1 de mayo – Día del trabajador
LA ESPIRITUALIDAD DEL TRABAJO SEGÚN SAN VICENTE DE PAÚL
Distintas modalidades
El trabajo ha adoptado distintas modalidades a través de los siglos. La propia del nomadismo cazador que con el tiempo se transformaría en el nomadismo pastor, caracterizado por la provisionalidad y el desprecio a la vida sedentaria. La vida agrícola, radicada dentro de un territorio delimitado, daría lugar a las relaciones interfamiliares y al nacimiento del poblado. En estos dos largos períodos la vida se desenvolvía a tenor de los ciclos cósmicos y climáticos.
Un hito significativo es el propio del medievo occidental, cuyo aglutinante espiritual y cultural lo recibió del cristianismo. La agricultura, la artesanía y los gremios se encuentran en la base social de esta época. La reflexión teológica acompañó e interpretó el valor del trabajo en sus dos vertientes: positiva y negativa. El hombre trabajador, además de encajar en el plan de Dios, coopera para llevarlo a cabo. En ese plan de Dios el trabajo contiene una dimensión social y comunitaria. Tomás de Aquino, teniendo en cuenta las actividades manuales de las órdenes religiosas, contempla cuatro vertientes del trabajo: como medio para ganarse la vida, como remedio contra la indolencia, como freno de la concupiscencia y como fuente de bienes para ofrecer limosnas a los pobres. En el medievo el trabajo se interpretó también corno necesario tributo al pecado. La reflexión teológica en cierto modo consideraba la actividad humana en clave de resignación, expiación, castigo por el pecado y respuesta necesaria a las necesidades de la vida.
En los SS. XVII y XVIII la valoración religiosa de trabajo experimenta una evolución. La corriente jansenista afirmará que la elección de Dios para la eternidad se manifiesta en la fidelidad y dedicación al trabajo, en la responsabilidad ante la vida. Virtudes éstas distintivas de las clases medias emergentes. Por otra parte se ensalza el trabajo por el hecho mismo de ser dificultoso. La actividad humana desenmascara la vanidad del mundo y apaga el deseo humano de placer. No pasa desapercibida otra vertiente del trabajo: encierra el valor de penitencia por el pecado. La corriente jesuítica aportó otro elemento. La virtud y la educación repercuten en el orden social. Los individuos han de ser educados parta desempeñar con acierto las obligaciones específicas de la vida. El trabajo exige laboriosidad y orden, autodisciplina, ascética y un control de los detalles que rodean la vida. Consideraciones éstas recibidas con gusto por la clase inedia, para la que el trabajo será ante todo un medio en orden al éxito y a la respetabilidad de la persona.
En suma, la consideración teológica del trabajo ha puesto en evidencia a veces el lado positivo, a ves el negativo, rayando en ocasiones en una visión individualista y pesimista de la actividad humana, que se puede resumir en el siguiente aserto: el trabajo es consecuencia del pecado.
Pero la reflexión teológica no detuvo su paso. Las interpretaciones anteriores, limitadas e insuficientes, se fueron completando con otras posteriores de nuevo cuño. En la segunda mitad del S. XX, debido a las dos revoluciones industriales, caracterizadas por el paso del utensilio a la máquina y de ésta a la máquina automatizada, a la luz de la palabra de Dios y de las nuevas urgencias, la espiritualidad puso sobre la mesa la vertiente positiva del trabajo humano. El Vaticano II asumió con decisión las nuevas aportaciones. De acuerdo con la revelación, el hombre ha recibido el mandato de dominar la tierra. Se trata de una vocación humana fundamental. De esta manera el hombre a través del trabajo participa de la creación de Dios. Las nuevas técnicas no impiden, sino que permiten al hombre colaborar más ampliamente en la actividad creadora de Dios. El trabajo es considerado asimismo en cuanto colaboración con la redención. La encarnación no implica menosprecio del mundo, sino su transformación. El trabajo se ha de valorar como lo que es: un agente de esa transformación. Por otra parte, el trabajo ha sido interpretado como una tarea, como un deber y un servicio que los individuos se prestan entre sí y a favor de la entera familia humana. En suma, el trabajo responde a la vocación divina, sirve de cauce a la creatividad humana y proporciona servicios a la comunidad.
