La Milagrosa, ilumina nuestro caminar
Valor referente de los signos
Desde la más remota antigüedad, el hombre ha sentido la necesidad de complementar el sentido de la palabra con signos o símbolos enraizados en la naturaleza misma, para dar consistencia y fuerza expresiva permanente a la comunicación verbal, más sujeta a los vaivenes del tiempo o de la cultura.
Dios mismo, buen pedagogo, ha utilizado este medio de comunicación con los hombres, desde los orígenes de su creación. Basta abrir la biblia para constatarlo. Jesús conocía bien este secreto y utilizó este lenguaje para hacer comprensible su mensaje: las parábolas, los signos y comparaciones que utiliza son parte inseparable de su mensaje. Es precisamente este lenguaje, a pesar de sus limitaciones, el que ha hecho posible el milagro de que su mensaje, dirigido a un pueblo concreto, en una circunstancias determinadas, haya sido asequible y conserve toda su validez, para hombres de tan diferentes culturas, que han vivido en épocas tan diferentes.
La Medalla, en el contexto del valor referencial de los Signos
En este contexto queremos analizar el signo de la Medalla Milagrosa. A través de los documentos originales que narran las Apariciones de la Virgen a Catalina Labouré, la Medalla aparece como un libro abierto en el que, incluso las personas sencillas e iletradas, pueden comprender el mensaje que Dios mismo quiere transmitirnos, por medio de la Medalla. No hay en ella nada superfluo o banal, todo tiene un sentido, en conexión, claro está, con las referencias bíblicas a las que la Medalla hace clara alusión. Veamos, brevemente, el cuadro en su conjunto y extraigamos de él el sentido auténtico para el hombre de hoy.
Estamos en 1830. Se avecinan malos momentos para la iglesia en Francia. Una joven aldeana, de escasa cultura, (apenas sabe leer y escribir), pero con profundo espíritu religioso, acaba de entrar en el noviciado que las Hijas de la Caridad tienen en la Rue du Bac, en el mismo corazón de París. Su nombre es Catalina Labouré. Hoy, la iglesia universal la invoca como Santa. Y es precisamente su vida la que da credibilidad a su relato. El refrendo de la autoridad eclesiástica competente, manifestado en múltiples ocasiones, y de las más variadas formas, confirma la autenticidad de los hechos.
De hecho, fue el pueblo sencillo el que comenzó a llamar “Milagrosa” a la Medalla, que, en principio, se llamaba de la Inmaculada, título al que la misma Medalla se hizo acreedora por los favores que, a raudales, salían de sus manos. De la calurosa acogida y piedad filial que el pueblo cristiano sigue dispensando a su “Virgen Milagrosa”, dan fe los millones de medallas que, año tras año, se reparten a lo largo y a lo ancho de nuestro planeta, entre gentes de las más variadas razas, culturas, edades y estratos sociales. ¿No es esto un milagro patente en nuestra sociedad, supuestamente fría y escéptíca, ante manifestaciones milagreras de este estilo?
Signos generales de la Medalla
“El corazón atravesado por una espada”, hace clara alusión a la profecía del anciano Simeón: “Y una espada te atravesará el alma” (Lc.2,35). También puede hacer alusión a la presencia de María al pie de la cruz (Jn.19,25). El corazón rodeado de espinas y la cruz nos recuerdan la pasión de Cristo. Las doce estrellas evocan el apocalipsis: “Y en su cabeza, una corona de estrellas” (Ap.12,1).El color del vestido alude al mismo versículo: “Una mujer vestida de sol (ib.) La Serpiente aplastada por los pies de la Virgen nos remite al proto evangelio: “Pongo enemistad entre ti y la mujer, entre su descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza (Gn3, 15).
La letra M y la cruz pueden considerarse como una estilización del evangelio de la infancia de Jesús, también como el signo de la presencia de María al pie dela cruz.. La actitud erguida de María, de pie, dominando el mundo y venciendo al signo del mal; la serpiente; el mismo aspecto resplandeciente de María, pueden evocarnos a la “mujer fuerte”, a la “llena de gracia”.
Algunos de los signos de la Medalla son naturales y fácilmente inteligibles para todo el mundo; tales son, por ejemplo, el fuego que sale de los corazones; los rayos de las manos; los globos; la actitud orante y oferente; el gesto de dar y de abrazar.
Otros símbolos que aparecen en la Medalla nos hablan de los privilegios de María como escogida por Dios para la misión especial de Madre de Dios y más directa colaboradora en la obra redentora de Cristo.
Signos dinámicos de la Medalla
Nos hablan de la misma colaboración de María en la historia de la salvación y de su función mediadora actual, en favor de los hombres, de todos y de cada uno, y de la Iglesia en particular. Entre los primeros, hay que destacar la letra M, de la que yergue la cruz; la jaculatoria que circunda el anverso, la serpiente aplastada, el mismo aspecto resplandeciente que presenta la imagen de la Virgen: estos símbolos nos hablan claramente de la maternidad divina de María, de la que dimana directamente la maternidad espiritual respecto a todos los hombres. De esta interpretación amplia de sentido podemos deducir la elección de María como Madre de la Iglesia, del Cristo total, como la ha proclamado el Vaticano II. Y de aquí podemos pasar a hablar del privilegio de su concepción inmaculada, incluso de su Asunción y de su reinado universal sobre el mundo, amén de su papel preponderante en la redención operada exclusivamente por Cristo.
