Textos para la Historia de la CM en España (10 de octubre)

Textos para la Historia de la CM en España (10 de octubre)

libros_texto_2_300x150Ordenanzas a la casa de Guisona

10 de Octubre de 1769

Víctor Melción, indigno sacerdote de la Congrega­ción de la Misión, a nuestros carísimos sacerdotes y her­manos de la casa de Guisona, salud en el Señor.

Habiendo por comisión y mandato que nos ha dado el muy Rdo. Sr. Antonio Jacquier, Superior General de la dicha nuestra Congregación de la Misión, empezado la visita de esta casa a los 30 de septiembre y terminándola a 10 de octubre de 1769, hemos juzgado dejaros las si­guientes órdenes que servirán para conservar la observan­cia y tener lejos la relajación.

  1. No es posible vestirse del espíritu de la Congrega­ción, sino se forma de él el debido concepto, el cual sedebe tomar de las reglas bien entendidas y consideradas, principalmente de las contenidas en el capítulo segundo que son el fundamento de aquella perfección que debemos atender como fin primario, y de la vida de nuestro Santo [Padre] a quien nos ha propuesto Dios por ejemplar. En ella veremos cuanto nos importa estar bien unidos con Dios para poder fructuosamente tratar con los prójimos y ganarlos para Dios, quedaremos convencidos, que el uno sin el otro no constituye a un perfecto Misionario; por­que siendo la unión con Dios como el alma, y el trato con los prójimos como el cuerpo, así como el alma sin el cuerpo no es, ni puede decirse hombre, y el cuerpo sin el alma no es más que un cadáver; así el Misionario que qui­siese tratar solamente con Di‘ts, sólo sería un buen anaco­reta, y el que sólo quisiese aplicarse al trato con los hombres, tendría solamente la apariencia de Misionario; pero no la substancia, por los muchos defectos en que misera­blemente caería. Por tanto, nuestro Santo Fundador, com­poniendo el espíritu de la Congregación, unió prudente­mente a las virtudes de la simplicidad y de la humildad que tienen la una por sólo objeto a Dios, y la otra que res­pecta a nosotros), las de la mansedumbre y mortificación, que unidas las tinas con las otras forman un celoso Misio­nario, como se ve en el mismo Santo.
  2. Insiguiendo este principie, será bien que todos en general y cada uno en particular tenga delante los ojos la práctica de la más exacta obediencia, acompañada de las tres condiciones expresas en las Reglas comunes: Prompte, hilariter et perseveranter. Reconociendo siempre en la per­sona del Superior la de Cristo Señor Nuestro, quien factus est obediens usque ad mortem. Aplicándose con todo cuidado a la mortificación de la propia voluntad y propio juicio, que siguiendo la voluntad de los superiores se ha­ce la de Dios: Qui vos audit, me audit. De aquí ha de se­guirse, el guardarse bien, no sólo de censurar y criticar, que sería muy enorme defecto en personas de nuestra profe­sión; mas aun de quejarse o tener tratos, aunque secre­tos, sobre las Órdenes o modo de gobernar de los supe­riores; mas antes bien se recurra al admonitor o a quien puede y debe remediarlo en caso de necesidad.
  3. Y como nuestra Congregación después de la perfección a que cada uno debe procurar, tiene igualmente por fin el procurar la salud eterna de los prójimos, principalmente de los pobres aldeanos y de los eclesiásticos, exhortamos a cada uno, que procure llenarse de aquel fuego que infla­mó el corazón de los Apóstoles y primeros discípulos de Cristo, cuyos sucesores somos en el santo ministerio de celar la salvación de las almas, y asimismo irse siempre más habilitando con el estudio, cada cual según su propio talen­to, para las funciones propias del Instituto, señaladamen­te de la campaña, las cuales no pueden omitirse sin nota de infidelidad, bajo cualquier pretexto de nuestro provecho o cualquier color de mayor bien.
  4. En orden al buen suceso de las misiones no podemos dejar de daros los siguientes avisos: 1.° De profesar una entera sumisión al Director de ellas como al superior de la casa, cuyas veces tiene, sin resistir, hacerse rogar, que­jarse o entrometerse en alguna cosa de propia cabeza, tan­to en lo que toca a las funciones, como en la economía de la casa y con el Hermano, quien debe solo depender de las órdenes del mismo Director, a quien únicamente y no al Hermano deben recurrir los sujetos en caso de necesidad. 2.° De observar fielmente el reglamento en la distribución del tiempo y de los empleos, en el ir y volver de la iglesia y a casa en las horas señaladas , juntos, con silencio y de­bida gravedad. 3.° De no ir ninguno jamás sólo por el país, so cualquier color de componendas o visitar enfermos; mas siempre acompañado de alguno de los nuestros, o de un clérigo u otra persona honesta. 4.° De no admitir mujeres, que sean solos en casa de nuestra habitación, y caso de haber de tratar con ellas de precisa necesidad, que vengan acompañadas; y en caso de componendas tener presente la mansedumbre y trato caritativo con las pala­bras y acciones, que tanto nos recomienda nuestro santo Instituidor. 5.° De no olvidar la costumbre que tiene la Congregación de probar en la doctrina cristiana y discreción los muchachos y muchachas de primera comunión en el último de la misión. 6.° De practicar la disposición de la Asamblea general de 1668 de tocarse la campanilla y no pasar el sermón o doctrina de los tres cuartos en los de trabajo y en los demás días de fiesta una hora, comprendidos siempre el ejemplo, epílogo y acto de con­trición con que se concluye el sermón. 7.º De no hablar de los dichos y defectos del pueblo, y mucho menos de los de los sacerdotes y curas, que podrían ser reportados a ellos, y aun mucho menos de las cosas oídas en confesión, acerca ‘de las cuales se ha de ir con gran cautela en con­sultar los casos, y con mucha prudencia en las doctrinas y prédicas, aunque se hable en general; porque, a más del peligro de violar el sigilo de la confesión, podrían los oyen­tes escandalizarse y parar las misiones o ser rehusadas. 8.° Finalmente, de no admitir en nuestra recreación con facilidad a los externos; así porque ordinariamente no suele ser agradable a todos los compañeros, como aun porque podría quedar menoscabado el gran concepto que de nos­otros tienen los mismos externos, si notaban alguna de aquellas ligerezas, le las cuales con dificultad se preser­va una persona en semejantes coyunturas, si no está muy sobre sí.
  5. Encomendamos vivamente al superior de la casa, asistente y al enfermero el cuidado solícito y amoroso con los enfermos, que según el espíritu de la Congregación deben ser asistidos y provistos con toda caridad de todo lo necesario, aun cuando hubiéramos de vender los vasos sagrados, según el sentir de nuestro Santo [Padre].

