Calentando motores (II): El Evangelio y los Pobres

índice1. La prioridad de los pobres en el Evangelio

La escena evangélica lucana se sitúa en Nazaret, en el marco de la sinagoga y en el día del sábado (Lc 4,16-30). Allí Jesús abre la Escritura en el pasaje que proclama la misión profética de Isaías por encargo divino (Is 61,1-3). Pero Jesús no solamente lee la Escritura sino que al mismo tiempo la abre y la interpreta. La singularidad de su proclamación y lo asombroso de su interpretación contrasta con la reacción negativa de sus convecinos nazarenos. “El Espíritu del Señor está sobre mí porque él me ungió para evangelizar a los pobres, me ha enviado a anunciar a los cautivos liberación y a los ciegos visión, a poner a los oprimidos en libertad, a proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19).

El texto de Isaías subyacente en este fragmento del evangelio de Lucas queda recortado en la lectura de Jesús. Es un pasaje del Tercer Isaías (s. V a. C.) en el contexto de la tradición antiquísima de los años sabáticos y jubilares de Israel, en cuanto instituciones sociales, económicas y religiosas del pueblo de la Alianza, tendentes al reajuste de los múltiples desequilibrios sociales, de las desigualdades económicas y de las injusticias clamorosas que en el transcurso de la historia se producían en seno del pueblo de Dios. La misión del profeta consiste en la proclamación del año de gracia del Señor como un tiempo de alegría y de liberación para los pobres, los oprimidos y los cautivos. Las palabras del profeta transmiten algunos elementos omitidos en el evangelio: “El Espíritu del Señor esta sobre mi; porque el Señor me ha ungida Me ha enviado para dar la buena nueva a los pobres, para curar los corazones desgarrados, y anunciar la liberación a los cautivos, a los prisioneros la libertad. Me ha enviado para anunciar un año de gracia del Señor y un día de venganza para nuestro Dios, para consolar a todos los afligidos, para alegrar a los afligidos de Sión; para cambiar su ceniza por una corona, su traje de luto por perfumes de fiesta, y su abatimiento por cánticos” (Is 61,1-3).

La misión del profeta es llevar la buena noticia a los pobres y el anuncio gozoso de la libertad para los cautivos. Este magnifico oráculo destila la alegría de la liberación y del consuelo por el cambio de situación que ha de producirse en Israel de donde desaparecerá la injusticia, la opresión y la pobreza. Pero el profeta hace una contraposición sumamente llamativa entre el año de gracia y un día de venganza. El día de desquite o de venganza se identifica en los profetas con el día de Yahvé, un día de juicio de Dios y de confrontación del Señor con todos aquellos pueblos y personas, incluso israelitas, que se opongan al plan de justicia de Dios. Como la del faraón de Egipto en los tiempos del éxodo, así será la suerte de todos los que atentan contra los pobres, la suerte de los tiranos, de los déspotas, de los explotadores y de los que independientemente de su identidad nacional, social, cultural o religiosa conculcan la justicia y el derecho. En este sentido podemos entender el día de venganza como una amenaza del mismo Dios que se hace eco del clamor de los que, ya acallados, amansados y domesticados, apenas pueden gemir suspirando en la desolación, en la indigencia y en la desesperación. El juicio de Yahvé traerá una sentencia en defensa de los pobres, oprimidos y afligidos. Por éstos y por todas las víctimas se anuncia el desquite y la venganza de parte de Dios como gracia que libera del sufrimiento, restituye la dignidad de las personas y rehabilita para vivir en libertad. El año de gracia y el día del desquite implican la inversión del sistema que la injusticia genera en el mundo. Anunciar este tiempo del Señor, de gracia y de desquite es esencial en la actividad del profeta, de todos los profetas y en todas las épocas. Por eso fueron, son y serán perseguidos.

Jesús hace suyas aquellas palabras de Isaías para presentarse ante los suyos en Nazaret como portavoz de un año de gracia del Señor, consistente en el anuncio de la Buena Noticia a los pobres y de la liberación de los oprimidos. Éste fue el objetivo prioritario de su mensaje y de su actividad mesiánica y profética. Sin embargo, en el evangelio de Lucas, Jesús hace una lectura algo diferente del texto de Is 61, I -2. AI insertar la frase “libertar a los oprimidos” de Is 58,6 y eliminar la de “un día de venganza” está dando una orientación más precisa a su misión evangelizadora, acentuando el sentido liberador y profético de su unción divina. Es interesante percibir, como hace J.B. Metz, que “la primera mirada de Jesús no estuvo dirigida al pecado de los demás, sino al sufrimiento de los otros”. Los cuatro grupos destinatarios y beneficiarios en primer lugar del año de gracia son personas con grandes sufrimientos, son aquellos cuya situación humana y social es de privación de algo esencial. Los pobres carecen de medios básicos para una vida digna, los cautivos son los endeudados carentes de recursos económicos para afrontar sus deudas y privados por ello también de libertad, los ciegos carecen de visión, y los oprimidos, de libertad. Con la combinación de textos isaianos resalta el marcado carácter liberador de la interpretación de Jesús. Su intervención profética liberadora a favor de los pobres, de los cautivos por endeudamiento y de los oprimidos, delata la situación opresora de la que son víctimas. Se trata de una opresión económica no aceptable para Dios, y a la que, por tanto, el profeta escatológico, Jesús, el último y definitivo, ha de enfrentarse.

Tras su lectura en la sinagoga Jesús afirma solemnemente: “Hoy se ha cumplido ante vosotros esta Escritura” (Lc 4,21). En su persona, en su interpretación de la Escritura, en su mensaje evangelizador se actualiza la intervención portentosa de Dios a favor de los empobrecidos de la tierra y en contra de los enriquecidos a costa de aquellos. La omisión evangélica del “día de venganza” anunciado en Is 61, 1-2 no elimina el sentido de juicio crítico del día de Yahvé ni del año de gracia. El juicio contra los poderosos, contra los ricos, los explotadores y los tiranos está presente en este evangelio con un énfasis especial. En el cántico de María al comienzo del Evangelio (Lc 1,46-55) se hace patente la confianza en el Dios que da pan a los hambrientos y despide de vacío a los ricos, que derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. Las bienaventuranzas lucanas a favor de los pobres (Lc 6,20-23) tienen la contrapartida y “el desquite” de las malaventuranzas contra los ricos (Lc 6,2426). El juicio último de Dios sobre la historia humana revela su justicia y se manifiesta en la inversión de la situación social imperante, tal como cuenta la parábola de Lázaro y el rico (Lc 16, I 9-34); y la auténtica conversión a Jesús implica un cambio radical de la persona en el aspecto económico, de lo cual es un paradigma la figura de Zaqueo (Lc 19,2-10). Así pues la cancelación de las palabras de venganza en el texto programático de Lucas no se ha de entender como una pérdida de radicalidad del sentido profético de la justicia social en el año de gracia, sino más bien con una orientación diferente del mismo.

Los oyentes de la sinagoga reaccionan extrañados al oír las palabras de Jesús sin hacer referencia alguna al desquite. En el diálogo posterior con sus vecinos se pone en evidencia el rechazo de Jesús entre los nazarenos. ¿Por qué motivo? Estos se han sentido provocados en realidad por el alcance universal de la liberación proclamado por Jesús con la lectura y encarnación en su persona del texto de Is 61, 1-2. En el contexto político de dominación romana de Palestina en la época de Jesús las expectativas de los nazarenos se orientaban hacia un mesianismo más político que profético. Ellos se consideraban los destinatarios exclusivos de la liberación anunciada en el año de gracia por su pertenencia al pueblo judío, mientras que los destinatarios del desquite y la venganza de Dios serían los otros pueblos, sobre todo el imperio romano al que estaba sometido el país de Palestina. El anuncio universal de liberación del que Jesús es portavoz resultaba inaceptable para los judíos; se lo impedía su espíritu nacionalista excluyente. Pero los ejemplos aducidos por Jesús y tomados del Antiguo Testamento muestran el carácter universal de la liberación proclamada por él en el año jubilar. Los beneficiarios del favor de Dios a los que Jesús se remite son dos extranjeros: una mujer, pobre y viuda, de Sarepta en el territorio de Sidón (I Re 17,9) y Naamán el sirio leproso (2 Re 5,15). Jesús sorprende a sus vecinos al demostrar que los destinatarios de la liberación no son ellos por su pertenencia étnica o religiosa al pueblo de Israel, sino todos los necesitados, oprimidos y excluidos independientemente de su credo religioso y de su identidad cultural o étnica.

