Señor.

BAJAR LA CARTA COMPLETA: CIRCULAR DE ADVIENTO-SUPERIOR GENERAL-2018

 

 

David Carmona, C.M.

David Carmona, Sacerdote Paúl, es canario y actualmente reside en la comunidad vicenciana de Casablanca (Zaragoza).

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