Biografías para el recuerdo: Rafael Resa
17-06-71
Anales 71, pg.336
Descansó en el Señor, después de una larga agonía, la tarde del 17 de junio.
Llegó de Roma, ya enfermo, el verano pasado. El diagnóstico de los médicos no pudo ser más pesimista: cáncer de hígado y pocos meses de vida.
Han sido meses de sufrimiento y de purificación aunque el cáncer ha sido de los llamados sin dolor. El Señor ha ido purificándole y tuvo que enfrentarse con la muerte como Cristo en la cruz: despojado y solo. Pocos enfermos han estado mejor cuidados y más acompañados, pero, a veces, no hemos podido hacer otra cosa que acompañarle como Juan y las piadosas mujeres a Jesús. No era mucho pero no podíamos más.
Estos meses se sentía desfallecer. Conservaba todas las facultades y fuerzas del alma pero el cuerpo no respondía. Pasó unos días en García de Paredes, y creyó que Cuenca le sentaría mejor.
No podía con el frío. Las estufas no conseguían calentar su cuerpo enfermo. “Era horroroso», me dije muchas veces. Volvió a la enfermería de García de Paredes donde pasó el invierno. Desmejoraba día a día. Esto le deprimía el ánimo a él que había sido tan animoso.
El día de San José le llevaron a Corella. El cuidado exquisito y el cariño de las Hermanas del Hogar de San José hicieron el milagro de darle optimismo. Al principio su estancia en Corella era desconocida de casi todos y le extrañaba que no diéramos señales de vida. Apenas se conoció la riada de visitantes, Padres, Hermanas y sacerdotes ha sido continua y abundante. De García de Paredes fueron dos veces en coche a verle. De nuestras comunidades más cercanas le han visitado casi todos. Las cartas y llamadas telefónicas loan sido constantes. Sor Concepción Zubigaray no sólo le ha visitado varias veces sino que envió Hermanas que lo hicieran. Hasta una Hermanita del Seminario de Pamplona fue mensajera del saludo y obsequio de Sor Visitadora.
El 7 de mayo el padre Andueza le administró los últimos sacramentos. «Cuando me dijo el padre Andueza que me iba a administrar los sacramentos de los enfermos me dio una gran alegría Y gran paz» repetía con frecuencia el padre Pesa. Siguió comulgando todos los días y los miércoles se confesaba con el confesor de la comunidad. El mismo lo pedía.
El padre Rivas, el hijo espiritual predilecto del padre Resa, vino desde Salamanca a cuidarle. Estuvo 8 días y sólo Dios sabe qué sacrificio supuso para ambos la separación. Sin duda una gran prueba y un gran dolor. Lo hizo con el mimo de hijo. La admiración y alta estima era mutua. Cuando ya el día de Pentecostés conseguimos que hablaran directamente por teléfono los dos, el padre Resa, todo conmovido, nos decía: «Muchas gracias por la gran alegría que me ha proporcionado esta conversación».
Para velarle llego aprisa el padre Catalán, apenas entregó la tesis de licenciatura. Aunque el padre Resa fue el presbítero asistente del padre Catalán y aunque éste le visitara con motivo de su ordenación sacerdotal en abril último, apenas se conocían. Pronto intimidaron. A los pocos días se contaban chistes y se reían come chiquillos en los largos ratos de insomnio. Era un amor de abuelo y nieto en que todo es cariño. Era digno de ver al padre Resa acariciando la cabeza del padre Catalán. Evocaba la bendición de los patriarcas. Entre ellos usaban las frases y giros de su Corella natal, recalcando las incorrecciones del lenguaje para hacerlo más íntimo. Los últimos días le sustituyó el estudiante Imbuluzqueta.
Durante el día el padre Lucea acompañaba al padre Resa hasta que el padre Carlos Ruiz se ofreció voluntario a reemplazarlo. Al padre Carlos le ha tocado reconfortarle espiritualmente los últimos momentos. La tranquilidad adquirida en el trópico le ha servido de mucho en los últimos días.
Las heroínas han sido, como siempre, las Hermanas del Hogar de San José. No sólo le han cuidado con esmero y cariño (eso lo hacen todas) sino que gozaban en el servicio y una alegría especial rebosaba de todas ellas. Algo llamativo, casi escandaloso para quien lo viera solo de lejos. Y no escasearon los grumos de acíbar. Fueron muchos y compactos, sobre todo las fiestas, pero no lograron amargarles el servicio alegre al padre Resa. El lo agradeció continuamente como también con las visitas y llamadas.
El 11 de junio creyeron que se moría. Fallaba el pulso que siempre tuvo fuerte y regular. Se recuperó algo pero ya no pudo comulgar. No podía tragar. Entró en una larga agonía que duró una semana.
Encarnó en su vida la frase que gustaba repetir: «servir al Señor como El quiere ser servido». No le fue fácil los últimos meses. El Señor le ha pedido la renuncia a sus más queridas e íntimas ilusiones. Ahora se lo ha premiado. Descanse en paz.
Tomás Lucea
Comentarios recientes