Cuando Jesús empezó a establecer estas prioridades en su misión evangelizadora, proclamando la primacía de los últimos, de los pobres y de los sometidos en el único tiempo aceptable de Dios, comenzó también su pasión, pues sus vecinos de Nazaret quisieron ya tirarlo por el barranco del pueblo. Sin embargo, en la situación paradójica del rechazo de Jesús por parte de los nazarenos, empezó con él un tiempo de gracia que trasciende los días y los años, y en el cual sus seguidores pueden vivir permanentemente movidos por su mismo Espíritu haciendo resonar proféticamente su palabra liberadora y su justicia rehabilitadora.

2. Dichosos los pobres

El Sermón de la montaña del evangelio de Mateo comienza con la solemne obertura de las bienaventuranzas. En ellas Jesús proclama la dicha del Reino de Dios como una propuesta de alcance universal, accesible a todas las gentes procedentes de los cuatro puntos cardinales, que presenta a los pobres de la tierra como los destinatarios primeros e inequívocos de la dicha propia del Reino. Los pobres son, sin duda alguna, la prioridad del evangelio de Jesús. Este punto capital de las bienaventuranzas se puede apreciar también en la versión del evangelio de Lucas. Remitimos al lector a la página siguiente para hacer en primer lugar una lectura comparativa de la versión sinóptica en castellano de las bienaventuranzas evangélicas de Mateo y Lucas, y sugerimos que constate todas las afinidades existentes y todas sus diferencias, bien sean éstas de contenido, de léxico o de morfología.

Mt 4, 25-5, 12

(25) Y lo siguieron grandes multitudes desde la Galilea y Decápolis, y Jerusalén y Judea, y de Transjordania,
(5/1) Viendo, pues, las multitudes, subió a la montaña y, habiéndose sentado él, se le acercaron sus discípulos, 2 y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo:
(3) Dichosos los pobres con espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.
(4) Dichosos los que gimen, porque ellos serán consolados.
(5) Dichosos los indigentes, porque ellos heredarán la tierra.
(6) Dichosos los hambrientos y sedientos de la justicia, porque ellos serán saciados.
(7) Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
(8) Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
(9) Dichosos los agentes de paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
(10) Dichosos los perseguidos a causa de (su) justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos. ”
(11) Dichosos sois cuando os insulten y persigan y digan toda calumnia contra vosotros por causa mía.
(12) Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa (es) grande desde los cielos: pues así persiguieron a los profetas predecesores vuestros.

Lc 6, 17. 20-26

(6/17) ” Y, bajando con ellos, se paró en un lugar llano, y una gran multitud de sus discípulos, y un gran gentío del pueblo de toda Judea y Jerusalény de la costa de Tiro y Sidón, …
(20) Y él, levantando su mirada hacia sus discípulos, decía: Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios.
(21) Dichosos los (que estáis) hambrientos ahora, porque seréis saciados, dichosos los que (estáis) llorando ahora, porque reiréis.
(22) Dichosos sois cuando os odien los hombres y cuando os excluyan e insulten y difamen vuestro nombre con calumnia por causa del Hijo del hombre: Alegraos en aquel día y retozad, pues he aquí que vuestra recompensa (es) grande desde el cielo, pues de ese modo trataban sus padres a los profetas.
(24) Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque recibís vuestro consuelo.
(25) ¡Ay de vosotros, los (que estáis) satisfechos ahora!, porque pasaréis hambre.
¡Ay de vosotros, los (que estáis) riendo ahora!, porque gemiréis y lloraréis.
(26) ¡Ay, cuando hablen bien de vosotros todos los hombres!, pues de ese modo trataban sus padres a los falsos profetas.

Las dos versiones sinópticas proceden de la fuente Q, que es el documento de los dichos de Jesús, cuyo contenido está presente en los evangelios de Mateo y Lucas, siendo el texto mateano de las bienaventuranzas (Mt 5,3-12) más amplio y desarrollado que la versión lucana (Lc 6,20-23). Mateo presenta un bloque de ocho macarismos homogéneos con la misma estructura tripartita y con el denominador común del anuncio de la felicidad en toda la serie, según el esquema de composición: Felicitación + Sujeto de la dicha + Motivo de la dicha. Lucas refleja la misma estructura en el bloque de tres macarismos homogéneos. El último macarismo de las dos recensiones evangélicas es también semejante en ambos por su contenido y estructura, pero difiere en su estructura y composición de los macarismos precedentes en las dos versiones, pues se formula en segunda persona actualizando el anuncio de la dicha para los discípulos oyentes del discurso de Jesús.

El mensaje de las bienaventuranzas dista mucho de ser un lenguaje legal. Sin embargo, en el contenido de la versión mateana de los macarismos la dicha anunciada por Jesús está vinculada a la realización satisfactoria de la justicia, la cual requiere la implantación y la promoción del derecho en la tierra según la perspectiva mesiánica y profética de Jesús de Nazaret.

La primera bienaventuranza orientada a los pobres es el punto de referencia de todas las restantes. Además, independientemente de la interpretación que se haga de la formación de las dos versiones evangélicas de las bienaventuranzas y utilizando los criterios de historicidad que se aplican a los evangelios, es comúnmente admitido por los exégetas el valor indiscutiblemente histórico de la primera bienaventuranza en labios de Jesús, con una formulación probablemente más simplificada que las dos de que disponemos.

El término griego utilizado para designar al pobre en el Nuevo Testamento es ptojos, que etimológicamente se refiere al encorvado, al que se oculta con temor, al que se agacha. Es el mendigo que carece de lo necesario para vivir y depende de los demás para sobrevivir. Este término se diferencia del penes, que se correspondería en la actualidad a una persona obrera de clase media baja, que necesariamente tenía que trabajar para poder vivir. Mientras que el penes denota principalmente necesidad de trabajo, el ptojos denota un estado de indigencia caracterizado por la imposibilidad de satisfacer las necesidades básicas humanas. E. Camacho hace una definición lexemática del término ptojos con estas palabras: Se trata de “un estado de privación de medios de subsistencia en que se encuentra un individuo humano y que causa una dependencia respecto a los que poseen codiciosamente esos medios”. Estos pobres constituían el nivel más bajo de la escala social. Precisamente a estos pobres, denominados ptojoi, es a quienes Jesús dirige en primer lugar su mensaje de liberación, su buena noticia de la salvación. De hecho, mientras que ptojos es un término utilizado sistemáticamente por el Nuevo Testamento para referirse a los pobres pues en él aparece 34 veces, sin embargo es un término muy poco frecuente en la literatura profana de aquella época. Este predominio o preferencia del término ptojos en el NT pone de relieve la importancia de este tipo de pobres en el mensaje de Jesús. Los materialmente pobres desde el punto de vista socioeconómico, y sólo por ser tales, sin ningún otra especificación, son los destinatarios del Reino de Dios. Ellos reúnen por su estado de privación las condiciones fundamentales para aceptar la Buena Noticia de Jesús. Su situación de “dependencia total de otro para satisfacer las necesidades vitales básicas es por analogía el grado de dependencia que debe haber respecto a Dios’.

