Ordenación diaconal de Athanase Mvondo y Gyldas Mette
El domingo 26, embarcados ya en el año jubilar vicenciano, la parroquia del Carmen de Barakaldo se vistió de fiesta para celebrar la ordenación diaconal de nuestros hermanos Athanase Mvondo y Gyldas Mette. El día estuvo ventoso pero sin lluvia, y con una temperatura otoñal.
Todo empezó a su hora, las 12 del mediodía, con presencia del obispo, don Joseba Segura, un nutrido grupo de sacerdotes (paúles, jesuitas de Deusto, diocesanos, amigos y allegados), diácono, seminaristas, acólitos y demás pueblo, que participó con atención y fervor, acompañando a nuestros amigos. El templo casi a rebosar.
La música animada por dos coros extraordinarios, el coro de familias de San Ignacio y el coro africano de la diócesis, a los que se unieron las voces de todo el pueblo, que hicieron vibrar la iglesia desde las primeras notas: “reunidos en el nombre del Señor…”
Athanase y Gyldas no cabían en sí de gozo. Don Joseba se dirigió a ellos afable, cercano, casi como un padre. Las lecturas acompañaban al día: “el Espíritu de Dios está sobre mí, porque me ha ungido para proclamar la buena nueva a los pobres”. Pura casualidad, no hubo amaño, pero qué mejor lectura para la ordenación diaconal de un paúl, como señalaba don Joseba. En su homilía, después de felicitar a los paúles por los 400 años de la fundación y por el año jubilar, destacó los tres servicios propios del diácono: el servicio de la palabra, el servicio de la liturgia y el servicio de la caridad. De cada uno de ellos dio una sencilla pero profunda explicación.
La imposición de manos fue emotiva, y lo fue también la entrega de los evangelios: “Recibe el evangelio de Cristo, del cual has sido instituido mensajero; convierte en fe viva lo que lees, y lo que has hecho fe viva enséñalo, y cumple aquello que has enseñado”. A Athanase casi se le escapaba una lágrima.
Los vistieron de estola y dalmática, y ocuparon su lugar en el presbiterio. Recibieron las ofrendas junto al obispo, a ritmo africano: frutas, dulces y refrescos para después. Y prepararon la mesa del altar. La celebración continuó su curso con normalidad. Tras la comunión y el canto, llegó el tiempo de dar gracias: Athanase lo hizo en nombre de los dos nuevos diáconos. También el obispo dio gracias, concretamente, agradeció a Gyldas y Athanase su compromiso con la pastoral penitenciaria diocesana.
Tras el canto festivo a María, vino el tiempo de las fotos, los saludos y las bendiciones. También hubo aperitivo, cortesía de la parroquia. A las dos y media, comida en el colegio, regalos y algunas palabras emotivas.
Felicidades Gyldas y Athanase, la gracia del Señor os acompañe siempre en vuestro ministerio.
Iván Juarros, C.M.

















































San Vicente de Paúl (de ahí el nombre de “misioneros paúles”), a pesar de las comprensibles limitaciones propias del tiempo en el que le tocó vivir (siglo XVII), tuvo un gran aprecio por la comunicación: llegó a escribir más de treinta mil cartas (alguna llegó a su destinatario varios meses después de su muerte). 


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