«La esposa prohibida», por Costanza Miriano
El lunes por la mañana temprano me despierta una llamada de teléfono. Columpiándome en el níspero del jardín –en mi casa no hay campo- intento poner en orden mis pensamientos. Una periodista muy agitada me pide en castellano que le explique qué es la sumisión, si es posible en menos de dos minutos. Mientras procuro hacerme cargo de quién soy (soy esa que ha escrito «Cásate y sé sumisa», pero sobre todo soy una mujer en camisón columpiándome de un árbol), me lanzo a hacer una recensión de mi libro en ciento veinte segundos. Sé que ha salido en España, pero no tengo otras noticias al respecto. Después de esa llamada, otra más, y otra y otra. Unas diez entre tv, radio, agencias, sitos.
Aun siendo todavía el alba (para mí todo el tiempo que precede al mediodía), empiezo a entender que en España está sucediendo algo. Ninguno de esos colegas ha leído el libro, admiten (yo también soy periodista y hablar de cosas que no sé, o de las que sé poco, es mi profesión). Me desgañito intentando explicar que la sumisión -la palabra es de San Pablo-, no tiene nada que ver con la violencia, que ésta es materia para jueces, psiquiatras. Intento explicar que el hombre y la mujer son dos pobrezas que se unen, y que no sirve gritar por los propios derechos, sino solo acogerse recíprocamente.
Digo, con Rilke, que somos dos frágiles y limitadas capacidades de amar pero con una infinita necesidad de amor que procede en el fondo del deseo de Dios, el verdadero esposo (curiosamente al llegar aquí mis colegas parecen desinteresarse, quizá duermen, no hay sangre). Digo que el problema de la mujer es el deseo de control, el del hombre el egoísmo, y que ser sumisas significa dejar de controlar y permitir a los demás que sean, sin querer formatearles (en este momento ya me han colgado, siempre).
Poco después patino en el Lungotevere sobre el guano dejado por los pájaros, procurando no caerme mientras sigo escuchando preguntas en una lengua que no manejo, y respondo en inglés o en italiano. Todo lo que sé de español son las palabras de las canciones de Violeta. Añado algunas al final de las frases y finalmente, a la duodécima periodista que llama, pido que me expliquen la razón de tanto interés por mí. «El problema no es el libro que has escrito» –admite- «el problema es que la editorial que lo ha traducido es del arzobispado de Granada, del obispo que ha dicho que se puede violar a las mujeres que han abortado». Me quedo pasmada.
He conocido al traductor del libro, el buen padre Mariano Catarecha, y tiendo a excluir que «mi» editor haya dicho eso (en efecto hablaba de la enorme violencia sobre el cuerpo de la mujer que es el aborto, y el dejar a la mujer sola que cargue con las consecuencias).
Cuando concluye el turbulento día, mientras combato cara a cara la verdadera batalla, el cambio de estación de mis hijos, doy un ojeada al iPad, con la esperanza de que un correo urgentísimo me obligue a abandonar el odiado trabajo, quizás, yo que sé, para ir a retirar el Nobel o unos análisis de sangre si hace falta.
Algo me distrae, efectivamente, algo hay, pero no un Nobel de momento. Leo que en el Parlamento español el PP, el Psoe e Izquierda Unida piden que mi libro sea retirado de la venta, y la Izquierda está recogiendo firmas para hacer la misma petición también a la Fiscalía, que, según el traductor de Google, es la Procura. Quizá era mejor el cambio de estación. En cualquier caso, parece que mi frase «el hombre debe encarnar la guía, la regla, la autoridad. La mujer debe salir de la lógica de la emancipación y abrazar con alegría el papel de la acogida y del servicio» ha sido entendida como instigación a la violencia sobre las mujeres. Entonces el problema no es tanto el arzobispo sino, finalmente, la dictadura de la ideología de género, que como es falsa ha de imponerse con la fuerza. Si se mira bien, rasca rasca, siempre estamos en la mismo: el hombre contemporáneo, sabe qué es el bien o el mal, y rechaza que un Padre se lo enseñe. Por eso todo lo que lleva a la escucha de otra voz que no sea la que viene de dentro –esto es la fe- hay que expulsarlo, con cualquier medio.
Mi libro sería el primer libro censurado en España desde el régimen de Franco. Me disgustaría, porque habla a mujeres resistentes y hombres egoístas. Se podría intentar darle una ojeada. La mayor parte de la gente se ha reído con gusto (en muchas librerías está en la sección de humor). O bien siempre se puede no comprarlo.
Tomado de INFOcatolica.com
Comentarios recientes