Monolingüismo, Bilingüismo y Trilingüismo.
Uno, que nació cuando y donde nació, lo hizo en monolingüe. Supongo. Es decir: berreando. Quiero suponer que mis padres también me recibieron en monolingüe: llorando de la emoción. No me quejo ni renuncio a esos primeros momentos de mi vida. Posiblemente al final será parecido: silencio. De nuevo se cerrará el círculo iniciático. Un silencio monolingüe.
Así transcurrieron diez años. Ningún trauma. Escuela pública y privada monolingüe. Los había espabilados, menos espabilados y “tontos”. Todos ellos monolingües. El euskera era inexistente; el inglés o francés muy raro. Las vacas, los cerdos y las ovejas eran monolingües. Las patatas, el trigo y la alfalfa eran monolingües. Las estaciones climáticas eran monolingües. La vida era monolingüe. El tren a Bilbao era monolingüe, Bilbao era monolingüe.
Varios años de formación posterior en diversos lugares. La mayoría fuera de Euskadi. Se impuso el latín y el griego. Horas y horas. Dos de latín y una de griego, diarias. Varios años. Apareció el inglés (incluso el francés). Escasa competencia en los profesores. Poco aprendizaje. Dominio gramatical. Traducción. El “inglés para los ingleses; a los “gabatxos ni pan ni agua”. Si no a rajatabla, sí era de dominio público. Con estas premisas nada tiene de extraño la aparición de espabilados, menos espabilados y “tontos”. Todos ellos bilingües.
Tras los “varios años”, otros muchos en Barakaldo. Se enseña en bilingüe. Se progresa en bilingüe (castellano-euskera) con trazos de trilingüismo (inglés, sobre todo, y francés). La consejería del Gobierno vasco apuesta por el trilingüismo. Con sus correspondientes matizaciones. Decisión política. Cambia el Gobierno y cambia la política. Deja de publicitarse la imperiosa necesidad del trilingüismo. Pierde el euskera. ¿En qué quedamos? Ni euskera, ni inglés ni castellano. Porque, se quiera o no, habrá espabilados, menos espabilados y “tontos”. Todos ellos trilingües.
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