Y al mismo tiempo tengan presente los mismos enfer­mos el ejemplo que han de dar en sufrir con santa pacien­cia, si en algún caso o por inadvertencia o por imposibili­dad les viene en falta alguna cosa, debiendo practicar en tal caso la virtud que in infirmitate perficitur.

  1. Por cuanto el buen gobierno de una familia reli­giosa pende en gran parte de la vigilancia y exactitud de los oficiales de ella, rogamos a cada uno de ellos, que pro­curen tener las cartas [reglas] y leerlas a menudo, y el su­perior y asistente de la casa deberá con más frecuencia leer, no solo las propias, sino también las de los otros, y aun las que tenemos para ordenandos y ejercitantes, a fin de observar si cada tino cumple fielmente con su obli­gación, y en caso de inobservancia deberá dicho asistente dar parte al superior, para que no se introduzcan abusos.
  2. Y porque la caridad recíproca entre nosotros, se­gún el Apóstol, es vínculo de la perfección cristiana, vinculum perfectionis, exhortamos a todos a conservarse muy unidos en esta santa v tierna dilección que nos hace ver­daderos discípulos de Cristo, amándonos los unos a los otros, como verdaderos y queridos hermanos, con hacer buen concepto de todos, ayudándose en las ocasiones, so­portándose en los defectos y previniéndose recíprocamente en el honor. Y, sobre todo, guardarse de los actos contra­rios, mostrándose ofendido y disgustado, quejarse del mo­do de portarse los otros, criticar sus obras, mostrar sus efectos, que no se han de manifestar, sitio a quien puede y debe poner el remedio conveniente; y acordarse ca­da uno que la caridad patiens est, benigna est, non adulatur, non agit perperam» etc.
  3. Por último, recomendarnos esta misma caridad a nuestros amados hermanos coadjutores, exhortándoles a soportarse los unos a los otros, compadecerse, ayudarse cuando se ofrezca ocasión y respetarse recíprocamente entre sí. Recomendándoles aun igualmente el debido res­peto a los sacerdotes y la exacta dependencia de los ofi­ciales; el silencio por la casa, portería y demás oficinas, con­siderando que Dios está presente y nos manda el silencio en la regla; la policía en el refectorio, cocina, corredores y demás oficinas; la puntualidad en los oficios. 1 luir del ocio, manantial de todos los vicios, y tener amor al traba­jo, con el cual va unido el amor de la santa pobreza, la, cual los debe animar a trabajar y hacerles industriosos para que nada se malogre o pierda, y se hagan los discre­tos ahorros en todo lo que pertenece a sus oficios, acor­dándose que el faltar a la pobreza, es faltar a un voto, a que están más expuestos los que manejan y gobiernan las cosas temporales. Y finalmente les encomendamos la estre­cha unión con Dios con el uso de las oraciones jaculatorias que se pueden practicar en cualquier tiempo y en el actual ejercicio de sus empleos.

Y para que las presentes órdenes sean fructuosamente observadas, se leerán cada primer viernes del mes, tanto en casa como en misión, haciendo entonces el superior las debidas reflexiones, cuando advierta que se ha faltado en ellas, según el orden del honorabilísimo Superior General en su carta circular del primero de enero 1749, y se to­rnarán por sujeto de nuestras conferencias, siempre que sea menester,

VÍCTOR MELCIÓN.

—AMCM. Sign. 201.

Mitxel Olabuénaga, C.M.

Sacerdote Paúl y Doctor en Historia. Durante muchos años compagina su tarea docente en el Colegio y Escuelas de Tiempo Libre (es Director de Tiempo Libre) con la práctica en campamentos, senderismo, etc… Especialista en Historia de la Congregación de la Misión en España (PP. Paúles) y en Historia de Barakaldo. En ambas cuestiones tiene abundantes publicaciones. Actualmente es profesor de Historia en el Colegio San Vicente de Paúl de Barakaldo.

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