La traducción griega de la Biblia hebrea, los Setenta (LXX), no ofrece una distinción clara entre el pobre-ptojos y el pobre-penes. En ella el término ptojos suele traducir términos hebreos como ani, que designa al encorvado y abatido, y los anawim, que son aquellas personas que, careciendo de medios de subsistencia, estando indefensas y a merced de los poderosos, han puesto su confianza plena en Dios. Los dos términos denotan un estado de inferioridad de unas personas respecto a otras y el segundo tiene una connotación religiosa, presente también en la literatura de Qumrán. Ptojos traduce también otros términos hebreos como dal, que es el débil y oprimido, o ebion, que es el que pide ayuda por su indigencia e indefensión, o ras, que es el pobre sociológico. Merece la pena destacar también entre los sujetos pobres del AT la figura del ger, el inmigrante, cuya aparición en los códigos legales del Antiguo Testamento es particularmente notoria, así como su presencia en la tríada de la pobreza: «inmigrante, huérfano y viuda». Esta tríada, a partir de la tradición del Código deuteronómico, designaba claramente a los pobres en la miseria, a los pobres de solemnidad y estuvo muy presente en las críticas radicales del lujo y la riqueza en las tradiciones proféticas. Éste es el trasfondo bíblico veterotestamentario en donde se inserta el sentido de la pobreza vigente en el término ptojos del NT.

3. El Reino de Dios y los pobres

Jesús comienza su actividad pública retirándose a Galilea para predicar la Buena Noticia del Reino: “Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos” (Mt 4,12-17). Es éste un anuncio primordial del Evangelio y debemos entenderlo como una llamada apremiante al cambio de mentalidad y de forma de vida en consonancia con el Reino que en la persona de Jesucristo definitivamente se ha acercado.

Pero deberíamos evitar las interpretaciones espiritualistas e intimistas de la conversión que la reducen a momentos de euforia emocional de carácter religioso o a la mera expresión de buenos deseos. La conversión es más bien un proceso personal de discernimiento espiritual que, siguiendo las huellas de Jesús crucificado y sus pautas de conducta ante los marginados, los pobres y los oprimidos, permite revisar nuestra conducta habitual, nuestras actitudes básicas y nuestro horizonte mental, para cambiar de rumbo nuestra vida ante la llegada del Reino. El “Reino de los cielos” es una expresión empleada por San Mateo en la cual “los cielos” no se contraponen a la tierra ni designan sólo un reino del más allá, sino que equivale a “Reino de Dios” y tiene el sentido dinámico y personal de que Dios va a reinar ya en esta tierra, llevando a cabo el ideal mesiánico del rey justo del Antiguo Testamento (Sal 72). El Reinado de Dios, de la justicia y de la paz, está llegando con aquél que defiende a los humildes, que socorre y libera a los pobres y quebranta al explotador. Éste es el Reino cuya cercanía anuncia Jesús y por cuya causa vivió y fue crucificado. La conversión consiste en transformar nuestra mentalidad para entrar en el dinamismo espiritual de la defensa de los pobres y de la liberación y el desarrollo de los países y sectores más oprimidos.

Cualquier situación humana de opresión y marginación, de explotación y de exclusión, en la que los derechos más elementales del hombre sean conculcados es parecida a la situación de destierro, de desprecio y de intento de aniquilación que ha sufrido el pueblo de Israel a lo largo de su historia, desde el destierro de Babilonia hasta el Holocausto perpetrado por el nazismo. Mas al abordar el problema de la pobreza en el mundo actual tenemos que hablar necesariamente del carácter estructural de la misma, de la estrecha vinculación existente entre la coexistencia de muchísimos muy pobres y poquísimos muy ricos en mutua dependencia. Al tratar de la pobreza estructural del mundo nos referimos a los empobrecidos y a los enriquecidos del sistema social vigente, sabiendo que el enriquecimiento de unos se produce a costa del empobrecimiento de los otros. Este fenómeno se presenta ante nosotros con muchos rostros: el de los inmigrantes legales o ilegales en los países desarrollados, el de los niños explotados, el de las mujeres maltratadas y el de los pueblos sometidos económicamente a la violencia de los estados poderosos y de los grandes capitales que circulan y campan a sus anchas por el planeta comandados por los magnates de la Comisión Trilateral del mundo.

El mensaje maravilloso de las bienaventuranzas (Mt 5, 1-12; Lc 6,20-21) consiste en el anuncio del Dios que elige a los pobres, a lo que no cuenta en este mundo, para anular a lo que cuenta (1 Cor 1, 26-3 I ). En Mateo las bienaventuranzas constituyen la solemne obertura del sermón de la montaña, mientras que en Lucas lo es en el sermón de la llanura. Ambos presentan a Jesús y llaman dichosos, en primer lugar, a los pobres y a quienes están o pasan por una situación de negatividad extrema: los que gimen, los indigentes y los que tienen hambre y sed, también de justicia. En Lucas se llama dichosos a los pobres sin más especificación, mientras que el complemento nominal relativo al espíritu en Mateo reinterpreta e interioriza el sentido dado al término pobres (ptojoi). En Lucas se trata, por tanto, de los pobres e indigentes en su acepción material y socioeconómica tal como anteriormente se ha descrito. Lucas introduce además la variante de la segunda persona del plural al presentar el motivo de la dicha: “porque vuestro es el Reino de Dios“. Con ello el estilo del lenguaje de Jesús se hace directo y convierte la sentencia en una auténtica felicitación dirigida especialmente a sus discípulos, pues a ellos ha orientado su mirada al empezar a hablar (Lc 6,20). Pero no es un mensaje exclusivo a los discípulos, sino también dirigido al gentío del pueblo (Lc 6,17). La perspectiva universalizadora del mensaje de la Buena Noticia sigue estando presente a lo largo de todo el evangelio.

Sin embargo ¿no parece una ironía que Jesús llame dichosos a los pobres? Creo que no. No se trata de una ironía sino de una felicitación, pues la razón de la dicha no es la situación en que se encuentran sino el giro que van a experimentar esas condiciones sociales. Sólo por ser víctimas, por ser sufrientes, incluso independientemente de sus creencias religiosas y de su origen, Dios está de su parte, anuncia para el presente el Reino que les pertenece y promete un futuro de liberación que se cumplirá. Dios anulará tal estado de negatividad y de injusticia.

Los pobres en sentido evangélico son los que carecen de medios para una subsistencia humana y digna. Y en este estado de indigencia malviven en la actualidad millones de personas de este mundo a causa de la injusticia social, del mal reparto de la riqueza y del subdesarrollo permitido de pueblos enteros y sectores numerosos de población. J. Sobrino considera que los pobres son aquellos que sufren algún tipo de necesidad básica en la línea de Is 6 I , I ss. y que Jesús interpreta como opresión, así como aquellos que son despreciados por la sociedad, pecadores, publicanos, prostitutas, etc., son los marginados o los pobres sociológicos.

En nuestro mundo globalizado se constata un desequilibrio radical del planeta, un seísmo social en el que sucumben diariamente 35.000 niños por causas directamente relacionadas con la pobreza. La distribución tremendamente injusta de la riqueza en el mundo no es un problema ocasional ni coyuntural, sino estructural. Que el 15% de la población acapare el 79% de la riqueza mundial mientras el 85% malviva con el 21% restante es un cataclismo que diariamente se cobra muchas vidas humanas de los pobres y desheredados de la tierra. Cada año la naturaleza nos sorprende con seísmos, huracanes, terremotos, guerras y violencia, terrorista o callejera. Pero junto a estos fenómenos pavorosos de la naturaleza podemos constatar lamentablemente que no son placas tectónicas que se mueven sino bases piramidales de seres humanos que se hunden en la miseria del hambre las que sufren la conmoción universal que genera la injusticia de los opresores. Son millones de personas para las que el mundo se está hundiendo en un terremoto de intensidad creciente y de magnitud planetaria. Pues el Reino de Dios -dice Jesús- es un don que les pertenece a todos estos empobrecidos.

