Textos para la Historia de la CM en España (22 de enero de 1752)

Textos para la Historia de la CM en España (22 de enero de 1752)

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Juan José Testori, indigno sacerdote de la Congre­gación de la Misión, a nuestros carísimos sacerdotes, clé­rigos y hermanos de Barcelona, salud en el Señor.

Habiendo en virtud de la autoridad que nos tiene dada el muy Rdo. Sr. Luis Debrás, Supeiror General de dicha nuestra Congregación, empezado la visita de esta casa en 7 y terminádola en 22 del corriente mes de enero del año 1752, hemos juzgado dejaron las siguientes órdenes que servirán a conservar establemente la observancia y a te­ner lejos la relajación.

1. No es posible vestirse del espíritu de la Congre­gación, si no se forma de él el debido concepto, el cual se debe tomar de las Reglas, bien ponderadas en la medi­tación, principalmente de las contenidas en el capítulo se­gundo que son el fundamento de aquella perfección que de­bemos proponernos como fin primario, y de la vida de nuestro Santo a quien nos ha propuesto Dios por ejemplar y dechado. En ella veremos cuanto nos importa el es­tar bien unidos con Dios para poder fructuosamente tra­tar con los prójimos y ganarles para Dios, y nos conven­ceremos que lo uno sin lo otro no constituye a un perfecto Misionero; porque siendo la unión con Dios como el al­ma, y el trato con los prójimos como el cuerpo, así como el alma sin cuerpo no es ni puede ser hombre, y el cuerpo sin alma no es más que un cadáver; así el Misionero que quisiere tratar solamente con Dios, sólo será un buen sacerdote, y el que sólo se aplicare al trato con los hom­bres, sin procurar la unión con Dios, tendrá solamente la apariencia de Misionero, mas no la substancia, por los muchos defectos en que miserablemente caería. Por esto N. S. Padre componiendo el espíritu de la Congregación unió prudentísimamente a las virtudes (le la simplicidad y de la humildad, que tienen la una por solo objeto a Dios y la otra que respecta a nosotros, las de la mansedum­bre y mortificación, que unidas las unas con las otras for­man a un celoso Misionero, como se ve en el mismo San­to, cuya vida debería cada uno tener siempre muy presen­te para reglar su modo de obrar.

2. Siguiendo este principio es cierto que no nos basta el habernos despegado del mundo con los votos que hemos hecho de pobreza, castidad y obediencia; sino que debemos procurar adquirir estas virtudes, aun con aquella perfec­ción que se nos insinúa en las Reglas, encomendándonos en cuanto a la pobreza de recibir de las manos de la Di­vina Providencia lo que se nos da, sin lamentos o murmu­raciones; no tomarse libertad de apropiarse lo que debe servir a la Comunidad, y no pretender cosa alguna contra el uso y costumbre de la Congregación, y mucho menos comprarse con su dinero aquello de que podemos necesitar. Por lo que encargamos al superior de no conceder estás licencias; mas antes proveer, según la costumbre de la Congregación, a las necesidades que pueden ocurrir, cui­dando que no se introduzca alguna variedad en el vestir, conforme dispone la última Asamblea general. En cuanto a la castidad acordamos a todos, a más de lo prescrito en las Reglas, lo que tan apretada y prudentemente disponen las asambleas generales en orden al no tratar, o a las cau­telas con que en el caso de precisa necesidad conviene por­tarse con personas de otro sexo, así en la ciudad como en las misiones. En la obediencia, por fin, venciendo toda re­pugnancia y poniéndose en manos del superior, como la lima en las del artesano, prontos para cumplir, no sólo su voluntad, sino aun a cualquiera señal.

3. Para no hacer perder a esta casa el buen concepto en que todos la tienen por causa de la exactitud en lo que toca al culto de Dios y nuestro retiro y recogimiento, se guardará siempre con mayor rigor el silencio en la sacristía, retirándose de ella, si alguno nos quiere hablar, sino es pira confesarse, estando lejos de los segla­res, si no nos obliga un justo motivo de la salud de las almas, el cual se debe ponderar muy bien delante de Dios, para que bajo el pretexto de celo no se insinúe o la pro­pia complacencia, o nuestro no bien reglado natural de andar dando vueltas por la casa, u otro terreno afecto, acor­dándose en el tratar con los referidos que siempre somos Misioneros y siempre nos debemos portar como tales, como prescriben las Reglas comunes en el capítulo IX, las cua­les se deben tener muy presentes, guardándose sobre todo de no comunicarles nuestras cosas internas, y mucho me­nos los defectos de otros o trabajos particulares, ligereza y desorden que echaría a perder la estimación no sólo de los sujetos, sino también de toda la casa, cosa que no po­dría excusarse de culpa. Se guardará asimismo en toda la casa el silencio; pero más aun que en otro lugar, en la por­tería y en el claustro a ella anejo, así por la iglesia tan ve­cina, como para que no se introduzca el hacerse allá, sin­gularmente en las fiestas después de las vísperas, una es­pecie de conversación con los seglares, que ocasionaría gra­vísimo perjuicio a la observancia y a nuestro buen nom­bre. Por lo que deberá cualquiera que sea llamado con licencia del superior de algún externo, retirarse en los cuartos dispuestos para este fin; sobre lo que estará el su­perior muy vigilante. Y porque en esta casa la sobrina del fundador suele entrar algunas veces al año, encargamos que ninguno la acompañe, sino el superior y algún otro sacerdote de él destinado, y aun cuando ella y las de su co­mitiva, siguen la casa tendrá cada uno quitada la-llave de su cuarto, hasta que hayan salido las referidas de los co­rredores, guardándose en todo ese tiempo de abrir la puer­ta, aunque alguna de ellas llamase y golpease en ella.

