Ordenación episcopal del padre Vicente Nácher
“Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres”, exclamaba el papa Francisco ante la prensa al poco de ser elegido papa. Toda una declaración de intenciones. La Iglesia que sueña el papa Francisco (y que soñó el santo de Asís) no es la Iglesia que acumula riquezas y honores, tampoco la Iglesia que se queda encerrada y se mira el ombligo: es una Iglesia misionera al servicio de los más pobres.
No nos puede extrañar, por tanto, que a los diez años de su pontificado, haya elegido como nuevo arzobispo de Tegucigalpa a nuestro compañero misionero el padre José Vicente Nácher, que ha pasado gran parte de su vida en la misión y entre los pobres. “No tengo ningún título, lo único que escribo son mis homilías”, confesaba emocionado ante el clero reunido de la diócesis de San Pedro Sula, al día siguiente de la publicación de su nombramiento. Y en una entrevista concedida a un medio digital expresaba, evocando a san Pablo (1Cor 1,27), que “este es un caso evidente de que Dios elige lo más débil; yo no tengo títulos ni méritos”.
Como no podía ser de otra manera, los padres de Cuyamel y Puerto Cortés nos hicimos presentes el día de su consagración episcopal, en la basílica de Nuestra Señora de Suyapa, en Tegucigalpa, un 25 de marzo, día de la Anunciación y de la encarnación, y día en que las hijas de la caridad renuevan sus votos y su compromiso de servicio a los más pobres. Precisamente las primeras palabras de agradecimiento del ya consagrado arzobispo de Tegucigalpa fueron dirigidas a las hijas de la caridad, modelo de entrega y de servicio abnegado a Jesucristo en la persona de los pobres.
En su voz pudimos apreciar la misma sencillez y calidez con que tantas veces nos recibió en la comunidad de san Pedro, su cercanía y preocupación por cada uno de nosotros, su serenidad y sentido del humor para afrontar las situaciones más difíciles, su disponibilidad y atención a los más pobres y humildes. Aun en el trajín de los días previos a la ordenación respondía con prontitud los mensajes, insistía a los sacerdotes sampedranos que no dejaran de ir a buscarlo para despedirse, y se preocupaba por los alumnos más rezagados de la Escuela Agrícola Virgen de Suyapa, obra social y educativa a la que tanto cariño le puso. Cuentan que hubo lágrimas cuando se despidió de los alumnos y profesores del centro donde, por cierto, estudian cuatro jóvenes del Puerto.
El padre Vicente es muy querido entre el clero de la diócesis de San Pedro Sula, y ha sido un colaborador asiduo en el Seminario Menor de la diócesis. Su cercanía, experiencia y testimonio ha ayudado a muchos sacerdotes jóvenes. También ha sido un padre acogedor para los misioneros de las tres provincias de la Congregación presentes en Honduras, que siempre hemos encontrado en la comunidad de San Pedro un lugar de descanso y de fraternidad.
Solo nos queda desearle a monseñor Vicente un buen servicio como arzobispo, agradecer su generosidad al servicio de la Iglesia y asegurarle nuestra oración. Que su sí sea completo como el de María, y que el Espíritu Santo lo acompañe y lo llene de sabiduría.
Iván Juarros, C.M.
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