“Les distribuyó el libro de nuestras Reglas”
El 17 de mayo de 1658 Vicente de Paúl disertó ante la comunidad de San Lázaro sobre la observancia de las Reglas Comunes. Tras exponer con no poca emoción los motivos y los medios para ponerlas en práctica, recordó a los misioneros que, a imitación de Jesucristo que empezó a hacer antes que enseñar, la Compañía había observado dichas Reglas durante treinta y tres años1. El Santo, no pudiendo contener sus sentimientos, manifestó ante la comunidad sus convicciones personales, las propias de un hombre de fe, sobre el origen de las Reglas. Se han de atribuir a Dios, sólo a Dios. Se habían ido hilvanando una tras otra a medida que las nuevas situaciones lo exigían. Finalmente había parecido oportuno ponerlas por escrito y distribuirlas a los miembros la Compañía. El hecho tuvo lugar, como queda dicho, el 17 de mayo de 1658. Hace esto nada más y nada menos que tres siglos y medio. En mayo de 2008 celebraremos el 350 cumpleaños de tan solemne acto. Cuentan los relatores que en tal ocasión muchos de los presentes al oír a san Vicente “no pudieron contener las lágrimas y que sintieron en sus almas diversos movimientos de gozo”2.
Las Reglas Comunes contienen las directrices fundamentales de san Vicente, tocantes a la vida de perfección de sus misioneros. Han tenido una repercusión determinante en la vida de la Congregación de la Misión durante tres siglos y medio (1658-2008). Hoy las encontramos impresas en el mismo volumen que las Constituciones y los Estatutos de la Congregación. Carecen de valor jurídico, pero en el S. XXI siguen siendo un lugar de referencia para los hijos de san Vicente.
“Trabajos dirigidos a la salvación del prójimo”3
Las Reglas Comunes comprenden doce capítulos, con contenidos cada uno de ellos de muy distinta naturaleza. Flecha una lectura minuciosa, observamos que aquí y allá afloran los diversos ministerios de los misioneros. En ningún momento pretendió san Vicente nombrar todas las actividades o ministerios que en I 658 desempeñaban los misioneros, ni mucho menos bajar en las Reglas Comunes a detalles pormenorizados referentes a las ocupaciones de los suyos. Para conocerlos mejor disponemos de otros escritos del fundador: conferencias, cartas, repeticiones de oración y reglamentos. Lo cierto es que por un motivo o por otro son numerosos los trabajos de los suyos, mencionados en el texto de las Reglas. El catálogo es extenso. La Congregación de la Misión se propone imitar a Cristo “en los trabajos dirigidos a la salvación del prójimo”, “evangelizar a los pobres, sobre todo a los el campo” y “ayudar a los eclesiásticos a adquirir la ciencia y las virtudes exigidas por su estado”4. Lo anterior se refiere al programa general de la Compañía, en orden a su fin propio: seguir a Jesucristo evangelizador de los pobres.
Es función de los clérigos “recorrer los pueblos y las aldeas y repartir el pan de la palabra divina con la predicación y la catequesis”5. Les corresponde igualmente oír confesiones generales, arreglar litigios, fundar la cofradía de la caridad, regentar los seminarios externos, dar ejercicios espirituales, convocar conferencias de eclesiásticos en nuestras casas y otras actividades conformes con los trabajos enumerados. Corresponde a los laicos “ayudar a los eclesiásticos a la manera de Marta en todos los ministerios enumerados”6.
Ya tenemos delante un diseño bastante completo de las actividades de los misioneros. Pero no todo está dicho. A renglón seguido nos dirá el Santo que el espíritu de Jesucristo brilla entre nosotros en “el amor hacia los enfermos”, “en las misiones y otras actividades”7. Practicaremos la indiferencia incluso en la manera de “dirigir, enseñar y predicar”8; la pobreza y la castidad se han de poner en práctica ante todo en “nuestros trabajos en las misiones”9. Evitemos la ociosidad, madrastra de todos los vicios “estando siempre ocupados al algo útil”10.
