Reunión de ministerios (Zaragoza, 4 y 5 de diciembre)
D. Antonio Ávila Blanco, sacerdote diocesano, de Madrid, es licenciado en Psicología y doctor en Teología. Actualmente es director del Instituto de Pastoral (Madrid) y profesor en la facultad de Teología de San Dámaso.
Desarrolla el ministerio pastoral en la parroquia de San Hilario de Poitiers, en Aluche.
Él ha sido el encargado de impartir el tema de formación:
¿CÓMO COMPARTIR HOY LA FE?
Con solvencia, sencillez y amenidad, ha ido presentando el tema, que dividió en cuatro partes; cada uno de los apartados con un subtítulo.
Primero, ¿cuál es la causa de esta pregunta?
Basó su argumentación en la Evangelii Nuntiandi (14), que exige que estamos siempre en contexto de evangelización, y que vivamos evangélicamente, ya que nosotros mismos tenemos que ser la doctrina, porque somos la imagen del Evangelio. Y el anuncio del Evangelio es imposible sin conversión personal y comunitaria.
Nuestra impotencia personal e institucional dificultan la evangelización, ya que nuestra forma de ser y de vivir es irrelevante para muchos y nuestras tareas pastorales chocan con la indiferencia. La tarea de la Iglesia ya no es descalificada, sino ignorada.
El Papa Francisco invita a ser Iglesia en salida, de tal manera que la parroquia no sea el templo, sino las calles. Una Iglesia que sale a las periferias existenciales en este mundo roto por las diferencias sociales, la violencia, la soledad… Salir para encontrarnos con la indiferencia, con la soledad, el autismo. Es necesario levantar la cabeza de la pantalla, del móvil, de todo lo que se está convirtiendo en patología.
Para intentarlo, es necesaria la conversión personal e institucional, que no consiste en convertirnos al clericalismo, que implica el dominio de las conciencias, sino a la voluntad de servicio. En lo institucional, la reforma de la Iglesia debe tender hacia la “sinodalidad”. Reunirnos para hablar de nuestras cosas a la sombra de la Palabra de Dios y caminar juntos como pueblo de Dios, donde se dé la unidad en la pluralidad.
La adaptación de las estructuras, orientadas a ser mediaciones que hacen posible el ministerio pastoral.
Segundo: Una respuesta, aunque parezca una obviedad: teniendo fe
Es necesario vivir la fe en plenitud, en este mundo de superficialidad absoluta. A Dios hay que descubrirlo en el silencio; pero es muy difícil educar hoy día para el silencio. A Dios nadie lo ha visto, pero, para tener experiencia de Dios, es necesario llegar hasta Él, y la puerta es el propio corazón. ¡Pero hay tantas cosas a las que atender!, que no queda espacio para Él.
La relación que nos presenta Jesús es la experiencia de un pueblo, que ve a Dios presente en su historia. Es una experiencia de encuentro, un encuentro de amor, como en el Cantar de los Cantares, o como manifiestan los místicos. Un encuentro confiado. Este encuentro llama a la santidad, que no es la perfección moral, sino el intento de parecernos al tres veces santo.
La experiencia de Dios hace que la persona vea más su realidad; cuanto más cerca de Dios, se percibe más la limitación y el pecado. Pero tiene que ser una experiencia gozosa, que lleve a un estilo de vida coherente y servicial. Y tiene que ser comprometida, en la dimensión ético-política, que desemboque en la opción preferencial por los pobres.
Es necesaria una cura de realismo, y también de exigencia, hasta poder decir: he hecho todo lo que tenía que hacer.
Para eso, den superarse las formas insuficientes de la fe: No se puede identificar la fe con la adhesión a unas verdades reveladas. Ni se puede reducir la fe a la aceptación de unas normas morales. Tampoco reducirla al mero compromiso, ni identificarla con la pertenencia, más o menos pasiva, a la institución eclesial. Y, por supuesto, no reducir la fe a los actos de piedad.
Tercero, en un contexto de indiferencia
Partió del hecho de que la indiferencia es mucho más radical que el ateísmo, ya que, al indiferente, no le interesa nada de nada.
Un texto de K. Rahner y otro de D. Bonhoeffer, parafraseando en el contexto a Blas de Otero: “Nos queda la palabra”, le sirvieron para adentrarse en los contenidos y en las expresiones del lenguaje eclesial, que está alejado del lenguaje ordinario, por cuya causa cae en el vacío. Tal vez, porque el mismo lenguaje religioso está vacío. Es urgente un lenguaje nuevo, tanto verbal como de gestos, que conecte con nuestro mundo.
Pero, a qué es indiferente nuestro mundo; ¿a la Iglesia, a lo religioso, o a lo que significan? El lenguaje religioso está vacío; ya no entienden la palabra Dios.
Pero no es sólo a lo relacionado con lo religioso, se es indiferente ante el sentido de la vida y ante todo. Indiferencia, relativismo… ¡egoísmo!
Casi es imposible el diálogo, porque la misma sociedad está diluida, somos islas.
También la comunidad cristiana participa de esa indiferencia; por eso se nos plantea el problema del lenguaje.
