Ejercicios Espirituales Salamanca 2025
San Vicente de Paúl tuvo claro que la garantía del buen trabajo misionero de la Pequeña Compañía no salía adelante sino era a base de que la misma “procure con todas sus fuerzas revestirse del espíritu de Jesucristo (RC I, 3) y afirmaba que para conseguir ese fin era necesario seguir los preceptos de las Reglas Comunes “como los medios que el mismo Dios nos ha dado para conseguir la perfección correspondiente a nuestra vocación» (RC XII, 13)
Así lo pudimos descubrir la última semana del mes de febrero (del 24 al 28). Nos reunimos en Salamanca; ciudad del río Tormes; alrededor de treinta misioneros, de las dos provincias españolas, para participar en los Ejercicios Espirituales de este 2025. Este año contábamos con el P. Corpus Delgado CM., como director.
En dos sesiones diarias, Corpus fue desglosando y esbozando capítulo a capítulo de las Reglas Comunes, desde el trasfondo y la mirada del seguimiento de Cristo, Evangelizador de los pobres (Cfr. Const. 1). Gracias a ello, fuimos releyendo lo que el Superior General nos invita a reflexionar, orar y hacer nuestras las Reglas Comunes en este IV Centenario del contrato de fundación de la Congregación de la Misión.
Hay que destacar, de todo el conjunto de las sesiones, dos precisiones que nuestro Santo Fundador tuvo en cuenta en el momento de la entrega solemne de las Reglas Comunes el 17 de mayo de 1658:
- Hacer lo mismo que hizo Jesucristo: “Esta misma tarde las distribuiremos a la compañía. Ya hace tiempo que las esperabais y hemos tardado mucho en entregároslas, por buenas razones. En primer lugar, para imitar la conducta de Jesucristo, que empezó a hacer antes de enseñar: coepit Jesús facere et docere, El practicó las virtudes durante los treinta primeros años de su vida y ocupó solamente los tres últimos en predicar y enseñar […] la compañía puede decir que ella ha hecho primero y ha enseñado después: coepit facere et docere. Hace más o menos treinta y tres años que la empezó Dios y desde entonces hasta ahora siempre ha cumplido, por la gracia de Dios, las reglas que ahora os vamos a dar. Por eso no encontraréis en ellas nada nuevo, nada que no llevéis practicando con mucha edificación desde hace varios años» (SVP; XI,324-325)
- Son inspiradas por el mismo Dios: “¡Oh, Salvador! ¡Qué reglas! ¿Y de dónde vienen? ¿Había pensado yo en ellas? Ni mucho menos; jamás pensé en nuestras reglas, ni en la compañía, ni siquiera en la palabra Misión. Nunca pensé en ello. Dios es el que lo ha hecho todo» (SVP; XI,326)
Por eso, aún hoy, cuatrocientos años después, Dios sigue apostando por la Pequeña Compañía que Él mismo quiso en el tiempo y momento preciso. De esta manera, nuestra conciencia apostólica es la de seguir siendo continuadores de la misión de Jesucristo (Cfr. SVP; XI,324) confiando plenamente en que su divina providencia nos sostiene y acompaña.
Por otro lado, la gratitud es un fundamento que ensambla todos los artículos de las Reglas comunes. Así es como lo refería el propio señor Vicente: “(La Congregación) es algo que se fue haciendo ello solo, poco a poco, una cosa tras otra. Fue aumentando el número de los que se juntaban con nosotros; todos se esforzaban por ser virtuosos; y al mismo tiempo que iba creciendo el número de misioneros, se iban también introduciendo las buenas prácticas, a fin de poder vivir todos juntos y llevar cierta uniformidad en nuestras tareas. Esas fueron las prácticas que se observaron siempre y se siguen observando hoy todavía, gracias a Dios» (SVP; XI,328)
Dicho agradecimiento, desde la amistad con el Señor, debe hacerse presente en la fraternidad de nuestras comunidades y obras. Ya que el verdadero estado del misionero es el de caridad (Cfr. SVP; XI,564), la cual se expresa por medio de la vivencia de nuestras cinco virtudes características. Y si la caridad comienza en la casa misionera es para llevarla a los demás, a los necesitados a los que servimos desde la regla de oro de: “tratad a los demás como queréis que os traten a vosotros (Mt. 7,12; Lc. 6,31).
El amor humano debe ser testimonio del verdadero amor de Dios que se muestra en su propia esencia trinitaria. La Congregación, según san Vicente, debe “(mantenerse) en este espíritu, si queremos tener en nosotros la imagen de la adorable Trinidad, si queremos tener una santa unión con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo. ¿Qué es lo que forma esa unidad y esa intimidad en Dios sino la igualdad y la distinción de las tres personas? ¿Y qué es lo que constituye su amor, más que esa semejanza? Si el amor no existiese entre ellos, ¿habría en ellos algo amable?, dice el bienaventurado obispo de Ginebra. Por tanto, en la santísima Trinidad se da la uniformidad; lo que el Padre quiere, lo quiere el Hijo; lo que hace el Espíritu Santo, lo hacen el Padre y el Hijo; todos obran lo mismo; no tienen más que un mismo poder y una misma operación. Allí está el origen de nuestra perfección y el modelo de nuestra vida. Hagámonos uniformes; seamos todos como si no fuéramos más que uno y tengamos la santa unión en medio de la pluralidad» (SVP; XI,548-549)
¿Y dónde se plenifica la acción de la Trinidad? En la eucaristía como manifestación amorosa de un Dios encarnado, vivo y resucitado, que sigue apostando por el ser humano desde el cuidado de sus miembros más amados (Cfr. SLM.19,30,87,117,400,456,810,832).
Gracias al P. Corpus por su gran elocuencia y sencillez en las charlas y en la guía de las reflexiones personales y gracias a la casa de Salamanca que nos acogió en un ambiente cálido y confortable para mejor encontrarnos con el Dios de la vida.
¡Qué en este IV centenario del aniversario del contrato de fundación de la Pequeña Compañía, seamos capaces de hacer vida nuestras Reglas Comunes desde el seguimiento de Cristo, Evangelizador de los pobres!
Aarón E. Delgado, CM.









San Vicente de Paúl (de ahí el nombre de “misioneros paúles”), a pesar de las comprensibles limitaciones propias del tiempo en el que le tocó vivir (siglo XVII), tuvo un gran aprecio por la comunicación: llegó a escribir más de treinta mil cartas (alguna llegó a su destinatario varios meses después de su muerte). 


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