Afrontar la pobreza estructural es una exigencia de primer orden desde una lectura creyente y actualizada de las bienaventuranzas. Se exige una mejor concienciación y una mayor coordinación de esfuerzos. Para ello es necesario participar en organizaciones sociales y movimientos ciudadanos que trabajan con ahínco a escala internacional en acciones y campañas para la abolición y la condonación controlada de la deuda externa de los países empobrecidos. Es preciso apoyar las iniciativas de las ONGs orientadas a desactivar los mecanismos generadores de pobreza y a promover el desarrollo de los pueblos. La fuerza de las bienaventuranzas radica en el hecho de que Dios hace llegar su Reino en el tiempo presente para los que ahora son pobres.

Lo que Dios quiere es que, como seres humanos, alejemos de nosotros toda opresión y todo tipo de injusticia y desigualdad, que compartamos el pan con el hambriento y ayudemos a los indigentes. Sólo entonces los discípulos se convierten en luz del mundo. La única procesión que Dios quiere es aquélla en la que se abre paso la justicia (Sal 85,14) y resplandece el trono y la gloria de Dios, sostenidos por la justicia y el derecho (Sal 97, 2).Y es que los pobres constituyen la prioridad del mensaje de Jesús (Mt 5,3; Lc 4, 1 8).

4. Los “pobres a conciencia” en el Evangelio de Mateo

Mateo además radicaliza el mensaje de la bienaventuranza de los pobres haciéndola extensiva a los que libremente entran en esa situación de indigencia por causa del Reino, o por solidaridad con los que se encuentran en ella forzosamente o por su fidelidad a Dios. El término ptojoi de la primera bienaventuranza mateana va acompañado de un complemento nominal que determina de qué pobres se trata. Esa palabra griega es la relativa al “espíritu” y va en dativo con artículo y sin preposición (to pneumati). Dada la imprecisión de la expresión ptojoi to pneumati es preciso discernir de qué tipo de dativo se trata y en qué sentido se interpreta la palabra polisémica “espíritu”, cuya resonancia antropológica es evidente. Sea cual sea la traducción que se adopte siempre será una interpretación del traductor, pues en castellano y en las lenguas modernas es preciso introducir una preposición allí donde en el texto griego no existe.

En las traducciones al castellano las interpretaciones más frecuentemente adoptadas se pueden resumir en estas tres posiciones: a) los pobres de espíritu, b) los pobres en espíritu, c) los pobres en el espíritu. La primera no parece adecuada pues se refiere al espíritu como aquello de lo que están privados los pobres, y se podría atribuir a los pusilánimes y faltos de coraje y valor. Las otras dos acepciones permiten hacer una interiorización del sujeto de ese sintagma nominal, que permitiría entender a los pobres, bien como los desapegados interiormente de los bienes materiales, o bien como los humildes de corazón, especialmente en sentido religioso. Ambas interpretaciones se prestan a confusión, puesto que permite orientar la pobreza desvinculándola de su sentido originario y dominante relativo a la carencia de bienes materiales y a la indefensión de los sujetos frente a los poderosos. Según estas interpretaciones se podría considerar también pobre a cualquier persona rica pero sin apego a los bienes materiales. Estoy convencido de que mientras exista un solo pobre socioecómico en este mundo no se puede sostener tal incoherencia de lenguaje, y más aún cuando los pobres se cuentan por millones de personas. Por otra parte, es preciso liberar a la teología bíblica del sarcasmo que suponen las interpretaciones acomodaticias de este meollo del Evangelio cuando pretenden hacer compatible la pobreza en espíritu con el disfrute exclusivo de unos pocos de los bienes y beneficios que se derivan del sistema económico neocapitalista reinante en el mundo globalizado, o cuando pretenden infundir resignación en los sectores sociales realmente pobres de la humanidad en aras de unas promesas divinas que sólo se cumplirán en un Reino de Dios que está asociado meramente a la realidad humana allende la muerte de los individuos.

El análisis filológico, semántico y sintagmático realizado por E. Camacho puso de relieve la coherencia de la traducción dinámica adoptada por la Nueva Biblia Española (1975) al traducir “dichosos los que eligen ser pobres” interpretando el carácter antropológico de la palabra “espíritu” en cuanto principio de la actividad interior de una persona relativa a un acto de la voluntad humana y que se presenta como dativo agente en relación con el estado de pobreza. Se trataría de “los pobres por decisión” o “los pobres por elección”. Pero sus autores prefirieron adoptar una traducción menos literal que se atuviese a su correspondencia dinámica con el texto griego y optaron por utilizar la paráfrasis “los que eligen ser pobres”.

Creo que con ese mismo sentido, rigurosamente expuesto por F. Camacho, se podría adoptar una traducción castellana literariamente más bella y concisa: “dichosos los pobres a conciencia”. Es ésta una formulación que, en primer lugar, expresa la interioridad humana mediante la palabra conciencia, en segundo lugar denota claramente la dimensión de la voluntad, pues la expresión es equivalente a “algo hecho adrede”, y finalmente, desde el punto de vista sintáctico, mediante la preposición “a”, la expresión “a conciencia” se corresponde con la función de un complemento que en griego va en dativo. De este modo se salvaguarda el estilo escueto y conciso de la sentencia que tiene el original griego, se evita una paráfrasis en la traducción y respeta los tres elementos del sintagma uno a uno, es decir su interioridad, su voluntariedad y su función de agente. Así resulta una traducción que es más literaria que literal y, al mismo tiempo, fácilmente inteligible en castellano.

La traducción que he propuesto en mi edición sinóptica y bilingüe de los evangelios no se corresponde exactamente con esta formulación puesto que en ella pretendía ofrecer ante todo una traducción para el estudio sinóptico de los textos evangélicos que respetara las estructuras morfosintácticas y las correspondencias léxicas y semánticas del original griego, dejando así las posibilidades de interpretación en manos de los exégetas. Con todo, la traducción que allí ofrezco “dichosos los pobres con espíritu”‘ pretende evitar, en primer lugar, los errores a que se prestan las primeras traducciones comentadas. En segundo lugar, pretende apuntar hacia la interpretación aquí propuesta de “los pobres a conciencia”, pues, en virtud del espíritu que poseen y dinamiza sus vidas, viven voluntariamente en la pobreza que otros están obligados a sufrir. Y finalmente, quedan incluidos también en el destino de la dicha ofrecido por Jesús todos aquellos que estando en situación no buscada de pobreza se enfrentan a la misma con la fortaleza que Dios les infunde. Además, pero no en último lugar, mi traducción “dichosos los pobres con espíritu” es convergente con la interpretación que hacía I. Ellacuría, el rector de la Universidad Centroamericana de San Salvador, que junto a sus compañeros y compañeras mártires, fueron asesinados a balazos en noviembre de 1989,  por haber hecho suya la causa de los pobres y haberse enfrentado con la palabra y la razón desde la fe en Jesucristo a los agentes y a los factores generadores de la injusticia estructural de América Latina y de la miseria clamorosa de los pueblos crucificados. Su palabra, escrita con sangre, y su espíritu, alentado por el del crucificado y resucitado, siguen siendo ahora la mejor interpretación y revelación del misterio de la bienaventuranza dedicada a los pobres.

Para I. Ellacuría los empobrecidos son además un lugar teológico en cuanto “constituyen la máxima y escandalosa presencia profética y apocalíptica del Dios cristiano”. L. Boff considera que los pobres son “el sacramento de Dios por excelencia”. J. Lois Fernández afirma también que “los crucificados son lugar teológico puesto que es desde la solidaridad real con ellos como la reflexión teológica cristiana puede ser fiel a la lógica propia del Evangelio de Jesús”’ y sostiene que la opción por los crucificados, por los empobrecidos y excluidos de la tierra es el acto primero de la metodología propia que demanda esta teología de la liberación y que la reflexión teológica es posterior. De este modo resalta el lugar desde el cual se realiza la teología y ese espacio, el de los pobres y los últimos, es lugar teológico.

