Ordenación sacerdotal de Isaac Demets Reyes, C.M.
Dios nos amó primero
Valencia, 13-14 de diciembre 2014
El pasado fin de semana nos reunimos, después de varias horas de viaje, las comunidades de formación inicial de Baracaldo y Salamanca en Valencia, en una celebración familiar y muy emotiva (aunque él protagonista aguantó el tirón): la ordenación presbiteral de nuestro cohermano Isaac Demets Reyes, C.M. por la imposición de manos del Obispo de Teruel, Mons. Carlos Escribano.
Aprovechamos la ocasión para organizar una nueva modalidad del tradicional encuentro de estudiantes, el sábado por la mañana tuvimos formación, y el domingo, antes de acompañar al neo‑presbítero en su Eucaristía de Acción de Gracias (valga la redundancia), pudimos compartir un rato con la comunidad de misioneros que atiende su parroquia natal, Ntra. Sra. de Monteolivete, para que nos contaran un poco de la historia que nos ha llevado a estar allí, y otro poco de la historia actual, es decir, los ministerios que realizan en estos momentos.
Para acompañar esta crónica, aparte de algunas fotos, comparto con vosotros mi reflexión sobre el tema de formación tratado en nuestro encuentro: las virtudes de la Congregación de la Misión (sencillez, humildad, mansedumbre, mortificación y celo por las almas) y el compartir fraterno posterior.
Quien ha experimentado el amor de Dios, quien ha tenido un verdadero encuentro con Cristo, no puede no amar, y quien ama como Dios nos amó, es que está lleno del Espíritu Santo, «ha sido ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva» (Lc 4,18).
Y a eso estamos llamados todos los cristianos, los misioneros de una forma especial, «con un estilo propio», un estilo marcado por las cinco virtudes que san Vicente de Paúl propuso como las potencias del alma de la Congregación de la Misión (cf. RC II,14), por ser las mismas virtudes que Jesucristo observó en su vida (cf. XI,584).
Estas virtudes no deben verse como un ideal, sino como un dinamismo, como el motor de nuestra vida, un motor que no nos permita acomodarnos y apagarnos, que construya la comunidad, que dulcifique y ablande nuestro corazón; no estamos “aquí” para nosotros, para vivir bien, sino para morir, para dar nuestra vida por los demás, concretamente por los más pobres donde está presente el mismo Hijo de Dios, «Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40).
En una formación humana que tuvimos hace unos años, hablamos de empatía como «ponerse en el lugar del otro» y quien dirigía apuntó al proverbio «walk a mile in another man’s shoes» (camina una milla en los zapatos de otro), que bien podría traducirse como «ponte en los zapatos del otro», pues bien, con ella nos quiso hacer ver algo, que para poder ponerse los zapatos de otro… Hay que descalzarse, hay que desprenderse de uno mismo para poder comprender al otro, para «ponerse en su lugar».
Para no escondernos tras la mentira: sencillez; para no olvidar que todo lo podemos gracias a Dios: humildad; para no incendiar con ira nuestro corazón: mansedumbre; para no rechazar lo que no nos place (ni resignarnos a ello): mortificación; y para hacer todo con mucha entrega y mucha ilusión: celo por las almas.
Todas estas virtudes nos caracterizan y debemos ponerlas en relación con tres pilares de nuestra Compañía: la Comunidad, la Misión y Dios, el más importante.
Siendo fieles a ellos seremos fieles a Cristo y a la Congregación, fieles al Proyecto de Dios y así seremos felices. San Francisco de Sales decía que «se cazan más moscas con una gota de miel que con un barril de vinagre», apliquémoslo a la Pastoral Vocacional: ¿si consagrar nuestra vida a Dios en la Congregación de la Misión no nos hace felices, cómo pretendemos que otros quieran hacerlo?
Israel Jesús Ortega Gómez, C.M.
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