La Asunción de la Virgen María
Celebramos hoy una de las fiestas más antiguas en honor de la virgen María, la de la Asunción, conocida en los primeros tiempos de la Iglesia como la fiesta de la «Dormición» y actualmente, en muchos lugares, como la «Virgen de agosto», que coincide con la fiesta mayor de muchos pueblos y ciudades de nuestros país. Debemos reflexionar sobre el sentido profundo de esta fiesta y debemos procurar aplicarnos algunos de los textos que acabamos de proclamar, especialmente ese maravilloso canto de María, que se llama el Magnificat.
I. María, modelo de la humanidad redimida y glorificada
Para captar el sentido de la fiesta de la Asunción, es bueno tener en cuenta lo que escribió el papa Pablo Vl en la encíclica Marialis cultus: «La Asunción es la fiesta en que recordamos el destino de plenitud y bienaventuranza de María, la glorificación de su alma inmaculada y de su cuerpo virginal, su perfecta configuración con Cristo resucitado. Fiesta que propone a la Iglesia y a la humanidad la imagen y la consoladora garantía del cumplimiento de la esperanza final. Pues dicha glorificación plena es el gozoso destino de todos aquellos a quienes Cristo ha hecho hermanos, teniendo en común con ellos la carne y la sangre».
Por tanto, el sentido profundo de la Asunción de María es la certeza segurísima de la salvación integral del hombre, de ese hombre que, como nos ha dicho san Pablo en la segunda lectura, está llamado a resucitar juntamente con Cristo; más aún: como el mismo san Pablo dice en la epístola a los Efesios (2,6), el hombre que se adhiere a Cristo por la fe, «ha sido ya resucitado por Dios y ha sido ya sentado en el cielo». Entre otras cosas, ello quiere decir que la salvación que Cristo nos alcanzó no se refiere únicamente a la realidad espiritual del ser humano, sino que afecta a toda su personalidad integral: cuerpo y alma son el objeto unificado de la salvación y de la redención. La salvación cristiana no es espiritualista, sino plenamente humana. El misterio de la Asunción de María nos dice que un miembro de la raza humana ha alcanzado ya la totalidad de la redención y salvación, y goza ahora ya de la plenitud de la glorificación que todos anhelamos. Con ello, María se convierte en modelo de vuestra salvación actual y en prenda de nuestra glorificación futura. Por tanto, María asunta al cielo no es en ningún momento una especie de ideal inalcanzable, digno sólo de ser admirado y alabado, sino que es el modelo y la imagen de lo que todo creyente en Cristo es ya actualmente y está llamado a ser en el futuro.
II. María, modelo de liberación
Hemos hablado de salvación y de redención. Pero otro nombre para expresar estas realidades que Cristo ha llevado a la humanidad es el de liberación. María asunta es también modelo y prenda de esa liberación integral de todos los hombres y mujeres. Por ello, es tan oportuno que el evangelio nos haya hecho resonar en los oídos los acentos, líricos y dramáticos a la vez, del Magnificat.
Lo expresa muy bien el papa Juan Pablo II en la encíclica Redemptoris Mater: «La Iglesia, acudiendo al corazón de María, a la profundidad de su fe, expresada en las palabras del Magnificat, renueva en sí misma cada vez mejor la conciencia de que no se puede separar la verdad sobre Dios que salva, sobre Dios que es fuente de todo don, de la manifestación de su amor preferencial por los pobres y los humildes, que, cantado en el Magnificat, se halla después expresado en las palabras y las obras de Jesús».
Y sigue diciendo el papa: «La Iglesia, por tanto, es consciente -y en nuestra época dicha conciencia es subrayada de modo particular- que no sólo no se pueden separar los dos elementos del mensaje contenido en el Magnificat, sino que también hay que salvaguardar concienzudamente la importancia que los pobres y la opción en favor de los pobres tienen en la palabra del Dios vivo. Se trata de temas y de problemas orgánicamente relacionados con el sentido cristiano de la libertad y de la liberación. Dependiente totalmente de Dios y plenamente orientada hacia él por el impulso de su fe, María, al lado de su Hijo, es la imagen más perfecta de la libertad y de la liberación de la humanidad y del cosmos. La Iglesia tiene que mirar hacia ella, Madre y modelo, para entender en su integridad el sentido de su propia misión».
Mirémonos, pues, hermanos, en ese modelo supremo de libertad y de liberación, y procuremos trabajar para que, tanto en nosotros mismos como, sobre todo, en los más alejados del don de la libertad, dicho don pueda ser cada vez más una consoladora realidad.
III. La fiesta de la libertad
Trabajo que no es compatible con la celebración y la fiesta. Tengamos en cuenta que la coincidencia de tantas fiestas mayores -celebraciones exaltadoras de la alegría de vivir- con la Asunción -que festeja la exaltación de toda la humanidad en la persona de una mujer, María- no resulta en absoluto forzada. Hagamos, pues, de esta eucaristía que estamos celebrando, una verdadera fiesta de nuestra libertad.
Tomás Chocarro, C.M.
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