Por tanto queda patente que la propuesta de Jesús en las bienaventuranzas mateanas es que sus discípulos se hagan también pobres, no porque la pobreza sea un bien, ni porque ésta traiga consigo la dicha, sino porque mientras exista un pobre en nuestra tierra, hacerse pobres a conciencia trae igualmente la dicha. El Reino es, por tanto, un don no sólo para los pobres de solemnidad, los indigentes desahuciados sino también para los pobres con espíritu, es decir, con la fuerza interior para afrontar la situación social injusta en que están y luchar con esperanza por su liberación así como también para los que se hacen pobres a conciencia, para los que por ser fieles a este plan de justicia de Dios, son incluso perseguidos.

En la segunda parte de las bienaventuranzas de Mateo (Mt 5,7-10) Jesús declara dichosos a personas cuya disposición interior y cuyas acciones pertenecen a un nuevo estilo de relaciones humanas y con Dios: los que practican la misericordia y la solidaridad, los que viven la transparencia interior, la autenticidad y la fidelidad, los que comprometen su vida por la paz y la justicia.

5. El Reino de Dios y su Justicia

Fijándonos ahora más bien en la tercera y la cuarta bienaventuranza podremos descubrir en ellas connotaciones y consecuencias significativas respecto a la problemática actual de los inmigrantes en los países enriquecidos y que proceden de los pueblos empobrecidos. En Mt 5,6 los sujetos de la dicha son las personas que anhelan la justicia: «Dichosos los hambrientos y sedientos de la justicia, porque ellos serán saciados». Pero ¿de qué justicia se trata en este contexto? El término griego correspondiente es dikaiosyné, forma parte del lenguaje específico de Mateo, donde encontramos siete de las ocho veces que aparece en los sinópticos. En este caso está dentro de la adición aclaratoria de Mateo sobre el macarismo paralelo de Lc 6,21, alusivo a los hambrientos sin especificación alguna. Hemos de tener en cuenta la particularidad de la inclusión literaria formada por la primera y la última de la serie homogénea, es decir las relativas a los pobres y a los perseguidos (Mt 5,3.10), pues las dos muestran como motivo de la dicha la pertenencia del Reino de Dios a tales personas. Entre ambas quedan los seis macarismos intermedios que se dividen en dos bloques. El primero (Mt 5,4-6) se caracteriza por la contraposición entre los estados negativos de las personas referidas y la acción divina prometida que restablecerá a los que sujetos que sufren tales circunstancias de dolor profundo por la opresión, por sometimiento y por la injusticia. El segundo bloque (Mt 5,7-9) muestra más bien una correlación entre la actividad o disposición positiva de los sujetos hacia el prójimo y la correspondiente relación con Dios.

El primer bloque está formado por paralelismos antitéticos, en los que el segundo miembro, es decir, la causa de la dicha, expresa la eliminación del estado negativo denotado en el primero. En este primer bloque es donde se encuentran las bienaventuranzas relativas a la pobreza objeto de nuestro estudio.

Según esto, la justiciadikaiosyné a la que se refiere Mt 5,6 es una realidad inexistente en el presente, pero prometida para el futuro. Por tratarse de un sustantivo abstracto precedido del artículo determinado, éste tiene gran relevancia, pues por su valor anafórico, indica que la justicia (tén dikaiosynén) se refiere a una realidad conocida por el lector a partir del contexto precedente. De este modo la justicia anhelada remite al estado de injusticia descrito en las dos bienaventuranzas precedentes y significa «la acción capaz de restablecer los derechos lesionados por la situación social injusta que padecen tanto los que sufren por opresión como los sometidos o desposeídos». Este modo de entender la justicia como acción restauradora de los derechos conculcados de los oprimidos y de los sometidos, tal como interpreta E Camacho los sujetos de la segunda y tercera bienaventuranzas”, es el que nos sirve de base para comprender los parámetros de la justicia social denotados en la predicación de Jesús según el evangelista Mateo. No se trata de una justicia abstracta, sin más especificación, sino de la justicia determinada (con artículo) por Dios. Es la justicia de Dios, que saciará a los hambrientos y sedientos. Es Dios el que consolará a los que gimen y es Dios el que dará en herencia la tierra a los indigentes, a los que no tienen ni techo, ni hogar, ni familia, ni documentos, ni voz, ni voto, ni derechos reconocidos. Es Dios en su justicia el que resarcirá y salvará a los oprimidos. Es Jesús en persona el que hace presente esa justicia divina, inconfundible con cualquier otra concepción de justicia.

En el contexto del sermón de la montaña aparecen estrechamente vinculados los temas de la justicia y el Reino. En efecto, la palabra Reino (basileia) se encuentra 55 veces en Mt, de las cuales 8 se hallan en el sermón de la montaña”. Asimismo el término Reino está asociado directamente con el término justicia (dikaiosyné) en Mt 5,6.10.20; 6,33, mientras que en la segunda y tercera petición del padrenuestro (Mt 6,10) el Reino está asociado a la voluntad de Dios.

La palabra justicia (dikaiosyné) puede significar “la justicia ejercida en el gobierno o en el juicio” pero también puede significar “la rectitud en la acción conforme a la voluntad de Dios”. Esta segunda acepción es la que se debe atribuir al comportamiento de los discípulos en la octava bienaventuranza (Mt 5,10) hasta el punto de que su fidelidad a la voluntad de Dios les lleve a ser perseguidos. Ésta es la fidelidad que se les pide a los discípulos en Mt 5,20, es decir, un comportamiento recto muy superior al de los letrados y fariseos, como condición para entrar en el Reino de Dios.

En cambio, en Mt 6,33 es donde los dos términos Reino de Dios y su justicia aparecen en estricto paralelismo que se puede interpretar como una fórmula sinonímica. El Reino de Dios se identifica con la justicia de Dios. Tanto en Mt 6,33 como en 5,6, se trata de una justicia inexistente en la realidad histórica, es la justicia de Dios, deseada y esperada por parte de los hombres, por parte de quienes tienen hambre y sed de ella, y, al mismo tiempo, es la justicia, en cuya búsqueda activa Jesús implica a los discípulos. Buscar la justicia de Dios es buscar el Reino de Dios, como don y como tarea. Primero, como don irreversible e inminente (Mc 1,14-15) del amor de Dios hacia el ser humano y particularmente hacia los últimos de la sociedad y, segundo, como tarea que compromete la vida de los discípulos en la opción a favor de los pobres, de los indigentes, de los que gimen, de los hambrientos, para hacer posible esa justicia divina que resarcirá a los últimos de los derechos conculcados en el devenir de la historia. Este planteamiento de la justicia es el que sobresale en el texto de Mt 6,33: Buscad primero el Reino de Dios y su justicia

