La Semana Santa en la comunidad de Madrid
Por necesidad tenía que ser diferente, pero con la suerte de poder celebrarla en casa; de ahí que el recuerdo para quienes no tenían esa posibilidad era obligatorio.
El Domingo de Ramos, sin procesión y sin ramos, es un poco menos, pero la celebración ha sido solemne. La precariedad en todo hemos procurado suplirla con mayor intensidad interior. Seguro que esta cuarentena nos ha ayudado a interiorizar más, no solo la Semana Santa, sino toda la Cuaresma.
El Jueves Santo es uno de los tres jueves que reluce más que el sol. Como en Madrid el cielo está nublado, obliga a pensar que hay otro Sol, sobreentendido en el refrán popular, que es la Luz, con mayúscula. Esa luz que ilumina por dentro, aunque el día y sus circunstancias esté en tinieblas.
Hemos celebrado con profundidad. A pesar de ser el día de la Caridad, hemos estado bastante separados, en cumplimiento de la orden médica, pensando que la caridad también se puede practicar desde lejos.
Todas las circunstancias invitan a reflexionar en lo que en la vida ordinaria se nos escapa. La capilla es pequeña, pero, desde dentro, uno puede sentirse en la catedral más grande y hermosa, porque por dentro… ¿quién sabe lo que ocurre por dentro? Todo el espacio interior, cada uno lo puede ampliar todo lo que desee.
Hemos vivido el Jueves Santo, aun sabiendo que cada día lo celebramos, como algo nuevo, dando gracias por la elección y recordando el mandato de “amaos los unos a los otros”, servíos los unos a los otros.
No hemos puesto monumento, (no tenemos espacio) pero sabemos que el que es la Luz está ahí, fuera y dentro, que nos oye y que nos acompaña, hasta cuando no le acompañamos.
Este Jueves Santo, claro que ha sido diferente. Bueno, diferente para nosotros, pero no para Él. Él ha celebrado con nosotros en san Pedro de Roma y en la choza más humilde. Hemos cerrado los ojos y le hemos visto arrodillado a nuestros pies, lavándonos, uno a uno, porque los tenemos demasiado sucios de arrastrarnos tanto por el barro. Y se hacho pan y vino, y nos lo ha entregado, hecho su cuerpo y su sangre, para que tengamos fuerza en esta situación tan dura.
Hemos celebrado que está entre nosotros. Que se ha quedado con nosotros.
Viernes Santo. Una celebración reposada, meditada; con moniciones y cantos, todo ordenado a profundizar en La Pasión y muerte de Jesús de Nazaret.
Y el beso al Crucificado. También el beso ha participado del coronavirus. El beso que depositamos cada año en el Crucificado, se extiende a todos los crucificados del mundo, a todos los que, por la causa que sea, están sufriendo.
Hoy, tampoco Él ha permitido que le besemos, y se ha hecho aún más solidario con todos los que están padeciendo en estos días. No ha permitido el beso, pero ha obligado a pensar en los que no han podido dar el último beso a sus seres queridos.
Por la noche nos sumamos al Vía Crucis de Roma, en el que fueron protagonistas, junto con Jesús camino del Calvario, los presos de la cárcel de Padua y algunos de sus familiares. Estaciones escalofriantes. No dio tiempo a pensar en que la plaza estaba vacía. ¡Qué experiencias tan profundas!, salidas de las entrañas de cada uno de los protagonistas. Silencio absoluto.
Sábado Santo. Hemos procurado celebrar todo con la máxima densidad posible. A las 12 del mediodía nos hemos reunido en la capilla para acompañar a María, la Virgen Dolorosa, pero llena de esperanza. Una hora intensa, profunda y gozosa.
Hemos comenzado cantando “El Rey del cielo, mi buen Jesús”, y hemos terminado con el canto “Santa María de la esperanza…”
Dentro de este paréntesis, meditaciones marianas, gozosas y dolorosas, con ratos de reflexión personal, sembradas de Avemarías.
Por la noche, para la Vigilia, como no tenemos los elementos básicos, nos unimos a la celebración del Papa. Sí tuvimos la precaución de dejar suficiente reserva para poder comulgar el viernes y el sábado.
Después de la bendición, nos felicitamos y celebramos la Pascua.
Domingo de Resurrección. Lo celebramos como si estuviésemos en una gran catedral. Hemos cantado, no sólo el aleluya y el Gloria, sino casi todo, o más, de lo que se suele cantar.
Con reposo, hemos saboreado la liturgia y hemos pedido al Señor Resucitado luz para todos; también para quienes nos gobiernan, y hemos terminado la celebración ante la televisión, recibiendo la bendición Urbi et Orbi.
Aunque nos hemos repartido la presidencia de las celebraciones, todos hemos participado en cada una.
Paulino Sáez López, C.M.
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