Ser sacerdote, ayer y hoy
En pocos años, con relación a otras épocas de la historia, la figura del sacerdote ha cambiado de imagen, casi 180 grados, usando una hipérbole literaria. Del sacerdote con sotana, al sacerdote con “clergyman”. al sacerdote de calle, hasta mal vestido, hay saltos cuantitativos y cualitativos que bien merecerían un estudio serio, si no lo hay todavía. Voy sólo a pergeñar, en este breve espacio, algunos síntomas significativos.
El sacerdote de ayer.
Cuando yo era niño el sacerdote era percibido como la persona más distinguida del pueblo, con influencia real en casos determinantes, a la hora de solucionar problemas reales del pueblo y de familias en trances difíciles. Era, a su manera, un medidor de conflictos, de relaciones y de proyectos. Las familias de bien, practicantes, tenían que incluirlo en la lista de casas a las que llevar “el presente” o regalo correspondiente, como en la matanza del cerdo, en las fiestas patronales etc. Se relacionaba, preferentemente, con familias de bien y, más bien, pudientes. Constituía, con el médico, el maestro y la autoridad civil correspondiente, el núcleo de las personas intocables…
Era la persona reverencial a la que había que saludar necesariamente y besarle la mano cuando lo encontrabas en la calle. Se le veía en la iglesia, seguro, organizando el culto, rezando el breviario, diciendo la misa, aunque no siempre predicaba o decía homilía alguna… Eran tiempos antes del Concilio, desde luego. Llevaba el Viatico a los enfermos, de manera llamativa, tocando el monaguillo la campanilla por la calle. También visitaba a los enfermos, al menos a los que le avisaban previamente…
Sería injusto caricaturizar la figura del sacerdote de ayer o juzgarle con nuestros baremos de hoy. Eran otros tiempos y era lo que se esperaba del sacerdote en aquellos tiempos de “Cristiandad”. Su proyecto pastoral se reducía a la administración de sacramentos, visitas a enfermos y escuelas, preparación para la recepción de los sacramentos, que normalmente confiaba a las religiosas, si las había, al menos las catequesis de primera comunión. Las visitas a enfermos, al menos en algunos casos, también eran significativas. La bondad natural y la palabra afable era el distintivo de calidad de los buenos sacerdotes, de ayer, de hoy de siempre… Y también los había santos.
El sacerdote de hoy.
Ha perdido el halo reverencial y de distinción de antaño. Se le juzga como a uno más de la sociedad, con tendencia a prejuzgarle por su pasado histórico de clan especial… Tanto vales cuanto demuestras por tu saber y hacer, por tu personalidad y por tu manera de relacionarte con los demás…
Inmerso de cuerpo entero en nuestra sociedad, se le disculpa, con relativa facilidad, del contagio de nuestra sociedad “progresista”: que participe, como uno más, en actos sociales, en la vida pública; hasta que tenga algún desliz afectivo, que para eso es hombre, como los demás… Lo que no se le tolera, de ningún modo, es el apego al dinero, que esté relacionado con negocios sucios, la falta de transparencia y de coherencia; que sea como “los demás”, como “los de la política” y “de los negocios”, que dicen palabras bonitas, estando su vida real de cada día a mil kilómetros de “la verdad” que predican…
Se le pide que se deje caer del pedestal de la autoridad de antaño, de ser el “jefe” único e indiscutible del rebaño; se le pide que sea el animador de la comunidad creyente, no el referente exclusivo de lo que hay que hacer y programar; que sea dialogante, de sonrisa espontánea y permanente; disponible para todo y para todos; que tenga su puerta abierta, día y noche, a indigentes y pudientes; a creyentes practicantes y alejados, agnósticos y disidentes… Se le pide que esté enterado de los problemas de la gente de a pie, pero también que esté al día en el conocimiento de los saberes de hoy. Sus homilías han de ser de pocas palabras, pero de calado social: ni doctrinales del todo ni de moralinas de libro, sino vivenciales, cargadas de sentido común y de vida interior profunda, abiertas incluso, en comunidades vivas, a la participación testimonial de los fieles…
Ante todo, en el momento actual de la iglesia, ha de ser consciente de que no es único llamado a construir el Reino de Dios; que su principal labor de evangelizador de su pueblo y de su entorno, es construir, animar y dar participación en su tarea a pequeñas comunidades vivas, nacidas al calor de su presencia y de su celo apostólico. Ha de tener por lema que lo que pueda hacer el seglar comprometido no tiene por qué hacerlo el sacerdote de turno ni el párroco…
El sacerdote humano y divino; pecador confeso y santo, escalador de cimas inalcanzables, que rozan el cielo de la contemplación; humilde y pequeño ante los desechados de nuestra sociedad, pero fuerte y audaz ante los grandes, explotadores y corruptos; caminante solitario por este mundo insolidario, pero buscador incansable de paz, armonía, y justicia; callado y sencillo ante los sin voz, pero con voz potente de profeta ante la injusticia y la desigualdad chirriante; roto y partido, trozo a trozo, día a día, como otro Cristo hecho eucaristía, ¿Quién lo encontrará? Misión imposible, pero tarea en intento permanente… Lo débil de Dios es más fuerte que la fuerza de los poderosos. Todo es posible para Dios, en la persona que le busca y se entrega a Él sin reticencias, sin miedos ni recelos…
Este es el sacerdote que quiero ser para vosotros y con vosotros, de aquí hasta el final. Y quiero contar con vuestra confianza, vuestro apoyo y con vuestra oración.
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