El texto de Mt 6,33: Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, va introducido por una partícula adversativa que manifiesta una clara contraposición en la concepción de la justicia de Dios propia del Reino de Dios. Lo específico del discípulo es no preocuparse ni por la comida, ni por el vestido, ni por nada que se adquiera con dinero. El dinero en su materialidad y en cuanto sistema económico llega a ser un verdadero ídolo del ser humano que embarga la vida de las personas y las domina como si de súbditos se tratara. La formulación evangélica en este punto es contundente: “No podéis servir a Dios y al dinero“(Mt 6,24; Lc 16,13). El señorío que Dios establece desde su amor con las personas que participan en el Reino porque éste les pertenece, es decir, con los empobrecidos de todo el mundo, con los pobres a conciencia, con los discípulos en su seguimiento radical de Jesús, con los últimos de la sociedad y los que se hacen los últimos de la misma por causa del evangelio y de los pobres, es una relación viva de amor en la cual no hay lugar para que el dinero ocupe un espacio del corazón. Por eso para el discipulado de Jesús en la vida comunitaria y eclesial el dinero no puede ser el centro de atención de la vida humana y no puede constituir la aspiración profunda de la persona. La exhortación imperativa de Jesús en Mt 6,33: Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, constituye un paralelismo sinonímico, de modo que los dos complementos del verbo “buscar” no son realidades distintas sino la misma realidad en dos aspectos diferentes. La formulación griega del texto permite ver mejor el paralelismo. La búsqueda del Reino conlleva la búsqueda de la justicia de Dios. Los discípulos y toda persona que acoge el mensaje del Reino contenido en las bienaventuranzas han recibido la promesa de un don que se cumplirá, pues de parte de Dios se verán cumplidas con hartura y hasta la saciedad las esperanzas de los que tienen hambre y sed de la justicia de Dios (Mt 5,6), pero al mismo tiempo esas personas quedan impelidas por la promesa de Dios a buscar incansablemente aquella justicia divina como prioridad fundamental de la vida, que consiste en la realización del ideal de justicia que emana del Antiguo Testamento y que se resume en el socorro concreto, ejercido por Dios y por los hombres, hacia los más débiles,”Dios hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos” (Sal 146,7) y en el restablecimiento de los derechos de los indefensos (cf. Dt 10,18; Sal 103,6; 1s 33,5; Jr 22,3; Sal 40,11; 51,16; 70,15; 97,2; 118, 123).

En este marco amplio de restablecimiento de la justicia tiene plena cabida toda reivindicación de los derechos de los pobres de la tierra, tanto desde una perspectiva individual como desde una perspectiva estructural y global. En la actualidad de nuestro mundo globalizado, es decir, en el marco de las desigualdades económicas y sociales que generan una injusticia planetaria que anida en todos los rincones de la tierra, son muchos los fenómenos que evidencian esta desastrosa situación social. Uno de ellos es la problemática del inmigrante en los países capitalistas ricos, la cual merece una especial consideración, pues el inmigrante forma parte tanto del colectivo de los más pobres desde su inclusión en la tríada deuteronómica de la pobreza como del grupo de los desposeídos de la tierra, llamados indiscutiblemente por Dios a poseerla. Ellos son dentro de los sectores pobres de las sociedades opulentas uno de los colectivos más numerosos e indefensos, cuyos derechos individuales y sociales como seres humanos están siendo sistemáticamente conculcados por legislaciones injustas y por actuaciones sociales y políticas que los reducen a no ser considerados ciudadanos de estos países ricos.

El tercer macarismo de Mt 5,5: «Dichosos los indigentes, porque ellos heredarán la tierra» presenta dificultades en la interpretación del sujeto, ya que el término griego praeis ha sido traducido de diferentes maneras, desde los mansos hasta los sometidos a la voluntad de Dios, o los humildes que renuncian al poder, o los oprimidos por otros, o los no violentos. Este macarismo es propio de Mateo, que se ha servido para su elaboración del Sal 37,11 (LXX: 36,11).Tanto el sujeto de la bienaventuranza como el contenido de su motivación constituyen prácticamente una cita de la versión griega del salmo. El término griego prays designa a personas no violentas, mansas y pacíficas. En el Sal 36,11 (LXX) traduce en plural el término hebreo ‘anawim correspondiente a los pobres. En el NT aparece cuatro veces: Mt 5,5; 1 1,29; 21,5 y 1 Pe 3,4, y designa normalmente la cualidad personal de la no violencia o mansedumbre. Pero en Mt 5,5, dado también su trasfondo veterotestamentario alusivo al pobre que se encuentra en una situación de indigencia, de dependencia humillante respecto a otros y de confianza en Dios, el término griego prays adquiere en este texto el carácter de involuntariedad. Por todo ello, concluye F. Camacho, «se trata de individuos en estado forzoso de no violencia por causa de su condición social de indigentes». Ésta es la razón de mi traducción como indigentes.

Si a esto añadimos el carácter antitético del motivo de la dicha de este macarismo («porque ellos heredarán la tierra»), los indigentes incluyen particularmente a todas las personas que carecen de una tierra donde vivir con dignidad su autonomía y libertad, la cual les será restituida definitivamente. Por ello los inmigrantes, privados forzosamente del disfrute legítimo de su tierra debido a factores externos a ellos, predominantemente económicos o políticos, por su situación de indigencia en el país en que viven y su estado de dependencia y de sometimiento respecto a los que sí viven en su tierra y en su patria, son destinatarios de la bienaventuranza de los indigentes, llamados a heredar la tierra. La atención debida al inmigrante, como la debida a todos los pobres y oprimidos, es, pues, desde el evangelio una exigencia de justicia social, no sólo una cuestión de generosidad individual.

Tanto el primero como el último discurso de Jesús en el evangelio de Mateo proclaman que los pobres y los enfermos, los inmigrantes y los presos, todos los indigentes y oprimidos del mundo son los herederos de la tierra y los beneficiarios con pleno derecho del Reino de Dios. La parábola de la comparecencia de todas las naciones ante el Hijo del Hombre (Mt 25,31-46) no es un vídeo anticipado del juicio final sino la última y suprema enseñanza de Jesús, el Señor de la historia, el cual pone como núcleo de su mensaje la relación de fraternidad con los más pobres del mundo, los necesitados y los marginados. La justicia a la que apela el primer evangelio tiene su fundamento en la identificación plena de Jesús con todo ser humano sumido en el sufrimiento por carecer de los bienes y derechos humanos más básicos y en la consideración como hermanos suyos de todos ellos sólo por el mero hecho de ser víctimas (Mt 25,40: «Y respondiendo el rey les dirá: De veras os digo cuanto hicisteis a uno de éstos, mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis»).

La perspectiva del final de la historia no desplaza la fraternidad a una realidad sólo para el tiempo futuro sino que marca el comienzo de la realidad definitiva desde el hoy de nuestra historia humana. Jesús es, ya ahora, el pastor y el hermano de todos los necesitados. Los últimos, los más pequeños, podrán descubrir a Jesús como hermano a través de los discípulos que los atienden como tales. En virtud de su condición de marginados, paradójicamente, los que son considerados los últimos y desechados por esta sociedad, son valorados como hermanos por el Señor y rey de la historia. La relación de fraternidad no se crea meramente por una acción esporádica de atención a los pobres, ni por el hecho de sentir lástima por ellos, sino que nace de la identificación con los marginados y del compartir con ellos su misma experiencia y su mismo destino. El destino del Hijo del Hombre es el mismo que el de todos los crucificados y de todas las víctimas de la injusticia humana. Es este profundo vínculo fraterno con los sufrientes del mundo, y no cualquier otra manifestación poderosa o espectacular, el que hace posible todavía hoy la presencia del Señor resucitado en la historia humana.

El horizonte universal de la fraternidad proclamada por el evangelio constituye el auténtico sentido misionero de la iglesia, la cual partiendo de la fraternidad iniciada por Jesús y proyectada a través del verdadero discipulado de los hermanos y hermanas alcanza a los pobres y desheredados de toda la tierra. Esta fraternidad universal trasciende toda raza, cultura, lengua o estrato social, tiene su centro de atención en los excluidos del mundo y constituye el gran proyecto en el que ha de trabajar permanentemente una iglesia que quiera renovarse según el mandato de su Señor.

6. Buena Noticia de Jesús destinada a los pobres

En los evangelios de Mateo y de Lucas, y también procedente de la fuente Q de dichos de Jesús se recoge un sumario de la actividad de Jesús, puesto en sus mismos labios como respuesta a la embajada de los discípulos de Juan Bautista. El punto culminante de este logion o dicho del Señor se refiere a los pobres como destinatarios de la Buena Noticia. He aquí el texto de Lc 7,22: Y respondiendo les dijo: Marchaos y contad a Juan lo que visteis y oísteis: Ciegos ven, cojos andan, leprosos quedan limpios y sordos oyen, muertos resucitan, pobres son evangelizados. Con muy pocas variantes el evangelista Mateo ofrece la misma sentencia de Jesús: Y respondiendo Jesús les dijo: Marchaos y contad a Juan lo que estáis oyendo y viendo: Ciegos ven, y cojos andan, leprosos quedan limpios y sordos oyen, y muertos resucitan, y pobres son evangelizados (Mt 11,5).

