El padre Bacaicoa: la música como misión
El pasado jueves, 11 de agosto, la conocida iglesia de La Milagrosa de Pamplona, repleta de compañeros de congregación, hijas de la caridad, familiares, feligreses, amigos y admiradores, despidió a Luis Bacaicoa Martich, misionero paúl, fallecido el día anterior a los 96 años de edad.
El padre Bacaicoa, como todo el mundo le conocía, resume fielmente una época de la historia de Navarra, caracterizada por la omnipresencia de lo religioso en la vida política, social y cultural de la Comunidad.
El año del nacimiento de Luis Bacaicoa en Etxarri Aranatz, 1920, Navarra vivía los últimos años de la monarquía de Alfonso XIII, con la crisis del sistema de la Restauración. En la Navarra rural, las primeras letras estaban en manos de comunidades religiosas, hijas de la caridad en muchos casos, vivero de vocaciones de misioneros paúles. Y la enseñanza de la música se encontraba casi monopolizada por sacerdotes y religiosos, con frecuencia buenos organistas, maestros de coro y compositores de música religiosa en no pocas ocasiones. En este contexto, al igual que otros muchos, Luis Bacaicoa dirigió sus pasos a la vida religiosa, siendo ordenado sacerdote, tras estudiar Filosofía y Teología en los duros años de la guerra y la posguerra, en 1944.
Simultaneó la carrera eclesiástica con el estudio del piano, canto, composición y órgano, siendo premio extraordinario en esta última modalidad. Profesores suyos fueron Guridi, Echeveste, Julio Gómez y Lola Rodriguez de Aragón. El órgano fue su gran pasión y su principal aportación a la música. Buen músico y mejor intérprete, los órganos de la basílica de La Milagrosa de Madrid, junto al padre Alcácer, el gran músico paúl, y La Milagrosa de Pamplona, son testigos de sus grandes cualidades como intérprete, desde Bach, al que tanto apreciaba, a sus felices improvisaciones, dejando fluir sus innatas cualidades para el instrumento. Doy fe de ambas pasiones, que tuve oportunidad de conocer muy de cerca. Todavía recuerdo cómo sonó el órgano de la basílica de Nuestra Señora de Luján, patrona de Argentina, en la visita que en 1990 tuve el honor de realizar a los centros navarros como miembro del Gobierno foral. No había escuchado el Himno de Navarra, convertido en oficial hacía unos años, pero ello no impidió que resonara con rotundidad en todo el templo mientras yo se lo tarareaba al oído. Escuchar junto a él alguna de las Pasiones de Bach, en conciertos en el Gayarre, también es otro de mis recuerdos preciados. Era emoción y hondo sentimiento el que traslucía mientras la orquesta y el coro desgranaban recitativos y cantatas.
Pero hay un rasgo que me gustaría destacar en el padre Bacaicoa. Él no fue un músico profesional, sino un misionero paúl que se sirvió de la música como parte esencial de su vocación sacerdotal en una triple dirección: la enseñanza, las misiones y el culto mariano. Así lo repetía él y así se puso de manifiesto en la celebración de su funeral, que terminó con una de sus plegarias musicales a la Virgen.
Pero el padre Bacaicoa, además, es el símbolo de una generación que se nos va. Está a punto de cerrarse un ciclo en el que la cultura navarra tuvo en los clérigos uno de los sectores más sobresalientes. La historia, la música y la literatura son ámbitos en los que el número y la calidad de la obra vinculada a este sector brilla especialmente. La llegada de las universidades, la generalización de la enseñanza y la crisis vocacional son factores que explican el nacimiento de una nueva etapa, en las que el ámbito universitario tomará el liderazgo antaño casi monopolizado por el clero. Pero no convendría por injusto, parapetados en la excusa de una modernidad mal entendida, dejar de subrayar su inmenso legado. Unos han muerto recientemente sin el reconocimiento debido, caso del padre Ondarra, pero quedan todavía destacados representantes que merecen dicho reconocimiento. Una iniciativa extensiva a la sociedad civil y también a la Iglesia a la que pertenecen. Cito algunos, sabiendo que otros se quedan en el tintero: el padre José María Goicoechea, nacido en 1924, magnífico músico, compositor y director de coros; Aurelio Sagaseta, nacido en 1935, maestro de capilla de la catedral de Pamplona desde 1962; el padre Jesús María Muneta, nacido en 1939, musicólogo, organista y compositor; el padre Luis Elizalde, nacido en 1940, organista y compositor; o los sacerdotes Federico Villanueva y Julián Ayesa, presentes en las exequias del padre Bacaicoa.
El día de su funeral, cantantibus organis, todos nos unimos a la plegaria en el Gure Aita, aprendido de niño en su Etxarri natal. Junto a este Padre bueno, le deseamos un descanso eterno envuelto en músicas celestiales.
Diario de Navarra, 18/8/2016
Román Felones
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