El capítulo VI es rico en alusiones a una actividad peculiar: la atención a los enfermos de casa y de fuera. Se concretiza en la visita y las ayudas corporales y espirituales. Se tendrá además “sumo empeño en fundar y visitar las cofradías de caridad”11. Toca a los misioneros “animar a los demás a recibir bien y con frecuencia los sacramentos de la penitencia y de la eucaristía”12. En el capítulo X san Vicente limita las penitencias de los suyos debido a “los continuos trabajos de los misioneros” y “las graves ocupaciones”13. Acto seguido señala otro ministerio: “catequizar a los pobres, sobre todo a los mendigos, siempre que se presente la ocasión”14. Será en el capítulo siguiente donde tratará de las misiones y otros ministerios de la Congregación a favor de del prójimo. Nos limitamos a enumerar las diversas actividades aquí mencionadas: dirección espiritual, misiones y ejercicios15, predicación, catequesis, oír confesiones y resolver desavenencias16. El ministerio de las misiones debe ser para nosotros el primero y principal de entre los trabajos por el prójimo17; también hemos de “dirigir a las Hijas de la Caridad”18. No se han de descuidar ni mucho menos otras actividades: “en casa con los eclesiásticos externos, en particular con los ordenandos y los seminaristas, y con los que hacen ejercicios espirituales”19.
En el capítulo XII san Vicente ofrece algunas consideraciones para llevar a cabo con acierto los ministerios antes mencionados: intención de agradar a Dios20, nunca dominados por la vanidad si los resultados son patentes ni acongojados si algo sale mal21; siempre sencillos en las misiones, predicaciones, catequesis y servicios a los eclesiásticos22. Punto decisivo es el que san Vicente recoge a continuación: malo es el “deseo desordenado de saber”, pero los estudiantes “no dejarán por ello de dedicarse a los estudios necesarios para desempeñar bien las actividades del misionero”23.
Se ha de prestar atención a dos vicios que nos acechan. El primero es el espíritu de acedia que, según san Vicente, conduce a la búsqueda de comodidades y a la conservación a ultranza del propio físico, en detrimento del interés por el trabajo. El segundo es el celo exagerado que antes o después coloca a las personas al borde del vacío y las torna ásperas consigo mismo y con los demás24.
A punto de terminar el texto de las Reglas san Vicente tuvo a bien recordar que las cinco virtudes “forman el espíritu de la Misión”25. Los misioneros las apreciarán siempre, pero “sobre todo cuando llega la hora de ejercer nuestros ministerios”26. El fundador quiere unos misioneros entregados al trabajo, a ciertos ministerios, en orden siempre a la misión propia de la Compañía.
Las Reglas Comunes señalan, como acabamos de verlo, el cauce por el que día a día se deslizaran las actividades de los miembros de la Congregación.
Vicente de Paúl, trabajador infatigable
Vale más un ejemplo que cien sermones. Vicente de Paúl habló en diversas ocasiones ante las personas de dentro y de fuera de su comunidad sobre el trabajo. Pero sus palabras caminaban a una con su ejemplo personal. Fue un hombre entregado al trabajo: “amemos a Dios, hermanos míos, amemos a Dios, pero que sea a costa de nuestros brazos”27. Algunos se sienten contentos al dialogar con Dios en la oración, pero “cuando se trata de trabajar por Dios, de sufrir, y mortificarse, de instruir a los pobres… todo se viene abajo y les fallan los ánimos. No nos engañemos. Totum opus nostrum in operatione consistir28.Exponía sus convicciones sobre el trabajo con autoridad porque hacía más de lo que decía. En su agenda no quedaban lugares en blanco.
Los biógrafos antiguos y recientes nos dan cuenta de las ocupaciones de san Vicente, La lista es amplia. Señalamos en breve síntesis las líneas maestras de sus ocupaciones. Fue superior general de la Misión y responsable primero de san Lázaro. Siguió día a día la formación de los suyos, prestando particular atención a su obra más querida, la Misión. Dígase lo mismo con relación a las hijas de la caridad: fundación, orientaciones y formación espiritual. Siguió paso a paso la evolución de la nueva Compañía. Por otra parte, asumió responsabilidades con relación a las nacientes agrupaciones laicales: damas de la caridad y cofradías de la caridad. Dedicó tiempo a los eclesiásticos: conferencias de los martes y ejercicios a ordenandos. Todo lo anterior sin desdeñar otras ocupaciones: servicios a las monjas de la Visitación, consejo de conciencia, capellán de los galeotes, auxilios a las regiones devastadas y misiones al pueblo, en las que participó hasta muy adentrado en años. Estas y otras actividades le obligaron a emplearse a fondo. Durante sus treinta años de vida en San Lázaro se levantaba a las cuatro y se acostaba a las nueve de la noche, después de haber trabajado de diez a doce horas. Una porción considerable de tiempo la empleó en la correspondencia, unas treinta mil cartas, dirigidas a muy diversos destinatarios, y la preparación de las alocuciones a distintos colectivos: hijas de la caridad, misiones, eclesiásticos y laicos.