Los discípulos de Juan Bautista, enviados por éste desde la cárcel, plantean la cuestión de la identidad de Jesús. La respuesta de Jesús remite a las obras ya realizadas por él así como a su predicación. “Lo que estáis viendo y oyendo” es una llamada a captar el sentido de lo que hasta ahora ha sido en el primer evangelio la actividad mesiánica de Jesús, a saber, el anuncio del mensaje gozoso de la Buena Noticia sobre el Reino de Dios y su justicia, cuyos destinatarios primeros son los pobres, los indigentes y los que sufren (Mt 5-7), y las obras prodigiosas del Mesías cuya misericordia se ha manifestado con los enfermos, los excluidos, los marginados y los leprosos (Mt 8-9).

La actividad y la predicación de Jesús no responden exactamente a las expectativas que Juan bautista había suscitado anteriormente (cf. Mt 3,11-12). Jesús es el Mesías, pero no es un Mesías con los rasgos apocalípticos externos apuntados por Juan. Es el que tenía que venir, pero no lleva un bieldo en su mano para aventar la parva y quemar la paja con fuego inextinguible. Jesús es, más bien, el Mesías del amor, que se dirige a los pobres y a los que sufren para traerles el consuelo y la liberación. Es el Mesías de la justicia, pero no el justiciero, sino el humilde y misericordioso.

Las cinco obras referidas en la respuesta de Jesús corresponden a hechos realizados por Jesús y narrados en el primer evangelio. Los ciegos ven (Mt 9,27-31), los cojos andan (Mt 15,30-31), los leprosos quedan limpios (Mt 8,1-4), los sordos oyen (Mt 9,32-34), los muertos resucitan (Mt 9,18-26). Destaca, sin embargo, la actuación conclusiva de Jesús: Los pobres son evangelizados. Tanto en Mateo como en Lucas el acento de las palabras de Jesús recae sobre esta última afirmación destinada a los pobres. De este modo los evangelistas indican que las obras del Mesías (cf. Mt 11,2) realizadas y enumeradas por Jesús no se han de interpretar solamente como milagros de un simple profeta, sino como signos del carácter mesiánico de buena noticia que acontece con la presencia y la palabra de Jesús. El encargo que reciben los mensajeros de Juan consiste en anunciar la buena noticia, en dar el mensaje gozoso de la salvación mesiánica. El alcance salvífico de las palabras de Jesús sobre los pobres alude al texto de Is 61,1, tal como ya había hecho en el anuncio inicial de su misión en Nazaret (Lc 4,18) y como había ratificado solemnemente en las bienaventuranzas (Lc 6,20-21) prometiendo el reino a los pobres, el banquete escatológico a los hambrientos y la risa triunfante a los que lloran. Omitiendo una vez más las palabras de venganza de Is 61,2, Jesús reinterpreta el texto de la Escritura atribuyen-do a su misión un sentido liberador de las situaciones humanas y sociales de indigencia, de opresión y de aflicción. Mas si bien es verdad que así se hace patente el carácter salvífico de su mesianismo, al mismo tiempo se corrige la expectativa de un mesianismo apocalíptico de signo justiciero presente en la predicación de Juan el bautista. La pregunta de los enviados de Juan acerca de “el que viene” (cf. Sal 118,26; Hab 2,3) es una formulación de tipo apocalíptico y poco determinada, cuyo trasfondo se encuentra en los términos utilizados por el Bautista.

7. Crítica del Evangelio al sistema económico

En el corazón del evangelio de Lucas hay una larga sección (Lc 9,5 I – I 9,28) dedicada al “camino de Jesús hacia Jerusalén” y en ella aparece una serie de parábolas, de relatos muy significativos, que contienen el núcleo esencial del mensaje de Jesús en un lenguaje impactante y muy crítico. Uno de los temas de las parábolas es la economía y en el capítulo 16 encontramos dos, la primera, sobre el dinero injusto (Lc 16,1-15), y la segunda, sobre el hombre rico y Lázaro (Lc 16,19-31) y ambas están estrechamente relacionadas. En ellas Jesús descubre la trampa en la que el dinero, en cuanto aspiración idolátrica de la vida humana, tiene atrapada a la gente. Su mensaje central es la sentencia lapidaria de Jesús: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Lc 16,13).

En la parábola del administrador (Lc, 16,1-15) se revela la injusticia de un sistema económico que utiliza el préstamo de dinero con interés para agrandar el abismo existente entre pobres y ricos. El administrador era una persona de confianza, se trataba de un representante del amo, con la capacidad para hacer préstamos, arrendamientos, avales. Al hacer préstamos recibía una comisión en concepto de intereses. Esa comisión aparecía también normalmente en el total de la deuda. Jesús no alaba la injusticia del administrador ni su falta de seriedad. No es la parábola del administrador injusto, sino del administrador listo, porque supo renunciar a los intereses que a él le correspondían. La cuestión central, motivo del elogio es la renuncia al beneficio propio. Lo que elogia el amo es la sagacidad del administrador por detraer de la deuda total la comisión que le corresponde, ganándose así la amistad de los deudores.

El administrador sagaz de la parábola es elogiado porque utiliza su poder para cumplir la ley del Antiguo Testamento (cf. Éx 22,24-25; Dt 23,20; Lv 25,35-38), que prohibía cobrar los intereses de los préstamos, haciéndose eco de la crítica profética de Amós (Am 8,4-7) y corregir así el sistema económico vigente en la época de Jesús (y también en la nuestra). Aunque en principio fuera por interés personal, la conducta del administrador responde en el fondo a los intereses y planteamientos de una moral económica de los oprimidos, para la cual no los ricos sino los pobres son importantes. Según la parábola, quien tiene dinero y bienes es en realidad sólo administrador de los mismos, no un propietario. La correcta administración de los bienes tiene que responder a las necesidades de los pobres. El dinero (y el sistema económico, -incluido el crecimiento económico-) no es un fin en sí mismo y sólo ha de servir para hacer el bien, especialmente a los más pobres del mundo. Hacerse amigos apartándose del injusto dinero implica todo lo contrario al dinamismo de la esclavización, de la usura, del interés económico y del empobrecimiento de los desheredados. En el marco de las dos parábolas de Lc 16 se diseña, pues, un proyecto de economía alternativa orientado a atender las necesidades de los pobres, orientado a compartir y dar sin esperar nada a cambio.

La alternativa entre Dios y el dinero (denominado Mamon) se convierte en un absoluto. Jesús es consciente del atractivo seductor y corruptor de las riquezas y sabe que el dinero es un dios que exige pleitesía y adoración. Cuando el dinero se convierte en dios, se pone en peligro la convivencia humana, se rompen las relaciones familiares, se olvida el perdón, se extorsiona, se roba, se traiciona, se llega hasta quitar la vida del otro. Por eso Jesús declara abiertamente que no se puede servir a Dios y al dinero-Mamon (cf. Lc 1 6, I 3).

8. El abismo que separa a los empobrecidos y a los enriquecidos

Más inmenso que el abismo creciente que existe entre las gentes del capitalismo ultrarrico y las gentes del mundo empobrecido en nuestro planeta, será el abismo que separará a los ricos de los pobres en el definitivo Reino de Dios. Pero con una pequeña diferencia, a saber, que para entonces, según la perspectiva divina, cambiarán radicalmente las tornas y mientras que los últimos serán los primeros, los primeros serán los últimos, mientras que los marginados serán consolados, los ricachones sufrirán tormento y, dicho con palabras lucanas de la Virgen María, a los hambrientos se les colmará de bienes y a los opulentos se les despedirá vacíos.