Es necesaria la conversión al lenguaje del Evangelio, que habla de lo cotidiano, que no es lenguaje técnico, de libros y de materia religiosa. Aunque no basta con el cambio de lenguaje, ya que nos vamos a encontrar con una piedra, la indiferencia, que hay que romper.
Cierto que nos queda la palabra; la palabra que es capaz de sanar, de abrir caminos de esperanza, de denunciar y liberar.
Nos queda la palabra, con minúscula y con mayúscula, y podemos hacer oración y hacer justicia. Debemos tener paciencia y constancia; no es necesario correr, sino utilizar el lenguaje de la cercanía, en medio de este mundo indiferente. Este mundo no está perdido, ni dejado de la mano de Dios.
El Señor nos ha hecho su palabra; es necesario escuchar y tener paciencia, y los ojos bien abiertos para ver que la utopía es realizable, que Dios es posible.
Cuarto, compartir la fe, núcleo de la comunidad vivida en régimen de fraternidad
“Que sean uno, para que el mundo crea”. La Iglesia tiene que ser lugar de comunión, no de exclusión, donde se comparte la fe. Pero no sólo se comparte la fe en la Iglesia, también en el mundo. Si se crearan comunidades de creyentes, la fe se contagiaría.
La fe y la vida comunitaria no pueden separarse. La comunión en la comunidad es una de las dimensiones para la autocomprensión de la Iglesia, que debería superar el modelo de “sociedad perfecta”. Debería sentirse “cuerpo de Cristo” y “Pueblo de Dios”, asumiendo la categoría de la “sinodalidad”, que condiciona no sólo la forma de comprender la Iglesia sino, también, la forma de estructurar pastoralmente la vida comunitaria, que supera las categorías de “fieles”, “practicantes”, … “masa”.
Que supone un proceso de incorporación de todos los miembros, cada uno ocupando su lugar, y un estilo comunitario que potencia los carismas y los ministerios, sabiendo que son respuestas a las necesidades de la comunidad.
Todos, puestos en medio del mundo como luz y como sal, como agentes de transformación, como presencia de una utopía social.
Con unas cuantas acotaciones prácticas, terminó sus intervenciones don Antonio.
Después de cada intervención, permitió el diálogo. Las preguntas y aportaciones fueron interesantes y las respuestas esclarecedoras.
El largo aplauso al ponente constató que los participantes estábamos satisfechos de lo escuchado.
La Eucaristía puso fin al día primero.
El día segundo, día 5, lo comenzamos, como es habitual, con el rezo de Laudes y la Eucaristía.
En la sesión primera, el P. Visitador, partiendo de las Líneas Operativas, resaltó el trabajo misionero que realiza la Provincia desde las Misiones Populares, y dio la palabra al P. Mikel Sagastagoitia, Coordinador del Equipo Provincial de Misiones Populares.
Mikel hizo referencia al Proyecto Provincial de Misiones Populares, aprobado el año 2016, que fue revisado, en junio de 2019, por el Visitador con el Equipo de Misiones. Fruto de esa revisión ha sido la reciente edición del nuevo folleto divulgativo del Proyecto, con la intención de que sea ágil y atractivo.
El folleto expone los objetivos de la Misión Popular, como acción extraordinaria que se inserta en la pastoral ordinaria de cada parroquia. Las sucesivas etapas de esta acción misionera están muy bien explicadas.
Tras el intercambio de preguntas y respuestas, se sigue asumiendo el reto de que este ministerio siga siendo prioritario para la Provincia.
A continuación, con el énfasis plausible que le caracteriza, José Luis Cañavate (Josico), Coordinador Provincial de la Pastoral con Jóvenes, presentó los objetivos de este ministerio, insistiendo en la trasversalidad que debe impregnar toda la acción pastoral, para lograr los objetivos apetecidos.
El rico diálogo cierró la sesión primera.
En la sesión segunda, se pretendía repasar las líneas operativas que faltaban. Pero el tiempo fue pasando y sólo se repasó el ministerio parroquial, a la luz de lo escuchado a D. Antonio Ávila, y a tenor de los compromisos señalados en nuestras normas.
Los párrocos, o delegados, fueron desgranando las actividades de cada parroquia, y pudimos constatar que nuestras parroquias tienen un sello especial: son vicencianas. La preocupación por lo social, a través de los movimientos vicencianos y las Cáritas, hacen que los pobres sean atendidos. Más dificultad se tiene, (se hace lo que se puede), en las acciones concretas, evaluables, como dicen las L.O.
Se intenta hacer lo que se puede, dadas las limitaciones de todo tipo; pero no falta la buena voluntad.
Con los deseos de paz y bien y feliz Navidad, terminamos estas jornadas, en las que han participado representantes de todas las comunidades. En esta ocasión también de las de Honduras, ya que estuvieron Félix Mariezkurrena y Rosendo Martínez (padre mexicano que está en la comunidad de Puerto Cortés).
No podemos olvidar nuestro agradecimiento para todos los que nos atienden, Gracias.
Paulino Sáez López C.M.
Comentarios recientes