Reconocimiento a las empleadas de la Residencia de los Padres Paúles en Pamplona

He pasado unos días en la “Residencia de Padres Mayores en Pamplona”. He sido feliz durante unos días. El trato que he recibido no lo podré olvidar.  Me he encontrado con empleadas inimaginables que asean a los Padres con todo cariño, recato y pudor. Saben que la memoria de los ancianos flaquea y están atentas a avisarles de los actos de comunidad en la capilla, en el comedor o en la sala de estar. Las he visto en cualquier momento ponerse junto a un Padre para ayudarle y hasta para jugar a las cartas con él.

Maravillosas las empleadas de la cocina y del comedor, preocupadas de poner a cada Padre su comida personalizada, sabiendo descubrir lo que prefiere o lo que menos le gusta. Se siente emoción ver a unas seglares ponerse junto a un Padre deficiente e intentar enseñarle a comer por sí solo, a doblar la servilleta o a pelar la naranja. Yo agradezco a la empleada que con tanta destreza pelaba mi naranja. Me emocionaba oír mientras comía el chirrido del carrito de las que llevaban a la cocina los utensilios que había usado los que habían comido en lugar aparte.

Las empleadas que en la actualidad atienden la Residencia, digo la verdad, a veces me molestaban por lo limpias que son. Me recordaban a mi madre cuando yo era niño. Acaban de bañar y de arreglar a un Padre y rápidamente lo llevan a un lugar apropiado, porque hay que limpiar la habitación. La dejan aireada y limpia como la plata. Y con una paciencia digna de imitar, indican sin enfadarse a quien pasa por dónde tiene que pisar. Y no son religiosas ni están consagradas, son sencillas seglares, como aquellas a las que san Vicente a Paúl decía que las Hijas de la Caridad tenían que imitar.

Hace años las empleadas eran Hijas de la Caridad, como en Salamanca, siendo yo Director del teologado y el P. Rábanos superior. Y hay que confesar que mejoraban la condición de vida. Pero la escasez de vocaciones ha ocasionado que sean mujeres seglares la que realizan la labor con la misma dignidad que aquellas, enviando un mensaje alentador a las comunidades y ganándose la confianza de todos.

Durante esta pandemia del coronavirus la confianza es el aire que nos permite respirar; sin confianza nos asfixiamos. Tenemos que afrontar una epidemia difícil de vencer sin la ayuda de esas empleadas que nos infunden seguridad para andar por la vida. Sin la seguridad que dan las empleadas los Padres Mayores de Pamplona sentirían que caen en el vacío.

No es cuestión de feminismo ni antifeminismo, es cuestión de ver la realidad en cada situación, sin olvidar la postura que tuvo san Vicente de Paúl con las mujeres. A los que decían que las obras de caridad son propias de hombres y no de mujeres, san Vicente respondía: “sepan señoras, que Dios se ha servido de vuestro sexo para realizar las cosas más grandes que se han hecho en el mundo” (X, 939, 945), y “puedo dar testimonio en favor de las mujeres, que no hay nada que decir en contra de su administración, ya que son muy cuidadosas y fieles”, prefiriéndolas a los hombres, ya que éstos “desean hacerse cargo de todo y las mujeres no lo soportan”. Y concluye: “fue necesario quitar a los hombres”. (IV, 71). Años atrás escribió a santa Luisa: “hay que evitar que el señor vicario guarde el dinero. La experiencia hace ver que es necesario que las mujeres no dependan de los hombres en la bolsa” (I, 141).” En Mâcon intentará hacer las Caridades también de hombres, y fracasó. Lo logrará Federico Ozanam.

Y, si yo me he centrado en las empleadas, es porque en la Residencia de Padres Mayores de Pamplona solo hay empleadas. Yo solo he conocido a un hombre, Juan, y los dos nos hemos hecho amigos.

Benito Martínez, C.M.

David Carmona, C.M.

David Carmona, Sacerdote Paúl, es canario y actualmente reside en la comunidad vicenciana de Casablanca (Zaragoza).

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