Ejercicios Espirituales, Salamanca,18-23 Febrero-19
Desde la paz del silencio y la oración
Es un privilegio, en estos tiempos bullangueros, borrachos de ruidos y algaradas callejeras, poder retirarse, durante cinco días completos, del mundanal ruido; liberarse de lo cotidiano, del diluvio de los medios de comunicación, de la radio y de la tele…: ¡Que liberación!
Todavía lo es más, volver al lugar donde crecieron, maduraron y florecieron las flores de la ilusión, que han ido embelleciendo, a lo largo de los años, el jardín de mis mejores sueños sacerdotales, al servicio en los pobres en la Familia Vicenciana. Es como volver a nacer, recobrar lo mejor de mi mismo. Pero es también como una invitación cariñosa a volver a empezar: ¿qué he hecho de aquellos sueños de juventud, que me hacían volar hacía mundos desconocidos, a anunciar la Buena Noticia de Jesús al mundo?
¡Es bonito e ilusionante recordar aquellos años de plenitud joven, acompañado de decenas de compañeros, (hasta casi doscientos estudiantes de teología llegamos poblar este gran Seminario de los Paules de los años dorados, los 50-60, de la eclosión vocacional en España)! Y he vuelto a rejuvenecer. Pero, con pena, me he preguntado: ¿que se ha hecho de aquel amanecer vocacional, lleno de promesas para España y para la Iglesia?
En esta tanda de Ejercicios nos hemos encontrado casi 50, 47 exactamente, 15 de nuestra provincia canónica de Paules de Zaragoza. Procedían de todos los rincones de la península; muchos han dejado jirones de su juventud sacerdotal allende los mares: Hispanoamérica, Madagascar, Filipinas, Estados Unidos. Australia…Y es que la ilusión, los ideales fuertes, no tienen fronteras, no conocen los miedos ni los riesgos…
¡Pero de eso no hablan los periódicos ni los grandes medios de comunicación! Y uno siente en lo más dentro de sí, el impulso agradecido expresado en un canto de alabanza a Dios, por tanta grandeza callada, por haber infundido en tantos hombres de carne y hueso tanta fuerza vital, tanto coraje de dejarlo todo por anunciar la buena noticia a los pobres, allá donde la providencia les indicaba con su dedo oculto.
La mayoría de los participantes sobrepasábamos, de largo, los 70. Los he visto con bastón, con dificultad para andar, enfermos, con achaques y rostros rugosos, pero con alegría, a flor de piel, en plenitud de esperanza compartida, por la misión cumplida en sus diversos ministerios pastorales. Y es que no hay nada que se pueda comparar con la satisfacción de haber vivido entregados al servicio de los demás, en un mundo sin fronteras, con sus limitaciones humanas a la espalda, Sus rostros cansados, pero risueños, son el más bello canto a la vida y el anuncio callado de que todavía hay lugar a la esperanza de que un mundo mejor aún es posible.
Las charlas del retiro las ha impartido el P. José Orlando Escobar, un cohermano colombiano de altos vuelos, que ha terminado recientemente su misión de visitador de su Provincia, y en estos momentos cursa estudios de psicología en la universidad de Salamanca; y sólo ronda los 52 años. Seguro que en un futuro próximo nos sorprenderá.
Lo ha hecho muy bien, como corresponde a un intelectual: charlas bien documentadas, con citas bien traídas, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, así como de autores actuales solventes. Imagino que le ha llevado un montón de horas preparar sus charlas. Los temas no han eludido los tiempos que corremos, de retos y dificultades para la sociedad y para la iglesias, pero siempre en sentido positivo, apostando por remedios y soluciones, de medio y largo alcance, cargadas de un halo de esperanza. Tampoco ha obviado los escándalos clericales lacerantes de la actualidad, y los ha calificado por su nombre, de vergüenza y escarnio, que nos invitan a la conversión y a la penitencia, acogiéndonos a la misericordia de Dios que sobrepasa nuestra humana fragilidad.
Quizá ha faltado un hilo conductor a sus charlas, ese sentido de conexión y concatenación de temas; han parecido más bien temas sueltos, tomados al azar, pero siempre respetando lo esencial: fidelidad al carisma vicenciano en un sociedad alérgica a los valores evangélicos; los modelos de referencia de siempre: María, San Vicente, los hermanos que, a lo largo de nuestra historia, han sido modelos de referencia, como nuestros mártires y tantos cohermanos misioneros que se han distinguido por su celo apostólico.
Ha habido buen clima de cordialidad y acogida entre todos. La liturgia ha combinado lo tradicional de oración y largos silencios meditativos de soledad en las habitaciones, con aspectos renovadores: Lectio divina, exposición del Santísimo durante toda la mañana, para dar la oportunidad de adoración permanente rotativa, textos escogidos que nos entregaba al final de las charlas, para meditar personalmente…También merece la pena destacar la celebración solemne de la liturgia del sacramento de la reconciliación, dando tiempo a que cada uno recibieses la absolución personal de mano de uno de los compañeros.
La cena del 22 constituyó una gran fiesta de fraternidad, de recuerdos y nostalgias, de alegrías y deseos de volver a encontrarnos el año próximo, si Dios quiere. Y después de la noche bien dormida, otra vez de vuelta a casa, con la mochila bien cargada de deseos, y las pilas recargadas.
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