Un acicate para trabajar personalmente y a la vez aleccionar sobre este particular a los suyos fue por una parte el dicho del Sr. Duval: “un eclesiástico tiene que tener más faena de la que puede realizar”29 y por otra la incuria de los religiosos holgazanes y los clérigos ociosos de la época. Las órdenes mendicantes habían perdido el espíritu propio, convirtiendo la petición de limosnas en un pretexto para vivir a expensas del trabajo ajeno. Más aún, dentro de la Misión algunos se echaban atrás a la hora de gestionar ciertas obras emprendidas por el Fundador: “Podría suceder que, después de mi muerte algunos espíritus de contradicción y comodones dijeran: ¿Para qué molestarse en cuidar de esos hospitales? ¿Cómo poder atender a esas personas arruinadas por la guerra…?”. “habrá algunos que criticarán esa obras”30.
Vicente de Paúl, conmovido al constatar la pobreza de sus contemporáneos, emprendió incontables obras a favor de los pobres, contando en cada caso con la colaboración de otras personas, misioneros, hijas de la caridad y laicos. Se ha dicho que a veces resulta más fácil hacer por sí mismo las cosas que implicar a los demás. No es el caso de san Vicente. Trabajó duro personalmente, logrando al mismo tiempo que otros muchos se comprometieran de lleno en tan nobles empresas.
Una aportación significativa
Hemos repetido hasta la saciedad que san Vicente no fue un teólogo sistemático, que no lo pretendió y que no nos ofreció tratado alguno doctrinal elaborado a la perfección. Lo cual no significa que sus aportaciones en lo concerniente a la reflexión sobre el trabajo sean insignificantes. Digamos para empezar que en sus escritos, alocuciones y en su vida práctica el trabajo encontró siempre fácil acomodo. Ríe personalmente, como queda dicho, un trabajador incansable y se rodeó de hombres y mujeres trabajadores. Alimentó la espiritualidad de los suyos con frecuentes alusiones a la obligación y grandeza del trabajo. Es más, apoyó sus convicciones a este respecto sobre la base firme de la revelación divina: la actividad creadora de Dios, la obra redentora de Jesucristo y, por supuesto, la colaboración responsable del hombre.
Vicente de Paúl conocía la reflexión teológica de su tiempo sobre el trabajo. Sin ser original, nos ofreció unas orientaciones enteramente peculiares y valiosas. Quien recorra la biografía del santo y consulte los pasajes de sus escritos referentes al trabajo se verá gratamente sorprendido. No se encerró dentro de una única escuela o sistema, sino que, conociéndolos, elaboró y nos entregó una síntesis con color propio. Síntesis construida con materiales tomados de la sagrada escritura, la tradición teológica y la lectura in sito de los signos de los tiempos, en particular los pobres, a quienes había que liberar de sus carencias corporales y espirituales, culminando de esta manera la obra creadora de Dios y la gesta liberadora del Hijo de Dios encarnado. Mientras haya pobres la una y la otra permanecen inconclusas. Por ellos, los pobres, merece la pena poner manos a la obra, trabajar para hacer desaparecer cuanto afea el proyecto creador y redentor de Dios.
Indicaciones fundamentales
La Reglas Comunes de la Misión contienen, como queda dicho, un amplio catálogo de actividades propias de los misioneros. Sin embargo no son ricas en comentarios sobre el trabajo humano en sí mismo. Lo tocante a la reflexión sobre el trabajo se encuentra expuesto en las cartas y conferencias a los misioneros y a las hijas de la caridad. Entre los testimonios conservados sobresale, por su extensión, solidez y argumentación, la conferencia del 28 de noviembre de 1649 a las hijas de la caridad. Lleva por título: “Sobre el amor al trabajo”. Espigando aquí y allá nos es posible señalar algunos puntos en los que el santo incide con particular énfasis. Se trata de las líneas fuerza que sustentan su reflexión sobre el sentido del trabajo y la obligación de trabajar.