4. El buen orden de la casa, así como pide que cada oficial observe exactamente sus reglas, por lo que las de­berán leer a menudo, a fin de entenderlas bien y tenerlas) presentes, así necesariamente exige que ninguno se intro­duzca en el oficio de otro, sino con los límites de las Re­glas comunes en el párrafo 9 del capítulo V. Por eso se guardarán de dar orden alguna, ni mandar ni hacerse dar ninguna cosa de los Hermanos, ni comer o beber fuera del refectorio.

5. En cuanto a las funciones del Instituto, viniendo tantos continuamente a esta casa a hacer los ejercicios, a más de los que se darán en común tres o cuatro veces al año, recomendamos a los directores que se empleen con todo el celo a esta función, guardándose de hablar con los ejercitantes de cosas impertinentes al fin porque se han retirado, nadie se tomará la libertad de ir a hablarles ba­jo de cualquier pretexto. En las misiones, por las cuales nos alegramos de ver en todos tanto celo, convendrá arre­glarse siempre más y más cada uno al reglamento, a fin de lograrse el salir muchas almas del peligro de condenar­se y ponerlas en camino de salvación. Por esto procurará cada uno revestirse del espíritu propio de las funciones que tendrá encargadas, sin querer meterse a hacer la de su compañero: por ejemplo quien hace la doctrina, instruir y no pasar a hacer discursos; y quien hace los discursos o pláticas, no hacer en lugar de ellas un sermón; pues todas las funciones y cada una de por sí son utilísimas a las al­mas. Asimismo se haga como se debe la doctrina a los mu­chachos de primera comunión, imitando a Cristo Nuestro Señor que tanto se complacía de verse rodeado de niños: Sinate párvulos venire ad me. Se conformarán todos a en­señar su mismo ejercicio del cristiano, que será el im­preso en el librito más pequeño. Se acabará cada función a su debido tiempo, sin tomarse ninguno la libertad de exceder fuera de lo prescrito. No se tratará con seglares, sino por necesidad y se observará silencio yendo y vi­niendo de la iglesia.

6. Para que la caridad resplandezca más y más entre vosotros, consideramos conveniente sugeriros el medio más excelente, que es de atender cada uno a su propio aprovechamiento; interpretar a buena parte las acciones de otros, excusar y compadecer sus defectos en nuestro corazón, y esto aun cuando oyésemos que murmuraran con­tra nosotros, a imitación de nuestro Santo Fundador.

7. A nuestros amados hermanos, finalmente, encomen­damos el que procuren santificar sus fatigas y trabajo con la fidelidad a las cosas espirituales que deben practicar con el debido espíritu y fervor, acordándose que sirven a Jesucristo y a los Apóstoles en los Señores Sacerdotes; amar la pobreza en la cual más fácilmente podrían faltar por el manejo que tienen de las cosas; no fomentar jamás entre sí, ni amistades particulares, ni aversiones, y por fin ayudarse mutuamente con buena voluntad y caridad como buenos amigos, conforme dicen las Reglas comunes, y en calidad de carísimos hermanos que todos son en el Señor.

Y para que las presentes órdenes sean con más facilidad observadas, se leerán cada primer viernes de mes, haciendo entonces el superior las debidas reflexiones, cuando ad­vierta que se ha faltado a ellas, según el orden de nuestro honorabilísimo Superior General en su carta circular de 1 de enero de 1749, y se tomarán por sujeto de nuestras conferencias siempre que sea menester.

Barcelona en 22 de enero de 1752.

JUAN JOSÉ TESTORI

—BPUB. Sign. 16-5-33, págs. 75-84, y AMCM. Sign. 6, fol. 483.

Mitxel Olabuénaga, C.M.

Sacerdote Paúl y Doctor en Historia. Durante muchos años compagina su tarea docente en el Colegio y Escuelas de Tiempo Libre (es Director de Tiempo Libre) con la práctica en campamentos, senderismo, etc… Especialista en Historia de la Congregación de la Misión en España (PP. Paúles) y en Historia de Barakaldo. En ambas cuestiones tiene abundantes publicaciones. Actualmente es profesor de Historia en el Colegio San Vicente de Paúl de Barakaldo.

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