Éste es el mensaje esencial de la tan conocida como desatendida parábola evangélica del pobre Lázaro, harapiento y llagado, y del rico que vestía de púrpura y de lino -con ropa de marca, diríamos hoy- y sus respectivos destinos (Lc 16,19-31). La interpretación falsa e hipócrita de esta parábola, sumamente elocuente para describir la situación de la mesa global, ha legitimado, no pocas veces, el ordenamiento social del mundo, ha contribuido sobremanera a sostener las diferentes clases sociales determinadas por la posesión de los bienes de la tierra y de los medios de producción con promesas celestiales para los que sufren las consecuencias humanas de una economía explotadora y excluyente, y ha justificado de manera conformista el sufrimiento de los empobrecidos en el aquí y ahora de la historia con el sueño de un más allá feliz.

Lejos de esa interpretación parcial y tergiversadora, la parábola revela la inversión futura de las situaciones para los pobres y para los ricos como resultado irreversible de la justicia de Dios, que no puede dejar impunes a quienes generan, promueven, sostienen y disfrutan la clamorosa injusticia y la creciente desigualdad social y económica de este mundo. Esta revelación de la justicia de Dios pretende interpelar a los enriquecidos, a los que viven cómodamente, aprovechándose de los beneficios de este sistema injusto aun a costa de otros, y suscitar la conversión y el cambio de mentalidad y de conducta.

Para provocar este cambio el evangelio remite para ello a un elemento indiscutible de la tradición bíblica: el mensaje de Moisés y de los profetas. Entre éstos destaca Amós, cuya denuncia es radical. Ya en el siglo VII a. C. Amós reprueba la explotación del pobre, el cual es tratado como mercancía negociable y degradado a objeto de compraventa. Condena abiertamente la injusticia social, la depravación moral y religiosa, la violencia del lujo y el for-malismo del culto (Am 6,1-7). Todo esto es incompatible con la fe en Dios. ¡Se acabó la orgía de los disolutos! -termina diciendo el profeta criticando la prepotencia y la aparente omnipotencia de los ricos-.

Si no se escucha el mensaje de los profetas, si no se hace caso al Evangelio en su predilección por los pobres, si no se produce un cambio de mentalidad y de perspectiva cultural en esta dirección, serán inútiles otros signos religiosos. Me pregunto qué caso se hace a este evangelio en la “tradicionalmente” cristiana cultura de Occidente, cuna del capitalismo opulento, salvaje y prepotente, causante del desastre y de la miseria de Lázaro.

9. El Evangelio reclama un cambio radical de los enriquecidos

La parte central del evangelio de Lucas narra el recorrido que Jesús hace desde Galilea hasta Jerusalén, el lugar de su muerte y resurrección. En ese itinerario se recogen la mayor parte de las escenas y enseñanzas transmitidas exclusivamente por Lucas. Una de esas escenas es la del encuentro de Jesús con Zaqueo (Lc 19,1-10), un hombre pequeño y rico que a partir de ese encuentro experimentó la salvación y sus consecuencias. Prácticamente al final del camino hasta Jerusalén, Lucas recapitula en este momento singular de la trayectoria de Jesús, todos los elementos esenciales de su Evangelio: la prioridad de los pobres, de los marginados y excluidos, la misericordia entrañable de Dios que a través de Jesús no da a nadie por perdido, el alcance universal de la salvación, la llamada urgente de la conversión y la radicalidad de la experiencia de la salvación.

Después de la llamada frustrada al seguimiento realizada por Jesús a aquel rico que tenía muchas posesiones y tras reiterar la enorme dificultad de los enriquecidos para encontrar la salvación (Lc 18,18-26; cf. 16,19-31) Lucas presenta a Zaqueo como ejemplo positivo de actuación por parte de los ricos. En la escena mencionada de la vocación frustrada del rico que no quiso seguir a Jesús, quedaba claro que el motivo de su abandono a Jesús era la profunda interpelación realizada por Jesús cuando, tras conocer el buen comportamiento de aquel hombre le dijo que vendiera todo, lo diera a los pobres y siguiera a Jesús. En ese texto se pone de manifiesto que para Jesús el fin último de la llamada a la conversión y al seguimiento es la solidaridad con los pobres, y ésta esta directamente vinculada, como una misma cosa, al seguimiento de su persona. A pesar de mostrar la gran dificultad de los ricos para entrar en el Reino de Dios, con el evangelio en la mano se puede decir también que a ningún rico se le cierra la puerta de la salvación, pero ésta sólo se experimenta a través del cambio efectivo de comportamiento y de actitud por parte de los que acaparan las riquezas.

Esto es lo que sucede con Zaqueo. El verdadero encuentro personal con Jesús debe ser deseado, buscado y acogido con gozo por parte de los enriquecidos. A partir de ese encuentro se produce ya en el tiempo presente la auténtica salvación. Está muy claro en el evangelio que lo que tienen que hacer los ricos es cambiar radicalmente. La novedad evangélica, que no nace de ninguna norma previa, es lo que Zaqueo realiza al dar la mitad de los bienes a los pobres y al poner en práctica lo prescrito en Ex 21,37 acerca de lo robado y devolver cuatro veces más a los que ha estafado en su gestión económica. Ese comportamiento de cambio radical en la atención a los pobres tiene el mismo efecto que la fe. De igual modo que la fe conduce a la salvación al leproso y al ciego (Lc 17,19; 18,42), el cambio de rumbo en la consideración de los pobres como destinatarios de los bienes de que carecen también condujo a Zaqueo a la salvación. Y es que los pobres son lugar de salvación, ellos son lugar teológico por antonomasia.

Esto ha sido puesto de relieve de forma magistral por el teólogo vasco Javier Vitoria parafraseando con la fórmula latina extra pauperes nulla salus, “fuera de los pobres no hay salvación”, aquella otra expresión de gran resonancia tradicional de Orígenes y Cipriano: extra ecclesia nulla salus, “fuera de la iglesia no hay salvación”. En la misma orientación teológica se sitúan muchos teólogos de nuestro tiempo, entre otros el mártir de la fe, Ignacio Ellacuría, y el obispo emérito, Pedro Casaldáliga, y los otros grandes teólogos latinoamericanos, como Gustavo Gutiérrez, Jon Sobrino, L. Boff, cuyo estímulo y ejemplo de análisis crítico de la realidad doliente de los pueblos crucificados de América Latina (y extensible a la ignorada África y la emergente Asia) sigue siendo una aportación fundamental de la fe cristiana y del evangelio en el proceso de transformación lenta y ardua de estos continentes de pobreza en espacios inéditos y misteriosos de vida digna y justa donde anida la esperanza como matriz de una nueva civilización intercultural de amor y de vida justa.

Esta orientación teológica constituye una dimensión esencial de la fe cristiana que está a la base de la “opción preferencial y evangélica por los pobres”, vigente en la iglesia actual. Esta opción ha sido formulada y asumida en las cinco asambleas del CELAM, desde Medellín hasta La Aparecida, se ha visto ratificada por los últimos papas, Juan Pablo II y Benedicto XVI, y ha sido impulsada, desarrollada y elaborada de manera singular por esa corriente extraordinaria de teólogos de la pobreza injusta y de la esperanza liberadora, llamada a ser un mensaje de salvación en el mundo actual y de transformación de las estructuras sociales e injustas de la tierra.

Autor: P. José Cervantes.

 

Mitxel Olabuénaga, C.M.

Sacerdote Paúl y Doctor en Historia. Durante muchos años compagina su tarea docente en el Colegio y Escuelas de Tiempo Libre (es Director de Tiempo Libre) con la práctica en campamentos, senderismo, etc… Especialista en Historia de la Congregación de la Misión en España (PP. Paúles) y en Historia de Barakaldo. En ambas cuestiones tiene abundantes publicaciones. Actualmente es profesor de Historia en el Colegio San Vicente de Paúl de Barakaldo.

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