Dios “no ha estado ni un solo momento sin trabajar”
Vicente de Paúl aprovechó las conclusiones teológicas referentes al trabajo de los humanos, plasmadas en la larga tradición de la Iglesia. No obstante lo recibido de manos ajenas, dio un paso adelante a fin de proporcionar sólidos fundamentos a sus convicciones personales sobre el trabajo. A este propósito acudió entre otros a la palabra de Dios, en la que encontró valiosos paradigmas, de los que extraer conclusiones prácticas.
En la bula de fundación de la Congregación nos recuerda “que debemos venerar el misterio de la Trinidad”31. Del misterio de la Trinidad va tomar en este caso una lección de vida: “el mismo Dios trabajó continuamente, continuamente ha trabajado y trabaja. Trabaja desde toda la eternidad dentro de sí mismo por la generación eterna de su Hijo, que jamás dejará de engendrar. El Padre y el Hijo no han dejado nunca de dialogar, y ese amor mutuo ha producido eternamente al Espíritu Santo, por el que han sido, son y serán distribuidas todas las gracias a los hombres.32.
Vicente de Paúl dirige en este caso su mirada hacia el ámbito de la trascendencia de Dios Uno y Trino. En el recuerdo de las explicaciones que había escuchado en las aulas sobre las relaciones intratrinitarias, extrae una primera conclusión: a imitación de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, y que trabaja dentro de sí mismo, nos corresponde trabajar con el sudor de la frente.
El fundador de la Misión prosigue su discurso: “Dios trabaja, además, fuera de sí mismo, en la producción y conservación de este universo, en los movimientos del cielo, en las influencias de los astros, en los producciones de la tierra y del mar, en la temperatura del aire, en la regulación de las estaciones y en todo este orden tan hermoso que contemplamos en la naturaleza, y que se vería destruido y volvería a la nada, si Dios no pusiese en él sin cesar su mano”33. Vicente de Paúl apela en un segundo momento a Dios creador y, siguiendo las pautas teológicas vigentes, también conservador. Dios no se desentiende de la obra realizada por sus manos. Se implica de lleno sustentándola de continuo. Está presente en la historia y en el devenir de los acontecimientos. El proyecto creador y mantenedor de Dios se despliega aquí entre nosotros. De lo dicho nos toca extraer una lección: colaborar como buenos obreros en la obra creadora de Dios: “el hombre, creado a imagen de Dios, mediante su trabajo, participa en la obra creadora de Dios”34. El trabajo de los humanos encuentra aquí su razón de ser.
Vicente de Paúl, que ha puesto sus ojos en Dios creador, nos ofrece nuevas matizaciones: “Además de este trabajo general, trabaja con cada uno en particular, trabaja con el artesano en el taller, con la mujer en su tarea, con la hormiga, con la abeja, para que hagan su recolección, y esto incesantemente y sin parar jamás. ¿Y por qué trabaja? Por el hombre”35. En otras palabras, el hombre colabora en la transformación de la obra creada por Dios y es en esa cooperación donde se encuentra la dignidad y el sentido auténtico del trabajo. Enseña el Vaticano II: “el hombre con su trabajo desarrolla la obra de su creador, sirve al bien de sus hermanos y contribuye de modo personal a que se cumplan los designios de Dios en la historia”36. El pensamiento vicenciano coincide, pues, con la enseñanza conciliar. Dejemos que sea san Vicente quien concluya este apartado: “¡cuán razonable es que nosotros, criaturas suyas, trabajemos, como se ha dicho, con el sudor de nuestra frente!”37.
“¿Qué hizo nuestro Señor mientras vivió en la tierra?”
La “imitado Christi” ocupa un lugar central en la espiritualidad vicenciana. El lenguaje del Fundador a este respecto es multiforme: seguir e imitar a Jesucristo, conformar nuestros sentimientos con los suyos, obrar como obraba nuestro Señor, Jesucristo es el cuadro invisible en el que hemos de conformar nuestras acciones. El recurso al seguimiento de Jesucristo en todo es frecuente: en las virtudes, padecimientos, trabajo… Por este camino la vida y los comportamientos del cristiano, según san Vicente, cobran sentido y seguridad.