Entre los símbolos dinámicos más significativos aparecen la actitud orante y oferente de María, el gesto de distribuir los rayos de luz sobre el mundo. La misma Señora explicará a la vidente que el globo que tiene entre sus manos representa al mundo y a cada hombre en particular, y que los rayos de luz que salen de sus manos son símbolos de las gracias que continuamente concede a los que se las piden, mientras que las perlas preciosas que no brillan y los rayos que no lucen representan las gracias que no se conceden a los hombres porque no hay nadie que las pida. A través de estos símbolos, María aparece, con toda claridad, ejerciendo, de hecho, en nuestros días, su acción bienhechora sobre la humanidad…
Signos estático-dinámicos
Hay algunos signos que tienen carácter estático-dinámico, es decir, participan, según se les considere, de un aspecto o de otro: tales son, por ejemplo, la barra transversal de la letra M que sustenta la cruz; la proximidad de los corazones de Jesús y de María… Por un lado, estos signos pueden significar la íntima unión de Jesús y de María en la obra salvadora; y, por otra parte, el amor en acto (notar las llamas que salen de los corazones) hacia los hombres. La jaculatoria, finalmente, podría considerarse como la conclusión práctica de la Medalla. Por una parte, es una aclamación de alabanza, impregnada de agradecimiento; y, por otra, es una invocación confiada que implica el humilde reconocimiento de la indigencia humana, que acude a quien puede ser el remedio de sus males e infortunios.
¿Por qué no ver también en la Medalla la imagen reconstituida de la Mujer, tan deteriorada en los primeros textos bíblicos, y cuyas secuelas llegan hasta nuestros días, a través del vehículo de nuestra cultura, que todavía considera a la mujer como ciudadano de segundo orden? En la Medalla, la mujer aparece como puro don de Dios, íntimamente unida a su plan de salvación: esbelta, agraciada, con perfecto dominio sobe las fuerzas del mal, rebosante de los más elevados valores femeninos, si por tales se entienden candor, dulzura, delicadeza, ternura, AMOR que se da y que se entrega… Lejos de replegarse entre bastidores y visillos, la mujer aparece en la Medalla como primera protagonista de la historia de los hombres. La Mujer es en María “plenitud de Mujer”, compañera y asociada inseparable del hombre.
Por donde quiera que se la mire, la Medalla se presenta ante nuestro mundo de hoy, sediento de verdad y de amor, como un mensaje diáfano de Fe, Esperanza y de Amor. Fe en su propia misión de persona, dueño de su propio destino, dominador de las fuerzas incontroladas del mal, capaz de reconstruir las realidades decadentes y de forjar una humanidad nueva; Esperanza de que, algún día, amanecerá la luz que disipe sus tinieblas de incertidumbres y de miedos; esperanza de que, algún día, la búsqueda ansiosa y persistente del hombre, sus luchas y desvelos, el odio mismo y la violencia no serán suficientemente fuertes para arrebatarle su paz y su equilibrio interior, porque aquel día, la fuerza del AMOR, que perdona y acoge, en un gesto de apertura total al otro, habrá impuesto su ley…
María Milagrosa, un signo joven para jóvenes
Un punto importante del mensaje de la Virgen a Santa Catalina es su voluntad expresa de que se funden agrupaciones juveniles que, bajo la tutela de María, y tomándola a ella como modelo, organizan su vida con proyección apostólica y de servicio a los más pobres. Así nació la primera Asociación de “Hijas de María”, bajo los cuidados pastorales de doble familia vicenciana, Padres Paúles e Hijas de la Caridad. El P. Aladel, confidente espiritual de Catalina, fue también el primer director de la Asociación. Esta conoció, a pesar de los altibajos, una vida pujante en aquellos países donde la familia vicenciana estaba fuertemente arraigada. De las filas de la Asociación salieron multitud de auténticas misioneras seglares, mucho antes de que el Vaticano II proclamase la importancia del apostolado seglar; otras muchas jóvenes de la Asociación ingresaron, a lo largo de su historia, en la compañía de las Hijas de la Caridad.
A partir del Vaticano II las asociaciones de apostolado seglar experimentaron grandes cambios en su estructura y en su manera de implicarse en la nueva tarea de evangelización. Fruto de esta transformación fue el nuevo nombre de la Asociación: en 1980 pasó a llamarse, Juventudes Marianas Vicencianas. En el nuevo nombre quedaba más clara la inclusión de los chicos en el movimiento; con el apelativo de Vicencianas, era más apremiante la participación de sus miembros en la tarea evangelizadora, a través del servicio a los pobres, que es el santo y seña de los seguidores de San Vicente de Paul.
El nuevo nombre, nacido en España, y, sobre todo, la nueva orientación de la Asociación, pronto tuvo la aceptación en la Familia Vicenciana universal. Ellos y ellas constituyen la esperanza de una nueva primavera eclesial. Signos de esta nueva primavera son los nuevos grupos de Juventudes Marianas Vicencianas que van surgiendo en otros ámbitos geográficos, más concretamente en las comunidades cristianas del mundo hispano. Pero, más esperanzadora es aún la fuerza y consistencia que van tomando los encuentros mundiales de la Juventud (JMJ), que, cada tres años, inundan de multitud de jóvenes, alegres y llenos de vida, las ciudades donde se les convoca. Sin duda que el espíritu y la tradición de la familia joven vicenciana tiene mucho que aportar a esta savia nueva en expansión.
La mirada limpia, serena, contemplativa, a la Medalla Milagrosa producirá ciertamente el milagro de las nuevas generaciones de Juventudes Marianas Vicencianas, cuyo origen constitutivo nace del mensaje de María a Santa Catalina Laboure.
Félix Villafranca, C.M.
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