Una pascua en las periferias la ciudad
Confieso mis sensaciones extrañas de estos dos últimos años, sin que esa palabra “extraña” implique nada negativo, ni menos aún peyorativo… Después de cuarenta años celebrando las Pascua joven o la Pascua familiar, con grupos vivos, acostumbrados a celebraciones especiales, llenas de emoción y de participación creativa, el año pasado, por primera vez, tuve la oportunidad de celebrar la Pascua inmerso en una zona rural, en plena sierra de Albacete. Cotillas y Villaverde se llaman los pueblos. A pesar de lo novedoso, aquellas buenas gentes me robaron el corazón. Su fe sencilla, sus prácticas ancestrales de “cristianos viejos” me hicieron saborear el sabor añejo de nuestras tradiciones cristianas, transmitidas de generación en generación…
Este año la celebración de la Pascua ha tenido lugar en lo que hoy podemos llamar, con lenguaje pastoral actualizado por nuestro carismático Papa Francisco, en las periferias de una de nuestras grandes ciudades, Albacete capital. La parroquia de la Estrella y la parroquia de San Vicente de Paúl son bien conocidas en nuestra ciudad por estar enclavadas en zonas marginales o periféricas de lo que hoy constituye la gran ciudad de Albacete. Hoy, nuestra ciudad, nada tiene que ver con la vieja imagen estereotipada de la ciudad de los cuchillos y de las navajas. Más allá de esta realidad, que sigue teniendo fundamente, Albacete se ha convertido en una gran ciudad emergente, con más de 160,000 habitantes y con unas expectativas de crecimiento en los próximos 20 años de los más altos de España. El Ave y las autovías la han convertido en centro neurálgico de comunicaciones entre Madrid y las costas levantinas de Alicante y Murcia… Su Feria tricentenaria de Septiembre, la hacen también referente a nivel universal…
A pesar de esta nueva realidad, ahí siguen estando el barrio de la Estrella, conocido también por “el Cerrico”, pegado al barrio de las Seiscientas, y solo a cuatro pasos de la reciente iglesia de San Vicente de Paúl. Todo el mundo en Albacete sabe que estos tres barrios constituyen, en su conjunto, una de las zonas más marginales y desestructuradas de nuestra ciudad. Conviven en estos barrios gente procedente de distintas etnias, emigrantes de zonas geográficas variopintas y de clases sociales de difícil convivencia y adaptación social… Son las parroquias de Albacete donde está concentrado el mayor número de familias que necesitan cuotas de pisos para no ser desahuciados, alimentos, subsidios o ayudas sociales de todo tipo… La Familia Vicenciana de Albacete, aparte de la distribución semanal de alimentos, ha constituido un Economato social para atender a familias que pueden pagar solo parte de sus necesidades primarias a precios asequibles, dignificando así su realidad social. Hasta 400 familias reciben mensualmente alimentos a través de la Familia Vicenciana en nuestras parroquias e instituciones. Hasta más de 120 familias se benefician del Economato social vicenciano…
Aquí estamos los Padres Paúles, desde hace años, haciendo honor a nuestra vocación de servicio a los más humildes y marginados de nuestra sociedad… Y nos sentimos a gusto a pesar de todos los pesares. Nuestra pastoral ordinaria se apoya en el contacto social permanente, visita a familias, especialmente a ancianos y enfermos, reuniones de barrio, colaboración con una comunidad de Hijas de la Caridad, totalmente integradas en el barrio y que llevan a cabo tareas sociales y educativas, a través de talleres de formación y de integración de inestimable valor social…
En esta realidad socio cultural se desenvuelve nuestra tarea evangelizadora… Y En este contexto tuvieron lugar nuestras celebraciones litúrgicas de Semana Santa. Empecemos por el Jueves Santo. La programación fue sencilla: respetamos íntegramente los actos litúrgicos propios de este tiempo, tratando de acomodar nuestros horarios a la conveniencia del pueblo: celebración de la Cena del Señor, a las cinco de la tarde, y Hora Santa, a las 10 de la noche, ambas celebraciones simultaneadas en la Estrella y San Vicente.
Un sencillo monumento, preparado con elementos decorativos indispensables, y, sobre todo, con mucho cariño, por parte de los equipos de liturgia respectivos, que dedicaron tiempo e ilusión sin medida a prepararlo, constituían el foco de atención del Jueves Santo.
En el lavatorio de los pies de la Estrella, sin suprimir el gesto significativo de lavar los pies a hombres, mujeres y niños, nos atrevimos a introducir una variante: la de invitar a acoger virtualmente en nuestras casas y en nuestra Comunidad parroquial a personas desestructuradas de nuestro entorno: allá fueron pasando a sentarse en la silla colocada en la escalinata del altar el drogadicto, la víctima de la violencia, el violento, el emigrante y el parado… Los miedos previos que teníamos a introducir este gesto desaparecieron pronto: los participantes en la celebración entendieron perfectamente el significado profundo del simbolismo; había que mirarles a los ojos, a algunos hasta se les escapó una lágrima…
El Viernes Santo tuvo lugar el tradicional Vía Crucis por la mañana. En la Estrella se realizó con un pequeño recorrido por las calles del barrio. En San Vicente lo celebramos dentro del recinto del templo, dando especial relevancia a los textos evangélicos que hacen referencia a la pasión del Señor, acompañados de textos escogidos de la vida y obra de Santa Teresa de Jesús, haciendo honor a la celebración del V Centenario de su nacimiento. Casi una hora nos llevó la celebración, entre lecturas, cantos, oración y contemplación…
Nada especial que destacar en la celebración litúrgica del Viernes Santo: seguimos estrictamente el guion de la celebración, seleccionando las oraciones que nos parecieron más apropiadas para el contexto social en el que nos movemos.
La Vigilia Pascual tuvo especial relevancia, tanto en la Estrella como en San Vicente. Intentamos, por todos los medios a nuestro alcance, significar que dicha celebración constituye el eje central de la liturgia cristiana, y que el acontecimiento que celebramos, la Resurrección de Jesús, es el centro y fundamento de nuestra fe. Los cantos y la participación activa de los fieles contribuyeron a dar realce a la celebración. En San Vicente, el P. Marino hasta se atrevió a cantar él solito, con su guitarra, la “Angélica”, ese canto solemne y gozoso que anuncia al mundo entero la Buena Nueva, y que nos convoca a todos a contagiar la alegría de la vida nueva inaugurada en Cristo Resucitado.
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