“¿Qué hizo nuestro Señor mientras vivió en la tierra?… Él llevó dos vidas en la tierra. Una desde el nacimiento hasta los treinta años, durante los que trabajó con el sudor de su divino rostro para ganarse la vida. Tuvo el oficio de carpintero; se cargó con el cesto y sirvió de jornalero y de albañil. Desde la mañana hasta la noche estuvo trabajando en su juventud y continuó hasta la muerte… El otro estado de la vida de Jesucristo en la tierra fue desde los treinta años hasta su muerte. Durante estos tres años ¿qué es lo que no trabajó de día y de noche, predicando una veces en el templo, otras en una aldea, sin descanso, para convertir al mundo y ganar las almas para Dios su Padre?”38. Vicente de Paúl, en consonancia con la vida del Hijo de Dios en la tierra, tras contemplar su santa humanidad, extrae una vez más una conclusión práctica: Cristo, el hombre trabajador, pide que también nosotros lo seamos. Dirá a este respecto: este es el comportamiento del Hijo de Dios “le vemos vivir de sus manos y en la ocupación más baja y penosa del mundo. ¿Y nosotros, ruines y miserables, vamos a estar inútiles?”39… nos corresponde “imitar la conducta de nuestro Señor en la tierra; y ganarse la vida de esta manera, sin perder tiempo, es ganársela como nuestro Señor se la ganó”40. El 5 de enero de 1964 Pablo VI nos dejó en Nazaret, junto a la casa del carpintero, este mensaje: “queremos finalmente saludar aquí a todos los trabajadores del mundo y señalar al gran modelo, al hermano divino, al defensor de todas sus causas justas, es decir: a Cristo nuestro Señor”. En suma, el trabajo humano encierra un valor positivo al secundar la vida de Jesucristo trabajador.
“Empleaba el tiempo de día y de noche para bastarse a sí mismo, sin pedir nada a nadie”
Es frecuente el recurso de san Vicente al ejemplo de Jesucristo y de la constelación formada pos las personas que le rodearon durante su vida en este mundo: María, José. Juan Bautista, las santas mujeres, los apóstoles y Pablo de Tarso. Todos ellos formar un cuadro teofánico, al que remitirse es de obligado cumplimiento: debemos trabajar “para imitar a nuestro Señor, a su santa madre y a san José, que trabajaron durante toda su vida”41.
Vicente de Paúl había medido sin duda el alcance de las indicaciones bíblicas sobre san Pablo trabajador: “estando entre vosotros no vivimos desordenadamente, ni cominos de balde el pan de nadie, sino que día y noche con fatiga y cansancio trabajamos para no ser una carga a ninguno de vosotros”42; Pablo se hospedó en cada de Aquila y Priscila “y como era del mismo oficio se quedó a vivir y trabajar con ellos. El oficio de ellos era fabricar tiendas”43; “vosotros sabéis que estas manos proveyeron a mis necesidades y las de mis compañeros”44.
En la reflexión posterior de la Iglesia sobre el trabajo humano, el ejemplo de san Pablo, tal como lo presentan los pasajes recordados, ha ocupado un lugar preferente, ha siso un lugar obligado de referencia al tratar esta temática. San Vicente no es una excepción. Sintoniza plenamente con el ejemplo y las enseñanzas del Apóstol de las Gentes: “san Pablo, el gran apóstol, el hombre lleno de Dios, el vaso de elección, se ganó la vida con el trabajo de sus manos; en medio de sus grandes trabajos, de sus graves ocupaciones, de sus predicaciones continuas, empleaba el tiempo de día y de noche para poder bastarse a sí mismo, sin pedir nada a nadie”45. San Pablo concluye el discurso sobre su condición de trabajador con una invitación: a estos “recomendamos y exhortamos en el Señor Jesucristo que, trabajando sosegadamente, coman su pan”46. Por supuesto, Vicente de Paúl también pide a los suyos que, a ejemplo de san Pablo, valoren el trabajo para bien propio y de los demás: “¿Quién no se llenará de confusión ante este espectáculo?”47.
El trabajo: Vocación del hombre
La vida y enseñanza de Vicente de Paúl tiene poco que ver con una concepción pesimista del trabajo en cuanto tal. Según el fundador de la Misión la persona trabajadora goza de honorabilidad. En términos generales su valoración del trabajo humano es altamente positiva. Dios mandó al hombre “ganarse a vida con el sudor de su frente”48. Se trata de un “mandato expreso que dio Dios al hombre”… “tan expreso que no hay hombre alguno que pueda exceptuarse de él”49. Este mandamiento en nada se parece a un castigo o maldición de parte de Dios. Se ha de considerar como lo que es, una vocación fundamental del hombre: el trabajo realizado por los hombres “para lograr mejores condiciones de vida, considerado en sí mismo, responde a la voluntad de Dios”50. Sin embargo, debido al pecado el “trabajo nos sirve de penitencia por el esfuerzo que exige al cuerpo”51; “el labrador que vemos tras el arado cultivando y sembrando el grano para el alimento de los hombres; cumple con este mandamiento, porque su cuerpo sufre y pena, de forma que el sudor cae de su rostro muchas veces”52; Dios mío “¡qué buena lección nos das por medio de los labradores del campo, de los artesanos de las ciudades y de los soldados que van a la guerra! Trabajan sin cesar y sufren mucho por cosas que han de perecer con ellos”53. Ciertamente el trabajo lleva consigo algunas limitaciones, por ejemplo, la inadecuación entre el esfuerzo y los resultados, la lógica de la obligatoriedad permanente y la fatiga inherente a la actividad humana. Esa fatiga ofrece al hombre la posibilidad de participar en el misterio pascual: “soportando la fatiga del trabajo en unión con Cristo crucificado por nosotros, el hombre colabora, en cierto modo, con el Hijo de Dios en la redención de la humanidad”54.
Otras consideraciones vicencianas sobre el trabajo
Trabajarás con tu entendimiento y con tus brazos
En la sociedad griega no todas las actividades humanas eran consideradas igualmente dignas. El logos, la cultura y el ágora tenían prioridad sobre los trabajos propios del artesano. El trabajo intelectual prevalecía sobre el trabajo manual. Esta jerarquización de la actividad humana ha influido en el pensamiento cristiano. Sin embargo, la concepción bíblica del trabajo se ajusta a otros parámetros. Todos los trabajos gozan de idéntica dignidad. No hay motivos para infravalorar el trabajo corporal ni para supervalorar las actividades del espíritu. Vicente de Paúl considera igualmente dignas todas las actividades: “Trabajarás no solamente con tu entendimiento, sino con tus manos, con tus brazos y con tu cuerpo, y trabajarás con tal actividad que el sudor que caerá de tu frente”55.
Trabajo al servicio de la comunidad
La reflexión teológica sobre el trabajo ha recuperado definitivamente una vertiente, hoy reconocida por el magisterio eclesiástico. La actividad humana se desenvuelve en orden a la ayuda fraternal y a la promoción a favor de la comunidad. Dirá san Vicente: ”en tercer lugar hay que hacerlo pensando que estáis trabajando en el servicio del prójimo, que es tan estimado por Dios que cree como hecho a sí mismo lo que se hace para consuelo de los demás”56. Esta vertiente del trabajo es la más socorrida en la espiritualidad vicenciana. El fin señalado por Vicente de Paúl a las agrupaciones por él fundadas coincide en un punto central: existimos y somos para los demás y, en particular, para los pobres. En tomo a este principio se mueve todo: personas, tiempo, obras, ministerios y bienes.
Un ejemplo tomado de la naturaleza ilustra cuanto decimos: “la hormiga es un animalito al que Dios le ha dado tal previsión que todo lo que puede recoger para el invierno durante el verano y el tiempo de la cosecha, se lo lleva a la comunidad”57; “las abejas hacen esto mismo durante el verano. Van formando su provisión de miel, recogiéndola de las flores, para vivir durante el invierno, y se la llevan, lo mismo que las hormigas, a la comunidad”58. “Y si lo hacen las abejas, como ya hemos dicho, cogiendo la miel de las flores y llevándola a la colmena, para alimento de los demás, ¿por qué vosotras, que tenéis que ser como las abejas celestiales, no lo vais a hacer?59. El pensar de Vicente de Paúl coincide con las directrices recientes del magisterio: “el trabajo sirve para multiplicar el patrimonio de toda la familia humana, de todos los hombres que viven en el mundo60. Por el trabajo el individuo se realiza personalmente, se integra en la sociedad y comparte el pan con los demás en tomo a la mesa común.
El trabajo no es un valor absoluto
El ser humano ha sufrido con relación al trabajo dos tentaciones. A veces lo ha idolatrado, ha exaltado la producción y la competitividad, hasta el punto de ansiar el éxito y el dinero por encima de todo otro bien. En ocasiones lo ha convertido en el centro indiscutible de la vida, en el valor supremo. El trabajo, dejando de ser un medio, pasó a ser un fin en sí mismo.
La palabra de Dios desmonta esta falacia. Dios creó el mundo en seis días y el séptimo descansó. Es decir, el trabajo no representa la totalidad de la vida humana. Jesús, por su parte, en la parábola del rico necio61 relativiza la supravaloración del trabajo humano. Ni el trabajo ni la producción son capaces de garantizar la vida. Vicente de Paúl se mueve en esta misma dirección: “Estoy seguro, padre, de que a usted le cuesta mucho estar privado durante tanto tiempo de las principales .funciones de la compañía; pero, aparte de que en algún aspecto sí que la desempeña, en cuanto que sirve a las almas para la eternidad y hace ver a los eclesiásticos cómo tienen que ser con las virtudes que usted practica, también tiene de esta forma el medio de honrar el no-hacer de nuestro Señor, ya que no navega usted a velas desplegadas, es decir, con todo el celo, en medio de las vastas ocupaciones de los obreros apostólicos”62. En términos semejantes se expresa Juan Pablo II: “el hombre tiene que imitar a Dios tanto trabajando como descansando, desde que Dios mismo ha querido presentarle la propia obra bajo la forma del trabajo y de reposo”63.
La segunda tentación invita al hombre a menospreciar el trabajo, a aceptarlo con resignación, como una carga carente de sentido. Vicente de Paúl se encuentra en las antípodas de esta versión. Con no poca frecuencia y energía comenta en sus alocuciones el vicio de la ociosidad: “le confieso que la ociosidad es con frecuencia una piedra de tropiezo y que los misioneros tienen que evitarla más que cualquier otra persona en el mundo, ya que están hechos para el trabajo”64; a la persona perezosa “no le gustará andar junto al fuego, sino estar lo más lejos posible de la cocina”65. En efecto, quien menosprecia el trabajo impide la circulación del mandato divino: “con el sudor de tu rostro comerás el pan”66 y recorta la capacidad creadora que Dios ha regalado al hombre.
Nos recuerda el evangelio de Mateo que el propietario de la viña salió a contratar obreros y les dijo: “¿por qué estáis aquí todo el día parados?67. En la viña, la de antes y la de ahora, no falta trabajo. Los pobres del mundo son legión. Motivo de más para aceptar la ley universal del trabajo en este frente común. Es el nuestro.
José Ignacio Fdez. H. Mendoza, C.M.
NOTAS:
1. 1625-1658
2. XI, 33 I
3. RC I. 1
4. RC I, 1
5. RC I, 2
6. RC I, 2
7. RC 1, 3
8. RC II, I 1
9. RC III, 2: IV, 1
10. RC IV, 5
11. RC VI, 1
12. RC X, 5
13. RC X, 15
14. RC X, 20
15. RC XI, 2.5.6.7
16. RC XI, 3.4.8
17. RC XI, 10
18. RC, XI, 11
19. RC XI, 12
20. RC XII, 2
21. RC XII, 3
22. RC XII, 5.6
23. RC XII, 8
24. RC XII, II
25. RC XII, 12
26. RC: XII, 12
27. XI, 733
28. XI, 733
29. XI, 121
30. XL 395
31. RC X, 2
32. IX, 444
33. IX, 444
34. Laborem exercens, 25
35. IX, 444
36. Gaudium et Spes, 34
37. IX, 445
38. IX, 446
39. IX, 446
40. IX, 447
41. IX, 441
42. 2 Tes 3, 7-8
43. Hch 18,3
44. Hch 20, 34
45. IX, 447
46. 2 Tes 3, 12
47. IX, 447
48. IX, 442
49. IX, 442
50. Gaudium et Spes, 34
51. IX, 442
52. IX, 442
53. VIII, 100
54. Laborem exercens, 27
55. IX, 442
56. IX, 451
57. IX, 444
58. IX, 444
59. IX, 449
60. Laborem exercens, l0
61. Le 12, 13-21
62. VII, 417
63. Laborem exercens, 25
64. VII, 417
65. IX, 422
66. Gn 3. 19
67. Mi 20, 6-7
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